«AJ and the Queen» se acaba de estrenar en Netflix y es necesario que preguntemos: ¿es esta la serie que realmente nos merecemos los fans de RuPaul?
El anuncio de que RuPaul estrenaría su propia serie en Netflix fue recibido entre el fandom con tanta ilusión como terror. La ilusión, evidentemente, provenía del hecho de que, si por nosotros fuera (porque, sí, desde este mismo momento me incluyo dentro de ese fandom), querríamos tener una ración diaria de la factoría RuPaul, ya sea en forma de «Drag Race» o en cualquier otra manifestación periférica. El terror, sin embargo, venía de que los precedentes de ficción audiovisual protagonizada por las drag queens de esta órbita son, directamente, escalofriantes. Todos hemos visto «Hurricane Bianca«. Y su secuela. De ahí viene el terror. De ahí precisamente.
Pero, claro, no es lo mismo un telefilm hecho con dos duros y protagonizado por Bianca Del Rio (por mucho que a Bianca la adoremos hasta el infinito y más allá) que una serie de diez capítulos con un presupuesto solvente y protagonizada por el mismísimo RuPaul. No solo protagonizada: creada a pachas con Michael Patrick King, guionista y director que ha estado involucrado en series tan icónicas en las últimas décadas como «Murphy Brown«, «Will & Grace«, «2 Broke Girls» o «Sexo en Nueva York«. Series icónicas además de imprescindibles para la comunidad LGBTIQ.
Dicho así, era inevitable que se creara un bonito hype alrededor de «AJ and the Queen» desde el minuto cero en el que se anunció su existencia. Otra cosa diferente es que ese hype se rebajara un poco cuando nos enteramos del argumento: una drag queen madurita se embarca en una gira alrededor de Estados Unidos con su vecina, una niña que se identifica más bien con la estética masculina. ¿Hemos visto mil y una veces este argumento y, por lo tanto, resultaba francamente difícil ilusionarse con él?
Pues, ojo, porque la primera temporada de la serie no solo consigue derribar cualquier preconcepción que pudiéramos tener sobre ella, sino que también consigue ahuyentar por completo el terror y alimentar la ilusión mencionada al principio de este texto. Para empezar, introduciendo en la trama un elemento inesperado: justo antes de salir de gira, Ruby Red (es decir: RuPaul herself) descubre que su novio es un timador que se ha llevado todos los ahorros con los que pretendía montar su propia drag club. También descubre que su vecina, una yonki perdida de la vida, ha desaparecido y ha dejado desamparada a su hija gender fluid, que se comporta más bien como un matón de la calle por mucho que se llame Amber Jasmine (interpretada por Izzy G.). Un nombre que, como ella repite tristemente siempre que tiene ocasión, junta el nombre de una stripper con el de una Princesa Disney.
La trama de la estafa inyecta en «AJ and the Queen» todo un conjunto de disertaciones sobre la edad que no solo resultan ser totalmente on point, sino que también sorprenden en alguien como RuPaul. Para los que nos hemos acostumbrado a ver cómo ella misma se vende como Diosa intocable coronando el panteón drag internacional, las trazas de humanidad que el argumento pone a la vista de todos son estimulantes y desarmantes a partes iguales. Puede que todo esté pormenorizadamente calculado (como suele decirse al respecto de TODO lo que hace RuPaul), pero el personaje de Ruby Red muestra una vulnerabilidad cándida y cálida a la hora de retratar a una vieja drag que sabe que su mejor momento ya ha pasado.
Ahí está el principal acierto de «AJ and the Queen«: en poner sobre la mesa todo un conjunto de temas que no te esperas. La vejez en el mundo drag, sí. Las cuestiones de género en las nuevas generaciones, también. El sentimiento de familia que vertebra a la comunidad LGBTIQ (encarnado en Louis, la drag ciega interpretada por Michael-Leon Wooley), obvio. Pero, sobre todo, la serie sabe jugar la baza de AJ (es decir, Amber Jasmine, por si todavía no lo habías pillado) como punto de vista puro y sin mancillar a la hora de valorar de los prejuicios que flotan en el mundo que le rodea. Y no solo de los prejuicios previsibles contra la comunidad queer, con una buena ración de homofobia yanki, sino también los prejuicios con los que esa misma comunidad queer juzga a un mundo exterior al que con demasiada frecuencia observa por encima del hombro.
Por todo lo demás, la serie funciona como la seda. Con esa naturalidad melodramática que siempre han ostentado los instant classics en los que ha participado Michael Patrick King. El equilibrio entre drama y comedia está ponderado de forma sublime. El ritmo es impecable y consigue equiparar la fuerza de las actuaciones drag con la de las escenas de acción (protagonizadas por el amante estafador y su compañera Lady Danger, otro de los grandes descubrimientos de la serie). Y, claro, cada capítulo está punteado por todo un conjunto de apariciones estelares que son más interesante a la hora de detectar quién falta que quién sale. (En serio, ¿dónde están Trixie Mattel, Naomi Smalls o Bob The Drag Queen?)
Pero, sobre todo, lo que distingue a «AJ and the Queen» es su maravillosa capacidad para crear personajes carismáticos, interesantes y complejos de los que es imposible no querer más. Sin una segunda temporada confirmada, ahora corresponde al fandom decidir si quieren más… o no. Yo, por mi parte, tengo que admitir que, una vez superado el shock de ver que RuPaul no es una estatua de cera y que puede moverse y cantar y bailar (y que, de hecho, es espectacular contemplar cómo reclama su posición como Diosa del Olimpo Drag de forma magistral), sí que quiero más. Mucho más.
Porque el season finale no solo deja las puertas hacia esa posibilidad abiertas de par en par, sino que también subraya que la espina dorsal del discurso de RuPaul, aquello de «como personas gays, podemos escoger a nuestra familia«, es muy bonita e ideal e inspiracional… Pero ¿qué ocurre cuando esa familia que quieres crear entra en conflicto con una familia real? Temporada 2 ya, por favor. [Más información en la página de «AJ and the Queen» en Netflix]