Nuestra segunda crónica del In-Edit 2019 lanza una advertencia al aire: no te fíes de las apariencias, porque en este festival nada es lo que parece.
Hace unos días, en mi primera crónica del In-Edit 2019 (que se está celebrando del 24 de octubre al 3 de noviembre) apuntaba cómo esta edición del Festival de Cine Documental Musical de Barcelona no podía haber sido más oportuno en el aquí y ahora de la Ciudad Condal. Afirmaba que el hecho de que el optimismo pareciera ser una de las líneas programáticas del evento era una oportunidad perfecta para recuperar cierta alegría en nuestra vida que los últimos meses y, sobre todo las últimas semanas, nos han parecido arrebatar para poner en su lugar una herida abierta.
Eso es lo que opinaba el pasado martes… Y lo que sigo opinando hoy viernes. Pero, de una forma realmente dulce, el In-Edit 2019 ha revelado en los últimos días otra de sus grandes líneas programáticas que, de hecho, parece chocar frontalmente contra cierta preconcepción que siempre acompaña a este certamen. ¿O acaso no hay quien suele afirmar que, al fin y al cabo, un festival de música está totalmente destinado a repetir temáticas y grandes nombres cada año? Lo admito: yo mismo hay veces que tengo la sensación de que ya he visto con anterioridad alguno de los documentales del In-Edit. Por eso mismo se revela tan elocuente el hecho de que la edición de este año haya hecho muy suya una expresión que nos inculcaron nuestras abuelas: no te fíes de las apariencias.
Porque en lo tocante a cine documental musical, las apariencias pueden engañar y engañan. Ya no solo a un nivel de mera ampliación, como ocurre por ejemplo con «John Lennon & Yoko Ono: Above Us Only Sky«, que bien podría parecer el típico documental sobre la creación de «Imagine» pero que resulta que añade nuevas imágenes, declaraciones e informaciones. Sino, sobre todo, a nivel de demostrar que pueden mostrarse caras desconocidas de viejos clichés. De hecho, no solo que puede hacerse sino que más bien debe hacerse para demostrar que los clichés son un peligro realmente excruciante en la vida 2.0 impulsada por las redes sociales.
Ahí está por ejemplo «The Men’s Room«, un documental dirigido por Petter Sommer que no podría resultar más necesario en los tiempos del #metoo y de la idea de que toda masculinidad es tóxica y que, por lo tanto, debe ser aplacada y castigada. El punto de partida puede parecer que está diseñado para partirte el alma: un coro masculino (que suele cantar letras que precisamente se cachondean del propio cliché de hombre heterosexual blanco de mediana edad) es contratado para telonear a Black Sabbath en un macrofestival musical, pero el director del coro sufre un cáncer terminal y los médicos le dan menos tiempo de vida del que falta para el gran concierto. «The Men’s Room» podría ser un lacrimógeno viaje contrarreloj… Pero no. Eso algo mucho más valioso: es un desarmante retrato de una camadería masculina en las antípodas de lo tóxico, por mucho que muestre un espacio de hombres que lidian con sus emociones y sentimientos a su propia manera, que es una manera lejana al exhibicionismo emocional que obligan las redes sociales en pleno año 2019. Ojalá más retratos masculinos como el de Petter Sommer para demostrar que no todo el monte es orégano ni toda la masculinidad es tóxica.
«Berlin Bouncer«, por su parte, prefiere jugar a mostrar otra cara diferente de algo que todos conocemos y tenemos bastante idealizado: el oficio de portero de discoteca en Berlín, epitomizado por la figura de ese Sven Marquardt archiconocido por ser el cancervero de Berghain. Otros dos porteros icónicos se suman a la terna en este documental dirigido por David Dietl: Frank y Smiley. Aun así, por mucho que el espectador espere ver cómo los tres porteros desempeñan su trabajo de forma vertiginosa en una espiral de drogas, sexo y alcohol, resulta que su trabajo es bastante aburrido… Y que su vida es más aburrida todavía. Como ejercicio de desmitificación, «Berlin Bouncer» no podría ser más efectivo. El problema es que la desmitificación no parece constar en la agenda de Dietl, quien más bien está más interesado en «humanizar» a los tres porteros. ¿El problema? Que cuando solo muestras la vida cotidiana y obvias el contraste con su trabajo (¡queremos ver qué se cuece en la puerta de Berghain!), corres el peligro de resultar tan aburrido como los personajes que retratas.
Más acertado vendría a ser el «Who Let The Dogs Out» de Brent Hodge, que convierte en documental el one man show en el que Ben Sisto explica todo sobre esta canción. El trasvase del formato show a documental está realmente conseguido gracias a una rítmica impoluta y una mezcla perfecta de extractos del espectáculo de Sisto con imágenes de archivo, motion graphics y declaraciones diversas. Lo interesante, en este caso, es que, al final, al abordar quién es realmente el autor de esta canción, tanto Sisto como Hodge se embarcan en un apasionante viaje a una de las grandes problemáticas de la cultura del siglo XXI: el plagio y los derechos de autor. No digo más, porque no quiero chafarle a nadie esta experiencia trufada de sorpresas… Pero, en serio, ¿existe forma más sublime de ofrecer una master class sobre copyright camuflada bajo la apariencia de oda a un tema tan pegadizo como insoportable como es «Who Let The Dogs Out«? Lo dicho: no te fíes de las apariencias. Y mucho menos en este In-Edit 2019. [Más información en la web del In-Edit 2019]