«Titanic Rising» de Weyes Blood ya es uno de los mejores discos del año… Y también es una fascinante parábola con el hundimiento del Titanic.
“Andromeda”, single de presentación de “Titanic Rising” (Sub Pop, 2019), cuarto álbum de Weyes Blood, era la prueba fehaciente de que Natalie Mering se disponía a expandir su particular universo saltando al espacio exterior impulsada por sintetizadores cósmicos e inspirada por la delicada ensoñación de Mazzy Star. Al calor de la leyenda mitológica de la divinidad griega que da título a la canción, Weyes Blood rompía cualquier tipo de cadena que la amarraba al suelo para proseguir con sus celestiales cantos al amor muy lejos de nuestro planeta, justamente en la galaxia de idéntico nombre. Daba la sensación de que “Titanic Rising” iba a ser un disco en el que nos la encontraríamos acariciando nuestros oídos desde las estrellas. Pero no: Mering ha permanecido cerca de nosotros observando la evolución emocional y espiritual de nuestro mundo.
EL TITANIC CHOCÓ CONTRA UN ICEBERG… AHORA EL ICEBERG SE ESTÁ DERRITIENDO Y LA CIVILIZACIÓN SE HUNDE. “Front Row Seat To Earth” (Mexican Summer, 2016), la obra que encumbró a Weyes Blood como una de las cantautoras más brillantes de esta década, mostraba a Mering sentada en primera línea de la Tierra para elaborar un mensaje de alcance universal repleto de sentimiento. Tres años después, en “Titanic Rising” la californiana hace un gesto similar, pero orientada hacia el océano.
En concreto, hacia un punto muy determinado: el lugar donde se fue a pique el Titanic. Porque el relato (real, imaginado y filmado) del desastre marítimo más célebre de la historia le sirvió como estímulo para confeccionar un disco que, en cierta manera, se puede considerar conceptual al condensar la visión de la Weyes Blood compositora y de la Natalie Mering persona sobre la actual deriva de la sociedad occidental, que hace equilibrios al borde del abismo.
Weyes Blood abre en “Titanic Rising” el cascarón de la inocencia que cubría “Front Row Seat To Earth” para extender su tratado sobre las interacciones personales y el romanticismo hacia un asunto aún más trascendental como el futuro del planeta Tierra y sus habitantes. Temas que, de hecho, no son excluyentes entre sí, sino que se entrelazan.
Mering lo constata variando el enfoque de su reflexión: si en su anterior trabajo contaba desde su rincón más íntimo sus cuitas y tribulaciones, en “Titanic Rising” traspasa todas las barreras y multiplica la magnitud de su discurso tomando como idea de partida la esencia del argumento de una de las piezas más significativas de su catálogo, “Generation Why”, un etéreo retrato de la artificialidad de la era moderna que se amplía aquí hacia la influencia de la tecnología en mujeres y hombres, las relaciones efímeras o los efectos del cambio climático: no es que el agua nos llegue al cuello, es que nos está engullendo, como bien refleja la portada del LP (absolutamente real, no es ningún montaje digital).
EL APOCALIPSIS VA A LLEGAR. Natalie Mering emite con “Titanic Rising” un aviso ante los peores augurios de acechan en el horizonte y expone su postura acerca del (oscuro) presente que va a desembocar en ese funesto destino. Weyes Blood lleva a cabo este doble proceso sin abandonar la línea estilística marcada en “Front Row Seat To Earth” por influencias como Anne Briggs, Enya o The Carpenters y géneros como el new age, el folk (de la corriente Laurel Canyon) y el soft pop (setentero). Pero en “Titanic Rising” no se conforma con repetir esa exitosa fórmula y realiza sugerentes experimentos con su sonido, espoleada por la labor como coproductor de Jonathan Rado, de Foxygen (al que se unió como colaborador Brian D’Addario, mitad de The Lemon Twigs).
Su mano se nota en momentos puntuales (las fases desatadas y psicodélicas del disco) y en determinados arreglos (el tono espacial de los sintetizadores en algunos tramos, los adornos barrocos). Pero, al final, se impone la excelsa figura de Weyes Blood, que se saca de la manga el tema más exultante de su carrera, “Everyday”, crítica al amor permanentemente cambiante en los tiempos de Tinder con forma de sunshine pop que contrasta, con mucho sentido del humor, con su vídeo (una recreación camp de “Viernes 13” dirigida -como en varias ocasiones anteriores- por ella misma) y con el resto del tracklist.
Especialmente choca con el otro pilar -junto a “Andromeda”– de “Titanic Rising”, “Movies”: arranca, recordando a “The Rip” de Portishead, como una pieza dream-folk elevada por una escala de sintetizador casi infinita. Luego llega un cambio de tercio y la explosión total, con la voz de Mering llevada a límites divinos entre cuerdas desaforadas mientras habla de cómo las películas moldean sin darnos cuenta nuestros pensamientos y afectos. De aquí se deriva el poderoso simbolismo de su clip -de nuevo realizado por Mering-, un primor visual que encaja a la perfección con el desarrollo de la canción a la que pone imágenes.
MÁS CERCA, MI DIOS, DE TI. A pesar de que Weyes Blood señala el camino de nuestra perdición, deja abierta la puerta de la esperanza a través de su conocida sensibilidad, aquí desprovista de la pomposidad que a veces asomaba en “Front Row Seat To Earth” y refinada a través de desbordantes armonías y coros y melancólicas melodías de monumental belleza. Precisamente, la belleza, la única protesta que merece la pena en este asqueroso mundo (Ramón Trecet dixit). Una sentencia que Mering lleva al extremo mediante “Something To Believe” y “Wild Time”, otros dos ejemplos de la sublimación de la capacidad de Weyes Blood para hechizar con los poderes mágicos de sus cuerdas vocales y su poética perspectiva de la realidad.
Esa vena lírica se plasma en el corte final de “Titanic Rising”, “Nearer To Thee”, que hace referencia a “Nearer, My God, To Thee”, tradicional himno cristiano que, según cuenta la leyenda, tocaba la orquesta del Titanic durante el naufragio. Aunque, realmente, esta conclusión instrumental que refuerza el halo místico del álbum es la introducción del tema de apertura, “A Lot’s Gonna Change”, escenificación de la nostalgia por un pasado idealizado (el de la propia Mering) y casi borrado por el empuje de un presente descorazonador pero, en el fondo, regado de cierto optimismo.
Para Weyes Blood, el verdadero Titanic está reflotando mientras que el Titanic metafórico a bordo del que viaja la humanidad, si nada ni nadie lo remedia, se hunde para permanecer eternamente bajo el mar. Sus canciones son la banda sonora perfecta con las que no sólo anticipar esa desgracia, sino también sobrellevarla -si se materializa- del mejor modo posible. Aunque también sirven para intentar ver la luz al final del túnel y creer que el desenlace no está tan cerca como parece. Aún hay salvación. [Más información en la web de Weyes Blood // Escucha «Titanic Rising» en Apple Music y en Spotify]