«Cosas Vivas» es un impactante testimonio desde las cloacas de la industria alimentaria… Pero dentro del libro de Munir Hachemi habitan otros libros.
Muchos son los libros que viven dentro de «Cosas Vivas» porque, al fin y al cabo, el libro de Munir Hachemi es una cosa viva en sí mismo. Un ser vivo con múltiples capas cuya impactante y seductora superficie oculta discursos cada vez más y más complejos. Porque, al fin y al cabo, si todo el mundo ha escuchado hablar ya de «Cosas Vivas» es por su condición de testimonio del horror que habita dentro de la industria alimentaria. La portada de la edición publicada por Periférica no deja dudas al respecto: dos manos humanas forzando una jeringuilla en el interior de una planta.
La primera novela de Hachemi refleja su propia experiencia como jornalero del horror de la industria alimentaria. El libro se abre con Munir y tres amigos viajando en coche hacia el sur de Francia, donde pretenden curtirse como jornaleros en la vendimia veraniega. Son jóvenes, y este va a ser su primer trabajo. Tienen ganas de quitarse de encima la piel de la adolescencia y lucir el pelaje de hombre, de jornalero, de macho. Todos tienen ínfulas más o menos artísticas, y quieren curtirse en la vida, ganar experiencia, sacarse un sueldo mínimo… Empezar a vivir.
Pero, al llegar a su destino, Aire sur l’Adour, resulta que no hay vendimia en la que trabajar. Aunque, por suerte, hay otras opciones… Los cuatro chavales no tardan en descubrir que esas otras opciones consisten en hacer las tareas que nadie quiere hacer dentro de la industria alimentaria, ya sea con animales o con plantas. Primero, la duda. Después, la desazón. Al final, el asco.
Y no voy a explicar más porque, al fin y al cabo, solo hace falta acercarse hasta «Cosas Vivas» para toparse con un retrato realmente desarmante de una industria despiadada tanto con su materia prima como con sus trabajadores. El retrato pintado por Hachemi es vívido y lúcido, con pinceladas claras y elocuentes como la que sigue: «Cuanto más aceleraba esta mañana mejor entendía a Fabrice y a todos los otros: la vida de una trabajador del AST (¿cuántas AST habrá en Francia? ¿Y en el mundo?) se divide entre dormir mal y atrapar animales asustados. Cualquier otra acción -el sexo, la comida, conducir, lo que sea- se convierte en algo accesorio. Así que todo debe durar lo menos posible salvo el trabajo (que durará justo lo necesario para maximizar la ganancia) y el sueño (que sin embargo nunca dura mucho)«.
Ahora bien, también ocurre que el libro se abre con Munir haciendo una seria advertencia. «Este texto sólo es un libro en la medida en que todo es un libro. No más. No hay intención, solo narración. El grado cero del ornamento. Si ustedes hacen un esfuerzo y logran leer así, yo podré llegar a contarles mi historia, la verdadera, lo que ocurrió«. Y que, a partir de aquí, los entresijos (las cloacas) de la industria alimentaria son un encuadre maravilloso debajo del que late otro «Cosas Vivas» que es pura literatura teórica. Munir Hachemi no duda en escribir sobre sus pretensiones literarias en primera persona y desde la distancia.
Es este un testimonio que mira al pasado desde el presente. El autor vivió lo que explica, pero lo explica con mucho tiempo de por medio. Y eso implica que «Cosas Vivas» se convierta en una pura reflexión en torno al oficio de cuentacuentos y a las herramientas (también las trampas) que suele emplear para plasmar sus historias. ¿Cómo plasmar la realidad sin permitir que la literatura se entrometa, sin que la literatura convierta en ficción algo que es pura realidad? Hachemi explora los pliegues y los límites de su propio relato continuamente, y de paso nos regala una cándida y elocuente teoría del relato autobiográfico: «Siempre pensé que contar aquello que realmente ocurrió sería una tarea más sencilla que la de escribir ficción (al fin y al cabo la realidad es más minuciosa que la más prolija de las intervenciones), pero me encuentro con que no es así. La realidad no tiene la obligación de ser interesante -tampoco la memoria-; la literatura sí«.
Y no solo eso: además de un valiente destapado de todo aquello que la industria alimentaria no quiere que veas y de un ensayo sobre las posibilidades (y las imposibilidades) del relato autobiográfico, «Cosas Vivas» también es un desarmante coming of age protagonizado por un chaval que se ve obligado a crecer en el entorno más hostil posible. Lo sórdido e inhumano de su trabajo inyecta al tiempo que Hachemi pasa en Aire sur l’Adour de tensión, oscuridad y perturbador surrealismo. La relación de amistad entre los amigos se pone a prueba y se lleva a un límite en el que le resulta imposible sobrevivir. Munir y sus colegas se ven forzados a hacerse adultos a marchas forzadas, y de hacerlo a veces golpeando al mundo y otras veces golpeándose entre ellos.
«Cosas Vivas» podría ser el típico relato de tránsito de adolescencia a madurez, pero el entorno es tan violento que ese tránsito también acaba preñándose de violencia y convirtiéndose en algo contra natura. En una especie de pesadilla en la que los cuatro protagonistas entran siendo Hansel y Gretel pero salen convertidos en la bruja. Porque en eso consiste todo comingo of age, ¿no? En asumir que, como adultos, nuestras acciones son más parecidas a la de la bruja que a la de Hansel y Gretel. [Más información en el Twitter de Munir Hachemi y en la web de la editorial Periférica]