A la hora de abordar temas peliagudos (como las enfermedades congénitas) siempre está presente la posibilidad de lo masivo, de apelar a los instintos más bajos y menos dignos de la amplia masa dispuesta a enterncerse con historias de un sufrimiento que, de alguna forma u otra, a todos nos queda cerca. Por poner un ejemplo, ahí está esa «La Decisión de Anne» de la que cualquier espectador con dos dedos de frente debería haber huído cuando se estrenó: un ejemplo más de cómo los grandes temas corren el peligro de caer en el saco de lo vergonzoso al acariciar lo «fácil» (y aquí estoy tentado de utilizar el término «hollywoodiense», pero mejor me comporto… por ahora). Lo que nos ocupa, por suerte, no es una película (aunque si habláramos de este medio, más bien tendríamos que haber mencionado «Yo, También«… pero la comparativa sigue escamándome), sino una novela gráfica.
Para ser más concretos: la primera parte de un proyecto en cuatro episodios en el que cada uno se corresponderá con una estación del año. La protagonista de «Mi Año – 1. Primavera» (Ponent Mon, 2010) es Capucine, una niña retrasada que ignora su condición. De hecho, y con una sutilidad y elegancia sublimes, Jiro Taniguchi (a los lápices) y Jean-David Morvan (al guión) esquivan narrativamente el tema hasta mediados del álbum: su táctica pasa por sembrar dudas diminutas en el lector a través de pistas invisibles. Las mismas pistas invisibles con las que va topándose Capucine y que le harán plantearse, llegado cierto momento, «¿qué es un niño retrasado?«. Poco a poco, la protagonista va observando cómo su retraso se despliega por encima de su familia como el hongo tóxico de una bomba nuclear, creando sombras inquietantes y dolorosas. Este primer tomo de la serie aborda un proceso de aceptación en el que Capucine no sólo descubre y abraza su trisomía 21, sino que incluso opta por un hercúleo sacrificio en el que inmola a su amigo imaginario «Dudurudú» (tan Miyazaki)… Un sacrificio mucho mayor que el que se intuye en unos padres más perdidos incluso que su propia hija. Y, así, esta «primavera» que debería ser el bello florecer de una infancia se trastoca en el umbral de un sufrimiento que (mucho me temo) va a extenderse al resto de estaciones.
Al delicado trazo de Taniguchi se le suma, en este «Mi Año – 1. Primavera«, un plus de preciosismo en forma de colores pasteles aplicados con la delicadeza de la acuarela. Es esta, probablemente, la mejor forma de abordar una trama primaveral que, pese a todo, se intuye tiernamente oscura. O, al menos, con la cantidad justa de oscuridad dosificada sabiamente por Morvan, que dribla continuamente la vergüenza ajena y los sentimentalismos baratos mencionados al principio de esta reseña. Sea como sea, esta novela gráfica se lee con una velocidad devoradora y con una naturalidad pasmosa. Eso sí, cuando acabas, te das cuenta de que tienes el corazón en el puño. Y que hasta la llegada del «verano» no vas a poder soltarlo. Nunca había deseado tanto que llegara el estío.
[Raül De Tena]