«Las Doce Balas de Samuel Hawley» lo tiene todo para convertirse en una película que pete las taquillas… Pero, por ahora, ya es el mejor libro de 2018.
En el primer capítulo de «Las Doce Balas de Samuel Hawley«, el Samuel Hawley del título enseña a su hija de doce años cómo disparar una pistola. Hannah Tinti describe la situación a través de los ojos de la hija, Loo. Y, por lo tanto, toda la escena (sí, «escena» como en el cine porque lo cinematográfico es muy importante en esta novela y va a serlo en esta reseña) se tiñe de un durísimo pero magnético contraste entre la dureza de lo aprendido y la fascinación que esto adquiere en los ojos de una niña que lo reconoce como ritual de tránsito hacia una vida adulta que ansía porque ha de ser la vía de escapa de una vida como outsider. De hecho, como doble outsider.
Y es que «Las Doce Balas de Samuel Hawley» se erige sobre varias tradiciones literarias y cinematográficas plenamente reconocible. En el libro de Hannah Tinti, hay mucho de ficción de outsiders que funcionan en los márgenes de la sociedad. Por un lado, está el hecho de que Samuel y Loo viven como forajidos en continua huida, hasta que deciden establecerse en un pueblo en concreto en el que el padre tiene ya cierta historia y que sigue tratándoles como outsiders por mucho que ya no estén en huida constante y por mucho que intenten integrarse en la comunidad. Hay aquí mucho de thriller fílmico de criminales que no pueden huir de la desgracia porque la desgracia corre por su sangre, muy a la manera de Tarantino o Stone. Pero también hay mucho de retrato de la sociedad americana como una comunidad cuyo cemento solo puede ser la violencia, muy en consonancia con los valores literarios eternos de Faulkner.
La tentación es demasiado grande y crece a cada nueva página que pasa: ¿cómo no hablar de «Las Doce Balas de Samuel Hawley» como uno de los mejores thrillers cinematográficos de los últimos años? Es de suponer que los estudios de Hollywood se estarán dando de hostias para adaptar el manuscrito de Tinti porque, al fin y al cabo, es esta una de esas autoras que parecen planificar la acción y pasarla a palabra escrita con el cine en la cabeza. Muy a la manera de Gillian Flynn pero con una pluma que se aleja del mainstream para acercarse a tradiciones literarias de alto copete… Y ahí, en las anchuras literarias del horizonte de la autora, es donde está lo sublime de «Las Doce Balas de Samuel Hawley«.
Para empezar, Tinti estructura su libro como un doble tiempo que avanza en paralelo: por un lado, el tránsito de Loo desde una niñez nómada hacia una vida adulta que se intuye repleta de problemas; por el otro, el tránsito por un accidentado camino cuyo mapa es un cuerpo, el de Samuel Hawley, en el que hay doce paradas marcadas cada una con una herida de bala. Por mucho que «Las Doce Balas de Samuel Hawley» sea un libro apegado al presente de Loo, cada dos capítulos el lector se embarca en un viaje al pasado que sirve para destensar los nudos emocionales de la trama principal. Los capítulos de Samuel pueden leerse como relatos cortos en sí solos, cada uno con su propia narrativa interna, su propio tempo, su propio imaginario. Aunque, a medida que se van acercando al final de la novela, estos capítulos aparentemente inconexos se revelan como diferentes cuentas que se han ido ensartando en un mismo collar.
Y ese es el collar que, como un yugo, ha de vestir Loo: el pasado de su padre que, a la vez, va parejo a un secreto familiar que tiene que ver con la madre de la protagonista. Los secretos de «Las Doce Balas de Samuel Hawley» van revelándose como los balazos que descarga una pistola: de forma súbita y con consecuencias violentas. Las explosiones emocionales y la sangre sentimental que van dejando a su paso Loo y Samuel son más salvajes que las balas que en algún momento alojó el cuerpo del padre… Y las consecuencias en los personajes que les rodean, sublimemente dibujados por Tinti, es puro daño colateral como la sordera transitoria que acompaña a alguien que se ha visto expuesto al sonido cercano de un disparo sin haberse podido tapar las orejas.
Este, el dibujo de unos personajes con los contornos sólidamente dibujados que, a la vez, siempre te dejen con ganas de saber más, de conocer el lado oscuro que no ves, es una de las grandes pericias de Tinti que obligan a dejar de lado las comparaciones cinematográficas y alabar su pluma excepcional. También es considerable su arte a la hora de plantar en la mente del lector todo un conjunto de escenas destinadas a calcificarse en su memoria, como la visita al interior de la ballena, el desastroso crack del hielo ancestral, el campo de tiro sobre perros de las praderas, el mapa astral pintado sobre el cuerpo de Loo, su tormentosa relación con su primer amor Marshall o, sobre todo, por encima de todo, el desenlace final, la última bala sobre el cuerpo de Samuel Hawley, en el que pasado y presente por fin se encuentra y el padre ha de explicar a su hija la historia de su madre.
Pero es que, además, la autora tiene una capacidad realmente rara para la imagen pluscuamperfecta, para la palabra justa a la hora de dibujar paisajes y acciones en la cabeza del lector. “La bala penetró más arriba del corazón de Hawley y más abajo del hombro, y él percibió de inmediato la diferencia, que esta bala no transitaba por su cuerpo como visitándolo, sino desgarrándolo y partiéndolo y troceándolo, como para construirse una casa en sus entrañas, como para instalársele dentro y echar raíces en él«, escribe Tinti en cierto momento. Y esto es algo que no podrías haber «visto» en una película y que sabes que solo un (buen) libro es capaz de transmitir.
“Fue como mirarse en un espejo. La misma esperanza intermitente de Loo, la misma desesperada necesidad de ser amada, ahí estaban, en la madre de Marshall. Y también en el director Gunderson, en esa vieja foto de su promoción en que tenía a Lily asida por la cintura. Y también en Agnes, apretando con los pies los estribos de la mesa de parto, oyendo el llanto de su hijo. Y estaba en Hawley, llorando con sus trozos de papel en el cuarto de baño. Sus corazones pasaban todos por la misma locura -el hallazgo, el éxtasis, la pérdida, la desesperación-, como planetas dando vueltas alrededor del Sol. Cada uno con su propia fuerza de gravedad. Acercándose y aferrándose a todo lo que entraba en sus atmósferas. Incluso Loo, escribiendo sus nombres allá lejos, al borde del universo, se sentía mejor sabiendo que otros viajaban por su mismo derrotero elíptico, que a veces se cruzarían con ella, que encontrarían el amor y lo perderían y se recuperarían del amor y volverían a amar; porque si iban todos en círculo, y Loo era Plutón, cada 248 años incluso ella tendría la suerte de estar más cerca del Sol”, escribe Hannah Tinti hacia el final de «Las Doce Balas de Samuel Hawley«. Y esto es algo que no podrías haber «visto» en una película y que, de hecho, no puedes leer en el 99% de la literatura actual. Porque esto, señores, es literatura a su máxima potencia. [Más información en la web de Seix Barral y en la web de Hannah Tinti]