Rita Indiana vuelve a entregar una novela totalmente imprescindible: «Hecho en Saturno»… Pero esta vez quiere matar al padre de la revolución política.
«Hecho en Saturno«, el nuevo trabajo de Rita Indiana publicado en nuestro país de la mano de la editorial Periférica, ya define con una claridad rotunda sus principales tres coordenadas de actuación en sus primerísimos capítulos. El libro se abre in media res, con Argenis Luna aterrizando en Cuba para someterse a un proceso de desintoxicación de heroína que implica alejarse de su zona de confort, su República Dominicana natal, y ponerse en las manos de un cuidador que parece pensar que el mejor método para desengancharle de esta droga es engancharle a otra droga (legal).
La lógica insostenible de este método, sin embargo, no es lo que choca inicialmente a Argenis en su llegada a La Habana. Lo que le choca es que, como ocurre en su país, como ocurre en su propia familia, Cuba es una especie de limbo sociopolítico en el que el desencanto y el malestar del propio pueblo convive con fuertes proclamas ideológicas y políticas que ya no tienen sentido. Que ya no operan. El vecino de Argenis se llama Vantroi en honor a un héroe de la revolución, y el protagonista de Indiana se pregunta: “¿Cuántos niños habían sido nombrados con aquellos nombres del diccionario de su papá y Ernesto? ¿Cuántos conocían la historia detrás de los mismos? ¿Les importaba? ¿Había honrado alguno dicha memoria con una acción bélica, con la persecución práctica de un ideal, con un hacer revolucionario? Aquellos niños, marcados par la pasión ideológica de sus padres, ¿quiénes eran ahora?”.
El (inviable) proceso de desintoxicación, además, pone a Argenis contra las cuerdas de sus propias circunstancias, revelando (y revelándole a él mismo) la absurda y vergonzosa condición de hijo de un héroe de la revolución social que decide lapidar el buen nombre de su padre apartándose de la realidad de la lucha de clase y consagrando su vida a las bellas artes, el polo opuesto, el divagar, la bruma onanista. Y no solo apuesta por la pintura como frustrado y frustrante medio de vida, sino que tampoco tarda demasiado en abandonar sus ínfulas de artistas: “«¿Por que ya no pintas?». «La pintura está quedá», le explicó él, «ahora la gente quiere juguetes japoneses, loops de videos en veinte pantallas, mujeres que se metan alambres de púa por el culo.» La risa retornó y luego, otra vez con cara seria, Susana le dijo «entiendo lo del público, pero ¿y el placer?». Se refería al placer de pintar. Al placer de untar un pincel, de untar la tela con el mismo, de mojar, aplastar, esparcir, rellenar, de oler aquello que va cobrando vida, no sin esfuerzo físico, en el bastidor”.
Susana es el particular coro griego de Argenis en el primer tramo de la novela: primero cuidadora, más tarde amante, siempre elocuente carga de realidad que pone pesos en los pies soñadores (y toxicómanos) del protagonista. Y es que, al final, esa toxicomanía soñadora es la gran tercera coordenada de «Hecho en Saturno«: “Pensaba en la heroína, el paradigma de la gratificación individua. Había sacrificado todo. Familia, trabajo, salud, por eso. Pero pintar, algo que lo había hecho feliz desde niño y con lo que no hacía daño a nadie, lo aterraba. O mejor dicho, lo aterraba hacer algo que no tuviese salida, algo atrasado, le tenía miedo al rechazo, a la burla, a la crítica. Eran los miedos de un niño con zapatos viejos de los que sus compañeros se burlan”.
Estas son las tres coordenadas sobre las que pivota la nueva novela de Rita Indiana después de sus anteriores «Papi» y «La Mucama de Omicunlé«: el fantasma de la revolución política del siglo pasado, la huída de ese fantasma por vías antitéticas y la trampa del hedonismo puro y duro. Son, además, las tres coordenadas sobre las que «Hecho en Saturno» erige una vivísima historia de «matar al padre» que puede ser entendida como parte (es decir: como la compleja emancipación de un hijo díscolo con respecto a un padre héroe de la nación) o como todo (es decir: como el desencanto de una sociedad con una revolución social que se demostró aséptica y su posterior desvío hacia el olvido y el hedonismo).
Arte y heroína son los métodos que Argenis Luna elije para matar a su padre, para cortar la transferencia por herencia generacional y así no tener que luchar contra la frustración de saber que nunca estará a la altura de las hazañas de su progenitor. Lo primero es negarlas, pensar que no fuero para tanto, reconocer que al final se revelaron como una patraña que ha acabado trabajando para el sistema en vez de contra él: «En la pared había otro afiche, en él Castro gesticulaba en un podio sobre la frase «Patria o muerte. ¡Venceremos!». Los tenis de los ochenta han envejecido mejor que estas consignas, pensó Argenis«. Lo segundo es despegarse de la rama familiar e intentar labrarse un nombre en algo que no tenga nada que ver. En algo, de hecho, que tenga cuanto menos que ver mejor. Algo como el arte. Y lo tercero es olvidarse de todo y dejarse caer en las manos de un desconector, de algo que te disocíe del mundo y te permita vivir en un verdadero paraíso artificial.
«Hecho en Saturno» se titula «Hecho en Saturno» con toda la intención del mundo, ya que Rita Indiana usa el mito romano tanto de forma indirecta (con las menciones al omnipresente cuadro de Goya) o directa, con la historia de ese padre que devoraba a sus hijos para que ninguno le arrebatara el trono sin tener en cuenta que uno de esos hijos sería exiliado a una isla (Cuba, en este caso) a la espera del momento ideal para matarle. Lo que ocurre es que el siglo 21 no tiene nada que ver con Antes de Cristo: el drama y la tragedia se han rebajado a la fuerza debido a la erosión del tiempo (Cronos, el nombre griego de Saturno). Y ahora matar al padre puede que ya no sea la única salida: “Igual que aquella lejana tarde en la que guió a su padre hacia el interior de la sastrería, sintió compasión y ganas de cuidarlo. Su padre le debía un traje, unos tenis, porquerías, pero él le debía la vida, una vida que en la sala de espera de Orestes Loudón se le antojaba inmensa y llena de placeres por descubrir. Aquel traje impecable había despertado en él un orgullo desconocido. Aquellas telas cosidas no sólo lo habían hecho lucir distinguido y atractivo, sino que también habían recubierto al mundo con una pátina lustrosa. Sentía el vigoroso empuje de su juventud, reconocía en sus escasos años una riqueza que su padre y Loudón le envidiaban y esa envidia cariñosa lo hacía sentirse poderoso”.
Esta es la parte, pero hay que reconocer que Rita Indiana consigue que el lector vaya de la parte al todo con gusto y pasión. Para empezar, con esa escritura que la autora practica de forma viva y vibrante, con construcciones en las que se siente el olor a calle y a bajos fondos. También es una forma libre, muy libre, que no se amedranta a la hora de usar (e incluso inventar) neologismos y que tampoco se avergüenza de llevar hasta la página en blanco un castellano nada normativo, sino puro reflejo del habla de su tierra. La forma tan natural de la escritura de «Hecho en Saturno» ayuda a que su fondo sea más apasionante… Porque, al fin y al cabo, todos hemos sido hijos y probablemente seremos padres. Todos hemos querido matar al padre y todos intentaremos evitar que nos maten nuestros hijos. Todos hemos querido matar a Saturno sin darnos cuenta de que, más que probablemente, en el futuro nos convirtamos en él. Será por eso que la claudicación final de Argenis Luna resulta tan comprensible. Y es una claudicación mucho más sensata que las drogas. (O que, ya puestos, las Bellas Artes.) [Más información en el Twitter de Rita Indiana y en la web de la editorial Periférica]