In-Edit 2018 está explorando de forma profunda el escapismo que conlleva toda cultura musical gracias a documentales como los de George Michael y Studio 54.
Al principio de «George Michael: Freedom«, justo cuando se está hablando de los años del cantante dentro del dúo Wham! junto a Andrew Ridgeley, varios son los entrevistados que apuntan lo bien que le sentó a la Inglaterra de los años 80 este fenómeno pop adolescente. Hay mucha broma al respecto, haciendo especial hincapié en los mini-shorts que vestían los chavales y en sus coreografías hipersexuadas. Pero, sobre todo, se apunta al hecho de que, durante una de las peores crisis sociales y económicas, había una necesidad imperiosa de algo como Wham! que ayudara a la nación a escapar de sus propias miserias y a soñar con piñas coladas en el Club Tropicana.
Y será precisamente que el mundo se encuentra ahora mismo enquistado en otra gran crisis social y económica, pero me da la impresión de que muchos son los documentales en el In-Edit 2018 que están explorando esta necesidad de paraísos escapistas en nuestra vida y de cómo la música suele proporcionárnoslos de las formas más diversas. En el caso concreto de este documental dirigido a cuatro manos por el mismo George Michael y por David Austin, hay que reconocer que el escapismo siempre formó parte de la carrera de este artista que en su juventud fue una vía de escape para la depresión social y que en su etapa más adulta supo dar escape a todo un conjunto de problemáticas que no todo el mundo se atrevía a enfrentar frontalmente en el mundo de la música.
«George Michael: Freedom» (y más todavía en el «director’s cut» que hemos podido ver en el In-Edit 2018) consigue sublimar su propio discurso al abordar la carrera del artista como una concatenación de búsquedas de la libertad absoluta, ya sea dentro de la industria musical (en su pantagruélica lucha contra el gigante Sony), en el seno de una sociedad homófoba (que él enfrentó con un magnánimo «sí, como pollas, ¿y qué?«) e incluso en la intimidad de su vida privada (marcada a fuego por la muerte de su pareja Anselmo Feleppa debido a complicaciones relacionadas con el sida). Unas búsquedas de libertad inspiradoras que en el documental se articulan gracias a un pletórico plantel de entrevistados que saben transmitir la idea principal de que George Michael fue un ser de luz al que solo podía adorarse. Y al que seguiremos adorando después de su muerte.
El escapismo que plantea «The Strange Sound of Happiness» también aparece en los primeros minutos del documental de Diego Pascal Panarello. Él mismo explica su situación vital en el momento de empezar a rodar, y lo cierto es que resulta ser una situación sobre la que muchos espectadores podrán espejarse: Panarello es un treintañero al que le acaba de dejar su pareja y que ha vuelto a vivir a casa de sus padres porque no tiene trabajo. Y, mientras le busca un sentido a la vida, empieza a obsesionarse con un instrumento musical: el marranzano (en italiano), que no es otra cosa que el arpa de boca que Ennio Morricone usó hasta la saciedad en las bandas sonoras de algunos de los más icónicos spagetti western.
Pronto, Diego Pascal Panarello descubre que los orígenes del instrumento no están en Sicilia, tal y como piensa todo el mundo en la zona, sino en Yakutia: una región siberiana hacia la que parte en un viaje en el que quiere documentar la historia del instrumento. Aunque está claro que lo que acabará documentando es uno de esos viajes físicos que acaban siendo más bien un viaje espiritual del que sales totalmente renovado por dentro y por fuera. Obvio. El documental es una experiencia sensorial que transita continuamente desde la belleza poética de sus imágenes hacia el humor con el que el realizador aborda su propia historia, que no es otra cosa que el delirio (a veces difícilmente creíble, pero siempre altamente elocuente) de un nini que necesita urgentemente encontrar una razón por la que vivir. Y, por el camino, «The Strange Sound of Happiness» nos regala un escapismo para nuestras propias circunstancias, sea estas cuales sean.
En lo concerniente a «Studio 54«, ¿es realmente necesario que exponga cómo y por qué el mítico club neoyorkino fue un epítome del escapismo puro y duro? La cuestión es que, más allá de eso, hay que reconocer que el director Matt Tyrnauer consigue facturar un documental memorable gracias a la participación directa de Ian Schrager, cofundador de Studio 54 junto al ya fallecido Steve Rubell que se revela aquí como un interlocutor cándido, sincero, elocuente y humilde al que no se le caen los anillos a la hora de abordar momentos sensibles de la historia del club, por mucho que el espectador pueda presenciar directamente el mal trago que está pasando a la hora de abordar el fraude fiscal que enchironó a los dos socios durante una temporada.
Las imágenes de archivo (tanto estáticas como audiovisuales) son una fuente alucinante para este documental que, durante hora y media, consigue no solo fascinarte con la historia del club (y sus muy ilustres invitados) que cambió para siempre la orografía del ocio nocturno moderno, sino que sobre todo establece un interesante diálogo con este mundo actual en el que la fiesta se ha convertido en una razón de ser para tantas almas a las que la realidad del día a día les ha defraudado profundamente. Steve Rubell fue una de esas almas, y «Studio 54» se convierte en un estimulante retrato lateral de su figura y de cómo, sea la época que sea, siempre habrá espacio para lugares como este mítico club porque, al fin y al cabo, la realidad del día a día siempre nos defraudará profundamente y tendremos la necesidad imperiosa de escapar de ella. [Más información en la web del In-Edit 2018]