Pregunta: ¿por qué no toda la literatura mainstream se pone a explorar la moral del siglo 21 como lo hace «La Señora Fletcher» de Tom Perrotta?
Teniendo en cuenta que «Julieta» es una de las películas que más he odiado en los últimos años, resulta curioso pensar que tengo que agradecerle una cosa en concreto: que me esté sirviendo en tantas y tantas conversaciones para ilustrar qué es para mi la aborrecible moral del siglo XX. Me explico: no me creo la película de Pedro Almodóvar. Y no me la creo porque me resulta totalmente inverosímil que alguien como la protagonista, que experimentó una época tan liberadora como los 80 y que vive en pleno año 2016, sea capaz de montar el cirio que monta porque, al inicio de su relación de pareja, su marido follaba con otra mujer. A la que luego dejó. Y que nunca queda claro si, de hecho, llegó a simultanear a ambas parejas. Y que han pasado mil años desde entonces. Pero da igual: la Julieta del título monta un drama digno de tragedia griega y empuja a su marido a salir a navegar en una noche de tormenta. El resultado es que el marido muere y ella, tan feliz, puede alargar el dramón hasta el final de su existencia.
Las relaciones monógamas y el concepto «cuernos» están en mi top absoluto de elementos que me parecen un verdadero bajón en cualquier tipo de ficción contemporánea. Porque, al fin y al cabo, lo único que están haciendo es perpetuar una forma de vivir en pareja que pertenece al siglo pasado. Que nadie me malinterprete: soy consciente de que hay mucha gente que vive según esas reglas. Pero, a la vez, quiero pensar que las nuevas generaciones ya están experimentando nuevas estructuras de relación (e incluso de familia). Y es que, venga, no me jodas, ¿quién deja a día de hoy una relación por unos cuernos de nada? ¿¡Quién!?
Es por esto mismo que cada vez me interesa más toda ficción que se identifique con una moral más propia del siglo 21. Y, ojo, que no tiene por qué ser literatura practicada por millennials exhibicionistas o por arties aficionados a forzar los límites de la moral (porque, ya se sabe, los límites del arte son el blanco favorito de toda escena artística, nos encontremos en el siglo que nos encontremos). Ni mucho menos. La moral del siglo 21 puede -y debe- filtrarse en una literatura tan elocuente como la que practica Tom Perrotta en «La Señora Fletcher«, novela publicada recientemente en nuestro país de la mano de Libros del Asteroide.
Después de utilizar la literatura sci-fi para hablar de la capacidad de la humanidad para lidiar con la pérdida provocada por agentes externos que no comprendemos (sí, me estoy refiriendo al 11-S cuya metáfora consta como la génesis de «The Leftovers«), Perrota instrumentaliza su nueva novela para dinamitar los cimientos de otro género convencional, el de la «mujer madura se queda soltera cuando su marido le abandona por otra y tiene que ajustarse al mundo moderno«. Hemos visto y leído millones de ficciones como esta y, admitámosla, la mayor parte de ellas utiliza el decalaje entre la protagonista madura y la actualidad para arrancar chascarrillos inicuos en base a Tinder. Como máximo.
Por eso resulta tan interesante que Perrota coja a su protagonista, Eve Fletcher, y la sitúe en el epicentro de varias situaciones más que sorprendentes. Para empezar, Eve está pasando por una época de afición extrema al porno, lo que podría ser medianamente comprensible si no fuera porque está obsesionado con el porno amateur de MILFs y, más concretamente, en su variante con toques lésbicos. Más todavía: la señora Fletcher quiere reanimar su mente apuntándose de nuevo a la universidad, cursando ni más ni menos que unos estudios de género que le ponen en contacto con conceptos (y personas) trans. Y, para más inri, probablemente imbuida por todo este caldo de cultivo tan gozoso, Eve Fletcher ha empezado a sentir cierta atracción por una joven compañera de trabajo a la vez que recibe las atenciones de un chavalín que fue compañero de colegio de su propio hijo.
Los personajes que orbitan alrededor de «La Señora Fletcher» sirven, además, para enriquecer esta exploración de la moral del siglo 21. Los hay que no han vivido otra cosa que las citas por Tinder, como la compañera de trabajo de la que se encapricha Eve. Los hay que han vivido una dura vida hasta decidir dar el paso final hacia la transición total, como la profesora de la protagonista en la universidad. Y, curiosamente, los hay que se muestran particularmente retrógrados, como el hijo de la señora Fletcher, que ya en el primer capítulo causa el horror de su madre cuando esta, sin querer, le escucha llamar a su novieta «puta» y otras cosas peores mientras esta le hace una mamada. Este personaje, Brendan, es un perfecto ejemplo de cómo las nuevas generaciones pueden ser las más cerradas a la moral del nuevo siglo, influidas precisamente por una cultura popular (el rap, por ejemplo) en la que se perpetúa el machismo del siglo XX.
Aun así, «La Señora Fletcher» acaba siendo un libro sublime no solo porque ofrezca esta visión de la moral que me interesa a mi particularmente. Para empezar, la pluma de Tom Perrota es realmente magistral: su capacidad para la descripción fascina en su perfecto equilibrio entre lo completista (pero nunca preciosista) y el brío ligero que sabe imprimir a su narrativa. Y, sobre todo, el autor consigue estructurar el libro de una forma genuinamente apasionante: el primer capítulo está protagonizado por Eve Fletcher, el segundo por Brendan Fletcher, después se van alternando y, poco a poco, a medida que va creciendo la tensión dramática de las diferentes líneas argumentales, Perrotta va sumando capítulos protagonizados por otros personajes diferentes. El punto de vista siempre usa la tercera persona exceptuando en la voz de Brendan, que incurre en una primera persona en la que se reconoce la moral (culpable) de hombre blanco del propio escritor.
De esta forma, las voces narrativas se van sumando hasta que llegan al clímax de la novela, una escena realmente magnánima en la que todos los personajes vivirán, de alguna forma u otra, una revelación interna. Entonces las voces narrativas desaparecen y todo vuelve a quedarse en madre e hijo. Finalmente, la trama vuelve en exclusiva a Eve Fletcher en un epílogo que, a lo mejor, y solo a lo mejor, puede pecar de ser demasiado convencional. Casi políticamente correcto. Pero, sinceramente, llegados a ese punto de la novela, ¿qué carajo da la concesión final cuando el camino ha sido tan apasionante? ¿Dónde hay que firmar para que toda la literatura mainstream se circunscriba en la moral del siglo 21 como lo hace «La Señora Fletcher» de Tom Perrotta? [Más información en la web de Libros del Asteroide]