Más allá de si «Ha Nacido Una Estrella» es una buena película o no, es necesario preguntar: ¿el mensaje que transmite no es alarmantemente retrógrado?
No escribo este texto con la intención de entrar al trapo en el debate sobre si «Ha Nacido Una Estrella» mola o no mola, sobre si es una buena película o no. Mucho menos sobre si, cayendo ya en lo meramente personal, me ha gustado o no. Ventilaré todo este tinglado afirmando que no me parece una mala película y que, aunque la vi del tirón y sus más de dos horas se me pasaron volando, tampoco es que la disfrutara especialmente por nada en particular.
Un amigo con el que fui al cine señaló que «es cine para niñatas… pero por eso me gusta«, y no podría estar más de acuerdo con él (y no entremos aquí en un debate a lo «mariconez» con lo de «niñatas«, porque ya entendéis lo que quiero decir y deberíais saber que lo estoy diciendo sin ningún tipo de carga peyorativa). Detrás de la cámara, Bradley Cooper acierta elevando las pretensiones justas (aunque, cuando se embarca en ciertas pretensiones, son francamente desastrosas, como ese lugar común de hacer que Lady Gaga mire directamente a cámara en el último plano de la película, algo que debería estar cargado de sentido desde Godard pero que aquí está al servicio de la absoluta nada).
El primer tramo del film, esa primera noche que se alarga a la manera de la trilogía de Richard Linklater iniciada con «Antes del Amanecer» y que ocupa casi un cuarto del metraje, es francamente deliciosa. Y también es mucho más que interesante que, a partir de esa noche, el tiempo se acelere preñado de elipsis como lo hacen nuestras vidas cuando algún elemento catalizador las dispara hacia el vacío a velocidad de crucero. Al final de «Ha Nacido Una Estrella«, como en toda historia de amor, hay gestos que se repiten, ahora llenos de tristeza, pero Cooper desaprovecha la oportunidad de cerrar su film espejando la primera escena de encuentro en una nueva escena igualmente dilatada de desencuentro. Pero no pasa nada. Que sea una oportunidad desaprovechada es casi mejor para los que esperan un gran finale a modo de tragicomedia romántica… Porque eso es lo que van a obtener.
Sea como sea, los mencionados aciertos de «Ha Nacido Una Estrella» caen en el saco roto del cine palomitero cuando los clichés del género romántico (variante chico famoso conoce a chica anónima pero con talento, se enamoran, ella empieza a ascender a la vez que él empieza a descender, etc.) van ganando terreno hasta que es lo único que queda. La mayor parte de los personajes secundarios son unidimensionales y responden a una única función en la trama: el mánager que la moldea ella al gusto del marketing musical y que estará en contra de él, el hermano que cree que el artista idolatra demasiado a su padre sin darse cuenta que él siempre fue su verdadera inspiración…
Y, de hecho, los dos personajes principales, él interpretado por Cooper, ella por Gaga, tampoco es que sean un paradigma de multidimensionalidad: se ciñen de forma estricta al canon que mandan sus personajes (él, roquero apesadumbrado y profundo; ella, popera que se revela como superficial y vendida). Tampoco es que los personajes de «Pretty Woman» o «El Guardaespaldas» (dos ejemplos nada casuales) sean multidimensionales y, de hecho, este género no pide tal cosa para que una película sea efectiva. Solo reclama escenas que apelen al corazón romántico y ñoño que todos tenemos en el pecho, queramos o no… Y, a ese respecto, «Ha Nacido Una Estrella» va sobrada de momentos que (puede que) sus fans rememorarán pasados los años, como el dedo sobre la nariz de Gaga, «La Vie En Rose«, la primera actuación conjunta o el desastre en la entrega de premios.
Dicho esto, ha de constar en acta que el motivo por el que escribo este texto, una vez ventilado «lo bueno y lo malo» del film, es más bien señalar lo altamente erróneo (y ciertamente peligroso) del mensaje que transmite «Ha Nacido Una Estrella«. Al fin y al cabo, el film de Cooper y Gaga vuelve a recurrir a un dualismo que no solo hemos visto mil veces ya, sino que incluso el tiempo ha demostrado que no se ajusta para nada a la realidad: plantear una trama en la que el músico de rock es el alma profunda y atormentada por la búsqueda de «algo que decir» y en la que la cantante de pop es la que se vende a la industria de la música con tal de triunfar es algo que, en pleno año 2017, no debería tener cabida en el cine.
Porque no es cierto. Porque hay músicos de rock cuya música es un verdadera montaña de basura milimétricamente planificada desde la mercadotecnia más rampante y, en contraposición, también hay artistas que han conseguido sublimar el pop hasta llevarlo al terreno del arte complejo, repleto de capas y sentidos. La misma Lady Gaga pretendió eso, acercar el pop y el arte. Por eso mismo resulta tan chocante que la artista haya permitido que Bradley Cooper le meta en esta camisa de fuerza en la que, además, las dos posturas se representan en desigualdad de condiciones: él siempre aparece arrebatadoramente sexy en su papel de cowboy autodestructivo, mientras que ella, en cuanto empieza a venderse a la industria musical, inicia un cambio físico y estético en el que se acentúa lo ridículo de su propia música.
De nuevo: qué bien el rock, qué chorrada el pop. ¿No habíamos superado esta dicotomía encumbrada por un buen puñado de pollaviejas empeñados en las músicas del siglo pasado? Y si esto es alarmante, más alarmante todavía es que esta dicotomía se vea encarnada por la dualidad masculino / femenino: el hombre como la encarnación de la integridad artística rock y la mujer como el epítome de la superficialidad inane popera. Algo que se ve subrayado en la trama por el impactante hecho de que al personaje de Lady Gaga parezca no importarle para nada el hecho de olvidarse de sus pretensiones artísticas en el momento en el que la fórmula que le ha impuesto su mánager empiece a funcionar a nivel comercial.
Repasemos la trama de «Ha Nacido Una Estrella» (incurriendo en los spoilers justos): músico famoso ve en una chica anónima un talento oculto para componer canciones de pop-rock de toda la vida, alimenta ese talento, le convence de que tiene algo que decir y de que su nariz no es fea, ella se lo cree, el mánager se mete por dentro, le tiñe el pelo, la viste de putón multicolor, le añade unas bailarinas semi-desnudas, monta unas coreografías a lo Beyoncé, fuerza una producción de música nu-r&b de pacotilla.. y a ella le da totalmente igual. En la que más que probablemente es la mejor (y más dura) escena de toda la película, la pelea que tienen los amantes mientras ella está en la bañera, él le dice que «apesta». Y es que, Gaga, tía, es verdad, la artista en la que te has convertido en ese punto de «Ha Nacido Una Estrella» apesta profundamente.
Pero ella se lo toma mal, monta un cirio, la trama se precipita hacia un final trágico y, el y mensaje que queda al final es que, pese a todo, la que triunfa es ella. La que perdurará será ella. El macho tenía razón en su proceso de autodestrucción porque su arte no tiene cabida en el siglo 21… Lo que tiene cabida son las pintas de zorrón multicolor, las bailarinas, las coristas, las letras de mierda. Y repito una y otra vez: ¿no habíamos superado ya todos estos discursitos rancios y heteropatriarcales del siglo XX? ¿No molaría más una versión paritaria de «Ha Nacido Una Estrella» en la que Ana Torroja conoce a C. Tangana, le encumbra y triunfan juntos llevando el trap hacia el siglo 22? ¿Una versión en la que Mariah Carey se enamora de 6ix9ine, le lleva a la fama, le roba el mojo y luego le pisotea demostrando que es un pringado y que nunca ha tenido ningún tipo de talento? No sé. A mi todo esto me representaría mucho más que el «Ha Nacido Una Estrella» de Bradley Cooper y Lady Gaga. [Más información en el Facebook de «Ha Nacido Una Estrella»]