Maniac es la mejor serie de producción propia de Netflix hasta ahora, y también una apasionante reflexión sobre cómo usamos la ficción a modo de autoayuda.
Tomemos «American Horror Story» como ejemplo pluscuamperfecto de una tendencia en el mundo de la televisión que resulta, cuando menos, curiosa. Y es que, mientras que el cine hace tiempo que intenta imitar la serialidad catódica para enganchar a fans que pasen por la taquilla de sus interminables sagas (ahí están los Universos Cinematográficos tanto de la Marvel como de la DC), la televisión ha empezado a recorrer el camino inverso para intentar desligarse por completo de su concepto (a priori) intrínseco de serialidad…
«American Horror Story» sentó las bases del éxito de un formato en el que cada nueva temporada plantea una historia cerrada e independiente, conectada con el resto de temporadas a través de un imaginario o una temática común. Un formato que sería reproducido por el mismo Ryan Murphy (en «American Crime Story» y, presumiblemente, también en esa «Feud» que todavía no ha confirmado continuidad por mucho que pareciera que se iba a comer el mundo) y copiado por muchos otros que van desde «Channel Zero» hasta «Fargo» pasando por «True Detective«. Todas ellas aplican un gozoso reboot al inicio de cada temporada que sirve para mantener fresca la atención -y la ilusión- del espectador.
Pero está claro que, una vez triunfa un formato, lo siguiente es explorar sus posibilidades contrayéndolo o expandiéndolo o haciendo ambas cosas a la vez, poniendo a prueba sus límites. A ese respecto, el siguiente gran paso de este formato fue «Westworld«, epítome absoluto de esas series capaces de practicar un reboot al inicio de la temporada sin necesidad de apartarse del argumento establecido por la anterior. «Lost» a su máxima potencia. En la primera temporada creíamos que la serie iba sobre un parque temático, pero en la segunda todo se amplió y resulta que el parque temático era el centro de un círculo argumental mucho más basto; y, si todo va sobre lo previsto, la tercera temporada de «Westworld» supondrá otro nuevo inicio pero ya en el mundo exterior, que de hecho contendrá los círculos argumentales (los parques temáticos) de las anteriores temporadas.
¿Cuál es el siguiente paso entonces en la exploración de este formato? «Maniac» lo tiene claro y, de hecho, desde su tercer episodio lanza al aire una pregunta totalmente honesta y elocuente: ¿puede una serie hacer reboot al inicio de cada capítulo, proponiendo un mundo diferente en cada episodio y, pese a todo, mantener un argumento y un imaginario común y reconocible? Cary Fukunaga opina que sí, se puede. Yes he can. Y, de hecho, el director de la primera temporada de «True Detective» consigue llevar esa pregunta hacia el extremo absoluto y, de paso, convertir a «Maniac» en una de las experiencias televisivas más relevantes, apasionantes y divertidas del año.
El punto de partida del argumento se basa en el encuentro de dos personajes en el transcurso de unos experimentos clínicos (ULM) en los que ambos son sujetos que han de probar un tratamiento médico. Owen (interpretado por un sublime Jonah Hill) es la oveja negra de una familia forrada de dinero que le pide que mienta en un juicio para proteger a su hermano mientras él no puede hacer más que luchar contra su tendencia hacia una esquizofrenia que le hace ver cosas que no existen (y también gente que no existe, como un hermano perdido que le guía hacia el futuro con pistas crípticas que rozan la conspiranoia). Annie (una magnánima Emma Stone), por su parte, está enganchada a una de las tres pastillas del tratamiento ULM que le conduce a una repetición a lo Sísifo del trauma que supuso la pérdida de su hermana, a la que no había tratado especialmente bien en los últimos tiempos.
El tratamiento médico en sí, integrado por tres pastillas diferentes, es precisamente el cemento que pavimenta la estructura de continuo reboot en «Maniac«. La pastilla A (de «Agony«) hace que los sujetos experimenten el momento más traumático de su vida, que es precisamente el que quieren superar al final del tratamiento para así volver a tener una vida normal. La pastilla B (de «Behavioral«) embarca a quien la toma en millones de viajes («uno encima del otro«, tal y como describe Annie) destinados a romper los mecanismos de defensa mental con los que todos nos mentimos para poder seguir viviendo en paz, pero que a la vez nos impiden enfrentarnos a los traumas que nos aquejan. Y, por último, la pastilla C (de «Confrontation«) enfrenta a los sujetos a su trauma para que lo confronten y, sobre todo, lo acepten en su camino hacia la mejoría.
La genialidad de «Maniac» reside, sin embargo, en que tanto la pastilla B como la C actúan tal y como ha actuado la humanidad desde hace siglos: usando la ficción para enfrentar tanto al creador como al lector / espectador contra sus propios traumas y ayudarles así a superarlos. Ambas pastillas embarcan a los protagonistas en una cadena de ficciones que hace que la serie de Fukunaga concatene alegramente un episodio en el que Owen y Annie son una pareja de paletos ochenteros con buenas intenciones con otra en la que son dos prestidigitadores que se cuelan en una fiesta ocultista de los años 20 a la búsqueda de un capítulo perdido de «El Quijote» que hace que, quien lo lea, caiga en un sueño inmediato y se pierda en sus ensoñaciones para siempre jamás (quédate con este juego de espejos entre lo que hace el tratamiento y lo que hace el capítulo -de un libro que ya se ha visto en la realidad en la maleta de Annie-, porque estos ecos que se repiten una y otra vez serán una constante en «Maniac«).
Más tarde asistiremos a un thriller gangstah contemporáneo protagonizado por Owen y a una fantasía heroica medieval en la que Annie se reencontrará con su hermana. Y de ahí saltaremos a un drama extraterrestre en la OTAN en la era de «Mad Men«… Cada una de estas ficciones opera en su propio código estético (que, a su vez, responde antes los códigos estéticos de cada uno de los géneros que homenajea). Pero Fukunaga consigue que estos códigos estéticos tengan sentido y sean coherentes dentro del propio imaginario de «Maniac«, tan en sintonía con las extravaganzas multicolores aficionadas a los efectos analógicos tanto de Spike Jonze como de Michel Gondry. Hay mucho aquí de «Her«, pero más todavía de «Be Kind Rewind«.
A partir del tercer capítulo, la acción (bueno, la acción que no ocurre dentro de las cabezas de Annie y Owen) se centra por completo en unos laboratorios en los que el tratamiento del color (con rosas y lilas abundantes) recuerda a «Her«. Aunque, a su vez, los efectos de Gondry laten en la profusión de maquetas (de bosques y lugares) que abundan en el lugar y, entre otras cosas, en el hecho de que GRTA (la súper-ordenador que controla todo el experimento) sea un aparato plagado de botones que se encienden y apagan en secuencias capaces de formar una cara que habla. Una cara con unas prominentes gafas que emparejan a GRTA con la Dra. Greta Mantleray, madre del director del experimento, el Dr. James K. Mantleray. El parecido entre los nombre de GRTA y Greta no es casual. Las gafas tampoco. El hecho de que James, traumatizado con su madre, vista también unas gafas, pero de montura metálica, tampoco es casual. El hecho de que la Dra. Azumi Fujita, segunda al cargo en el experimento, vista las mismas gafas que su ex-pareja James tampoco es casual. El hecho de que James y Azumi vistan casi exactamente igual tampoco es casual… Y así hasta el infinito y más allá.
«Maniac» funciona como nuestra propia mente: como una intrincada red de pensamientos interconectados que se apilotonan unos encima de otros, conduciéndonos a motivos recurrentes que funcionan como falsas sinapsis de sentido. En la realidad, se acumulan los «ecos»… Y dentro de la cabeza de Owen y Annie, más todavía. Ambos irán encontrando personajes recurrentes una y otra vez, como la Olivia de Owen o el F.U.N. de Annie. También habrán otras recurrencias que les conecten con la realidad que han vivido recientemente, como el salto al vacío de él o el accidente de coche de ella, pero vistos desde el corazón de diferentes géneros de ficción. Juntos, se irán embarcando en un viaje a lomos de un eco contínuo que irán desarmando con un objetivo claro: llegar al emisor original que causó ese eco.
Y, por el camino, «Maniac» nos regala diez episodios que consiguen ser heterogéneos y homogéneos a la vez, que juegan a poner cargas explosivas continuamente para que la trama se venga abajo y empezar a construir exactamente con los mismos materiales, pero edificando algo totalmente diferente… Hasta que los materiales ya no pueden ocultar la verdad que ha estado ahí continuamente. Que para algunos será una de las series más divertidas del año 2018, para otros será la mejor producción propia en toda la historia de Netflix y, para algunos locos como yo, será una de las reflexiones más interesantes en la historia de la televisión al respecto de cómo funciona la mente humana y cómo, de alguna forma u otra, todos usamos la ficción a modo de autoayuda. [Más información en la web de «Maniac» en Netflix]