«Jewish Gangsta» de Karim Madani es el libro que te hará descubrir a los goons, los criminales que aterrorizaron Nueva York a principios de los 90.
Puede que «El Padrino» (antes novela de Mario Puzo que trilogía de películas de Francis Ford Coppola) consiguiera que la mafia de Nueva York tenga para siempre acento italiano. De hecho, también puede que parte del éxito de «Los Soprano» tuviera bastante que ver con el hecho de que los espectadores ya tenían la historia bien aprendida, así que solo había que construir en el presente y hacia el futuro. Pero, sea como sea, lo cierto es que en Nueva York han convivido siempre muchas mafias, y no todas ellas son italianas.
De hecho, algunas de las escenas de delincuencia puramente neoyorquinas han ido medrando cada vez más profundamente en el imaginario colectivo a través de la literatura y, sobre todo, el cine y las series de televisión. Ahora mismo, de hecho, el verdadero fervor a este respecto puede encontrarse en el mundo criminal negro, con representaciones catódicas tan variadas que permiten aproximaciones tan diferentes como el cuento multicolor de «The Get Down» de Baz Luhrmann o la violencia de cómic de «Luke Cage» en Netflix.
El hampa latina está ahí, esperando ser descubierta y haciendo cameos estelares en las ficciones centradas en la mafia italiana y en el crimen organizado negro. Pero ¿qué dirías si te comento que Nueva York también tuvo una crudísima red de judíos que vivieron al límite y fuera de la ley? Al fin y al cabo, aquí en España y en cualquier otro país que no sea Estados Unidos, lo primero que nos viene a la cabeza cuando pensamos en judíos es el cliché que se nos ha vendido desde el cine y la televisión yanki. El chico de nariz grande aprisionado en una comunidad en la que la religión es un corsé durísimo. La chica de grandes gafotas que vive en los márgenes del instituto porque no entiende a qué se dedican el resto de chavales. Woody Allen. Los Coen.
Y eso que, en literatura, proliferan las voces discordantes que ofrecen visiones mucho más profundas del judaísmo, desde el gusto por lo crepuscular de Philip Roth hasta ese Michael Chabon que es capaz de introducir la simiente judaica en cualquier género, desde el pulp hasta la ficción musical. Será que el audiovisual sigue enredado en clichés que ya no operan en lo literario… Y eso viene a demostrar de nuevo «Jewish Gangsta«, el libro publicado en nuestro país por Alpha Decay en el que el escritor y periodista Karim Madani explora la escena de delincuentes judíos que intentó sobrevivir en Nueva York a finales de los 80 y principios de los 90.
Goons. Los delincuentes judíos que vivían de trapicheo en trapicheo en la Gran Manzana por aquel entonces se llaman goons. Y así lo explica Madani en su libro: «Es Bill quien, sin quererlo, creará la identidad del movimiento goon, la versión gore y semiautomática del «negro blanco» de Normal Mailer. Una serie de pequeños delincuentes se ponen a hacer rap por todo Brooklyn y se reconocen en ese movimiento. «El movimiento está formado, sobre todo, por golfos judíos de barrio, pero comprende también a muchos blancos pobres y a negros inclasificables -recuerda Bill-»«.
Y los goons aparecen representados en «Jewish Gangsta» a trevés de un grupo de personajes, perdón, personas reales que son pura metonimia: la parte del delincuente juvenil por el todo de la red de goons que habitaron Nueva York. Cada uno de las personas escogidas -y entrevistadas- por Madani juega un papel determinante y diferencial con respecto al resto. Ethan Horowitz, por ejemplo, sería el epítome goon, el que se mete en más líos y el que llega hasta lo más hondo una vida criminal que lleva pegada a la piel simple y llanamente por ser quien es y haber crecido en el entorno que ha crecido: «Los psicólogos quisieron entender su mapa mental, e intentaron tomar todas las autopistas que les condujeran a un infierno familiar, a la droga, al maltrato, pero Ethan nunca fue maltratado. Es que Brooklyn era tóxico. Hay gente que se intoxica con amianto; él se intoxicaba con los vapores del barrio«.
En paralelo, J.J. sería la representación femenina y la constatación de que podías ser mujer y goon. De hecho, J.J. llega a ser parte vital de una de las bandas más duras del Nueva York de la época… Teniendo en cuenta que, tal y como explica Madani, una banda podía hacer muchas cosas malas, pero también era un hogar que te podía salvar la vida: «Yo fumaba crack y ahogaba mi tristeza en alcohol, y un día conocí a Viper. Me devolvió la confianza en mí misma. Esa banda no fue nunca una banda de feministas ni de lesbianas, aunque algunas lo fueran. Nació de la violencia, de la rabia y de la desesperación de los colegios públicos de Queens. Yo también había sido víctima de acoso escolar en Ozone Park South y sabía lo que esas chicas sentían. Aquello me echó en los brazos odiosos y descarnados del crack. Y la banda me ayudó a reconstruirme«.
Finalmente, Ill Bill (el que creó la identidad del movimiento goon) y Necro vendrán a ampliar el cuadro demostrando que toda escena criminal siempre va ligada a una escena musical. Y que la salvación también puede nacer de este mundo tan miserable… Ambos le sirven a Madani, además, para hablar de la música de la época (¿una pasión que no puede ocultar?) y cómo esta nació de la realidad pura y dura: «Necro no se perdió el álbum de los Beastie Boys «Paul’s Boutique«, y el uso que en él hacen de la mezcla lo convierte en un disco fundamental de 1989. «Pero, ojo, yo no era un fan die-hard de los Beastie Boys porque a mí solo me gusta la música que te provoca ganas de descuartizar a la gente, que seguramente es la música que escuchan los Zetas de los cárteles mexicanos antes de decapitar a sus rivales.» No: lo que escucha los sicarios mientras les arrancan los miembros a sus víctimas es narcocorrido, literalmente «balada de la droga», subgénero de corrido mexicano, una música popular del norte de México: polca de asesinos sádicos y esnifadores de cocaína«.
Sorprendentemente, «Jewish Gangsta» no cae en la seductora posibilidad de convertir las vivencias de todas estas personas en una saga criminal equiparable a «El Padrino«. Ni mucho menos. A Karim Madani se le nota el oficio de periodista en la forma documental en la que moldea el relato: una forma expeditiva, seca y solo descriptiva cuando puede ceñirse a los hechos, a lo que le han explicado los testigos de la época, sin permitirse nunca ni un mínimo de poesía ni floritura en la escritura porque lo que vivieron estas personas poco tiene de poesía y floritura. Muchas veces, «Jewish Gangsta» es más una concatenación de declaraciones que un libro en sí… Y eso, sin embargo, acaba siendo una de sus mejores bazas. Porque, cuando no hay poesía ni floritura en lo que lees, eres tú el que la crea en su cabeza. Y, por consiguiente, un puñado de historias como esta se convierte en puro mito dentro de tu cabeza si eres tú el que las convierte en mito, no si es un autor cualquiera el que se esfuerza en amplificar la dimensión de lo que explica. [Más información en la web de Alpha Decay]