De una cosa puedes estar seguro: es que no vas a encontrar en este año 2018 ningún otro cómic que sea más surrealista y divertido que «Mi Novio Caballo».
Siempre me ha parecido que uno de los motivos por los que «Los Simpsons» triunfaron en un buen principio fue por su capacidad para capturar una especie de «flujo mental de zapping» que tiene ancestros culturales tan claros como Walter Benjamin… Pero que tiene un presente más claro todavía en el interior de la cabeza de la generación millennial. Ya no es que los millennials la cultura como un zapping como práctica de ruptura con lo clásico. Ni mucho menos. Ahora es que su flujo de pensamiento es ese: un déficit de atención eterno con el que saltan de canción en canción en Spotify sin mirar ni el autor y que les conduce hacia el aburrimiento en cuanto una pieza audiovisual supera los 10 minutos de un YouTube meridiano.
Y, ojo, que no estoy espetando todo esto con el tono del típico abuelo cebolleta que censura a las nuevas generaciones precisamente por alejarse del status quo que la élite cultural considera de «calidad» en el aquí y ahora. Un status quo definido por artistas y críticos de edades similares… y lejanas al espectro millennial. Obvio. Al fin y al cabo, ya lo hemos vivido una y mil veces: el montaje videoclipero de los 90 fue considerado por cineastas y críticos como un mal mayor que iba contra el CINE en mayúculas. Y míranos ahora, considerando a Michael Bay como uno de los grandes autores culpables del zeitgeist audiovisual del nuevo siglo.
Lo que muchos artistas y críticos tienden a pasar por alto es que muchas de estas manifestaciones artísticas no son un mero capricho de las nuevas generaciones: son su representación directa. Y, por lo tanto, están destinadas a medrar en el tiempo y a ser revalorizadas en el futuro. Esto me hace volver a «Los Simpsons» y la estructura de sus capítulos como puro «flujo mental de zapping«. La gran mayoría de los capítulos de la serie de Matt Groening empezaban con un suceso que conducía a otro de forma totalmente casual, muchas veces inconexa, y ese otro suceso acababa derivando en el verdadero argumento del capítulo. Ver un episodio de «Los Simpsons» era como hacer zapping dentro de la misma serie a través de todo un conjunto de tramas laterales hasta que aterrizabas en el argumento central.
Este tipo de estructura difusa y caótica ha llegado en los últimos tiempos a cenit tan maravilloso como los capítulos del zapping interdimensional de «Rick & Morty«, que son en sí un espejo del cerebro millennial de la misma forma que lo es «Mi Novio Caballo«. Aunque lo cierto es que, de entrada, lo más natural fuera comparar este cómic de Xiomara Correa con «BoJack Horseman«, esa serie que no es que desafíe a las leyes de la naturaleza, sino que directamente demuestra no saber ni que existen. ¿Cómo si no explicamos que en esta serie de Netflix convivan animales antropomorfos con humanos y con otros animales no antropomorfos y todos actúen como si fuera lo más normal del mundo? ¿Por qué algunos animales son antropomorfos y otros no? Y, sobre todo, ¿¡por qué carajo nadie dice nada al respecto!?
En «Mi Novio Caballo» sí que se habla de esta extraña convivencia entre la Chavala protagonista (sí, se llama así, Chavala) y su novio Caballo (que sí, que también se llama así). De hecho, en las primeras páginas del cómic, Xiomara Correa aborda el tema y nos deja clara la tendencia ligeramente zoofila (digo «ligeramente» porque ha de ser considerada un poquito menos zoofila por eso de ser una fijación con los animales antropomorfos, ¿no?) de su protagonista al confirmar que su anterior novio fue un Cerdo. Más adelante tendrá un affaire con un Cabrón. Y, por el camino, encontraremos otros animales que hablan y razonan e interactúan con los humanos con la mayor de las naturalidades.
Y por naturalidad entendemos aquí follar y salir de fiesta y beber y drogarse y liarla parda, por ejemplo. ¿Qué otras cosas van a interesar a una Chavala de veinte años? Que, oye, no tengo ni repajolera idea de qué edad tiene la protagonista de «Mi Novio Caballo«, pero en mi cabeza tiene eso, veinte años, básicamente porque habla igual que la gente de veinte años que conozco. Es inevitable que, con casi cuarenta años, me quede totalmente colgado en diálogos de este cómic como, por ejemplo, (y juro que abro el tomo al azar y transcribo directamente), «Yegüi, esta es mi novia«, «No soy celosa«, «Vale, entonces como mucho caería un trío«, «Pero no soy lesbiana«, «Pasa de tríos«, «Ya veo«, «Vale pues Caballo y yo vamos a follar«, «¿Caballo?«, «Yegüi, no te enfades, puedes venir a visitarnos«, «Pensé que habíamos conectado«, «Yegüi, las opciones están encima de la mesa«, «Me voy a pastos más frescos«.
Todos los diálogos de «Mi Novio Caballo» son tal que así, con esa depuración extrema que han forzado los SMS primero y Twitter después, pero también con una especie de latido de pura juventud que alguien como yo, a mi edad, es incapaz de reproducir de forma consciente. Correa atrapa de forma natural el lenguaje de una generación (básicamente, porque es su lenguaje), pero hay que reconocer que el tirabuzón que supone la forma (es decir: el argumento y las ilustraciones) de «Mi Novio Caballo» tiene poco de algo que salga de forma natural y sí mucho de maravilloso retruécano capaz de apretarle las tuercas a la cultura moderna. O cogerle los huevos y retorcérselos, que queda mucho más gráfico.
El trazo de Xiomara Correa pertenece a la esfera de la perversión de lo infantil por la vía de la simplicidad con tendencia hacia lo feísta. Está claro que la Disney no mataría por hacer figuritas de peluche de la Chavala y de Caballo… Pero eso es precisamente el principal motivo por el que la Disney está condenada a desaparecer de la faz de la tierra con sus figuritas de mierda encarnando fantasías idealizadas absurdas que ya no representan a nadie. «Mi Novio Caballo» parte de la realidad pura y dura y, en sus primeras páginas, nos habla de la convivencia de la Chavala y su Caballo en un mundo parecido al actual, en el que la gente se extraña de su relación y en la que las respectivas familias no aceptan este rollo de mezclar especies animales distintas que va contra natura.
Pero lo mejor de «Mi Novio Caballo» llega cuando Correa decide soltar los amarres de la realidad y dedicarse a desmantelarla como sucedería en un viaje de LSD o en una tarde de porros de esas en los que las paredes de la existencia se desmoronan y ya no tienes dónde agarrarte. A partir de que la Chavala decide irse a Jurasi Parc a hacer fotos, la trama del cómic va saltando de una burrada a otra en un zapping de surrealismo infinito e infinitamente divertido. Es aquí cuando «Mi Novio Caballo» se convierte en un encapsulamiento pluscuamperfecto del flujo mental millennial y te obliga a reconocer que, si todas las películas fueran tan maleables en su forma y tan a la deriva en su argumento, pero a la ver repletas de inputs continuos en forma de estímulo visual o broma bien cachonda, entonces las nuevas generaciones estarían atiborrando las salas de cine de todo el planeta.
Y mira que me jode haberme puesto tan sesudo a la hora de hablar de «Mi Novio Caballo«, porque la verdad es que claro que se puede hablar de Walter Benjamin y de la cultura zapping y de todas estas cosas a tenor de este cómic… Pero es que la forma en la que más se disfruta esta obra de Xiomara Correa es precisamente dejándose de gilipolleces y de coartadas culturetas y lanzarte de cabeza a leerlo del tirón como quien se mete una rula en la boca, cierra los ojos y se dispone a bailar y bailar y bailar hasta que haya sudado la química fuera de su cuerpo. [Más información en el blog de «Mi Novio Caballo» y en la web de Reservoir Books]