Hay canciones y discos que se deberían guardar en un cajón bajo llave para escucharlos solamente en el momento adecuado. Si se diese tal circunstancia, al acudir a ellos habría que hacerlo en el entorno y el ambiente ideales, incluso si fuese necesario con decorado preparado a propósito para la ocasión. El asunto podría ponerse más serio si a uno le tocase, además, escribir sobre su contenido, ya que tendría que ser consciente de lo que entraría por sus oídos para que las palabras no se escapasen de las manos y se viese metido de lleno en un auténtico melodrama teatral. Pues bien, toca dejar los condicionales a un lado y asumir el presente: “The Besnard Lakes Are The Roaring Night” (Jagjaguwar / PopStock!, 2010) es uno de esos mencionados ejemplos, obra de los canadienses (como bien indica el título) The Besnard Lakes (de los pocos grupos que se atreven a incluirse en el nombre de sus álbumes para que nadie dude de su personalidad). Si hace tres años eran un caballo oscuro en “The Besnard Lakes Are A Dark Horse” (Jagjaguwar, 2007), ahora son una noche estruendosa. En ambos casos, el fuego y las llamas también son protagonistas de sus descriptivas y nada engañosas portadas.
Así que más intensidad, de entrada, imposible. Sensación refrendada por las canciones del matrimonio Jace Lasek y Olga Goreas (con otros cinco miembros), que mantienen esa mecha encendida hasta que explota gracias a sus voces salidas del más allá (juntas o por separado), a sus guitarras rasgadas con delicada fiereza y a unos largos desarrollos que desarman el alma. Como sucede con sus paisanos Arcade Fire, una vez que te atrapan no te queda más remedio que salir a la calle y gritar que todo el mundo tendría que escucharlos. Por eso siempre se emparentó a ambas bandas de algún modo debido a su envoltorio épico (aparte de que, igualmente, las dos están sustentadas en una pareja casada), aunque The Besnard Lakes nunca permitieron que sus caminos se cruzaran totalmente. Sobre todo, porque se inclinan por un rock progresivo (entendido en el mejor sentido de la expresión) que tanto bebe de clásicos de ese género como de elementos del shoegaze y del post-rock.
La apertura “Like The Ocean, Like The Innocent” (dividida en “Pt.1: The Ocean” y “Pt.2: The Innocent”) despliega un brillante y sentido homenaje a Pink Floyd que me hace recordar la de vueltas que le di al tema con que arrancaba “The Dark Side Of The Moon” (Capitol Records, 1973), “Speak To Me / Breathe”, en cierta época reciente de mi vida. Vale, puede que no sea lo más representativo de la obra maestra de los dinosaurios ingleses, pero dejé claro al principio que la cosa iba de recurrir a canciones y discos determinados cuando la situación lo requiriese. De ahí que la sensibilidad de “Chicago Train” me ponga los pelos como escarpias desde el mismo instante en que Lasek comienza a interpretar la letra como si fuese lo último que hiciese en esta vida, en medio de un océano de cuerdas a punto de romperse y coros celestiales hasta alcanzar el definitivo clímax eléctrico.
Por si eso no fuera suficiente, a continuación llega la ración shoegaze, que ayudar a levantar un poco el ánimo aunque sin perder un ápice de emotividad. En “Albatross”, Olga Goreas parece que se deja llevar de la mano por Bilinda Butcher para zambullirse en las melodías fluctuantes de los mejores My Bloody Valentine. Y en “Glass Printer”, Lasek rememora con la forma en que hace deslizar el sonido de su guitarra aquel himno de melancolía infinita, “Flower To Hide”, de los injustamente olvidados e infravalorados Catherine Wheel… Bien, aqui me obligo a una pequeña parada para ponerme la mano sobre el pecho y comprobar si tengo el corazón en su sitio… Sí, todo en orden y listo para entrar en la segunda parte del álbum.
Está muy bien que The Besnard Lakes se preocupen por presentar su CD como los vinilos de toda la vida, con un repertorio definido para su cara A y B. Por eso vuelve a aparecer un corte doble alargado hasta los siete minutos, “Land Of Living Skies” (partido en “Pt.1: The Land” y “Pt.2: The Living Skies”), que permite tomar un poco de aire junto a la pieza más extraña del conjunto: “And This Is What We Call Progress”. ¿Se referirá el colectivo, con ironía, a su particular manera de entender el nuevo prog-rock? ¿Es un alegato para desmarcarse precisamente de ese estilo? Quizá, pero ya bastante tengo con todo lo reflexionado a través del resto de canciones como para preocuparme de ello. Aunque Jace Lasek y Olga Goreas tampoco me dejarían: primero él despliega “Light Up The Night” y qué hago… Pues simplemente intentar lanzar una bola de cañón que, efectivamente, encienda la noche. O mejor, la incendie, como en la carátula de este LP; y después ella me calma con dulzura y hace que todo se quede en un lamento solitario (“The Lonely Moan”).
Al final salieron a relucir todos los cortes de “The Besnard Lakes Are The Roaring Night”. Normal, porque espero que pasen unos cuantos años hasta volver a sacarlo del cajón. No por el empacho musical, claro que no, sino por otras razones. Si el refrán dice: “Donde hubo fuego, cenizas quedan…”, yo contesto: “¡Al carajo con las cenizas!”.