La novela «Qué Queda De La Noche» retrata un episodio concreto de la vida de Cavafis… Pero, ojo, porque es mucho más que una novela para fans del poeta.
He de reconocer que siempre me ha fascinado la valentía de esos escritores que se arrojan alegremente contra la complicadísima odisea de dar vida a una novela a partir de la vida en general (o algún momento concreto de esa vida) de otro escritor. Suma puntos cuanto más alejado en el tiempo queda ese autor y, por lo tanto, menos información se pueda encontrar al respecto de su biografía. Más todavía: cuanto más viejo es el artista retratado, más diferente es la coyuntura (social, económica, política) en la que se enmarca y, por lo tanto, más difícil resulta entenderle.
Y digo esto a tenor de la reciente fiebre por el «true crime«. Al fin y al cabo, y sin ánimo de desmerecer a este género literario (y audiovisual), tendremos que admitir que este tipo de novelas se erigen fundamentalmente sobre hechos… Y los hechos, hechos son. El autor del «true crime» puede ceñirse a los hechos en mayor o menor medida y, si alguien le chista algún error, siempre puede aducir la licencia artística de encontrarnos ante un libro de ficción y no ante un ensayo de ánimo documentalista. Esta es una excusa, por el contrario, que un escritor que aborda un libro sobre otro escritor (o poeta) no puede permitirse.
Cuando un escritor aborda un libro sobre otro escritor, no solo ha de tener en cuenta los hechos (que hechos son), sino que también ha de ponderar y calibrar el «alma» que ese escritor ha sembrado en sus propia producción literaria. Llamemos «alma» a algo totalmente intangible, a la suma de diferentes factores como el estilo literario, su imaginario estético habitual, sus rúbricas de lenguaje y, claro, también el hecho de elegir unas temáticas recurrentes (o no) por encima de otras que podrían haber sido relevantes en su época.
Toda esta reflexión conduce de cabeza a «Qué Queda De La Noche«, libro recientemente publicado en nuestro país por la editorial Sexto Piso en el que Ersi Sotiropoulos retrata un período muy concreto de la vida de Constantino Cavafis: tan solo tres días vividos -exprimidos- en París en el año 1987. Son tres jornadas en las que el poeta transita constantemente de la furia a la calma movido por sus propios impulsos homosexuales, pero también por su pulsión creativa, por sus envidias sociales y por su situación familiar.
El hermano de Cavafis, John, su eterno competidor creativo, le anuncia que abandonará el nido familiar para ir a vivir con una mujer, dejándole a solas con una madre a la que odia tanto como ama. A su vez, un tal Mardaras les hace de chaperón en la vida social parisina mientras elude su condición de secretario de Moréas, a quien el propio Cavafis envió algunas de sus obras y de quien todavía espera una respuesta que nunca llega (y que, por lo tanto, se intuye negativa). Juntos, los tres, se embarcarán en una escalada social en París a la búsqueda de un Santo Grial concreto: acceder a un lugar secreto en el que se desarrollan las veladas libertinas más selectas de la capital francesa.
Los hechos que Sotiropoulos explica en «Qué Queda De La Noche«, sin embargo, acaban siendo menos relevantes que el retrato del poeta tanto en su vertiente creativa como en su vertiente sensual, que ven indefectiblemente ligadas. La vertiente creativa aparece expresa directamente porque, de hecho, en múltiples momentos de la novela, Cavafis le da vueltas y más vueltas a algunos de los versos más célebres de su corpus poético. También aparece expresa en la eterna sombra de la envidia y del sentimiento de inferioridad, tanto hacia su hermano John como hacia los grandes con los que todo autor tiende a compararse para demostrar que no es nada y nunca será nada.
«Baudelaire, Rimbaud, Hugo, me abrumáis. Vuestra talla me aplasta«, afirma Cavafis en cierto punto de la novela. Antes se ha deslizado pendiente abajo por una reflexión tan destructiva como la que sigue: «La cuestión es quién puede escribir mejor poesía, pensó, ¿él o el otro? ¿Él, con su vida tranquila, inclinado sobre su escritorio, apocado, con la mente encendida por el deseo y las fantasías más salvajes, fantasías que nunca habrá de realizar y lo sabe, o el otro, que se arroja a la vida sin ningún freno, que la provoca, despreocupado, como en un duelo temerario, jugándose a cara o cruz hasta su propia perdición? ¿Quién de los llegará a ser mejor poeta?, se preguntó y en el mismo momento se dio cuenta de que el otro era Rimbaud y que se había colocado a sí mismo, con sus diez poemillas, frente a él; se había atrevido a concebir semejante comparación. ¿Él o el otro?, volvió a decir para sí. Era tan descabellado, tan imposible, que le provocó una sonrisa melancólica«.
En tan solo un párrafo, Ersi Sotiropoulos sintetiza dos de las grandes tensiones que siempre aquejaron y siempre aquejarán a cualquier escritor. Primero, ¿para qué seguir escribiendo si Rimbaud, a mi edad, ya había dejado de escribir y había dejado publicado un corpus capaz de revolucionar la poesía para siempre? Y, segundo y más importante: ¿vivir o escribir? ¿Para qué vivir si tu escritura no va a ningún sitio? ¿Se puede escribir si no se ha vivido de forma intensa y fulgurosa?
Y ese es precisamente uno de los grandes aciertos de «Qué Queda De La Noche«: que captura estas tensiones y lo hace a la manera de Cavafis, optando por un tempo narrativo con tendencia a magnificar el momento y alargarlo durante páginas y páginas para así poder capturar la intensidad de la visión del poeta. Por poner un ejemplo que resulte fácilmente identificable, Sotiropoulos opta por describir durante una cantidad indecente de páginas cómo Cavafis intenta mantener una conversación mientras va moviendo la mano poco a poco por debajo de la mesa hacia el objeto de su deseo, cómo le roza y cómo finalmente ese roce estalla en un placer de tal envergadura que es capaz de aniquilar todo lo que está ocurriendo a su alrededor.
Esa era la forma en al que Cavafis vivió y escribió. Y esta es la forma en la que Ersi Sotiropoulos lo ha retratado de forma más que magistral en un «Qué Queda De La Noche» al que hay que celebrar por su capacidad para articular una trama a partir de los hechos que se conocen de la visita real del autor a París en aquel año 1987. Pero si hay que alabar por algún motivo esta novela, ese es más bien porque captura algo tan intangible como el «alma» de Cavafis y lo hace palabra escrita e infinitamente bella. [Más información en la web de Sexto Piso]