Nuestra crónica del Bilbao BBK Live 2018 no solo habla de todos los conciertos, sino de cómo el festival está creciendo de forma más que sostenible.
Hay muchas formas de crecer y, de hecho, hay formas de crecer que no son buenas. Lo vemos continuamente en muy diferentes áreas de nuestras vidas… Pero permitid que me centre en un caso muy concreto porque, mira, para qué lo voy a negar, últimamente ando particularmente obsesionado con el gimnasio. Y es precisamente en el gimnasio donde ves unos casos de crecimiento negativo que asustan. Pero, oye, es que asustan nivel ir por la calle de noche y cagarte del susto al encontrarte con un ser deforme surgido del infierno pesadillesco de «Silent Hill«. (Insertar aquí cualquier referencia a peli con personajes deformes que den canguelo si es que el lector no entiende la referencia videojueguil.)
Me refiero a esos seres que, de repente, tienen patitas de pollo pero torso de muñeco de He-Man, peinado de señora que se pone una bolsa de plástica en la cabeza cuando llueve y cara de cajera de banco a la que le repugnas en el momento en el que cruzas la puerta del local. Seres que te obligan a preguntar: ¿qué ha pasado ahí para que esto saliera tan mal? Porque es de suponer que, en algún momento, estos seres fueron humanos con aspiraciones y sueños como tú y como yo. Querían ser grandes y fuertes y poderosos… pero la cagaron estrepitosamente a la hora de establecer su rutina de ejercicios. Se saltaban siempre los días centrados en las piernas. Intensificaron demasiado las máquinas de pesas para el pecho y la espalda. Se pasaron con los esteroides. Malinterpretaron la dieta que tenían que seguir. Vendieron su alma a Eva Nasarre sin leer la letra pequeña que les convertiría en súcubos de un averno gimnástico. Yoquesé.
Ahora en serio: las intenciones siempre son buenas cuando quieres crecer, pero hay que tener mucho cuidado con los métodos que empleas. Y esto mismo es lo que pensaba yo mismo el jueves 12 de julio, primera jornada del Bilbao BBK Live 2018, al observar cómo el festival está creciendo en múltiples direcciones… y todas ellas mucho más que estimulantes y positivas. Estamos demasiado acostumbrados a que, en términos festivaleros, el crecimiento se identifique con un incremento de los aforos y con una ampliación de las bandas que constan en el cartel. Ambos casos son innegablemente cuantitativos.
Pero también implican una trampa que suele pasarse por alto comúnmente. Son simples matemáticas: si tienes más grupos también tienes más escenarios, y si tienes más escenarios puedes dar cabida a muchos más asistentes… Pero resulta que, si tu intención es atraer hacia tu festival a esos asistentes con unos cabezas de cartel masivos y descuidas el resto de la programación, lo dejas sin alma ni identidad o simplemente juegas a tenerlo todo sin buscar una coherencia interna, lo que te vas a encontrar es que los asistentes no se van a repartir, sino que se van a acumular en el escenario principal de tu festival.
La consecuencia inmediata es el abaratamiento de la experiencia festivalera (ya sabes: la típica queja de «estaba tan lejos que preferí marcharme de Arcade Fire porque, para verlo así, prefiero no verlo«). Otra posible consecuencia es que, directamente, haya gran parte de los asistentes que se queden sin ver lo que más querían ver en el festival porque, simple y llanamente, llegue un punto que literalmente no quepa más gente en el espacio. Ya no se trata, entonces, de que se abarate la experiencia: es que directamente te la jode del todo.
Y vuelvo al Bilbao BBK Live 2018… Si pensaba esto en la primera jornada del festival era precisamente porque coincidieron varios factores que venían a probar un crecimiento sostenido y sostenible. El primero de esos factores fue alucinar con el concierto de Childish Gambino. Y no solo por el concierto en sí mismo, que fue una master class sobre cómo el dejar al descubierto las entrañas sangrantes de la bipolaridad intrínseca del hip-hop como género musical y como medio de vida. Sobre todo, aluciné con el hecho de que el escenario principal del BBK estuviera a reventar con gente que no estaba ahí solo para corear «This is America«, que es lo que tocaba; sino de peña que estaba ahí para bailar y corear absolutamente todas las canciones del alter ego musical de Donald Glover.
Entonces me permití un pensamiento que ahora identifico como alarmantemente paternalista y ombliguista, pero no por ello resulta ser menos cierto: este petarlo de Childish Gambino es algo que encontraría asimilable en Barcelona o en Madrid… ¿Pero en Bilbao? Paralelamente, solo hacía falta pasearse el jueves por el recinto del Bilbao BBK Live 2018, jornada que había colgado el «sold out» en su puerta (bueno, todas las jornadas lo colgaron), para notar el incremento notable de asistentes extranjeros. Lo que solo se puede explicar observando en retrospectiva la intrahistoria reciente del festival: hace tres años, el BBK dio un volantazo a nivel de línea programática musical que en la edición de 2017 se solidificó más todavía en torno a una identidad que siempre estuvo ahí, pero que ahora es más coherente y sugerente (y también única y atractiva) que nunca.
No solo eso: además de coherente, parece ser que esa identidad es rentable y que le otorga al festival una proyección internacional justificada en el buen trabajo de las últimas ediciones y no en poner sobre la mesa una cantidad desorbitada de pasta para copiar a otros festivales (nacionales o internacionales), su imagen, su cartel, su recinto e incluso su identidad. El Bilbao BBK Live tiene más que clara su imagen, su cartel, su recinto y su identidad. Sobre todo su identidad. Y esto es lo que ha permitido que este año su cartel se abra al hip-hop incluso en uno de sus main acts sin que eso haga resentir las ventas (más bien lo contrario) y sin que eso implique concesiones o sacrificios en otras áreas del festival.
También ha permitido que la programación musical incluya un amplísimo abanico de estilos, edades y palos: desde la vanguardia pop puro siglo 21 de Gorillaz (que formalizaron un concierto que supo mantener la atención a las dos de la madrugada a base de buen hacer, de inputs contínuos -la cantidad de músicos sobre el escenario era hipnótica- y una estética fascinante en la que el espíritu punk de Damon Albarn y Jamie Hewlett ha alcanzado una elegancia y una clase impensables en sus inicios) hasta la concesión retro siglo XX de Noel Gallagher (sin más, pero también sin menos); desde el minimalismo emocional de The xx (en un concierto en el que la lluvia aumentó el calado romántico de un set pluscuamperfecto que repasó todo el repertorio de la banda y que incluso se permitió la extravaganza de un grand finale a mayor gloria de Jamie xx, que hilvanó las canciones más bailables como si de un dj set se tratara) hasta el maximalismo sentimental de Florence + The Machine (que demostró que no solo su música es bigger than life, sino que su persona empieza a alcanzar unas altísimas cotas de carisma en el que se mezclan figuras tan potentes como Elton John y la referencia clarísima a Stevie Nicks); desde la infalibilidad megalómana de The Chemical Brothers (donde no sabías si cerrar los ojos y dejarte llevar por el baile desenfrenado o abrirlos y quedarte clavado en tu sitio por culpa de un espectáculo audiovisual que sigue sin tener parangón en la escena musical actual) hasta la desnudez experimental y sublime de David Byrne (que transformó el escenario en una caja plateada en la que no había una banda al uso y en la que ningún instrumento tocaba el suelo: incluso la batería iba colgada del cuello y se movía en una coreografía grupal en la que las canciones se veían amplificadas por una fluidez escénica minimalista de la que resultaba imposible apartar la mirada)…
El cartel del Bilbao BBK Live 2018 ha admitido este amplio abanico porque, al fin y al cabo, se ha visto recorrido en su totalidad por una espina dorsal inquebrantable: la prerrogativa de la identidad de este festival es aglutinar propuestas que resultan relevantes aquí y ahora, sin realizar concesiones a viejos dinosaurios (que probablemente venderán más entradas, nadie lo niega) y priorizando todo aquello que sea estimulante. Tenemos otros casos similares en nuestro panorama festivalero nacional, y el resultado siempre es el mismo: el festival no es un contenedor sin alma, sino un prescriptor del que, por lo tanto, acabas fiándote tanto que querrás ver a los grupos que no conoces porque sabes que, si están ahí, jamás será como relleno, sino porque su propuesta es relevante.
Así ha ocurrido con algunos de los grandes bombazos de esta edición, como Young Fathers (sobre todo Young Fathers, que casi tiran abajo la carpa con un concierto que fue como una gran bola de fuego), Let’s Eat Grandma (que demostraron que son mucho más que un plantel de productores de relumbrón) o Sophie (que cada vez es más insoportable como persona -¿Hola? ¿No va la tía y dice que no sale al escenario hasta que apaguen un foco que le molestaba?- y más fascinante como artista -pura personificación de la libertad creativa como forma de caos productivo-). También ha ocurrido con sorpresas como Fischerspooner: ¿no he dicho más arriba que si una banda está en el cartel de este festival es porque resulta relevante en pleno año 2018? Pues, contra todo pronóstico, los de Casey Spooner demostraron que puedes ser ultra divertido incluso con una propuesta que se quedó colgada en la mariconería discotequera pseudo-porno gay de 1997. Yo mismo apuntillé durante su concierto que no puedes hacer algo así cuando ya existe Arca en este siglo. Pero sí que se puede. Y no podría ser más maravilloso.
La línea programática del Bilbao BBK Live sigue creciendo, pero puede permitírselo porque lo hace amparado en una identidad férrea. Y así llego al último de los factores de crecimiento que observé en el primer día del festival (también en los siguientes) y que vino a demostrar que, a veces, crecer no siempre es una cuestión cuantitativa ni un «más es más». A veces, crecer implica pensar en pequeño, en un «menos es más» que refuerce esa misma identidad de la que hablo más arriba… Y es que, este año, el recinto del BBK tenía un nuevo espacio que venía a sumarse a las bondades de otras ediciones. Los escenarios principales siguen siendo una delicia incomparable en plena naturaleza, la carpa sirve a la vez para propuestas íntimas y para amplificar locuras como las de Young Fathers y Sophie, el recinto sigue siendo cómodo en su tamaño y usable en sus infraestructuras, la propia imagen del festival sigue siendo un subidón al trascender los posters e invadir todos los espacios (el año pasado alucinamos con el imaginario de Ricardo Cavolo, y en esta edición lo hemos hecho con las escenas pastorales de Jose Manuel Hortelano Pi). Entonces, ¿qué más queda?
El Bilbao BBK Live incorporó hace dos años el que ha acabado por ser uno de sus espacios insignia: el Basoa, ese bosquecito al que se va a bailar las mejores sesiones electrónicas entre árboles, rodeados siempre de una propuesta estética desafiante y epatante. Aquella incorporación no solo demostró que la gente quería baile electrónico en el festival vasco, sino que también dejó claro que la identidad del festival iba a pasar por esto, por la inclusión de experiencias cualitativas (y no cuantitativas) destinadas a hacer más especial la estancia del festivalero en el recinto. Aquella constatación se ha hecho más sólida en esta edición con el nacimiento de Lasai, un espacio marcado por dos limitaciones básicas: el aforo y el hecho de que los djs que pasaran por allá no podrían pinchar a más de 100 bpms.
Una de las grandes realidades de la música de baile de la última década es que, fundamentalmente, cada vez es más lenta («lasai» vendría a significar algo así como «despacito» en vasco)… Y por eso resulta tan elocuente y on point que el Bilbao BBK Live haya decidido dedicar un espacio privilegiado al baile lento: la cabina de Lasai se encuentra en la falda de una colina al lado de Basoa, de forma que los asistentes bailan en ese desnivel mientras a sus pies queda no solo el dj, sino también la propia ciudad de Bilbao. La experiencia es desbordantemente hermosa tanto en lo estético como en lo musical, ya que en esta primera edición hemos podido gozarlo con sets que tanto podían ser de electrónica a cámara lenta (ojito con Olivia, que facturó dos horas pluscuamperfectas que transitaron desde el buzz hasta el baile pasando por Björk y Arca) como de nu-r’n’b (pura maravilla lo de Magic Teapot Records) o de disco-pop (Joe Goddard, infalible). Todo ello mientras, al lado, el Basoa seguía actuando a modo de agujero negro cósmico que te atrapaba sin remisión gracias a sesiones que pasarán a la historia como las de Cora Novoa (si esta mujer nos llevó a donde nos llevó a primera hora de la tarde, con múltiples cabezas perdidas, imagina si llega a estar en el escenario una vez caída la noche), Modeselektor (cada vez menos garrulos) o John Talabot, cuyo cierre del festival fue un broche de oro que será difícil superar en futuras ediciones.
¿No resulta francamente alucinante que uno de los símbolos más incontestables de crecimiento del Bilbao BBK Live sea precisamente su capacidad para conjugar y trenzar lo cuantitativo (el cartel, las audiencias, la presencia internacional) con lo cualitativo (las experiencias diferenciales, la coyuntura del propio festival)? ¿No es signo de crecimiento positivo que un festivalero como yo vaya transitando de experiencias más grandes que la vida (Florence, The Chemical Brothers, Gorillaz, Chilidsh Gambino) con otras minúsculas que engrandecen tu propia vida (Lasai y Basoa, particularmente)? Definitivamente, el Bilbao BBK Live 2018 ha demostrado que el festival tiene muy claro cómo quiere crecer: sin esteroides, sin atajos, sin copiar a nadie y sin necesidad de forzar la maquinaria festivalera a base de talonario.
No, el cuerpo del BBK no tiene nada que ver con los seres deformes de «Silent Hill«, sino más bien con ese cuerpazo buenorro de gimnasio al lado del que te despiertas después de una noche de borrachera en la que no recuerdas nada y que te obliga a preguntar: Diosito mío, ¿qué carajo hemos hecho mi cuerpo de alcantarilla y yo para merecer la suerte de habernos pegado semejante meneo con un ser tan celestial? [Más información en la web del Bilbao BBK Live 2018]