DISCO LAS PALMERAS! El eterno dilema: ¿continuidad o cambio? ¿Los seguidores de un grupo o artista quieren realmente, con todas sus ganas, que este evolucione y se desvíe del camino previsible aunque su estilo no tenga nada que ver con el que les entusiasmó? Que les pregunten a los fans de Arctic Monkeys sobre su reciente “Tranquility Base Hotel & Casino”… Disco Las Palmeras! parecían no querer llegar a ese extremo cuando presentaron “Cálida” (Sonido Muchaho, 2018) mediante “Hoy”, pero sí transmitían la sensación de buscar que se sorprendiesen propios y extraños. Sobre todo los primeros, debido a un giro formal que acercaba a Diego Castro, Julian L. Goicoa y Martiño Salgado al pop eléctrico de la escuela de Los Planetas.
Es decir, que el trío gallego se disponía a reducir la intensidad de su explosivo noise-rock para probar las mieles del pop guitarrero manteniendo su pegada melódica («Bestia») aunque sin llevar los amplificadores al límite. Grabado en Austin (Texas) con Erik Wofford (Explosions In The Sky, The Black Angels) a los mandos, “Cálida” refrenda que se ha abierto una nueva etapa en la trayectoria de Disco Las Palmeras!, que tenían suficiente margen para modular sus postulados sonoros hasta casi romper sus propios moldes. De hecho, la banda no iba de farol cuando otro adelanto del álbum, “Alegría”, se sumergía de lleno en el pop infeccioso, una línea trazada también en “Ensalada de Planta Carnívora”.
Aunque los tramos más abiertamente anti-Disco Las Palmeras! (con respecto a la versión que conocíamos antes) que reflejan con mayor claridad la reformulación del trío son «Pequeño Drama», «La Última Gran Bronca», “Nana de Sangre” y “Miedos”, en los que desaparecen por completo la densidad y la distorsión eléctricas para probar con ritmos más reposados y arreglos imaginativos. Eso sí, esta mutación no se ha materializado de un modo radical a lo largo de “Cálida”, como si Disco Las Palmeras! hubiesen querido dejar un rastro de su pasado y conectarlo con su presente a través de “Acción u Omisión” y “El Orden de las Cosas” y una lírica crítica que tanto captura el actual estado de nuestra realidad y el lado oscuro de la (pos)modernidad como plasma tribulaciones emocionales varias.
Gracias a “Cálida”, y pese a que quizá no fue un propósito perseguido de manera deliberada, Disco Las Palmeras! llaman a la puerta de un público más amplio al demostrar que su discurso no tenía por qué encorsetarse en el ruidismo que los relacionaba recurrentemente con la contundencia de Triángulo de Amor Bizarro y grupos posteriores como El Lado Oscuro de la Broca. Con su acertada decisión, ejemplifican cómo una banda puede abrir nuevas vías de expresión con osadía y mucho sentido sin pervertir su espíritu musical.
BASANTA. Su planteamiento lírico y sónico no es innovador, ya que remite a décadas pretéritas. Casi se podría decir que, dada la tiranía y voracidad de los tiempos modernos, resulta anacrónico. Pero esta circunstancia no impide que llame la atención y, por momentos, impacte el modo en que Basanta llevan a la práctica su ideario. Inspirados en el esoterismo y el ocultismo y enfocados hacia el pop-rock psicodélico de los 60 y 70, que toman como base primordial, los vigueses derribaron cualquier prejuicio desde la publicación de su “Maqueta nº1” en 2016. Su contenido era breve -tres cortes- pero categórico: se apreciaba que Basanta eran una banda especial que avanzaba a contracorriente armada con un potente sonido. Es más, aquellas demos caseras no parecían tal, sino una muestra sólida de lo que Basanta serían capaces de ofrecer más adelante y de lo que tenían al alcance: convertirse en el grupo más destacado de la nueva hornada de la escena alternativa de Galicia.
La lograda aleación entre fondo y forma y el carácter de aquel puñadito de temas hacían que quedase en un segundo plano preguntarse quiénes eran y de dónde salían sus miembros, bautizados como Sol, Azufre, Tierra, Sal y La Santa, ataviados con ropajes ceremoniales y escondidos tras misteriosas máscaras. Unidos estos ingredientes -musicales y extramusicales-, Basanta fueron exponiendo sus virtudes concierto a concierto: energía, poderoso fuzz eléctrico y unas letras magnéticas y sugerentes. La pista de despegue de la banda hacia su esperada ópera prima ya estaba preparada.
Y así llegó “Colorama” (C4 Music, 2018), producido por Paco Loco y registrado en su estudio a la vieja usanza, sin trampa ni cartón. Repleto de simbología espiritual que indica la senda que va de la tierra al infierno y viceversa (“Inferis” es la perfecta puerta de acceso a esa dimensión ultraterrenal), este disco es una especie de ritual aromatizado con incienso (como sus directos, literalmente) en busca del éxtasis místico alcanzado mediante la electricidad rotunda a la par que melodiosa y lisérgica (“Animal”, “Tentación”), que remite tanto a los Beatles más psicotrópicos (“Thelema”) como a grupos coetáneos y afines estilísticamente como Temples (“Emperador”, “Cristal”). A la vez, el brit-pop (“Gris”) y el krautrock se cuelan en parte de un repertorio en el que no aparece “Legión”, la pieza más simbólica de aquella maqueta primigenia (de la que sí rescataron «Cromestesia») que condensaba la esencia de Basanta, lo que evidencia la solidez del conjunto y del nuevo material manejado por el quinteto.
Recurriendo a esquemas clásicos bien entendidos y mejor asimilados, Basanta han conseguido entregar uno de los discos más sobresalientes de la cosecha gallega de 2018.
BAIUCA. La mezcla de tradición y modernidad musical (según la dictada en cada década precedente) no es un hecho inédito en Galicia: en los 70 vio la luz la versión disco de la histórica “Muiñeira de Chantada” a cargo de Son Lalín; en los 80, Os Resentidos culminaron a ritmo de rap su proceso galleguista con “Galicia, Sitio Distinto”; y, más recientemente, el año pasado Mwëslee salpicó sus beats electrónicos con gotas folclóricas en su EP “Vel Satis” (Arkestra, 2017). En cada uno de esos movimientos se adivina un empeño por recontextualizar y llevar a otros terrenos los sonidos ancestrales galaicos. Pero lo que ha logrado Álex Guillán con su proyecto Baiuca es rompedor. Primero, porque se apoya en su dominio de las artes sintéticas para tratar la materia popular con modos vanguardistas. Y, segundo, porque vuelca su conocimiento de las raíces musicales gallegas en un experimento sonoro completo, complejo y arriesgado.
En “Solpor” (Raso, 2018), Álex expande el synthpop que practicó con el apellido artístico Casanova hacia la electrónica que colisiona naturalmente con sonidos y cantos tradicionales para releerlos a través de diferentes ópticas, que van del tecnopop al house. Como sucedía en “Mikel Laboa” (Elkar, 2017), trabajo con el que Delorean rindieron tributo al legado del emblemático cantautor vasco insertándolo en sus estructuras sintetizadas, en “Solpor” confluyen pasado, presente y, sobre todo, futuro con pasmosa facilidad. Eso sí, su resultado final no corrompe el significado de la música que reinterpreta. Al contrario: la revaloriza y redimensiona al aportarle oxígeno contemporáneo.
De hecho, “Solpor” (autoproducido y mezclado por Sergio Pérez –Svper-) es una de las expresiones más resplandecientes del refuerzo de la identidad gallega en el actual panorama independiente de la comunidad, que cruza cualquier estilo y género, desde el slowcore de A Veces Ciclón al hip hop de Malandrómeda, pasando por el pop de Esposa y Oh! Ayatollah o el trap de BoyankA KostovA. Desde los títulos de cada canción hasta su formato en edición limitada de botella de vino con D.O. Ribeiro, este álbum rezuma simbolismo galaico por todos sus poros, que adquiere cuerpo con la simbiosis mecida por brisas atlánticas entre instrumentos (conchas, gaitas, panderetas…) y voces tradicionales (de la Asociación Cultural Xirandela), sintetizadores y ritmos programados.
El punto central de “Solpor” se puede situar en “Muiñeira”, que cierra el círculo revisionista al ofrecer una relectura actualizada de la mencionada “Muiñeira de Chantada”. Así late el corazón de la música tradicional gallega en pleno siglo 21.