Rosalía fue la gran protagonista de la segunda jornada del Sónar 2018… Pero no la única, porque cómo de fuerte lo de Rosa Pistola, Sophie y otras.
PARA ALGUIEN DE 20 AÑOS
“El Sónar son tres días y dos noches porque si fueran tres días y tres noches la gente muere”, me decía un colega el miércoles cuando le pregunté que me contara un poco qué onda en ese festi al que yo iba a ir por primera vez. Hoy, sábado al mediodía, con dos tardes y una noche de Sónar a las espaldas, creo que ya estoy en posición de dar la razón a mi amigo.
Creo que tal nivel de engorile solo lo he visto en el FIB. Antes de que alguien se lleve las manos a la cabeza por atreverme a comparar Sónar y FIB, precisar que solo hubo un momento en todo lo que llevamos de festival que me haya recordado a la cita valenciana… pero lo hubo. Seis de la mañana, SonarLab. Miss Kittin a los platos y, a sus pies, una horda de zombies. Hay quién baila haciendo la serpiente, quién mueve la coleta en círculos y hasta un tipo que creo estaba convencido de estar grabando algo cuando no tenía ni el móvil en la mano. Todo el mundo tiene pinta de estar bajo mínimos de energía, y a mí por un momento me parece un paisaje desolador. Luego Miss Kittin pincha un temazo así como funky y se me olvida. Quizás me parece una escena triste porque no estoy yo muy animada. De hecho, tan poco animada que no puedo ni aguantar a Helena Hauff, que sobre el papel había marcado como imprescindible de esta edición. Pero no me culpéis a mí por no tener más energía. Se la llevó toda Rosa Pistola.
En la jornada del Sónar de Día de ayer, Rosalía fue la indiscutible reina. Un SonarClub abarrotado se rendía por completo a la propuesta de la catalana, a su mística pop y a la maravillosa puesta en escena. Acompañada por siete u ocho bailarinas de contemporáneo, vestidas todas de blanco, una Rosalía vestida de rojo y encaje brilló tanto que nadie le dio importancia a que en “Malamente”, el hit con el que decidió abrir el concierto, se le estropeara el micro. Con andares de diva y el folklore de otros tiempos, fascinó a todos los presentes. Yo me fui a la cuarta o quinta canción para ver a Sophie en el SónarDome, y fue un error. No sé si era por el calor, porque Sophie no fue capaz de presentar una propuesta sólida o porque el público de Barcelona es así de rancio, pero el par de metros que separaban el foso del escenario parecían ayer kilómetros enteros. Dejando de lado algún bailongo agradecido, entre la artista y los espectadores no había ningún tipo de conexión. Ni “Ponyboy” ni “Faceshopper” conseguían hacer que eso arrancara… así que nos fuimos a hacer nada en concreto mientras se acercaba la hora de Rosa Pistola en el SonarXS.
Porque puede que Rosalía fuera la reina de la jornada de ayer, desde todos los puntos de vista y sin contestaciones aceptables. Pero Rosa Pistola fue la reina en mi corazón. Por mí, que se marque un DESPACIO y la tengan horas y horas y horas pinchando. Es más. Que la tengan pinchando hasta que empiece el Sónar del año que viene. Que pinche en mi funeral si quiere. Porque, amigos y amigas, llevaba sin ver a tanta gente bailando y disfrutando tanto desde Dios sabe cuánto. Con pintas de macarra, la mexicana nos estuvo teniendo a todos sudando y perreando a golpe de reguetón antiguo, de Don Omar, Daddy Yankee o Nicky Jam. Cuarenta y cinco minutos que pasaron volando, y que sin duda valieron por una semana de gimnasio. Y esto, alguien dedicando su sesión enteramente al reguetón, es algo que (a nivel de festivales) solo lo verás en el Sónar. Y creo que empiezo a entender por qué a la gente le gusta tanto este festival. Hasta que pisamos el recinto de noche en L’Hospitalet. El maldito Hospitalet. La hora y cuarenta que he tardado esta mañana en llegar a casa no se la deseo ni a mi peor enemigo.
El caso. Que el recinto del Sónar de Noche es un poco bajona, ¿no? Es como un súper hangar gris y laberíntico. Todo así como súper industrial. Que supongo que es lo que le mola a la gente de la electrónica, pero yo echo de menos un poco de césped y aspecto humano. Llegamos a Gorillaz cuando justo están tocando “Melancoly Hill”, y dicen que hay mínimo diez personas sobre el escenario, pero yo soy un tapón y no veo nada y, pese a lo precioso del momento (es una canción maravillosa), no termino de estar metida en el concierto. Creo que es el sitio, tan destartalado. Claro que esto no me impide darlo absolutamente todo con “Feel Good Inc.”, con “Kids With Guns” o “Clint Eastwood”. Ni soltar cada dos minutos: “Damon Albarn es el hombre más guapo del mundo”. Yo crecí con Gorillaz. Era lo que pasaban por la MTV cuando tenía seis-siete años, y yo y mi hermana nos tragábamos horas y horas de videoclips de Gorillaz.
Y, a partir de aquí, todo se vuelve un poco laberíntico. Entre encontrar a la gente, buscar a otra gente, entre el que va a la barra y el que va al baño, el que hace el test de Energy Control, el que se hace dar descargas eléctricas (verídico, iban chavales de Thunder Bitch con un cacharro para darte descargas eléctricas; yo a la segunda me quedé tonta en plan post-popper), llegar a cualquier sitio se convierte en una odisea. O directamente llegas que acaba de terminar, como nos pasó con Young Lean. O ni te enteras de que llevan rato empezados, como me pasó con Modeselektor. Y aquí volvemos al principio, con esa Miss Kittin pinchando tralla pura ante una horda de muertos vivientes hambrientos de baile. Creo que, por el momento, me quedo con el Sónar de Día. [TEXTO: Patri di Filippo]
[/nextpage][nextpage title=»Alguien de 30 años» ]PARA ALGUIEN DE 30 AÑOS
El segundo día del Sónar fue viernes pero se podría haber llamado «el día en que Rosalía se convirtió en la protagonista absoluta del festival, trá, trá«. Llegamos sobre las 18h a la Fira, justo a tiempo para ver a Clip y Cora Novoa. El Dôme parecía un agujero negro donde el tiempo y el espacio se habían diluido y en lugar de ser la hora de la merienda, aquello parecía el Sónar Car a las 3 de la mañana. Imposible no venirse arriba con la propuesta techno llena de «cacharritos» que llevaban los dos artistas españoles.
A las 18:30h tocaba ir a ver a Rosalía. Como ya dije en mi crónica de ayer, soy de Badalona y, aunque no tengo familia en el sur de España, siempre me han dicho que soy muy flamenca. Vamos que me encanta lo gipsy, las palmas y el sentimiento y la pasión que ponen los cantantes de flamenco. En el caso de Rosalía, como ya sabéis, fusiona este género con bases electrónicas producidas por El Guincho. Algo que podría sonar marciano suena maravilloso, con un montón de matices y con algo que destaca por encima de todo, la voz de Rosalía. Cuando fuimos para allá había cola para entrar en el SonarHall, algo que no he visto en todas las ediciones que llevo del festival. La expectación era alta, pero Rosalía, acompañada por El Guincho y un séquito de coristas, bailarinas y palmeros, cumplió y sobrepasó las expectativas. La barcelonesa arrancó su show con «Malamente«, su último single, que ha dejado a la crítica y público español con la boca abierta. Rosalía es mucha Rosalía, y además de ser una fuerza de la naturaleza con esa voz que lo inunda todo, también sabe bailar con poderío y salero. Sin embargo, y a pesar de toda esa energía, ella es una chica humilde (o al menos a mí me lo pareció) ya que agradeció todo el trabajo que hay detrás de su proyecto, tanto de los técnicos, de su productor, coristas, etc.
Después de Rosalía, me hubiese gustado ver a Ólafur Arnalds, pero unos amigos me dijeron que había una cola terrible y que iba a ser imposible entrar. Así que otra vez será. Pasé un momento por el Village mientras pinchaba Diplo, pero tampoco le presté demasiada atención. Unas cervezas después tocaba ir al Sónar de Noche a ver una de las actuaciones más esperadas del festival: el concierto de Gorillaz. Damon Albarn acompañado de De La Soul, y otros músicos y coristas nos volvió a presentar a unos viejos conocidos, la banda «virtual» Gorillaz. Nosotros también estábamos acompañados, pero en nuestro caso de unos cuantos hooligans ingleses muy fans de la banda. Todos nos hicimos amigos para siempre de una noche, que para eso están los festivales.
Después del concierto todo fue muy difuso hasta que llegó Bonobo, y yo no sé si fue por la sobreexcitación de Gorillaz, pero me pareció todo muy lento, aunque igual la que estaba lenta era yo, no lo tengo claro. Y después de eso me tiré sentada en el Sónar Club hablando con amigos mientras sonaba Bicep de fondo. Hubo un momento en el que tuve que ir al baño y no se podía acceder al de mujeres, así que hicimos la cola en el de hombres. Justo delante estaba Diana Aller, de la que soy fan, y hablamos de feminismo y entre otras cosas ella propuso algo para que el Sónar sea más avanzado todavía: que se pueda mear por wi-fi. El año que viene, a ver si vemos alguna propuesta así en el Sónar+D.
Luego bailé un poco en Miss Kittin, pero me quedaba una larga vuelta a casa, así que me retiré pronto para volver con fuerzas a otra maratón festivalera el día siguiente. [TEXTO: Miriam Arcera]
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Ayer viernes 14 de junio, el Sónar volvía a darnos motivos para seguir hablando de él como «festival de música avanzada» al hacer algo que nadie había hecho en la puta historia de los jodidos festivales en el fóquin world: convertir su escenario SonarXS en una especie de club mexicano en el que una masa de público enfervorecida lo dio absolutamente todo a ritmo de reguetón, dancehall y neoperreo finísimo. La maestra de ceremonias no fue otra que Rosa Pistola, de la que un colega al que arrastré hasta esta sesión me dijo algo así como que «joder, la tía consigue que el reguetón sea algo cool«. No sé si estoy del todo de acuerdo. No sé si el reguetón necesita coolizarse para que la gente como yo (y mi colega) lo aceptemos y le pongamos el sello de aprobación hipster y lo fagocitemos como si no hubiera un mañana. Eso sería condescendiente. Prefiero pensar que el reguetón ya es algo tan grande como para que resulte dificultoso hablar de ello, del reguetón, como algo compacto y unívoco. Hablar de reguetón es tan escurridizo como hablar de electrónica: hay muchos reguetones dentro del reguetón, y está claro que, más que coolizar ningún género, lo que hace Rosa Pistola es afinar su selección hacia un espectro de reguetón que no es que mole porque lo pinche ella, es que ella lo pincha porque mola.
Pero lo que decía: que lo de Rosa Pistola, además de una puñetera sesión de cardio que ríete tú del body pump de tu gimnasio, fue la constatación de que en el Sónar son unos visionarios. El año pasado, la creación del escenario SonarXS ya dejó bien claro que está explorando nuevos sonidos, a veces incómodos para los puristas que siguen considerando el festival como un sancta sanctorum de la electrónica depuradísima y no se permiten ver que el Sónar, más que eso, siempre ha sido un festival consagrado a todos aquellos que concebimos la música como una fuente de placer hedonista, aquellos que consumimos la música no de forma pasiva sino activa y estamos siempre a la búsqueda de algo nuevo que encienda la chispa dentro de nosotros. Algo nuevo que puede ser electrónica, claro, pero también puede ser el neo-perreo de Rosa Pistola, la renovación del flamenco de Rosalía (que me perdí por culpa de que soy un desastre y, cuando llegué, la cola para entrar al SonarHall ya era imposible) o algo tan especial y sorprendente como fue el set conjunto de Clip y Cora Novoa.
Volvemos con lo de la música avanzada, la música que va más allá y que no se achanta a la hora de explorar nuevos terrenos. La propuesta de Cora Novoa y Clip sobre el escenario tenía unas coordenadas tan marcadas que cualquiera podría haberla confundido con un berenjenal típico de sibaritas y esnobistas de la electrónica: ambos artistas sobre el escenario con sus sintes modulares y un show totalmente improvisado. De alguna forma u otra, esto ya lo hemos visto. Y, de alguna forma u otra, Clip y Cora Novoa cogieron la expectativa que equipara experimentación synth con aburrimiento supino e introspección infumable, se metieron en sus cavernas interiores, depositaron cargas explosivas aquí y allá y se dedicaron a hacer volar esa expectativa en pedazos con tal de conseguir algo tan sublime como poner sus sintetizadores al servicio de lo que todos queremos en el Sónar: el baile puro y duro. Lo suyo fue un set de techno cálido y con corazón que, además, subyugaba por el hecho de que se palpaba la palabra «directo» sobre el escenario: las miradas entre ambos, algunos nervios y, sobre todo, una complicidad profunda que fue la mejor tela de araña sobre la que construir uno de los conciertos más gloriosos que se deben recordar en este Sónar 2018.
Si seguimos hablando de música avanzada, otra de las grandes funciones del festival continúa siendo descubrirte artistas que, por algún motivo u otro, todavía no habían caído en tu radar. En mi caso, esto ocurrió con Benjamin Damage, al que fui guiado por ciertos colegas de los que me fío infinitamente y de los que seguiré fiándome por siempre jamás después de haberme abierto los ojos ante este hombre que facturó un show sólido como el granito, pero a la vez ligero como un pluma. Y mira que estoy hablando de TECHNO en mayúsculas, con toda la dureza que se le presupone pero sin ninguna de sus asperezas, sino como un streamline de formas suaves y redondeadas, todo colores blancos y metálicos. Después me enteraría de que Benjamin Damage es uno de los cachorros del sello R&S, pero llegar a su sesión con mis expectativas en blanco y encontrarme ESO fue, fundamentalmente, uno de los motivos por los que sigo poniéndome en manos del Sónar para que me demuestren que da igual que ya tenga 40 años: todavía puedo descubrir nuevas propuestas que me hagan vibrar como si tuviera 20.
Por todo lo demás, el Sónar también sigue siendo el festival de los infalibles como Modeselektor (que, sorprendentemente, se marcaron un set menos macarra de lo habitual en ellos, pero igualmente efectivo a la hora de pumpear los músculos de los presentes hasta el infinito y más allá), Miss Kittin y Kim Ann Foxman (que demostraron que una segunda juventud es posibles siempre que te juntes de buenas compañías) o Gorillaz (que apabuyaron con una puesta en escena multimedia en la que al público se le brindaban continuos inputs para que no tuviéramos ni un segundo de descanso entre himno e himno, entre visual alucinante y visual alucinante, todo ello orquestado por un Damon Albarn que va camino de convertirse en el Frank Sinatra de la generación brit-pop. Sí, ese es el nivel de su carisma infinito).
Y, siento decirlo, pero el Sónar también es ese festival en el que vives ciertas decepciones porque, en un entorno de calidad tan exuberante, si llegas con una propuesta sin pulir se te acaban viendo las costuras. Y mucho más que las costuras. Es lo que ocurrió con otro de los conciertos más esperados de la jornada: Sophie. Si su intención es que su música y sus actuaciones den visibilidad a su transición de hombre a mujer y a lo artificial del mundo moderno, todavía le queda mucho camino por recorrer para conseguir que ese discurso tenga un mínimo de profundidad. Lo que se vio en el Sónar 2018 fue, más bien, el show de una artista que todavía no ha definido ni su propia personalidad… Ojo, que eso es el corazón de todo proceso de transición, digo yo. Pero teniendo en el mundo musical a día de hoy a un Arca, por ejemplo, explorando el discurso de género y post-humanidad de una forma realmente sublime, con una cantidad y calidad de pliegues que no te los acabas, lo de Sophie queda como un titubeo con un par de buenas ideas (el airbag gigante, las coreografías con las bailarinas) al que le falta explorar su propia voz y, a partir de ahí, articular una propuesta coherente. No basta con poner su transición delante de nuestras narices para hacerla interesante: necesita algo único, algo elocuente, algo profundo. Y eso falta en una Sophie que parece celebrar lo artificial confundiéndolo con algo que se le parece pero que es muy diferente: lo superficial.
Pero no pasa nada, no nos preocupemos: Sophie puede que acabe encontrando su voz y deslumbrándonos como creíamos que lo haría en sus inicios… Y, si no, mira, da igual: todavía nos queda otra jornada de Sónar para que el festival nos vuelva a guiar por el camino de baldosas amarillas de la música avanzada. Ya sabéis: todos de la manita y cantando hasta somewhere over the rainbow. [TEXTO: Raül De Tena]
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