Celebramos el 20 Aniversario de «Una Semana en el Motor de un Autobús» de Los Planetas preguntando a cinco músicos españoles cómo les influyó el disco.
Uno de los mejores álbumes no sólo del pop, sino también de la música española. El punto de inflexión discográfico que llevó al indie patrio a su primera etapa de madurez. Un trabajo que demostró que los sonidos concebidos e interpretados como alternativos tenían capacidad para triunfar comercial y mediáticamente en nuestro país. Una obra que, como se relata en su intra-historia, a punto estuvo de acabar con sus creadores, Los Planetas. El LP que marcó a una generación, la que vivió su adolescencia, juventud y primeros pasos en el mundo adulto al compás de sus canciones; aunque también dejaría su huella en las posteriores, pese a encontrarse estas cada vez más alejadas temporal y espiritualmente de aquella época. La cima de la orquesta química granadina.
Así se define “Una Semana en el Motor de un Autobús” (RCA / BMG, 1998), tercera entrega en largo de Los Planetas que los catapultó como grupo a seguir con devoción casi religiosa y que el pasado 13 de abril cumplió veinte años. Esta efeméride tan significativa y relevante se conmemorará como se merece a lo largo de 2018 y 2019 a través de conciertos especiales en diferentes formatos (con acompañamiento de quinteto de cuerda y piano o con orquesta sinfónica y coro) para repasar el álbum íntegramente, conferencias y charlas protagonizadas por J y Florent sobre la gestación y el significado del disco y la vuelta de Javier Aramburu al universo planetero.
Resulta complicado pensar en otro disco que iguale las conexiones emocionales que “Una Semana en el Motor de un Autobús” estableció con muchos de sus receptores en sus dos vertientes, tanto en la sonora como en la lírica. La distorsión guitarrera y el muro eléctrico de su interior no impedían distinguir unas melodías perfectas que elevaban frases que se clavaban en el cerebro, en el alma y en el corazón. Y ahí permanecen, dentro de todos aquellos que abrieron la puerta del álbum por primera vez, aguantaron el impacto de sus canciones, asimilaron sus significados y las convirtieron en la banda sonora de parte de sus vidas. O, directamente, de sus vidas enteras.
Sin embargo, como suele suceder con las obras cumbres, alrededor de “Una Semana en el Motor de un Autobús” revolotearon y aún revolotean opiniones dispares. Unas voces dirán que se sobredimensionó en su momento y se magnificó con el paso del tiempo; otras que no lo anteponen por preferencia a otros discos de Los Planetas. Siempre hay razones individuales que rompen la unanimidad en estas cuestiones, pero es innegable su poderosa influencia a la hora de canalizar la frustración afectiva de las personas que han acudido a él en busca de respuestas y de poner música y letra a pensamientos y sentimientos difíciles de expresar verbalmente.
Su onda expansiva incluso provocó que determinadas mentes inquietas decidieran regurgitar su legado en sus propias composiciones una vez lanzados a la aventura artística. De ahí que reuniéramos a varios representantes del panorama alternativo nacional para que nos contasen su relación y vinculación con “Una Semana en el Motor de un Autobús”, dos décadas después de su alumbramiento. Celebremos este cumpleaños total. [Más información en la web de Los Planetas // Escucha «Una Semana en el Motor de un Autobús» en Apple Music y en Spotify]
PACO ARENAS (Martes Niebla, Blacanova). “Una Semana en el Motor de un Autobús” fue un disco que devoré hasta la saciedad en el año de su salida. Recuerdo que, en la primera escucha, me impactaron muchísimo tanto su inicio como su final: “Segundo Premio”, con esa batería y esa guitarra tan distintivas; y “La Copa de Europa”, sin duda una de mis canciones favoritas de Los Planetas, con ese desarrollo largo de nueve minutos con el que tanto me identifico. A nivel de producción, es un disco que siempre me pareció más crudo que otros, muy en consonancia con la propia lírica depresiva del disco, también mi favorita dentro de la discografía de la banda.
En el plano sentimental anecdótico, recuerdo con especial cariño el concierto de presentación que tuve la suerte de presenciar en Sevilla. Todo en torno a ese concierto fue peculiar: fue en el Muelle de la Sal, junto al río Guadalquivir (un lugar no habitual de conciertos) y allí coincidimos un grupo de fans en edad moza, algunos de los cuales nos conoceríamos años más tarde y haríamos música juntos (como es el que caso de Cristian, con el que he estado en Blacanova y en la actualidad en Martes Niebla). Todavía Los Planetas no tenían tantísimos seguidores como ahora, así que no había demasiada gente. Pero los que estuvimos vimos el mejor concierto que jamás se ha visto de Los Planetas.
Cuando haces canciones donde el ruido y el volumen de las guitarras son tan importantes puede haber bastantes elementos fuera de control en un directo, con independencia de tu interpretación. Pero aquella noche se alinearon todos los astros y Los Planetas tocaron con una intensidad increíble, fueron sonorizados increíblemente bien y la acústica del sitio fue increíblemente buena. Todavía ojipláticos al terminar el concierto, nos encontramos por allí a Florent muy despistado y aturdido tras el concierto. Le preguntamos por “Manchas Solares”, que estaba en el setlist y no había sonado finalmente, pero Florent no supo decirnos qué había sido de ella. Un misterio. [Más información en el Facebook de Martes Niebla]
CRISTIAN BOHÓRQUEZ (Martes Niebla, Escuelas Pías, Blacanova). En 1998, pocos acontecimientos eran tan importantes como escuchar una nueva canción de Los Planetas. Cada una de ellas era un himno generacional que hablaba de nuestras propias vidas y nuestras inquietudes post-adolescentes. No había nada nuevo en «Una semana en el Motor de un Autobús» para los que llevábamos años escuchando música, pero aquellas canciones y la característica voz de J eran nuestras. «La Playa» sonaba a todas horas en la radio, podíamos ver el videoclip en televisión casi todos los días y, por un momento, creímos que la música en España iba a ser eso.
Paradójicamente, una de las canciones que más he escuchado es «Línea 1», donde el grupo se había desprendido de todas las distorsiones y las había cambiado por una guitarra acústica y arreglos de cuerdas.
No recuerdo cómo nos enteramos aquella misma tarde de 1998 (o 1999) del concierto que iban a dar Los Planetas en Sevilla. Supongo que sería por el boca a boca, pero fue definitivamente el mejor que he visto de ellos. Si la memoria no me falla, aquella noche hicieron dos bises: el primero con “Toxicosmos” y “La Copa de Europa” (!!!); y, tras dejar las guitarras acoplando frente a los amplificadores durante unos diez minutos, volvieron al escenario para rematar con “Qué Puedo Hacer”. Hoy es imposible encontrar alguna referencia a aquel concierto, queda sólo para la memoria de los que estuvimos allí. [Más información en el Facebook de Escuelas Pías]
IVÁN (Linda Guilala). Ni gracia nos había hecho la salida de May y Raúl del grupo. Recuerdo una sensación general de que la cosa se terminaba. Era extraño pensar en el grupo sin la chica misteriosa que tocaba el bajo de espaldas ni el chaval de rastas a la batería que, además de darle un punto freak al asunto, era motivo de orgullo para la minúscula comunidad indie de la provincia de León. Cuando tienes 16 o 17 años, esas cosas se las toma uno muy a pecho.
No sabría decir el día exacto. Lo que sí que sé es que era por la tarde, fin de semana y que estábamos o bien de camino o bien de vuelta de uno de los anárquicos ensayos de Juniper Moon y, de repente, empezó a sonar en Radio3 “Segundo Premio”. Tengo grabado ese momento a fuego en mi cabeza. Ahora que lo recuerdo, casi puedo oler el tufillo a tabaco de la tapicería del coche acompañando aquella sensación de vértigo al escuchar los primeros compases de batería, rompiendo con el pasado y atrapándote en aquella espiral de dolor. Era como ese tipo de cosas que no quieres ver pero no puedes dejar de hacerlo. Cada frase, cada golpe de batería, te jodían más hasta llegar al “… y si esto te hace daño / si te puedo hacer sufrir / ha servido para algo / por lo menos para mí…”. De repente era como “vaya, no soy el único inválido emocional de España. Es lícito sentir estas cosas y no reprimirlas”. En un adolescente despertando a las relaciones sociales, el efecto era devastadoramente reconfortante.
Creo que, más allá del impacto sónico inicial, más allá de aquella apisonadora de bajos y baterías de Erik y Kieran Stephen (que hacían que lo anterior sonase un poco a juguete), el disco me atrapó, afectó y condicionó seriamente por las letras. Hay algunas que podría recitar de memoria. Hay frases que me acompañan aún hoy en día como “… sé tú mismo, repetimos una y otra vez / pero para ser yo mismo / ¿cómo tengo que ser?” de «Un mundo de Gente Incompleta». Y otras que, durante algunas etapas, fueron la excusa perfecta para no madurar, como “¿qué va a pasar / si no puedo soportarlo? / ¿qué va a pasar si decido dar el paso y sale mal?” de “Montañas de Basura”. O el texto completo de mi preferida, “La Copa de Europa”: “… ahora pienso que no merece la pena / arriesgarme traerá más problemas / así que elijo lo que tengo más cerca…”.
Es difícil explicar cuáles son las causas por las que un disco conecta con una generación de la manera que lo hizo éste. Pero este lo hizo, ¡vaya que sí lo hizo! ¿Cuántas vidas habrá cambiado? ¿Cuántas decisiones habrá condicionado? ¿Cuántos chavales sentimos que alguien nos entendía? Sí, joder… Eso es lo que hace este disco grande de verdad. [Más información en el Facebook de Linda Guilala]
LÚA GRAMER. En 1998, algunos de nosotros dejábamos la universidad para enfrentarnos al mundo laboral, nos creíamos sobradamente preparados con nuestro máster y aquel curso que pasamos en alguna ciudad británica practicando inglés entre conciertos, fiestas y demás experiencias para crecer. Si había alguna estética indie, la llevábamos por montera: camisetas a rayas, corte de pelo beatleliano, vestidos ye-yés y las gafas de sol con las que nuestros padres nos bautizaron. Por supuesto, desde el 92 “Mi Hermana Pequeña” no faltaba en ninguna reunión de amigos y “Qué Puedo Hacer” era banda sonora en la carretera que nos llevaba hacia a algún festival de verano. Estaba claro que esperábamos como agüita de mayo canciones nuevas de la banda granadina. Y llegaron en abril.
Los primeros compases de “Segundo Premio” nos pusieron alegremente tristes. Si un grupo sabía hacernos disfrutar con su melancolía eran Los Planetas, y volvían a no defraudarnos. Las baterías de “Desaparecer” nos hacían redoblar imaginariamente con nuestros brazos cada vez que sonaba. Vale que Eric no había inventado esos cambios de ritmo, pero sí eran nuevos ritmos para la banda que acogimos gustosos. “La Playa”, bajo, melodía y retorcimiento lírico que nos acompañaron muchas noches en la penúltima cerveza y que aún hoy nos acompaña si llegamos a cerrar algún bar. “Cumpleaños Total”, saltos, abrazos, empujones y desgañitarse con su “seguro que es mejor”.
Y así con cada uno de los temas que contiene “Una Semana en el Motor de un Autobús”. Porque, más que en cuestiones de sonido, sus temas nos han acompañado emocionalmente en momentos inolvidables de nuestras vidas. Y eso, las vivencias, los recuerdos, aquello que nos hace feliz o nos duele, es lo que intentamos plasmar en nuestros temas. Algunas veces, cuando nos etiquetan como grupo planetario no nos molesta. Nos sitúa. Lúa Gramer es una banda amante de los sonidos noventeros y, en los 90, en este país, Los Planetas fueron capitanes. [Más información en el Facebook de Lúa Gramer]
PEPE MOLINA (Oso Miel Oso, Molina Molina). Aún mantengo esa revista, con la portada en la que aparecían Los Planetas recién llegados de su aventura americana. Releí su entrevista hasta la saciedad. Escapaba a mi entendimiento cómo una banda de mi ciudad había recalado en Nueva York y mi cabeza daba vueltas pensando en cómo sonaría aquello, aún más después de saber que Eric se había hecho con el control definitivo de la batería en el grupo.
Pasé días, semanas, esperando hasta poder escuchar el disco. En esa época pre-internet en dónde me encontraba, no veía el momento de poder tenerlo en mis manos. No recuerdo cuántas veces llegué a escucharlo mientras diseccionaba sus letras una y otra vez; tengo grabado a fuego cada uno de los acordes y melodías de todas las canciones. Desde el primer momento que presioné ‘play’ no hubo marcha atrás: despertó en mí nuevas sensaciones, una forma diferente de enfocar la música, las canciones…
En ese instante supe que me encontraba ante uno de esos discos a los que volvería cada cierto tiempo durante toda mi vida y no me equivocaba. Me he mantenido firme en mi convicción de ser músico y crear canciones por tres cosas: por Mi Padre, por McCartney y por “Una Semana en el Motor de un Autobús” de Los Planetas. [Más información en el Facebook de Oso Miel Oso]