Si estás harto de la pretenciosidad gastronómica en Barcelona, tu nuevo restaurante favorito va a ser Salitre: un lugar para comer… y divertirse.
Voy a decir algo que seguro que no me convierte en la persona más popular de la ciudad: a la escena gastronómica de Barcelona le sobra pretenciosidad. A múltiples niveles. Es lo que tiene vivir en la urbe oficial del postureo, donde en cada esquina abre un local cuyos dueños piensan antes en las fotos que sus visitantes harán para Instagram que en el alma de su propuesta. Donde incluso las tascas de barrio han sucumbido a los cantos de sirena de las preparaciones pseudo-complejas de tal forma que el Bar Manolo incluye en su carta unas bravas con aire de mayonesa deconstruida.
Donde, al fin y al cabo, los restauradores se han obsesionado en conseguir que cada comida sea un evento… olvidando que lo que queremos la mayor parte de los comensales no es un evento (ni una preparación compleja ni fotos para nuestro Instagram). Lo que queremos es una experiencia. Contra esa comida-evento de cuarenta platos en siete espacios diferentes de inspiración futurista, muchos somos los que, cuando nos preguntan cuál es nuestro restaurante preferido, pasamos de la sofisticación y la pretenciosidad y optamos por ese lugar al que nos encanta ir no solo a comer, sino a pasar cuantas más horas mejor y a pasarlo bien.
Podría enumerar varios de estos restaurantes en la ciudad de Barcelona… Pero no lo voy a hacer, porque todo lo explicado hasta aquí quedará perfectamente ejemplificado cuando os explique por qué me enamoré perdidamente de Salitre desde el minuto cero en el que crucé su puerta de entrada. Para empezar, tengo que reconocer que está situado en uno de mis zonas favoritas de la ciudad: justo a un tiro de piedra de la Rambla del Poblenou. Allá, una vez cruzas el umbral en el que un mural de Nacho Eterno te da la bienvenida, inmediatamente te das cuenta de que el espacio tiene algo especial: está pensado para albergar todo tipo de grupos de comensales, desde los más pequeños hasta los más grandes. Hay tramos de pared vista que combinan con el uso de madera y metal, pero la sensación general es de calidez, de abrazo de bienvenida.
Coronando el local, además, se encuentra El Patio, que tiene nombre propio porque aspira a convertirse en un espacio casi autónomo dentro del propio Salitre: una terracita apacible y tranquila a la que no llega ni el ruido ni el estrés de la calle. El lugar pluscuamperfecto, al fin y al cabo, para empezar a disfrutar de una de las grandes especialidades del lugar: las bebidas. En Salitre profesan una verdadera devoción a la cerveza Alhambra y se jactan de ser los que mejor tiran la caña en la zona. Doy fé de que así es. Si no te apetece cerveza, eso sí, siempre puedes optar por los vinos o, sobre todo, por una carta de cócteles realmente original y divertida con locuras mixológicas el Tigre Sour (una versión del Pisco Sour realizada con leche de tigre) o el Ají Sour (su propio nombre delata su principal cualidad: ¡el picante!).
Y así llegamos al corazón de Salitre: una carta en la que no hay ni un atisbo de pretenciosidad, sino que es más bien una master class sobre cómo coger platos conocidos y sublimarlos por la vía de la excelencia, no por la vía de la complicación innecesaria. Por ejemplo, coge el salpicón de marisco y dale un twist con bloody mary. O sirve un patacón de atún y conviértelo en el finger food definitivo. O incluso emplata unos huevos estrellados con chistorra de locura (gracias, fundamentalmente, a la calidad del producto base) que se conviertan en algo único gracias a un toque de salsa Sriracha… O, mira, déjate de gilipolleces y, simple y llanamente, saca de la cocina unas bravas de puta madre, una rusa alucinante o unas croquetas maravillosas. Siempre he sido de la opinión que es más difícil hacer una buena ensaladilla rusa que una esferificación, así que seguro que ahora ya os queda más claro todavía mi flechazo inmediato con Salitre.
Hay, sin embargo, algo que acaba de redondear ese amor a primera vista… Y es que, al salir por la puerta, me resultó imposible sacudirme de encima la sensación de que voy a pasar muy buenos ratos aquí en el futuro próximo. Rodeado de colegas. En pareja. Comiendo. Bebiendo. Festejando. Divirtiéndome. Todo esto, al fin y al cabo, es lo que me explicaron en mi primera visita los creadores del lugar: que el salitre es lo que oxida las casas cercanas a la playa en Canarias, que es de donde vienen. Es parte intrínseca de su identidad, igual que lo es acabar de comer y quedarse en El Patio charlando con los colegas. Igual que ir a comer pero que te dé la cena entre caña y caña. Igual que acabar hablando con el de la mesa de al lado aunque no lo conozcas.
No lo sé… Mis raíces son andaluzas, pero viendo el espacio para la diversión que estos chavales han montado en Salitre, me parece que el talante andaluz tiene mucho que ver con el canario. [Más información en el Instagram de Salitre]