A la mierda con el balcanismo. Está claro que esta etiqueta fue y (muy probablemente) será la eterna muletilla imprescindible para hablar de Beirut; pero si en su segundo álbum, «The Flying Club Cup» (Ba Da Bing, 2007), ya se nos advirtió de que el subidón de festival gitano se estaba pasando, ahora «The Rip Tide» (Pompeii / PopStock!, 2011) es la confirmación definitiva de que la brújula de Zach Condon está totalmente orientada hacia unas coordenadas muy diferentes a las que le condujeron a los Balcanes y alrededores. De hecho, cabe preguntarse si lo que quisimos ver como bodorrio musical zíngaro no fue, al fin y al cabo, un error de percepción por nuestra parte, ya que el nuevo álbum de Beirut deja a las claras algo que ya habíamos intuído con anterioridad y que, por cierto, no es para nada algo negativo: las venas de Condon están muy lejos de albergar el torrente sanguíneo ruidoso y bullicioso de los fiesteros profesionales de la Europa del Este. Como siempre ha podido apreciarse en unos conciertos más cercanos a la epatante precisión de una marching band que a un desordenado jolgorio improvisado (que es lo que muchos querrían), lo de Beirut es más cercano al viaje largamente ansiado de un americano instruído poderosamente fascinado por las antiguas luces de las fiestas de principios del siglo XX en la Côte d’Azur.
Ya lo advertía la portada del mencionado «The Flying Club Cup«: una postal de apagados tonos sepia en la que una figura femenina arquetípica de los años 20 coronaba un paisaje playero. Ahora, «The Rip Tide» no necesita apoyar su discurso en ninguna imagen (ahí queda su ramplón cover art), sino que pone todos sus argumentos en el interior de las canciones como quien dispone una mano ganadora sobre una mesa de póquer de alto nivel. Para empezar, del tan consabido balcanismo sólo queda la eterna trompeta marca de la casa de Zach Condon. Pero no seamos reduccionistas: la trompeta no fue patentada en los Balcanes ni mucho menos… De hecho, cada vez con más ahínco, este instrumento de viento suena en las nuevas composiciones de Beirut como podría haber sonado en las exclusivas fiestas de inauguración de la primavera en la costa francesa a las que debían asistir los party-harders parisinos cuando ya estaban demasiado cansados de los excesos de los cabarets, el cancan y las hadas verdes. Allá habría diversión y fiesta, claro que sí, pero todo debía vivirse a través de ese filtro de fatiga indolente de aquellos que se han dejado las fuerzas en otro lugar y en otro momento. No necesariamente mejores, claro.
De esta forma, y sin que se altere para nada la capacidad de Condon para dar con el estribillo coreable pluscuamperfecto (ahí quedan «Santa Fe» o «Payne’s Bay«), las canciones de «The Rip Tide» muestran una tendencia mayor hacia la concreción instrumental: lo que en sus trabajos anteriores sonaba a experimentación post-juvenil de un músico ávido de probarlo todo, ahora se percibe más bien como un ejercicio acertadísimo de síntesis. Como una concentración de esfuerzos en menos instrumentos (aunque las canciones siguen sonando exhuberantes y limpias a la vez) que se entrelazan entre ellos siguiendo patrones más complejos que, sin embargo, acaban resultando más asequibles al oído medio (ese oído que seguramente huyera a millas de distancia si escuchara cualquiera de las bizarradas compositivas que, con elementos similares, acaba configurando, por ejemplo, Owen Pallett). Lo de Beirut no se trata de experimenación ni de ambición: «The Rip Tide» se articula como un ejercicio artesanal de un alma esforzada que no intenta conseguir altas cimas, sino simplemente llenarse los bolsillos de canciones cálidas que le ayuden a pasar el invierno crudo que se nos viene encima.
Pero no es necesaria la vocación de excelencia para conseguir algo que, a veces, resulta igual de complicado: la perdurabilidad emocional. Y a eso juega «The Rip Tide» con unas canciones capaces de solidificarse en tu imaginario como el collar de perlas de una estrella de cine francés de principio de siglo ante la que es inevitable caer rendido por su sencillez pre-glamour: «A Candle’s Fire» abre el álbum con una melódica pespunteando un medio tiempo en el que resuenan ecos de la chanson francesa menos encendida; «Goshen» es una balada con médula espinal de piano que va creciendo en intensidad emocional sin necesidad de explotar de forma exhibicionista; «The Peacock» podría ser el himno de fin de fiesta del subidón musical islandés de hace unos años; «Port of Call» y «Santa Fe» son los temas que más se acercan al Beirut que ya conocíamos con líneas pegadizas que encienden corazones y te hacen desear estar borracho en la playa cantándole a la luna… Y, claro, ahí quedan también los dos principales ejercicios del álbum: «East Harlem» como coda a ese mencionado estilo que acaba por extinguirse en un coro final tan preñado de melancolía que duele; y, sobre todo, «The Rip Tide» como apertura del nuevo estilo depuradísimo de Condon (piano, despojadísima percusión de madera, trompeta bañada en Dormidina) en el que sus hipervitaminados estribillos se ahogan en un mar de dulcísima calma emocional.
Sí. Nosotros ya tenemos 30 años y parece que Zach Condon ya tiene el corazón más cerca de la treintena que de aquella insultante juventud que le hizo destacar como el acto más interesante de la efímera Generación MySpace. Es esa época en la que tienes que aceptar que puede que no seas ni vayas a ser un geniecillo diábolico destinado a sublimar las posiblidades de cada instrumento que tocas (para eso ya tenemos a Sufjan Stevens), pero que el mundo también necestia a héroes anónimos capaces de dejar de lado las sinapsis eléctricas del cerebro y calentar las brasas viejas de los corazones cansados. Es a ellos a los que va dedicado «The Rip Tide«. Casi puede verse la firma rubricando el final del último tema… Con amor, Zach Condon.
Beirut – The Rip Tide by Posh Magazine