«Mítico» no es solo el nuevo disco de Betacam… Es también una maravillosa puesta al día de la memoria colectiva de ese electro-pop que nos flipa desde hace más de treinta años.
«Estoy cansado de pedir perdón.»
Estas palabras de Betacam (o Javier Carrasco) que abren “Mítico” (Intromúsica, 2018), la continuación de la compilación “Saca Pecho (2007-2015)” (Federación de Universos Pop, 2015), no parecen ubicadas justo ahí de manera azarosa. “Estoy cansado de pedir perdón”. Fatiga primero. Clemencia después. La primera como voluntad de negar la certeza de la segunda. Fatiga y clemencia, ambas de la mano, ambas indivisibles constituyendo quizás los dos pilares fundamentales sobre los que se erige el zeitgeist del hombre contemporáneo. Porque “Mítico”, a pesar de que en sus modos, modas y modismos se sustente en una revitalización, casi una resurrección, de la música pop de hace treinta años, cincela de forma devastadoramente precisa las virtudes, las carencias y las desventuras que definen esa cosa tan por otra parte indefinible que es vivir a día de hoy.
José Luis Rebollo (Chico y Chica) dijo en su momento a propósito del debut en largo de Hidrogenesse, “Gimnàstica Passiva” (Austrohúngaro, 2002), que “un disco tan triste tendría que salir en cinta”. Algo de esa sensación, aunque sean obras tan a priori diferentes, prevalece en “Mítico”, un álbum que alarga su reverencia nostálgica al pasado más allá incluso de lo estrictamente musical, estableciendo -como ya nos anticipó Carrasco en la entrevista que nos concedió el pasado verano– una estructura casi anacrónica en la disposición de sus canciones en el álbum, buscando el énfasis en las emociones a la hora de construir y separar las dos caras del disco, algo que podría considerarse anómalo en la era del streaming.
En dicha entrevista, Javier Carrasco confesaba que había estructurado su disco con “la primera canción como declaración de intenciones, hits pronto, un final de cara A, una intro de cara B (…) y que la última te deje llorando en la discoteca”. Comprobamos que “Reliquias”, que abre el disco, ciertamente sí suena a declaración de intenciones. Un inicio suave pero discretamente doloroso que transita por la difusa frontera entre la tristeza y la esperanza, y cuya sombra se extiende progresivamente a lo largo de las canciones sucesivas.
Tras ella, esos mencionados hits, la tríada que sirvió como anticipo al álbum. Primero, la oscura y bailable “Chacal”, casi rindiendo tributo a los New Order más tenebrosos, con la voz de Carrasco sonando aquí casi como Bernard Sumner. Tras ella llega la desgarradora y perfecta “La Discusión”, emocionante crónica del binomio ruptura-reconciliación en clave de synth-pop amargo. Finalmente, “Otras Chavalas” cierra el trío de hits con la declaración de amor más honesta del siglo, tan luminosa como un corazón de purpurina estallando sin anestesia, antes de que “No Más” cierre esa cara A ahondando en el camino de lo confesional, poniendo de nuevo el énfasis melancólico en una pista cuya estructura y producción recuerda a las primeras obras de Betacam incluidas en aquel “Tecnazo” (Efervescente, 2012) donde brillaba “El Viaje del Héroe”.
La joya de la corona llega elegante y estudiada, pisando fuerte, al inicio de la cara B. La primera escucha de “Ave Rapaz” la convierte de forma casi automática en la favorita del disco. A la segunda escucha, uno ya no puede escapar de ese bucle de italo-disco, de sintetizadores desbocados, de veranos de 1987, de pam-pam-pams sincopados y de frases para la historia. Como si “Disco 2000” de Pulp la hubiera escrito Carlos Berlanga hace treinta y cinco años en un estado de máxima inspiración. “Rey Sol” es otra canción-joya que no desmerece como continuación de la que le precede, con su acelerado lamento (“creí ser suficiente, pero no”) acurrucado entre unos coros preciosos. “Canoe” funciona como una bonita y ostentosa balada a propósito de un affaire clandestino donde las relaciones sentimentales y los juegos de azar van de la mano, mientras “Extraterrestre” nos sacude con pulsión justo antes de entrar en esa colosal “Cospedal”, una epopeya tensa y perfecta sostenida sobre una línea de bajo y un diálogo entre sintetizadores, en la que Betacam da con varias posibles escapatorias al laberinto de la existencia sentimental.
Cabe decir que la puesta al día de un estilo musical tan reconocible en la memoria colectiva como ese electro-pop vintage que Javier Carrasco domina a la perfección implica algo tan peligroso como caer en la agradecida trampa de buscar y encontrar referencias (estilísticas, melódicas, líricas) en las diez composiciones que dan forma a “Mítico”. Es una forma simple de acercarse a la obra, quizás. Pero también, por qué no, una forma bonita y lúdica. Y es que uno casi podría jugar una partida de “Quién es Quién” intentando adivinar qué firmas nos parece encontrar inspirando tal o cual melodía, tal o cual frase.
Por ejemplo, yo veo algo de la estrofa de “Vacaciones” de Carlos Berlanga y un cierto velado homenaje al “Temptation” de New Order en “Rey Sol”; y más Berlanga y algo de Tino Casal en “Ave Rapaz”, donde también aparece a sobrevuelo la “Dolce Vita” de Ryan Paris. “Cospedal” muestra a los Pet Shop Boys más sabios y melancólicos de “Behaviour” (Parlophone, 1990) y en “Extraterrestre” me parece encontrar un guiño a Soft Cell. Luego, además, uno quiere intuir cosas de Mecano en el costumbrismo y la suntuosidad de “Canoe”, de Gazebo en “Otras Chavalas” o de El Zurdo en “La Discusión”, pero qué sé yo. Sin embargo, no estamos hablando en ningún caso de una empanada de referencias al tuntún. “Mítico” no es el “Ready Player One” del pop en español. Aquí hay un sentido narrativo que da lugar a un resultado emocional más grande que la suma de todas sus partes. Porque si -como sentenciaban Astrud– la nostalgia es un arma, Betacam es entonces Kim Jong-un.
Clemencia y fatiga, decíamos al principio. Y se acaba “Mítico” y ahí siguen ambas. La clemencia que a veces se nos niega y la que a veces negamos, porque las cosas nunca son tan fáciles y aquí ya no quedan buenos ni malos, solo chacales y algunas aves rapaces. Y fatiga la de quien ha vivido ya lo suficiente como para establecerse por derecho propio en una pequeña atalaya desde la que contar y cantar en clave de electro-pop diez fábulas maravillosas y honestas sobre el amor o su ausencia, la honestidad, el paso del tiempo y besar a otras chavalas.
“Mítico” es un paseo por esa pista de baile a medio llenar que es el arte de sobrevivir. Una pista en la que, entre tema y tema, hemos ido perdiendo amores y amistades pero en la que de momento hemos decidido quedarnos un rato más. Porque uno siempre guarda la pequeña esperanza de que la próxima canción que suene sea mejor que la que le precede, aunque intuyamos que eso es sólo una pequeña mentira más a la que aferrarse.
De momento, no obstante, el viaje del héroe continúa. [Más información en el Facebook de Betacam // Escucha «Mítico» en Apple Music y en Spotify]