Siempre es tentador dibujar líneas de sucesión a los grandes autores de cualquier area cultural… En un hipotético árbol genealógico que tuviera en lo más alto a Chris Ware, la tentación más poderosa sería situar a Paul Hornschemeier un escalón más abajo, unido al maestro por una línea simple, clara y cortísima. Lo innegable es que ambos comparten un gusto extremo por los personajes de caras largas y colores planos, además de por las historias que bordean las aguas del existencialismo desde la quietud inmobilista cotidiana del ser humano moderno y urbanita. Sin embargo, alguien podría pensar que, a primera vista, este hijo putativo carece del corpus teórico que Ware es capaz de materializar en sus relatos de forma práctica y vibrante alegando que «Madre, Vuelve a Casa«, el tomo que hizo célebre a Hornschemeier hace unos años, era un relato aparentemente simple en su forma donde la verdadera fuerza residía en el impacto emocional del niño protagonista que tiene que ajustarse a la ausencia de su madre. Pero eso es quedarse en la superficie, ya que «Las Tres Paradojas«, su siguiente publicación, le acercó más todavía a Ware con una forma experimental que jugaba con las variaciones de estilo de forma paralela al «Wilson» de Daniel Clowes.
Ahora, «La Vida con Mr. Dangerous» (publicada en nuestro país por Astiberri, al igual que las otras ya mencionadas) viene a actuar de punto intermedio entre el clímax emocional de «Madre, Vuelve a Casa» y la teoría formal de «Las Tres Paradojas«, con una poderosa historia (la de Amy Breis, una treintañera que acaba de dejar a su novio y que vive en el limbo de la inactividad, esperando que el hombre del que está verdaderamente enamorada y que habita en otra ciudad dé el primer paso en su dirección con una llamada de teléfono que nunca llega) que se ve sublimada por una propuesta formal magistral (el entrelazado del argumento con la serie de animación a la que Amy está tremendamente enganchada: «Mr. Dangerous«). De esta forma, borrando la línea limítrofe que separa la realidad de la protagonista de la ficción de Mr. Dangerous, Hornschemeier pone sobre la mesa una disfunción tan típica de esos treintañeros despojos de los 80 en la que viven la realidad a través de sus propias obsesiones y filias: el entorno sólo puede ser aprehendido en base a las enseñanzas extraídas de esa obsesión y, de hecho, las personas que nos rodean son más o menos válidas cuanto más podamos introducirlas en nuestra idealización. Una forma como otra cualquiera de retratar a unos personajes desconectados de la realidad, incapaces de involucrarse de forma natural en un entorno que les causa dolor e incomprensión.
Es así como «La Vida con Mr. Dangerous» plantea la peligrosa fractura entre los dos «yo» del ser humano moderno: un «yo» real que campa a tus anchas en la intimidad y otro «infra yo» irreal (un reflejo esperpéntico del «super yo» freudiano) que sólo existe de cara a la galería. Hornschemeier consigue que el argumento transcurra sin sobresaltos, de forma lánguida y melancólica, hasta que al final de todo asistimos a una doble iluminación: por mucho que hasta ese momento hubiéramos pensado que Mr. Dangerous era el protagonista de la serie de dibujos preferida de Amy, resulta que realmente existen dos Mr. Dangerous que, en una escena preclara, se abrazan y susurran «your thoughts and mine are a palyndrome» («tus pensamientos y los míos son un palíndromo«, escrito hacia atrás en el cómic). Cuando los dos «yo» se abrazan, cuando los dos extremos que Amy había vivido como opuestos irreconciliables llegan a una zona neutral y firman un armisticio, sólo entonces es cuando la protagonista puede hacer un punto y aparte y lanzarse a vivir la felicidad al lado de su hombre deseado. A diferencia de Ware, parece que al final del túnel concebido por Paul Hornschemeier sí que hay luz.
[Raül De Tena]