La 14ª edición del festival Cultura Quente arrancó con la polémica aún caliente sobre el paso de la gratuidad al pago de su entrada. Circunstancia esperada, por otra parte, ya que si por algo se diferenciaba del resto de eventos musicales de la provincia de Pontevedra y más allá era por permitir el acceso a su recinto y gozar de su programación de gran pedigrí sin pasar por caja. Sin embargo, su creciente pujanza y la reducción de las subvenciones públicas (debido a los oscuros efectos de la crisis, ya se sabe…) obligaron a romper con esa filosofía para mantener el nivel de calidad de su cartel y de sus servicios y poder seguir compitiendo en el día de mañana en igualdad de condiciones con los certámenes vecinos del Festival do Norte de Vilagarcía de Arousa y el Vigo Transforma, sin ir más lejos. Este cambio se tradujo en un descenso lógico de asistentes, de los 30.000 del año pasado a los aproximadamente 10.000 de este, lo que facilitó que la Carballeira de la villa se convirtiese en un espacio natural cómodo y confortable, aunque por momentos (principalmente al inicio de cada jornada) el ambiente fuese ciertamente desangelado. Con sus pros y sus contras, la toma de esta clase de decisiones es la que permite que una cita de estas características sobreviva en el tiempo; y la audacia a la hora de resolver imprevistos, también, como las repentinas ausencias de Micah P. Hinson & The Pioneer Saboteurs (en vísperas del comienzo de la reunión) y Eme Dj (durante la misma), aunque en estos casos (sobre todo en el segundo de ellos) el público echó en falta que la organización ofreciese mayor información al respecto. Con todo, visto globalmente y en perspectiva, habría que interpretar este nuevo capítulo del Cultura Quente como una etapa de transición dentro de su crecimiento progresivo y sostenible como festival internacional que es.
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VIERNES 22 DE JULIO
Los pamplonicas El Columpio Asesino fueron los encargados de inaugurar el único escenario del festival ante una audiencia reducida (muchos todavía se estaban instalando en la zona de acampada) y un tanto aletargada por el calor imperante durante esa tarde. Condiciones que, unidas a la temprana hora en que empezó su actuación (20:00 horas), no ayudaron a que la suciedad y el tono amenazante de su krautrock ruidoso cuajasen como debieran. A ellas hubo que añadir ciertos problemas de sonido que provocaron que su repertorio (centrado en su último disco, “Diamantes” -Mushroom Pillow, 2011-) no enseñase todo su músculo, fibra y nervio. Aún así, piezas como “Dime Que Nunca Lo Has Pensado”, la versión del “On The Floor” de We Are Standard o “Perlas” sonaron compactas y levantaron relativamente el vuelo con la colaboración de los seguidores del quinteto que cantaban sus letras a coro. La final (y muy esperada) “Toro” propició que los navarros caldeasen la atmósfera y dejasen con mejor cara a los allí presentes.
A ellos se fueron sumando paulatinamente aquellos rezagados que habían atravesado con tranquilidad los 500 metros que separaban el camping del recinto de conciertos. Justo en ese momento se fue conformando la estampa típica del Cultura Quente: mezcolanza de aficionados melómanos o no (parecía que la presencia de algun@s se reducía a promocionar la colección de verano de las marcas de Inditex) de todas las edades y procedencias. Tal panorama se toparon ante sí los brasileños Do Amor, que se proponían finiquitar su mini-gira gallega con el mismo buen sabor de boca que habían dejado en el reciente Vigo Transforma. Y lo consiguieron. Eso sí, a regañadientes, porque el gentío tardó en dejarse llevar por la calidez de su pop carioca (“Chale”) tamizado por los aires de la bossanova (“Perdizes”) o del ritmo carimbó (“Isso É Carimbó”). Cuando por fin su show parecía querer convertirse en un pequeño carnaval estival, la limitación del horario les obligó a cerrarlo con su habitual interpretación en clave post-punk de “Lindo Lago Do Amor”, todo un boom en su país durante los 80 protagonizado por su compatriota Gonzaguinha. Según las palabras de Marcelo Callado, batería y voz del cuarteto, se llevarían grabada a fuego su experiencia galaica; y seguro que los galaicos también se quedaron con la copla de que Do Amor son algo más que la banda de directo de Caetano Veloso.
Hablando de leyendas musicales, a Eladio Santos poco le falta para transformarse en una de ellas, al menos en Galicia, por su longeva y variada trayectoria (nadie olvida su performance con Tony Lomba en la anterior edición del Cultura Quente) y, sobre todo, por sus continuas apariciones en los festivales nacionales en el último año y medio. Bromas aparte, su grupo Eladio Y Los Seres Queridos recibió el mismo cariño de siempre, gesto que agradeció en forma de buen humor y canciones pop suaves para el corazón y los oídos como “La Cruz”, “Están Ustedes Unidos”, “Espanha A Las 8”, “Viviendo Con Miedo”, “Millón De Millones”, “Tiempo Futuro”… ¿Un setlist demasiado previsible? Sí, al igual que su epílogo: “Al Himalaya”.
Lo único predecible de la función de Standstill era que no iban a ejecutar el espectáculo “Rooom” (la brillante puesta en escena en la que desentrañan íntegramente su álbum “Adelante Bonaparte” -Buena Suerte, 2010-), y la gran pregunta que sobrevolaba la platea planteaba qué senderos recorrerían los catalanes. Enric Montefusco y los suyos la respondieron rápidamente: empezaron con las mismas palabras con que arranca su último trabajo (las de “Todos De Pie: Prefacio”), pero enseguida saltaron a “Vivalaguerra” (Buena Suerte, 2007) para enseñar todas las virtudes del post-rock abrasivo a la par que delicado de “1, 2, 3 Sol” o “¿Por Qué Me Llamas A Estas Horas?”, con la voz de Montefusco emergiendo de los claroscuros del decorado con una potencia sublime en total coordinación con la fiereza de los instrumentos de sus compañeros. En medio de ese marasmo sónico igualmente mostraron algunos fragmentos de “Adelante Bonaparte”, representados por “Elefante” (y su tuba fantasmagórica) y “Adelante Bonaparte (II)”, que enardecieron todavía más los ánimos de la muchedumbre que poblaba la Carballeira hasta introducirla en un aquelarre colectivo auténtico y verdadero; es decir: con más tensión y sensibilidad que las que pretenden lograr en directo, por ejemplo, Vetusta Morla, sus imitadores más cercanos. Tanta emoción contenida posibilitó que estirasen su repertorio con una canción más, “Adelante Bonaparte (I)”, que puso el broche de oro a un concierto enorme que propició que la edición 2011 del Cultura Quente diese un paso al frente y se quitase las legañas de los ojos.
De un salto físico a uno temporal: el que realizaron los legendarios The Undertones hasta la época dorada del punk de finales de los 70 y principios de los 80. Sin su frontman original, Feargal Sharkey (abandonó la nave tras su primera disolución en 1983), fue Paul McLoone (impulsor de su retorno en 1999) el que tomó las riendas del grupo para certificar que tanto él como sus compinches se encuentran en un sensacional estado de forma. Ya habían dado muestras de ello días antes en el FIB y sobre las tablas de Caldas lo confirmaron con creces: McLoone se agitaba cual mozalbete con las hormonas desbocadas (y como una especie de Morrissey rockero, a juzgar por sus peculiares movimientos) y enfocaba su voz con dureza y vigor mientras el resto del quinteto mantenía intacto el sonido característico (sobre todo el de las guitarras de los hermanos O’Neill). Ese fue el caldo de cultivo perfecto para que pepinazos de la talla de “Family Entertainment”, la muy apropiada “Here Comes The Summer”, “You’ve Got My Number (Why Don’t You Use It?)” o “Jimmy Jimmy” convirtiesen su intervención en todo un repaso a sus greatest hits. El baile desenfrenado estaba garantizado y los momentos pogo incluso hacían temer por la integridad anatómica del personal, y eso que su himno por antonomasia, “Teenage Kicks”, tardó en caer… Cuando lo hizo, ni el más remilgado se libró de revivir por unos instantes la locura punk de hace tres décadas entre la densa nube de polvo que se levantó al agitar el suelo del robledal caldense.
Con alguna que otra magulladura en el cuerpo correspondía ver a la atracción más deseada de la noche, Klaxons, hecho que se refrendaba al observar a la muchachada agolpada en primera línea de batalla presta y dispuesta para jalear a sus ídolos y meterse de lleno en toda una celebración nu-rave. Pero esta no llegó a ser completa, ya que la actitud rabiosa con la que los británicos atacaban los temas de su debut (“Myths Of The Near Future” -Polydor, 2007-) contrastaba con la relativa relajación (para centrarse en la melodía) con la que interpretaban el material perteneciente a “Surfing The Void” (Polydor, 2010). Así, el fulgurante pistoletazo de salida con las poderosas “Atlantis To Interzone” y “Gravity’s Rainbow” se las hacía prometer muy felices a aquellos que se querían dejar la piel a base de saltos, empujones y agresivos giros de pescuezo. Sin embargo, la cadencia más suave (aunque sólida) de “Twin Flames” o “Echoes” rebajaban unos cuantos grados la temperatura festiva, la cual adquirió mejor tono con “Magick”, “It’s Not Over Yet” y, especialmente, “Golden Skans”, dedicada por James Righton (teclista y voz de la banda) a Galicia, el país más bello de España (sic). Un brindis al sol (más bien, a la luna) que, connotaciones políticas aparte, sirvió para meterse definitivamente en el bolsillo a los jóvenes desorientados que aún no son conscientes de que la recuperación histórica de las míticas raves noventeras está más que superada.
Del mismo modo deberían darse cuenta los franceses Jamaica de que, en directo, su aproximación al sonido de sus compatriotas Phoenix es más evidente que en disco. Un pequeño lastre que intentaron aligerar gracias a los estribillos pegadizos y los transparentes acordes de guitarra de “Short And Entertaining”, “The Outsider” o “Jericho”, pero era imposible no pensar cada por tres en esa comparación. Sólo su éxito “I Think I Like U 2” aclaró que poseen personalidad propia, aunque sus empeños de autoafirmación se les fueron un poco de las manos cuando cerraron su show con una versión extendida de “When Do You Wanna Stop Working” con una bella chica rubia (¿la pareja de Antoine Hilaire, vocalista de la formación?) que se encargó de ejecutar los solos guitarreros finales. Tal boutade no evitó que el show de los galos fuese tildado sólo de correcto y elegante.
Dos epítetos que faltaron, desgraciadamente, en la sesión del dj y productor vigués Caino (con el refuerzo visual de Zinqin), que finiquitaba la jornada inaugural del festival. Aún se recordaba el rotundo set que se había marcado en el Vigo Transforma de 2010, nada que ver con el que llevó a cabo en la ribera del río Umia: deslavazado, sin unidad ni continuidad. Comenzó con la gracieta de utilizar a Glenn Medeiros y su “Nothing’s Gonna Change My Love For You” como intro para luego ir empalmando himnos indie (de Justice a Depeche Mode) que pasaba por una potente batidora electro y techno, pero eran hilvanados con mezclas cogidas por pinzas a la vez que se adornaban con efectos facilones que a veces entraban a destiempo. Tampoco ayudaba demasiado la estampa que dibujaba su colaborador al estilo ‘disc-jockey arengando a las masas desde el púlpito con gestos pocholianos’… Decepcionante. A Caino se le exigía mucho más que eso porque tiene potencial necesario para lograrlo.
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SÁBADO 23 DE JULIO
La segunda jornada de conciertos del Cultura Quente comenzó inmersa en una atmósfera extraña… Entre otras razones, por la asimilada ausencia de Micah P. Hinson y su troupe y porque el cansancio arrastrado del día anterior parecía haberse producido a lo largo de toda una semana. ¿Cosas de lo que supone ser treintañero? No tanto, aunque se empezaba a apreciar en el momento en que hicieron acto de presencia Yani Como que la media de edad de los asistentes había subido levemente con respecto a lo visto 24 horas antes. Un tipo de público, por otra parte, que encajaba a la perfección con el pop costumbrista (próximo a Niños Mutantes) de la banda y al cual pretendía motivar su líder, Javier Ajenjo, a través de comentarios jocosos y mini-monólogos al más puro estilo Eugenio dada su aparente apatía. Sin embargo, ni sus palabras ni sus canciones llegaron a borrar la idea de que los burgaleses tendrán difícil traspasar a corto plazo la segunda línea del pop-rock patrio. Eso sí, el propio Ajenjo confesó que él y sus compañeros son muy felices haciendo lo que hacen. Habrá que creerle…
El que sí lleva disfrutando de lo lindo de su trabajo como músico y de su rol como clásico del rock español es Gaby Alegret, carismático cantante de Los Salvajes. Él es el único superviviente de la alineación original de los barceloneses, aunque en Caldas estuvo rodeado de otros veteranos de guerra que lo acompañan desde el retorno del grupo en 1997. Entre ellos destacaron Quique Tudela y su maestría a la guitarra y Francis Rabassa y su pericia a la batería, que hicieron sonar con gran frescura incunables de la talla de “Mi Bigote” o “Las Ovejitas”. Lógicamente, la voz de Alegret no es la de antaño, pero su presencia escénica sigue intacta, algo que evidenció gracias a sus meneos y a sus chascarrillos en referencia a los modos rockeros del pasado, que le servían para introducir sus conocidas versiones en castellano de “House Of The Rising Sun” (The Animals), “Jumpin’ Jack Flash” (The Rolling Stones) o “My Generation” (The Who). Entre temas propios y ajenos fueron cubriendo el hueco que debía haber ocupado Micah P. Hinson convirtiendo la Carballeira en todo un guateque sesentero lleno de animación y pasión. Una de las últimas canciones que interpretaron, “Hace Más De 30”, cuenta que “hace más de 30 del rock de los 60”, sentencia que Alegret y los suyos supieron disimular con entrega y mucha clase.
De las mismas armas se valió el portugués David Fonseca (una estrella del pop del país vecino injustamente poco valorada en España) para atrapar al gentío que tenía ante sí. Reforzado por cinco hábiles instrumentistas y rodeado de un decorado compuesto por una cabina telefónica londinense y unos llamativos paneles de LEDs, el de Leiría desplegó con pasmosa facilidad su accesible propuesta, que aunaba pasajes de su discografía reciente con breves relecturas de estándares de los 70 y 80. Así arrancó su show, recurriendo al “I Want To Break Free” de Queen para enlazarlo con “Walk Away When You’re Winning”, estrategia que repitió con las duplas “Video Killed The Radio Star” (The Buggles) + “The 80’s” y “Everybody’s Got To Learn Sometime” (The Korgis) + “A Cry For Love”. La formula resultó ser todo un éxito, sobre todo en el último caso, en el que el público se rindió a la eficacia de su estrofa principal ultra-pegadiza. El terreno ya estaba abonado para que el luso finalizase por todo lo alto su espectáculo, de ahí que se ataviase con un disfraz de boxeador (gesto que no venía cuento) para, a renglón seguido, despojarse de él y sumergirse en un tramo final íntegramente electrónico. Por ese colador pasó, sorprendentemente, su tema “This Raging Light”, reflejando que le hubiera sentado mejor haber mantenido su cariz más pop. Con todo, Fonseca expuso las razones por las cuales arrasa en Portugal y, de paso, se ganó unos cuantos adeptos al otro lado de la frontera.
La satisfacción general trocó de repente en una especie de nerviosismo ante el peligro que anunciaba el olor a cuero, a alcohol y a mugre garagera del rock de The Jim Jones Revue. Al principio parecía que su pose una pizca exagerada y la manera en que reproducían los clichés de rocker de pura cepa (de Little Richard a Led Zeppelin) formaban parte de un teatro revivalista, pero poco a poco se fue corroborando que esa careta no era un mero artificio: sólo había que fijarse en cómo ardía el piano de Henri Herbert (ni que Jerry Lee Lewis lo hubiese rociado de gasolina…), exprimía su guitarra el pirómano Rupert Orton y se desgañitaba el mismo Jim Jones, que se convirtió en uno de los protagonistas del festival por su derroche de energía, sus ademanes calentorros (que desarmaron a más de una fémina) y su sinergia con la multitud (hacía tiempo que un sencillo “¡say yeah!” no se berreaba ni se celebraba del modo que se logró en Caldas). “Burning Your House Down” funcionó como excelente metáfora de la explosión provocada por el quinteto londinense.
Sus ondas expansivas aún se notaban cuando, en una puesta en escena colorista, con proyecciones visuales ad hoc y pertrechados en sus trajes ‘parchís’, aparecieron OK Go. De ellos se esperaba otro estallido, pero de pop-rock saltarín y revoltoso. Por eso el trío inicial “Do What You Want”, “White Knuckles” y “A Million Ways” (abrillantado por una ingente cantidad de confeti que salía disparado de un par de cañones), introdujo en toda una juerga indie (en la que se vislumbraban los esfuerzos de algunos por imitar ciertas secuencias de los videoclips de los norteamericanos) a sus fans y no tan fans. Precisamente, los segundos no comprendieron el bajón que sufrió el concierto cuando el cuarteto destapó algunas piezas de su último disco (“Of The Blue Color Of The Sky” -Paracadute, 2010-, más calmado y con mayor groove funk que sus álbumes precedentes) e intentó ofrecer su particular visión de lo que es una actuación en directo diferente: primero, a través de una performance acapella realizada con campanas cuya magia se rompió por culpa de varios irrespetuosos que ensuciaron el sonido ambiente; y, luego, con Damian Kulash y su guitarra acústica interpretando “Last Leaf” entre los espectadores. Un paréntesis que cerraron retomando su distinguido pulso frenético con “Here It Goes Again” y culminaron con el enésimo lanzamiento de confeti y la jaranera “This Too Shall Pass”. Los de Chicago no dejaron a nadie indiferente y la diversidad de opiniones era evidente, aunque también lo era que se advertían más rostros sonrientes que serios.
Si esas mismas caras se hubiesen podido dibujar en un círculo de fondo amarillo se habrían obtenido decenas de figuras Smiley, el símbolo ideal para recibir a Delorean. Los vascos siguen empeñados en hacer callar las bocas de aquellos que no se quedaron convencidos con “Subiza” (Mushroom Pillow, 2010) a base de directos potentes y arrolladores diseñados para que el baile se disfrute como si no hubiese un mañana. O mejor dicho, un pasado. Porque en Caldas diluyeron sus referencias sonoras en un set tan compacto y fiel a sus orígenes que daba la sensación de estar viviendo de nuevo el hedonismo noventero… en los 90. Las únicas objeciones que se le pudieron achacar a su actuación fueron que los matices y detalles de “Stay Close”, “Endless Sunset” o “Real Love” se perdieron en favor de la sublimación de su jugo rítmico y que la voz de Ekhi Lopetegui carecía de la suficiente firmeza para ser identificada entre la tormenta electrónica que creaban él y sus tres secuaces. Pero lo importante era mantener elevada la tensión bailable de un repertorio que, sin solución de continuidad, alcanzó su cumbre con “Deli” y “Grow” y finalizó con una “Seasun” tan fulgurante como la ofrenda que efectuaron Delorean a la añorada cultura de club de hace veinte años.
Sin abandonar del todo esa época, FM Belfast asombraron a propios y extraños (sobre todo a aquellos que no sabían ni su procedencia, Reykjavík) gracias a su desenfadado electropop servido con vitalidad y entusiasmo. Y no escaparon de los 90 porque en medio de temas eufóricos como “Stripes” y “I Don’t Want To Go To Sleep Either” intercalaron recreaciones tomadas de Rage Against The Machine y Technotronic. El delirio aumentaba a medida que Árni Hlöðversson (vestido de boyscout nerd) y la pizpireta Lóa Hjálmtýsdóttir se desmelenaban sobre el escenario cuales maracas locas. Sus colegas no les fueron a la zaga y enseguida se unieron a una fiesta que acabó con los miembros masculinos del grupo en calzones. Para que luego digan que los islandeses son aburridos y fríos…
Así se quedó buena parte de la audiencia cuando supo que Eme Dj no iba a aparecer tras la mesa de mezclas para clausurar el festival con una de sus disfrutables sesiones electro-indie a raíz de una serie de catastróficas desdichas sufridas en algún lugar de la Mancha que nadie quiso recordar. Como sustitutos improvisados, tomaron los mandos los dj’s locales Iván y Lagartija, que intentaron levantar los ánimos de los que aún permanecían en la Carballeira caldense luchando contra la humedad del río Umia y las extrañas vibraciones que transmitía una atmósfera que se volvía a percibir enrarecida… Lógico: era difícil no pensar en que ese fin de semana, a pesar de que vivir al máximo una cita de esta índole ayuda a desconectarse del mundo exterior, se había teñido de negro por la masacre de Oslo y la isla de Utoya y el fallecimiento de Amy Winehouse. Pero, al margen de malas noticias, en el festival Cultura Quente fue la música (en mayúsculas) la que prevaleció… Y la que prevalecerá en el futuro. Amén.
[TEXTO: Jose A. Martínez / Saleta Muíños] [FOTOS: Iria Muíños / Pilar Peleteiro]