Todo parecía indicar que «Maestros de la Costura» sería nuestro nuevo programa favorito… Entonces, ¿por qué a los cinco minutos de empezar teníamos ganas de clavarnos alfileres en los ojos?
Admitámoslo: era inevitable que, encontrándonos en el momento televisivo en el que nos encontramos, las expectativas hacia «Maestros de las Costura» andaran por las nubes. ¿En qué momento televisivo nos encontramos? Pues, fundamentalmente, en la resaca de una nueva edición de «Operación Triunfo» que ha conseguido cambiar la polaridad de la brújula de las audiencias televisivas y reorientar su norte desde la telebasura y el reino del mal rollo por doquier (ya sabes: «Gran Hermano«, «Sálvame» y cercanías) hacia una televisión capaz de aunar unos valores positivistas del siglo XX con cierta ilusión de desafiante siglo 21.
La nueva edición de «Operación Triunfo» nos ha hecho pensar que Florence + The Machine pueden sonar perfectamente en prime time y no solo petarlo, sino convertirse en un clásico instantáneo que amplíe la base de fans de la banda gracias a su versión de Amaia de España. También ha abierto muchas mentes a la hora de demostrar que un talent show no tiene por qué basarse en lo que pasa bajo los edredones o dentro de las duchas, sino que puede mantener el interés a base de, ¡magia!, talento.
Y, por encima de todas las cosas, la recién despedida edición de «Operación Triunfo» nos ha hecho creer que La 1 podía dejar de ser el ente televisivo rancio que todos conocíamos para no solo admitir nuevos aires de renovación (Los Javis y Guille Milkyway entre los profesores de la Academia), sino incluso ser escaparate para nuevos discursos de diversidad, inclusividad e igualdad que a todos nos han dejado con el corazón encendido gala tras gala. Ese es el momento que creíamos estar viviendo.
Un momento que, además, pareció encontrar el siguiente escalón hacia el que saltar cuando se anunció el estreno de «Maestros de la Costura» tomando el relevo de «Operación Triunfo» en la parrilla de La 1. Puede que Lorenzo Caprile como parte del jurado y Raquel Sánchez Silva como presentadora fueran la concesión a las audiencias de toda la vida, pero no se puede negar que la elección de Maria Escoté y Palomo Spain como dos tercios del jurado es una apuesta por la nueva moda española. Ambos diseñadores ostentan discursos que desafían directamente el stablishment tradicional, pero que a su vez son capaces de sublimar la tradición textil de nuestro país. ¡Ah! Y un detalle poco comentado al respecto de «Maestros de la Costura«: el guión del programa es de Diana Aller. Y si hay una pluma que represente al cambio generacional a día de hoy, esa es la de Diana Aller.
Repito: las estrellas estaban alineadas para que «Maestros de la Costura» desatara una nueva fiebre generalizada en tres, dos, uno… Pero, entonces, ¿por qué a los cinco minutos de empezar el programa yo mismo estaba mortirizado por unas profundas ganas de clavarme alfileres y agujas de diversos tamaños en los ojos para así acabar con el dolor que me estaba provocando el programa? La respuesta a esta pregunta es, permitidme, otra pregunta: existiendo un precedente tan pluscuamperfecto como «Project Runway«, ¿quién cojones pensó que sería buena idea coger el formato de «Master Chef» y aplicarlo al mundo de la moda?
Porque, sinceramente, resulta pertinente sospechar que el plató en el que se grabó «Maestros de la Costura» todavía olía a guisos y a potajes cuando se empezó a grabar el programa. La estructura es calcada: primera prueba que sirve para destacar a los dos capitanes de los equipos que competirán en una segunda prueba en exteriores, de la que se penalizará al equipo perdedor con una prueba de expulsión final que culminará con un concursante abandonando el programa. Miedo da pensar que, en dos días, las pruebas de exteriores acaben convirtiéndose en una sucesión de «qué bonita eres, Soria» y «Galicia calidade» y todas esas mandangas esponsorizadas por Turismo España que tanta vergüenza ajena han acabado por causar en «Master Chef«.
Lo jodido es que «Maestros de la Costura» no solo ha heredado este delirio turístico del talent show culinario: también ha heredado su tendencia a configurar castings en base a historias humanas y a clichés generacionales de rampante simplicidad como herramienta de conexión muy poco sutil con las audiencias menos exigentes. Hablo a título personal, pero lo cierto es que «Master Chef» consiguió hacerme mutar de fan muy loco a detractor extremo en tan solo tres ediciones, que fue precisamente lo que tardó el mismo formato en alejarse del interés por la cocina del principio hacia los culebrones sensibleros de las más recientes.
Para hacernos una idea: esta primera edición de «Maestros de la Costura» incluye a una profesora de religión con cuatro hijos que parece salida de Flos Mariae, destinada a conectar con los sectores más tradicionales y a la vez levantar fascinación en los modernos que crean que todo es una broma (una broma de mal gusto a la que le faltó comentar que Palomo va a arder en las llamas del infierno a fuego lento por maricón); dos hermanos gemelos que dicen que son muy gemelos pero que en verdad son muy diferentes y que están ahí precisamente para encontrar sus diferencias; un tío con un nombre parecido a «shawarma» que va de moderno porque va vestido con pantalones cortos pero que se atreve a juzgar a Palomo por demasiado moderno; un tipo con un hijo en camino al que le gusta coser las banderolas de las procesiones religiosas (¿posible inspiración para heterosexuales de mediana edad con vocación fashionista?); una jerezana que es una feria andante y que parece una creación de Muchachada Nui cedida al programa; una ama de casa que ha de resultar inspiracional a tantas otras amas de casa; una chica que parece Kylie Jenner doblada por La Desahogada… Dicho así, parece divertido.
Visto en la televisión, es un cuadro muy grande al que se le ven demasiado las costuras. Cada personaje está ahí sirviendo a un motivo. Y ese motivo no parece ser la moda en casi ninguno de los casos (si obviamos, claro, la presencia de Eduardo Navarrete, que puede que sea gracioso y dé un poco el cante, pero que es el único que entiende un poco de qué va todo este tinglado)… Cualquiera podrá revatirme recordándome que aquí hablamos de «Maestros de la Costura» y no de «Maestros de la Moda«. Pero es que, si quieres formar a modistas y modistos, no metes en este fregao a Maria Escoté y a Palomo Spain. Y, sobre todo, no los metes en este fregao para que al final acabe siendo «el show de Caprile«.
Si tuviera tiempo que perder en mi vida, contaría los minutos de intervención de Caprile y los compraría con los de Escoté y Palomo. Os aseguro que, ni sumando los tiempos de los dos más jóvenes, consiguen alcanzar al veterano. Esto se hace más palpable todavía cuando, a la hora de decidir al ganador del primer programa con el jurado reunido a puerta cerrada, Caprile señala su ganador (clásico, aburrido, ñoño, 100% Caprile) mientras María se atreve a apuntar más que sensatamente que el ganador tendría que ser otro diseño que, de hecho, a ella no le pega para nada pero que claramente ha sido el más elaborado y sorprendente. «Esto me representa y es clásico» vs. «esto no me representa pero reconozco que el chaval le ha echado un par de huevos». ¿Cuál es el ganador? El de Caprile, claro.
Sirva este ejemplo como espejo que refleja todo el programa en sí: las piezas están ahí, en el engranaje de «Maestros de la Costura«, dispuestas a impulsar la maquinaria televisiva hacia adelante… Pero, al final, hay muchas otras piezas que actúan de freno y que son mucho más poderosas y determinantes a la hora de dejar anclada esta propuesta en el siglo pasado. Piezas-freno que, además, son síntoma de un error de cálculo bastante escandaloso que parece no haber tenido en cuenta que, en cuanto a talent shows, a día de hoy existen dos posibilidades: aquellos que los espectadores buscan para alimentar su inspiración porque es una inspiración -digamos- asequible para la media (la cocina por encima de todas las cosas) y aquellos otros que no son inspiración, sino alimento para el alma.
En otras palabras: no disfruto de «Operación Triunfo» porque me dé alas en mi sueño de ser cantante ni veo «RuPaul’s Drag Race» porque quiera travestirme… Ambos formatos me dan la vida porque me descubren mundos desconocidos fuera de mis aptitudes naturales que, sin embargo, están habitados por belleza pura. Una belleza más emocionante todavía cuando va creciendo desde la nada al todo. Pero «Maestros de la Costura«, repito, parte del presupuesto de que la costura es un talento asequible para la media e intenta repetir la jugada de «Master Chef«: incluir ciertas partes «explicativas» que sirvan para vender el libro de turno, después la escuela online, más tarde los aceites del programa o las agujas de ganchillo o lo que sea. Y no sé a vosotros, pero algo que en gastronomía me parece molesto pero no invasivo, en el caso de la moda me resulta desastrosamente desacertado. Casi violento. Altamente inquietante.
¿Nuestro gozo en un pozo? Démosle un par de programas a ver cómo evoluciona. Yo, por mi parte, no creo que dure mucho más si la cosa no se reconduce hacia un panorama más sensato. Hacia un paisaje que podamos reconocer más como moda y menos como «Master Chef«. [Más información en la web de «Maestros de la Costura»]
https://youtu.be/CJ4GvagnSmk