Entre las muchas películas que quizás nunca lleguen a nuestras salas, hoy nos apetece hablar de “Mary and Max”, una pequeña joya que tiene todos los números para no estrenarse nunca en nuestro país por ser una película de animación no apta para niños: contiene muerte, ataques de pánico, depresión e intentos de suicidio. Se trata de una película australiana del año 2009, rodada con la técnica stop motion, en la que Adam Elliot retrata dulcemente la historia de amistad por correspondencia entre Mary (Tony Collette), una niña australiana de ocho años, y Max (Philip Seymour Hoffman), un hombre de 40 que vive en Nueva York y que tiene un historial psiquiátrico de depresión y ansiedad. En común tiene que los dos carecen de amigos, se sienten solos y su programa de televisión favorito son unos dibujos animados que ven porque el mundo feliz y ordenado de dos dimensiones que propone les proporciona sensación de seguridad.
«Mary and Max» es una película impecable a nivel técnico, que derrocha imaginación y ternura. La expresividad y la fealdad adorable de los personajes resultan magníficas. Es de una riqueza visual de lo más estimulante, en la que el blanco y negro de Nueva York contrasta con los tonos ocres de Australia… Realmente es una auténtica joya, tan triste como bonita. A lo largo de casi hora y media de metraje logra mantener la intensidad emocional de los veinte primeros minutos de «Up«. Esto quiere decir que es aconsejable verla con un paquete de kleenex a mano. Afortunadamente, también tiene unos toques de humor negro deliciosos que hacen que nunca caiga en el sentimentalismo gratuito: es una maravilla ver como, a pesar de la distancia y todo lo que les separa, Mary y Max, a lo largo de los años, se conocen, se ayudan, se comprenden, se distancian, se vuelven a acercar, se hacen compañía y se convierten en auténticos amigos. Y es que pocas veces en el cine (de animación y de no animación) se ven unos personajes tan bien trazados y una relación de amistad tan bien narrada.
[Núria Casademunt]