¿Fuiste un niño con anhelos de niño y miedos de niño y familia de niño? Pues entonces «Freezer» es la novela gráfica que has de leer aquí y ahora.
Como hombre ya maduro, tengo que reconocer que la regla es un recurso narrativo que siempre me ha parecido fascinante en cualquier tipo de ficción. Al fin y al cabo, los hombres no tenemos un punto de inflexión tan poderoso en nuestras biografías, un momento de esos que realmente actúa de bisagra (emocional y biológica) entre la infancia y la puerta de entrada al camino de baldosas amarillas que ha de llevarte hacia la madurez. Un punto de inflexión que, por otro lado, ha dado pie a muy variadas interpretaciones en el mundo de la ficción que pueden ir desde el terror sangriento a la comedia costumbrista, pasando por todos los puntos intermedios.
Como hombre ya maduro, cualquiera podría pensar que un cómic como el «Freezer» de Veronica Carratello me pillaría bien lejos y suscitaría en mi un interés meridiano… Pero, mira, cualquiera que pensara tal cosa se equivocaría de pleno en su apreciación. Y eso que, a priori, el punto de partida de esta novela gráfica no podría resultarme más ajeno al situar en el epicentro de la trama a una chica de doce años que vive en el seno de una familia francamente disfuncional, cuyo corte de pelo le ha reportado el mote de Lorenzo El Magnífico y cuyo mayor anhelo es que le baje la regla de una vez por todas para estar al mismo nivel de todas esas chicas malas que ya han visto sus bragas manchar de sangre. (Perdón por el lenguaje soez.)
Pero ocurre una cosa: el gran acierto de Carratello es no supeditar la trama de «Freezer» a la primera regla de su protagonista, sino más bien convertirla en un McGuffin con todas las de la ley. Sí, McGuffin. Como los de Hitchcock. Y es que, al fin y al cabo, «Freezer» brilla precisamente en su mezcla de géneros a la hora de ir trenzando un argumento que usa herramientas estéticas y narrativas de muy diferente índole para transportar al lector en una emocionante lectura en la que nunca sepa bien cómo van a acabar las cosas.
Sí que sabe el lector, eso sí, que esta tela de araña formada por hilos en los que cada color se identifica como género tiene una finalidad realmente desarmante: ser, además de tela de araña, una red de seguridad sobre la que caiga la familia de la protagonista y la protagonista misma. Al fin y al cabo, puede que nos encontremos ante una familia disfuncional y ante unos personajes en la tradición quirky de, pongamos, «Amelie«: la protagonista se llama Mina (como la cantante) y su hermano se llama Elvis, el gato de la familia se Kafka y la familia misma se apellida Robinson… Veronica Carratello plantea el naming de sus personajes como un juego de mesa a lo Cluedo, en el que un nombre siempre tiene mucho más significado del que parece.
A su vez, en su propia rareza, todos los miembros de la familia de Mina desprenden una humanidad realmente cálida y acogedora. Ya sabes: mi familia puede que sea rara, pero seguro que me quiere mucho más que otras familias que parecen perfectas y que solo contienen podredumbre. Mi parece puede parecer disfuncional, pero es que la tuya es disfuncional y da mucho más miedo que la mía porque, precisamente, se esfuerza en no parecerlo.
Esto es lo que sabe el lector. Lo que no sabe en ningún momento es por dónde van a ir los tiros de «Freezer«, ya que Carratello juega continuamente con los códigos genéricos para, básicamente, quedarse con el lector. Hay pasajes de la novela gráfica que se estructuran, como no podía ser de otra forma, como el típico coming-of-age en el que Mina se siente identificada con el paisaje (las espigas de trigo que la animan cuando hace viento, por ejemplo). Pero, sin embargo, el propio arranque de «Freezer» desestabiliza los códigos internos del coming-of-age con una secuencia misteriosa, casi de thriller, en la que se nos presenta a la familia de Mina bajo la sospecha de un vecino metomentodo.
Más adelante, nos veremos embarcados en escenas a lo road trip familiar (tipo «Pequeña Miss Sunshine«) y… ¡zas! De repente, todo se trastoca y empiezas a pensar que el vecino metomentodo tenía razón. La trama se oscurece de forma súbita de una forma tan sorprendente que, de repente, el clímax de esa oscuridad coincide con la primera regla de Mina y todo parece cobrar sentido: el tránsito de la infancia a la madurez de la protagonista estará manchada de sangre de forma literal además de metafórica, y su bienvenida a la edad adulta será una rotunda colleja que le despertará de sus ensoñaciones de campos de trigos, chicos que le gustan, chicas malas y otras tonterías.
El McGuffin ha funcionado a la perfección. Pero, sin embargo, un nuevo twist del argumento restaurará el tono de cuento costumbrista y dejará tranquila la conciencia del lector… ¿O no? ¿No resulta más bien que esa sombra ya ha llegado para quedarse y no se irá nunca más? ¿No nos está diciendo «Freezer» más bien que el paso de la infancia a la vida adulta no tiene su punto de inflexión en la regla, sino más bien en ese momento en el que decidimos cuál es el género de ficción que queremos habitar de aquí en adelante? Mina elige el cuento costumbrista. Y, ahora, recuerda, ¿qué elegiste tú? [Más información en la web de La Cúpula]