«La Canción Pop» de Raúl Portero es uno de esos libros que también son espejo de una generación… Y eso, al fin y al cabo, bien vale una buena entrevista.
La historia va tal que así: un amigo de su adolescencia se suicida y eso provoca que Simón deba volver desde Londres hacia Barcelona para asistir al funeral. También asistirá a un reencuentro con viejos amigos y lugares que le pondrán delante un espejo con el que enfrentarse tanto a su presente (no tan ideal) en la capital británica como a su (no tan superado) pasado. Podría romper el cristal y pasar a través, montando un buen drama de sangre y heridas abiertas… Pero Simón más bien prefiere pasar una noche de fiesta en Barcelona que le ayude a poner las cosas en su sitio dentro de su cabeza. Una noche repleta de música, drogas, baile y escapismo.
¿Te suena? No, no es tu historia personal, por mucho que seguro que, de alguna forma u otra, te has sentido identificado con alguna de las partes del argumento de «La Canción Pop«, libro de Raúl Portero editado recientemente por Dos Bigotes. La cuestión es que, si este párrafo ya te ha hecho tilín, la recomendación está clarísima: ponte a devorar la novela de Portero como si no hubiera un mañana. Al fin y al cabo, su literatura es de esa que se lee como se bebe (alcohol), con ansia, con subidón y con una resaca que, en este caso, no provoca malestar, sino varias reflexiones sobre esa generación atrapada entre los 30 y los 40 ahora mismo y que hace tiempo que abrazó lo de «estar perdido» como su modus vivendi básico.
Pero no avanzo nada más de «La Canción Pop» porque, al fin y al cabo, cualquier cosa que avance irá en detrimento del placer que te va a proporcionar la lectura del libro… y también la lectura de la conversación que mantuve con Raúl Portero con motivo del lanzamiento de su nuevo trabajo. Solo te digo una cosa más: rara vez me atrevo a hacer preguntas tan personales, pero es que la ocasión (y sus maravillosas respuestas) lo merecían.
Para empezar, una pregunta rara (y atrevida, porque a lo mejor me matas)… Hace unos días, hablaba con una amiga que me comentaba que ella, antes que nada, es feminista (es mujer feminista, escritora feminista, periodista feminista y así hasta el infinito y más allá). Así que allá voy: ¿existe algún tipo de activismo gay en tu labor como escritor? No hay ninguna intención de activismo en lo que escribo. Solo intento plasmar las cosas que me pasan por la cabeza, mis dudas, lo que ocurre a mi alrededor. Con cierto aire de denuncia, eso está claro, pero no considero que por eso pueda catalogarse como activismo lo que hago.
Lo pregunto porque, en los dos libros que he leído tuyos (“Reykjavík Línea 11” y “La Canción Pop”), me parece que haces una gran labor a la hora de derribar clichés gays: tus personajes suelen ser algo así como outsiders de lo gay. En “La Canción Pop”, Simón es gay pero su entorno (y su actitud) es cero gay. ¿Es esto una decisión consciente (mucho mejor “consciente” que “activista”, ¿no?) cuando te pones a escribir? He sido un outsider en muchas cosas, creo, y la verdad es que no ha servido de nada. Lo era un poco desde el instituto, donde no encajaba con los demás por muchas cosas: ni por los libros que leía, ni por la música que escuchaba, ni por los amigos que tenía… Además, siempre he sido una persona a la que le ha gustado que le dejen un poco en paz. ¿Outsider en lo gay? Bueno, todo lo que no sea estar cachas, tener un buen trabajo, viajar a paraísos selváticos y todo eso parece que se sale un poco de la normativa gay. Mi vida nunca ha sido perfecta como en «Looking» o como en «Queer As Folk«. Mis amigos y yo nos quedamos en el paro, no pasa nada si no vamos al gimnasio, no nos preocupamos en tirarnos a todo bicho viviente y, además, no congeniamos nada con lo que se escribe en Shangay ni nos gusta lo que intentan vendernos y cómo intentan vendérnoslo… Así que me limito a describir lo que tengo alrededor, mi entorno. Me encantaría escribir algo diferente, pero ese otro mundo, el de las noches en la discoteca Arena, por ejemplo, me resulta completamente desconocido. Y lo cierto es que no me apetece conocerlo.
¿Cuáles son tus tres personajes gays (y, de paso, los libros que protagonizan) favoritos en la historia de la literatura y por qué? El primero sería Tom Ripley, de Patricia Highsmith. A Patricia Highsmith le habría dado el Nobel, así como suena. Ripley es una creación perfecta, de una profundidad psicológica impecable. Vale, es un asesino en serie. Pero eso no quita lo bien escrito que está el personaje. Que sea tan ambiguo sexualmente lo hace aún más interesante. ¿Quién no ha hablado con sus amigos sobre si Tom Ripley es, o no es, efectivamente homosexual? El segundo sería Paul Denton, de Bret Easton Ellis. Aparece en «Las Leyes de la Atracción«, de la que luego hicieron una película. Denton es un elegante, un cínico, está enamorado de un chico que pasa de él y, sin embargo, se imagina toda una historia a su alrededor. Es tierno, es cruel. «Las Leyes de la Atracción» es, a mi parecer, lo mejor de Easton Ellis. Y, por último, Beatriz de «Beatriz y Los Cuerpos Celestes«, de Lucía Etxebarria. Se publicó cuando yo tenía 16 años o 17, y tengo muy buen recuerdo de él. Entonces Lucía Etxebarria era una enfant terrible en toda regla -¿ha dejado de serlo?-, y eso para un adolescente era maravilloso porque te hacía ser un poco rebelde.
Sigo pasándome tres pueblos y haciendo preguntas que no tocan… Pero ¿cuáles son los tres clichés que más odias en la literatura gay (y en lo gay en general)? Detesto la imagen de hombre gay blanco, con dinero, estudios, pisazo, cuerpazo y novio-prácticamente-igual que se cree con autoridad moral para decirle a los demás lo que es correcto o lo que no. Aquellos que consideran sus referentes culturales como los únicos válidos sin detenerse a pensar que ahora hay unos niños y niñas homosexuales que han crecido con Grindr en el teléfono, y que eso es igual de válido por muy raro que les pueda parecer. Un homosexual no tiene que ser culto. No tiene que ser un esnob. Es el vecino que tienes delante. Es un peón de obra también. Alguien que no haya leído a Proust y ni que le interese hacerlo. No tiene por qué viajar a Miconos con un bañador del tamaño justo para poner las letras de la marca súper cara que ha comprado. También detesto el sexo que aparece reflejado en estas historias. Todos tan jóvenes, tan perfectos, se penetran sin dolor, se corren a la vez, se quedan tumbados uno encima del otro después hasta recuperar la respiración. Mi vida sexual siempre ha sido mucho menos glamourosa, mucho más torpe y, a menudo, de las que acabar pirándose justo al acabar.
Creo que este huir de los clichés tuyo tiene que ver con otra bondad de tu escritura: la capacidad innata para la naturalidad (la mejor aliada de la verosimilitud) a la hora de retratar hechos tradicionalmente catalogados como antinaturales. ¿Te obsesiona la naturalidad a la hora de escribir? Habrá quien dirá que en mis libros no pasa absolutamente nada. También es verdad. Pero a menudo la vida pasa delante de nuestras narices sin que aparentemente esté pasando nada. Solo con el tiempo vemos que, en esos momentos en que no pasa nada, sí estaban pasando un mogollón de cosas. Me preocupa poquísimo que la gente pueda pensar que en los libros no pasa nada, que digan que estoy más preocupado en describir la naturalidad que las acciones. Es lo que sé escribir. No busco escribir otras cosas.
Algo a priori “antinatural” que también retratas con una naturalidad pasmosa es el consumo de drogas. Me enamoraste cuando, en “La Canción Pop”, Simón desparrama coca porque hace tiempo que no se mete y la lía parda. ¿Falta naturalidad en la literatura (y en las ficciones en general) a la hora de abordar el consumo de drogas? La literatura se ha pasado tres pueblos con las drogas, a lo mejor porque los que escriben sobre drogas a menudo no las han tomado o las han tomado muy poco. Si quieres leer algo bueno sobre drogas, lee «Trainspotting«. Por lo general, ocurre como en el sexo: todo es perfecto con las drogas; el comportamiento de los personajes apenas cambia, se meten MDMA y a la media hora están durmiendo plácidamente o la cocaína no les raspa la nariz. Sí, le falta naturalidad o verosimilitud, como con el sexo. Las drogas te pueden sentar mal, puede que no sepas cómo meterse cocaína la primera vez, puede que incluso dudes antes de meterte una pastilla… ¿Y qué? Al principio dan un poco de miedo, y es lo que mola. Luego te lo pasas muy bien con ellas. No habría drogas si la gente no se lo pasara bien con ellas. Otra cosa es el bajón que te entra después. Que te enganchas. Que no deberías consumirlas porque habitualmente, creo, una persona en sus cabales en realidad no las necesita.
De hecho, en “La Canción Pop”, el consumo de drogas conduce a algo mucho más tremendo. Cito el pasaje en sí: “De pequeño, bueno, de pequeño no, a los veinte o así, pensaba que tomar drogas era divertido. Al fin y al cabo, lo hacíamos todos. Y creía que cuando tenías treinta y las seguías tomando es que eras un drogadicto (…). Pero los treinta son los nuevos veinte, qué quieres que te diga, así que no cuenta y, ya sabes, nuestros veinte fueron unos veinte muy convulsos. Y ahora seguimos teniendo un trabajo de mierda y vivimos con nuestros padres así que qué más da”. Volvemos a tu naturalidad, pero esta vez me hace pensar que, más allá de lo gay, también hablas siempre de una generación perdida que tenía que ser muchas cosas y al final no es nada. ¿El fracaso generacional es una constante en tu literatura? Todos mis personajes son unos fracasados. En esta novela, el suicidio de Carlos no es en realidad el fracaso del propio Carlos. No considero en absoluto el suicidio como un fracaso por parte de la persona que lo comete, si no de todas las personas que hay a su alrededor. Los que no han muerto, están huyendo. O deprimidos. No son unos personajes muy divertidos, aunque a veces les sucedan cosas entretenidas o tengan ciertos momentos de hilaridad: están hechos polvo y no tienen dónde caerse muertos. Como mucha gente a mi alrededor, como yo. De ahí que consuman drogas casi compulsivamente: les divierte, les hace olvidar la mierda que tienen alrededor.
Pregunta personal… ¿El fracaso generacional de tu literatura es algo con lo que tú mismo has tenido que lidiar en tu vida? A lo mejor soy un ejemplo claro de fracaso. Todo fue bien hasta los treinta: tenía un buen trabajo, vivía fuera de casa, hacía un par de viajes al año, iba regularmente al gimnasio así que tenía un cuerpo con el que me sentía seguro. Luego me despidieron del cine donde trabajaba -gracias, 21% de IVA, a los del Partido Popular y sus votantes- y empecé un periplo de trabajo malo a trabajo peor, me pulí los ahorros por cobrar menos del sueldo mínimo, volví a casa de mi padre, ¡con treinta y tres años, que es el momento en que se supone que lo que debes hacer es sentar cabeza del todo! Y luego te das cuenta de que estás en una situación de la que no puedes salir, porque ya nadie te da mil euros, te dan 750 y las pagas extras ni las esperas y estás atrapado en una cárcel, la de casa de tus padres. Entonces es cuando la gente huye, porque cuando las cosas te van bien ahí están todos a tu alrededor, pero cuando no, cuando necesitas que te echen una mano, la mayoría se va haciendo fú como el gato. Es propio de los ignorantes creer que el éxito, como el talento, se contagia o se genera por el roce o por proximidad. ¿Fracasado yo? Tengo treinta y cinco años, vivo en casa de mi padre, no sé cuándo podré irme de allí, tomo antidepresivos desde hace meses. Está claro que exitoso no he sido.
Esto me lleva a otra constante de tu literatura. En “Reykjavík Línea 11”, Arnau no podía huir de la ciudad de la que creía estar huyendo, mientras que Einar no podía huir de su pasado. En “La Canción Pop”, Simón realiza la siguiente reflexión: “Sabía por experiencia propia que aunque una persona se fuera lo más lejos posible de un lugar que detestaba, no funcionaría. A la larga, descubriría que «la ciudad irá en ti siempre». Tenía esa frase grabada en la cabeza desde que la leyó por primera vez y no había dejado de repetírsela, parecía que la hubieran escrito para él”. ¿Qué tiene esto de la imposibilidad de la huida que te atrae tanto? Es algo que he comprobado a raíz de una depresión. La depresión es más o menos como una voz constante en tu cabeza. Imagina la persona más crispante que puedas. Un ex novio, la mujer de tu padre después de que se separa de tu madre, yo que sé. Alguien a quien odies mucho, a quien no soportes de veras. Y luego ponle tu cara y tu timbre de voz. Esa persona lo sabe todo de ti, lo bueno y lo malo, y no hay forma de quitártela de encima. Es como el aire, lo necesitas para respirar, y la voz está siempre en la cabeza. Ya puedes irte donde te dé la gana. Te va a perseguir siempre. Uno no puede nunca huir de lo que es.
Por cierto, por curiosidad, cuando yo era jovencito me quedé traumatizado con esta misma temática (y una frase creo que parecida a la que mencionas) precisamente en un libro que ya has mencionado, «Beatriz y los Cuerpos Celestes»… ¿Qué ficción de huida imposible te obsesionó y te obsesiona a ti? «La Historia Interminable«. Me hubiera gustado meterme en un libro lleno de fantasía y olvidarme de todo (y de todos). La mejor huida de todas.
Es inevitable ver en tu biografía que has viajado mucho… Así que de nuevo la pregunta del millón que no toca pero que voy a hacer: ¿de qué carajo has estado huyendo? Yo llevo muchos años, cinco, exactamente, huyendo de mí mismo. Por eso no he escrito nada durante todo este tiempo, porque huir de uno mismo es algo que requiere mucha energía. Y, luego, ya ves: no sirve de nada.
Cambiando de tema, como barcelonés, me parece interesante la decepción que siente Simón al ver la ciudad de la que huyó. ¿Es esto un reflejo de tu propia decepción con esta ciudad o con alguna otra? Con esto quiero decir, ¿cómo ves Barcelona? A Barcelona la veo muy jodida. No solo ahora, con todo lo que está pasando a raíz del 1-O. Ya estaba muy jodida antes. De pequeño, cuando tenía veinte años, era una ciudad que me fascinaba y también era una ciudad en la que sabía que ibas a poder vivir cuando encontraras un trabajo. Ahora se ha convertido en un parque temático en el que se le permite casi todo al turista, que ha sucumbido a las franquicias y a los fast-food. Hay zonas de Barcelona que no reconozco: son iguales que en París, Londres o Berlín. Y encima sabes que nunca más vas a poder vivir en ella pero, ahora, con treinta y cinco años, pues ni falta que hace. Vivo en el extrarradio, muy Bigas Luna.
Pregunta chorras que me apetece hacerte: Top 3 de ciudades preferidas y por qué. Reykjavík. La número uno. En realidad es una ciudad fea como un demonio, no hay mucho que hacer allí, hace un frío del carajo y se come fatal. Además, ¡todo es tan jodidamente caro! ¿Pero qué quieres que te diga? A mí me gusta plantarme allí y no hacer nada durante una semana excepto meterme en un hot tub hasta arrugarme, comer hamburguesas y beber litros de cerveza y de café entre paseo y paseo por las dos o tres calles medianamente interesantes. Creo que es una ciudad que si aprendes a vivirla, es increíble. Pero no deja de ser un pueblo. Y ahí está la gracia. Seúl sería la número dos. La odié a muerte cuando llegué por primera vez, pero poco a poco me fue metiendo en el bolsillo. No sé si por las marcianadas que viví allí o porque estuve solo, pero al final me dio pena marcharme del sitio. Una ciudad tan grande, tan sucia, en la que era tan fácil perderse… Me sentía Scarlett Johansson en «Lost In Translation«, pero en plan barato (a pesar de lo que cara que es Seúl). Me encantaría volver. Y, finalmente, Oslo. De Oslo siempre me han dicho que es una ciudad muy aburrida, pero para mi es un sitio donde siempre me lo he pasado muy bien y donde me veo incluso viviendo una temporada. Es pequeña, tiene una comida riquísima, la gente ama la cultura, tiene rincones espectaculares, una vida nocturna la mar de entretenida y un café de quitarse el sombrero. A eso súmale que está llena de vikingos y vikingas, que, por cierto, menudo estilazo tienen vistiendo. ¿Qué más quieres?
Y, claro, imposible no hablar de música si hablamos de “La Canción Pop”… Para empezar, lo siento, pero resulta que en el libro Simón lanzó un disco (del que también huye de alguna forma) y, cuando se mencionan letras de ese álbum, resulta que son de Spunky. Curiosamente, Spunky acaba de publicar nuevo trabajo. ¿Lo has escuchado? ¿Qué te parece (el disco en concreto y Spunky en general)? En el primer borrador de la novela las canciones eran de Radiohead, pero en un ataque de ego de los grandes (soy escritor, qué quieres, a veces me creo el centro del mundo) me dije que a lo mejor me denunciaban por usar canciones suyas. Así que, después de un tiempo, decidí que cantaran las canciones de Spunky porque «Kommunikation» me parece un discazo y siempre podría llamarle para pedirle permiso. No he escuchado su nuevo disco, así que no puedo decir qué me parece… Pero «Kommunikation» es un disco que pongo a menudo porque está lleno de temazos.
Ya sé entonces que te mola Spunky… Pero, venga, si tuvieras que elegir un disco con el que quedarte para la eternidad, ¿cuál sería y por qué? Sería «Mechanical Animals«, de Marilyn Manson, que, de hecho, sale referenciado en el libro también. Y sale referenciado de una manera que tiene mucho que ver con los motivos por los que lo elijo: salió cuando yo iba al instituto, lo compramos entre mi hermano y yo gracias a la paga que nuestros padres nos daban para desayunar –así que no desayunamos toda esa semana-, y luego me regalaron un bajo y aprendí a tocarlo gracias a muchas de las canciones de ese disco. De hecho, tengo un tatuaje con parte de una canción, «Great Big White World«. Sigue sonando igual de bien que hace veinte años.
¿Y qué música te tiene obsesionado últimamente? Pues hace unos días ha salido «Heaven Upside Down«, de Marilyn Manson, que me parece que suena muy bien. Normalmente me va un poco a épocas, esto de la música, como a todo el mundo. Ahora mismo estoy en un momento en el que me ha dado por ser un poco revival y estoy escuchando grupos que no escuchaba en mucho tiempo, como The Organ, que sacaron un disco tremendo («Grab That Gun«), Klerrup, The Knife (¿No es «Deep Cuts«, sencillamente, cojonudo?) o los dos primeros discos de The Horrors.
Vale, una vez superada la barrera de preguntas más superficiales, vamos al corazón de este meollo, porque en “La Canción Pop” hay telita que cortar. Me refiero, básicamente, a este pasaje de tu libro que lo explica todo: “En mis canciones quería plasmar la realidad de lo que vivía. Siempre que me ocurre algo importante o que me llevo un chasco, cuando me doy cuenta de que el chico que me gusta pasa de mí, como ocurre casi siempre, o cuando algo me duele más de lo normal, pienso en mis canciones y en si en ellas hay algo similar a lo que siento en ese momento (…). Pero soy incapaz de transmitir la intensidad que supone vivir. El desamor, la injusticia, incluso la felicidad, por efímera que sea. Todo eso será más intenso, mejor, en la vida real. Una canción es solo una canción”. ¿De verdad piensas que una canción es solo una canción o es algo que se dice en un momento de derrota? Las canciones sólo son canciones. Los libros, solo son libros. Las películas, películas. No te van a salvar la vida. Te cambiarán el ánimo, te pondrán más contento cuando lo necesites, pero no te van a arreglar los problemas que tengas ni te van a dar de comer. No hay que darle más importancia que lo que son. Nunca he entendido la cantinela de “escribir este libro me salvó la vida” o “escribir esto otro me libró del psicólogo” o “¡leer este libro me ayudó tanto!”. Las canciones, los libros, son una mentira: existen en la vida real más que durante el tiempo que duran. Y punto. Para todo lo demás, hay profesionales.
Creo que ese pasaje, además, entronca con el descalabro de una generación que crecimos creyendo que de la creatividad y el arte se podía vivir… Pero que acaba de camarero en Londres. ¿Cuál es tu experiencia a este respecto? ¿Por qué nos quedamos atrapados en la tela de araña de la creatividad? Yo escribo libros mientras mis amigos ven «Juego de Tronos«. En mi caso, me quedo atrapado en esa tela de araña porque me parece más interesante que ver una serie de televisión. No te diré que lo hago porque no sé hacer otra cosa -porque sé hacer muchas otras cosas, y si dejara de escribir, de repente, tampoco pasaría nada-, pero lo hago porque es lo que más me gusta hacer. A lo mejor me permite vivir otras vidas, no sé. Lo bueno de ser escritor es que puedes imaginarte a gente más jodida que tú.
Oye, y ya está, que soy un chapas y ya te he preguntado demasiadas cosas que no debía… Solo una última curiosidad: ¿en qué estás currando y qué será lo próximo que sabremos de Raúl Portero? Lo próximo es una película. Se llama «Grímsey«, la hemos grabado en Islandia y está a punto de desembarcar en festivales. No puedo decirte cuáles hasta que no sean los propios festivales quiénes lo anuncien. Pero como esa película ya está terminada –se estrena en verano en cines, además–, ando escribiendo el guion de la segunda. A mí me gustaría hacer “La Canción Pop”, pero veré si encuentro financiación o no para poderla filmar. También me gustaría rodar un cortometraje que tengo en la cabeza, pero no tengo amigos actores, y eso dificulta un poco las cosas. De todas formas, creo que a partir de ahora me voy a centrar más en el cine que en la literatura: me apetece explicar historias de manera colaborativa y cada vez me llama menos la atención pasarme las horas muertas solo delante del teclado. [Más información en el Twitter de Raúl Portero y en la web de la editorial Dos Bigotes] [Raúl Portero presentará «La Canción Pop» en la librería Antinous el sábado 21 de octubre a las 19h]