El Festival de Sitges 2017 se ha enamorado en pleno del fantasma protagonista de «A Ghost Story», la imprescindible película de David Lowery.
Aquí dejo caer una confesión íntima y personal: reconozco que este Festival de Sitges 2017 me está pareciendo bastante mejor que la anterior edición… Y creo que, al fin y al cabo, resulta inevitable pensar algo así cuando te acabas de topar con auténticas maravillas como la que quiero destacar hoy…
A GHOST STORY
Recuerdo que, cuando era una niña, sentía un pavor irracional al escuchar una palabra. Cada vez que la escuchaba, un escalofrío me recorría el cuerpo, comenzaba a pensar en el significado de esa palabra y entraba en un bucle infinito de pensamientos que, por lo menos para mí por aquel entonces, tenían su sentido. Me recuerdo pensando en ella sin parar durante largos ratos. Nunca llegué a ninguna conclusión. Con el paso de los años, aprendí a aceptar que esa palabra, además de mi bucle sin fin, podía usarse y se usaba muy habitualmente y no tenía por qué tenerle ese terror. Aprendí a usar la palabra “siempre” sin tener miedo a todo aquello que para mí significaba tener que decir “para siempre” por todo lo que implicaba. Podría decirse, quizás, que le tenía miedo a la eternidad. Ahora lo pienso y me digo a mí misma: ¿y quién no lo tiene, Bea?
Quizá esta sea una de las múltiples razones por las que «A Ghost Story» me parece una película tan especial y única. La premisa del film, cuyo look parece sacado directamente de un filtro de Instagram, es precisamente esta: qué significa hacer frente a la eternidad, cómo afrontarla cuando sabes que lo único que te queda es eso y nada ni nadie más.
Con «A Ghost Story«, David Lowery (que vuelve a contar con Rooney Mara) nos introduce de lleno en el sentimiento de pérdida, en el paso del tiempo, en lo difícil que es dejar ir, pero también en lo difícil que es irse. Lo hace partiendo de la historia de una pareja cuya vida en común se ve truncada por el mayor mal de todos: el de la muerte. Es justo a partir de este momento, en el que el fantasma de él (Casey Affleck) se levanta de la camilla de la morgue y comienza a caminar con su sábana blanca por encima de su ya etéreo cuerpo (sí, han leído bien), cuando entramos de lleno en la intimidad más absoluta de la casa de la pareja, en sus paredes, en su tristeza, en sus pertenencias y, al fin y al cabo, en su historia.
Inevitablemente, pasamos de lleno a ser parte de esa pérdida, de la impotencia comunicativa y de la incapacidad para partir de una vez. Lowery nos convierte en lo que seremos cuando ya no estemos y nos deja pensar en ello durante dos horas plagadas de planos contemplativos, largos, sin movimiento alguno (especial mención para el plano de la tarta). Planos que son eternos, precisamente, para nuestro protagonista el fantasma. Un fantasma condenado a permanecer en un pequeño trocito del mapa, en un terreno de tierra que un día contempló la vida de personas felices.
El fantasma de Lowery, en contrapartida al resto de fantasmas que pueda haber en nuestro imaginario, no causa terror (al menos no el terror horripilante que los fans del género vendrán buscando). El fantasma de Lowery, nos hace partícipes de todas y cada una de sus emociones y es capaz de enamorarnos incluso sin llegar a mediar palabra, sin necesidad de tener una cara o algún rastro de expresión facial. Ese fantasma, que podríamos ser cualquiera de nosotros mismos o de nuestros antepasados, es quizá el fantasma que mayor terror alberga en su interior. Hablaba al principio de cuando era una niña. Quizá nada haya cambiado respecto al miedo a la eternidad y a los “para siempre”. Quizá sea imposible no intentar que todo lo que amamos permanezca de alguna manera aquí o allá, evitar que sea olvidado, evitar que seamos olvidados… para siempre.
TAMPOCO TE PUEDES PERDER…
LOVING VINCENT (de Dorota Kobiela y Hugh Welchman). Creo firmemente que esta es la película más indiscutiblemente bien construida de todo el festival. No tengo claro si resulta más correcto clasificarlo como ejercicio de cine o de pintura, pues no hace falta verla para que resulte evidente el enorme trabajo al que un equipo de más de cien pintores se han sometido durante más de un año para pintar a mano la película entera siguiendo la técnica al óleo de Van Gogh. Un resultado de más de 65.000 diapositivas y de más de cien óleos pintados. El propio Van Gogh ya dijo que no se podía hablar si no era mediante pinturas… Y aquí está la prueba.
«Loving Vincent» es, además de una obra de arte pictóricamente hablando, un maravilloso ejercicio documental sobre los misterios no revelados de la muerte de Vincent Van Gogh y los testimonios que han dado de él las contadas personas que le conocían personalmente. A partir del hijo del cartero encargado de recoger las cartas que el pintor escribía para su hermano Theo (una de las pocas personas que le ayudó en su época de enfermedad mental más oscura), asistimos a una recreación de la historia de Van Gogh bajo los ojos de cada uno de los personajes que él mismo pintó en su última época en Auvers.
Más allá de las circunstancias de la muerte del pintor (¿su suicidio fue realmente un suicidio o fue un asesinato?), esta película que de por sí ya es emocionante se convierte desde ya en un clásico instantáneo imprescindible tanto para fans del pintor como para cualquier tipo de público al que le interese mínimamente asistir a una especie de «Van Gogh al desnudo«; una puerta al corazón del artista a través de las personas que le conocían y de las cartas que él mismo escribió… «Loving Vicent» es el film que al propio Van Gogh le hubiera parecido imperdible.
WIND RIVER (de Taylor Sheridan). Si ya teníamos clarísimo que a Taylor Sheridan (guionista de «Sicario» y «Comanchería«) no le tiembla el pulso a la hora de escribir, ahora lo demuestra también dirigiendo. En «Wind River» mezcla con acierto los elementos de género western y el thriller melodramático apoyando su historia en un caso real de una joven hija de indígenas que fue encontrada muerta en la nevada Wyoming tras haber sido abusada sexualmente.
La dureza de la historia que nos cuenta el director es evidente, pero tampoco le va mal a Sheridan a la hora de dirigir a sus actores. Y es que, viniendo de él, todos podíamos esperar un guión de altura, pero tengo que confesar mi total sorpresa al ver que, además de haber vuelto para contarnos una historia con mucha tensión, mucha acción y mucha nieve, ha vuelto dirigiendo a un gigantesco Jeremy Renner y a la también espléndida Elisabeth Olsen (la buena de las hermanas Olsen, para entendernos). Los dos haciendo un trabajo magnífico en paralelo, tanto en la investigación como en la interpretación de la película.
Sin perder la oportunidad para presentarnos una dura historia acerca de la injusticia social y legal y el racismo existente de cara a ciertas minorías étnicas (en nuestro caso, la nativo-americana), Sheridan ha conseguido conformar un film redondo, quizá sin tantas capas como su sobresaliente guión de «Sicario«, pero sí al nivel de «Comanchería«. Imprescindible.
LES AFFAMÉS (de Robin Aubert). Se nota que Robin Aubert es fanático de los zombis, y se nota por el estilo de su nueva película. «Les Affamés» es una vuelta al género de zombis más primitivo, una regresión a aquellas carreteras de largas rectas con árboles a ambos lados de la calzada. Una vuelta a los bosques poblados de maleza y de recovecos, y sobre todo una vuelta a los personajes bien paridos, con carisma y con sentido común.
Basta ya de jovencitos guapos y dicharacheros que todo el mundo sabe que van a morir en los primeros diez minutos de película. Basta de zombis que caminan lento y que imponen entre poco y nada. Aquí se corre, se piensa y se dispara a bocajarro. Y, si no, no queremos más películas de zombis. También se habla de las personas, de los que sobreviven y, sobre todo, de los que luchan hasta el final por su supervivencia y la de los que le acompañan. Cuando, además de lo dicho, te adornan la película con decenas de gags negrísimos, lo tenemos todo para estar ante una película más que disfrutable y con nota.
PUEDES PASAR SIN VER…
MUSA (de Jaume Balagueró). Partimos de la base de que la historia de «Musa» no tenía tampoco mucho de dónde rascar. Y, aún así, la nueva película del director de «[rec]» no consigue ir en ninguna dirección fija. Unos personajes perdidos, un empaque general telefilmesco y unos giros argumentales que no es que no acaben, sino que más bien no empiezan a ser creíbles… Todo ello juntito y bien revuelto ha conseguido que Jaume Balagueró se lleve el primer puesto en películas evitables de este festival. [Más información en la web del Festival de Sitges 2017]