Nuestra segunda crónica del Festival de San Sebastián 2017 tiene claro que la corona de este año va a parar a James Franco y «The Disaster Artist».
Se acerca el final del Festival de San Sebastián 2017, cierto, pero en el segundo tramo del certamen hemos visto algunas películas francamente destacables. Por ejemplo, el esperado regreso de Michael Haneke tras “Amor” con una “Happy End” que disgustó en Cannes pero que, como leeréis en breve, digamos que se deja ver. O la enésima muestra de genio del prolífico maestro surcoreano Hong Sang-soo. O “Morir”, otra vuelta de tuerca de Fernando Franco al cine del dolor tras “La Herida”. O, claro, ese esperpento de Darren Aronofsky llamado “Mother!” que repelió a la mayoría pero que se ganó también un puñadito de fans.
Y, por encima de todas ellas, la película más esperada del Festival de San Sebastián 2017, al menos por lo que se refiere a la Sección Oficial: “The Disaster Artist”, de James Franco. A por ellas.
PELÍCULA DESTACADA
THE DISASTER ARTIST (James Franco). “Visions are worth fighting for. Why spend your life making someone else’s dream?”
James Franco dirige y protagoniza “The Disaster Artist”, traslación a la pantalla del libro de mismo título, que relata la preparación y el rodaje de “The Room”, la cult-movie definitiva del Siglo XXI, una obra vilipendiada y aplaudida a partes iguales, tan abominable como fascinante, delirio loquísimo y fantasía personal de ese misterioso personaje llamado Tommy Wiseau.
La cita que encabeza este texto, por cierto, es una de las frases con las que Orson Welles se dirige a Edward D. Wood Jr. en el encuentro casual en un bar que se produce entre ambos en una de las escenas más bonitas de “Ed Wood”, seguramente la mejor película de Tim Burton. Dicha cita, incluida en la película a la que probablemente más certeramente retrotrae “The Disaster Artist”, no está escogida de manera aleatoria, puesto que la esencia de la cinta de James Franco bien podría resumirse con esas palabras.
Y es que “The Disaster Artist” es en realidad una película sobre la obsesión de una persona y la determinación con la que dicha persona quiere dar forma a esa obsesión. La visión perseguida por Tommy Wiseau, su sueño anhelado, es actuar, interpretar, insuflar vida a las palabras escritas en un guion. Y en la persecución de su sueño, ante la falta de oportunidades externas, decide crear la estructura donde fortificar ese sueño: hacer su propia película, poner las palabras y luego las imágenes para satisfacer esa pulsión vital, creando involuntariamente una de las aberraciones cinematográficas más brillantes que existirán jamás.
Si una de las virtudes de “The Disaster Artist” es la mimetización casi irreal que consigue con “The Room”, calcando al milímetro las icónicas escenas de la película de Wiseau, otra es el demencial juego de máscaras presentado a través de la doble transmutación de los personajes. Así, vemos por ejemplo a James Franco como Tommy Wiseau y a James Franco como Tommy Wiseau como Johnny (el personaje protagonista de “The Room”). Auténtica metaexpresividad, gracias a la cual algunas de las incógnitas que se plantean de forma más o menos velada, como la atracción latente de Wiseau hacia Greg Sestero (Dave Franco en el film), coprotagonista de la película, adquieren una carga dramática casi pasoliniana enfrentada a una hilaridad ciertamente inaudita.
En realidad, pese a que pueda parecer lo contrario, “The Disaster Artist” es una película notablemente compleja. Se trata de un drama canónico, algo que incluso se nos avanza desde el principio de la película con la partitura de entrada, un score grave a cargo de Dave Porter, que remotamente recuerda al de Angelo Badalamenti para “Mulholland Drive” (de nuevo, los sueños truncados de triunfo en Hollywood), pero estamos ante una de las películas más divertidas que he visto en bastante tiempo. De igual forma, por seguir enumerando las virtudes contradictorias de la película, estamos ante grandes interpretaciones dando vida a penosos intérpretes, en una especie de gran broma en continuo sobre los éxitos y miserias de ser actor
Como ocurría con, insisto, su referente más cercano, “Ed Wood”, Franco mantiene el respeto casi compasivo por Wiseau de la misma forma que Burton profería sobre la figura de Wood. Pero, lejos de la romantización del fracaso sugerido en aquella, en “The Disaster Artist” la visión sobre la ruina creativa cinematográfica es descarnada y a la vez hilarante. Se trata en definitiva de un ejercicio único y extremadamente divertido a propósito de las inconscientes maravillas que el caos más puro puede generar. El milagro de la entropía aplicado al acto creativo. Pura orfebrería cinematográfica. (8/10)
CORTITAS Y AL PIE
THE DAY AFTER (Hong Sang-soo). Sin que apenas nos demos cuenta, Hong Sang-soo está erigiendo con su obra a lo largo del tiempo probablemente el retrato más naturalista y, por eso mismo, más devastador del hombre contemporáneo dentro de la cinematografía actual. “The Day After” es el penúltimo paso en la construcción de dicho retrato, y, aunque se trate de una película en apariencia menor, su supuesta simplicidad es una forma tan o más válida de arañar en la consciencia si la comparamos con obras de mayor aparataje dramático, como “La Mujer Es El Futuro Del Hombre”, “En Otro País” o “Ahora Sí, Antes No”.
Sang-soo pone en liza únicamente a cuatro personajes, cuatro arquetipos clásicos dentro de su filmografía (autor, esposa, amante y muchacha a modo de motor inmóvil), e incide en sus propias obsesiones tanto formales (el dominio del plano fijo sorteado con ocasionales zooms artríticos) como morales (la relación hombre-mujer, el anhelo de felicidad o la naturaleza egoísta del ser humano), aquí reduciendo a la mínima expresión los diálogos, las coyunturas ad hoc de los personajes e incluso la estética, bañando en un apagado blanco y negro las conversaciones que tienen los cuatro protagonistas en las oficinas de una editorial. Al final, uno abandona la sala convencido de que la felicidad es un asunto muy relativo y deseando que Dios dé muchos años de salud y trabajo al bueno de Hong Sang-Soo. (7’5/10)
MOTHER! (Darren Aronofsky). Juntar a Darren Aronofsky, a Jennifer Lawrence y a Javier Bardem probablemente le haga sospechar a uno que no estamos ante la película más sutil del mundo. Pero tampoco se espera uno encontrar, ¿cómo decirlo?, esto. “Mother!” se ejecuta en dos actos, siendo el segundo una mera variación del primero, en los que la tranquilidad de una pareja aislada en una casa en medio de la nada se ve perturbada por la llegada de un conjunto de personajes no esperados. Es verdad que “Mother!” daba para un estudio más o menos interesante en clave de terror sobre los issues de pareja asociados a factores externos, pero la cosa aquí toma unos tintes patafísicos y granguiñolescos desde la primera media hora que crecen en intensidad para terminar en puramente un esperpento.
Ecos evidentes de “La Semilla Del Diablo”, claro (de hecho, Jennifer Lawrence está incluso bien en su emulación de Mia Farrow / Rosemary Woodhouse), pero también de “Esta Casa Es Una Ruina” dan forma a esta desconcertante barrabasada. Incluso podría verse como una lectura invertida de “El Ángel Exterminador”, porque si en aquella la gente no podía salir de la casa, en “Mother!” no pueden dejar de entrar. Y, de la misma manera, si en la película de Luis Buñuel el espectador sólo quería quedarse, de la de Aronofsky yo solo quiero huir. Y cuanto antes. (2/10)
HAPPY END (Michael Haneke). Michael Haneke abandona el rigor dramático de sus últimas cintas, las ya lejanas “La Cinta Blanca” y “Amor”, para ponerse ligero y bufo en “Happy End”. En ella se narran las cotidianidades de una familia de clase alta a partir del accidente ocurrido a uno de los trabajadores de su empresa de construcción. Tras este argumento, es verdad que el desarrollo de la sátira de Haneke es tirando a plano, no especialmente audaz, y la broma que se cierne sobre la línea de flotación de la burguesía europea transita por no pocos lugares comunes. Pero ello no impide que se trate de una película en cierto grado disfrutable, con algunos recursos que devuelven al cineasta austríaco a sus primeros pasos tras la cámara (esas grabaciones en Periscope que son casi una puesta al día de “El Vídeo De Benny”) y con un plano final de Jean-Louis Trintignant que podría leerse como una alegoría fenomenal de su testamento interpretativo. (6/10)
MORIR (Fernando Franco). No parece fácil poner en imágenes y sonidos la muerte desde la cercanía más íntima. Y, sin embargo, Fernando Franco sale airoso del trámite, con esta narración minimalista a propósito de la irrupción de una enfermedad terminal en uno de los miembros de una pareja. Tras “La Herida”, las expectaciones a propósito de su segundo largometraje, eran muy altas. Quizás demasiado, a la vista de que “Morir” no consigue realmente impactarnos todo lo que hubiéramos esperado ante una historia así. Sin embargo, hay una cierta inquebrantable virtud en esa contención que se muestra en la película, especialmente en la mirada paciente de Marian Álvarez, en su dureza conmovedora a la hora de reflejar cómo la enfermedad nos hace translúcidos en nuestra humanidad y afloran el egoísmo, el miedo y la impotencia a la hora de dar aquello que quien tenemos a nuestro lado realmente necesita. Película incómoda, imperfecta y notablemente dolorosa. Como la vida, realmente. (6’5/10) [Más información en la web del Festival de San Sebastián 2017]