Hay veces que la evaluación de un disco difiere si la realizas poniendo su silueta contra el panorama musical actual o contra la trayectoria de la banda en cuestión. Así que voy a decirlo a las bravas desde el principio: por mucho que aquellos que sólo buscan el impacto inmediato como herramienta para rascar unos segundos de relevancia en la escena actual (sin tener en cuenta las fluctuaciones casi bolsísticas de un mundillo tan variable como el musical) vayan a pasar por alto este «Mirror Mirror» (Domino / PIAS Spain, 2011) de Sons & Daughters como un trabajo segundón de una banda que pudo ser pero no fue, también hay otra vía para el disfrute de este album: el fuego lento. Tan lento que casi está congelado. Tan congelado que corta. Por decirlo de otra forma: los buscadores de hype lo tienen crudo con un disco como este, donde los logros son más similares a los de una c0stosa carrera de fondo que a los de los espectaculares 100 metros lisos.
Y lo más curioso es que todo lo dicho con anterioridad sorprenderá a los que conozcan «This Gift» (Domino, 2008), el anterior movimiento de estos galeses que fue producido por Bernard Butler en consonancia a las coordenadas de pop bigger than life habituales en el ex-Suede. Allá, Sons & Daughters cogían por las pelotas su sonido tabernario de madera y sudor, de rockabilly sureño y guitarras engominadas, y le aplicaban una carga de superficialidad que consiguió lo que buscaba: marcarse el disco más accesible de la banda hasta la fecha. Aun así, un album accesible no es garante de un éxito asegurado. A día de hoy, los galeses miran «This Gift» como una extravagancia de la que no reniegan pero que tienen claro que no quieren volver a repetir. Como un adolescente del que se han reído en el colegio, Sons & Daughters se han aplicado un cambio de imagen extremo para volver a clase la mañana siguiente. Es más: como un adolescente del que se han reído en el colegio pero que sabe que lleva dentro mucho más arte que el equipo entero de animadoras e incluso más que el esnobista club de arte, «Mirror Mirror» se caga sonoramente en cualquier preconcepción tanto de fans como de no fans. La nueva producción del debutante en estas tareas J.D. Twitch (de Optimo Djs) se dirige hacia un sonido que podría recordar a los dos primeros largos de la banda: «Love The Cup» (Domino, 2003) y «The Repulsion Box» (Domino, 2005). Que «podría recordar» pero que, realmente, es algo totalmente diferente.
Porque allá primaban las influencias rock de raices sureñas norteamericanas, los efluvios de guitarra de bar de carretera que hacían honor a ese Southern Gotic más estilizado que viste tupé, camisa de cuadros y botas camperas. Pero «Mirror Mirorr«, pese a partir de un panorama sonoro similar, enfatiza lo gótico y minimiza lo sureño. Así tendrían que haber sonado The Horrors producidos por Geoff Barrow. De esta forma deberían sonar The Knife si algún día se pusieran hasta el culo de metanfetaminas con Soulsavers. Algo similar ocurriría si The Kills no se pasaran el día delante del espejo comparando modelazos. Y así sonará cualqueira de los proyectos de Jack White el día que deje de considerarse un Dios pagano del rock pantanoso y decida bajar a la tierra para grabar un disco que podamos mirar directamente a los ojos… Sin perder de vista nunca, claro, las referencias goticosas de alto copete como los inevitables Siouxsie & The Banshees, The Cure e incluso unos Joy Division alejados de la urbe industrial e instalados en la campiña galesa alegremente (bueno, todo lo alegres que se podrían instalar en algún sitio los de Ian Curtis). Las influencias y las referencias, sin embargo, quedan totalmente aniquiladas desde el primer corte de «Mirror Mirror«: ese sublime e impactante «Silver Spell» que suena a casa de los horrores donde la economía de medios se corresponde con una intensidad que va creciendo gracias a la sabiduría a la hora de racionar los elementos. A partir de ahí, todo es cuestión de delicadeza en la producción, impacto en las voces y concreción en los golpes: «The Model» es un fluído viscoso y oscuro que se va escurriendo lentamente hacia un final en el que brilla una guitarra como un fogonazo en la oscuridad; «Orion» sería el single perfecto si este mundo estuviera preparado para estos afiladores que ponen a punto sus guitarras (y ese cencerro funkero) como quien saca punta a sus cuchillos; «Don’t Look Now» es un interruptor que cambia desde el baile de gala punk hacia una deliciosa deriva digresiva y ambiental; «Ink Free» es un experimento de silla eléctrica en forma de canción; «Rose Red» y «Axed Actor» recuperan las texturas de «The Repulsion Box» para ahogarlas en una cámara de vacío en la que resuenan los ecos de las voces dobladas; y, para cerrar el disco, «The Beach» encapsula la línea de guitarra más pop de todo el disco (con esos coros femeninos tan dulces) en un paréntesis paisajista de lluvia invernal.
Remitiendo al principio de esta crítica, es necesario repetir que habrá quien se tome «Mirror Mirror» como un trabajo segundón de una banda que pudo ser pero no fue. Y es que este no es un álbum para los impacientes, para los coolhunters, para los que necesitan poner una nota decimal a cada disco a la primera escucha, para los que sólo se fían del «best new music» de Pitchfork, para los que no escuchan los discos más de tres veces, para los que creen que la múscia es una competición de altura y no un salto de longitud, para los que no saben qué es tumbarse en el sofá sólo para escuchar un disco y no hacer nada más, para los que nunca han sentido cómo una canción acaricia su entrepierna, para los que piensan que una banda no tiene derecho a cambiar en su cuarto trabajo, para los que desconfían de los tupés y las botas camperas, para los que no han sentido su espina dorsal erizada con un verso bien cantado… Pero para todo lo demás (y para todos los demás), «Mirror Mirror«. Un disco imperfecto, sí, pero un disco con el que Sons & Daughters demuestran que no son una banda que pudo ser pero no fue: son la banda que quieren ser y suenan como… ¡Zas! ¡En toda la boca!