Muchos se han apresurado a la hora de sentenciar que el cambio de Metronomy desde el pop electrónico polimórfico y experimental de sus dos anteriores álbumes hacia el formato banda de estudio es algo que les ha sentado la mar de bien. Esa sentencia es, sin embargo, uno de esos juicios tendenciosos facílisimos de realizar… pero profundamente erróneos. Y es que todo lo puede escucharse en «The English Rivera» (Because / Warner, 2011) ya estaba presente en el moderniqui «Nights Out» (Warner, 2008) e incluso en el esquivo «Pip Paine (Pay the £5000 You Owe)» (Holiphonic, 2006). Los que digan que Joseph Mount se ha dado a la vida fácil de la fórmula de beach-pop cool-dancero es que no han escuchado la fanfarria descacharrantemente rítmica de «Black Eye_Burnt Thumb» en su debut o el bajo disco fardonísimo de «Heartbreaker» en su segundo trabajo. Eso fueron semillas… y aquí vienen los frutos. Así que, más que un volantazo en el camino escarpado de la carrera musical de Metronomy, lo más natural sería pensar que los esfuerzos dispersos de sus primeros álbumes acabaron configurando un basto circuito de Scalextric con múltiples caminos posibles. Y que «The English Rivera«, por su parte, lo único que hace es explorar una de esas pistas (la de la costa) e incluso ampliar el paisaje añadiendo nuevo -y adecuadísimo- atrezzo sonoro.
Algunos, los mismos del primer párrafo, pensarán que el desvío hacia la riviera inglesa de Metronomy vino dado por la marcha de Gabriel Stebbing del trío y la redefinición de la formación en un cuarteto que ha asimilado con naturalidad al bajista Gebenga Adelekan y a la batería Anna Prior (anteriormente en Lighstpeed Champion). Otro juicio demasiado fácil que ignora que Metronomy siempre ha sido y será el juguete privado de Joseph Mount, frontman y demiurgo de la totalidad de este mapa de carreteras por el que permite que otros compañeros de viaje circulen y disfruten a sus anchas. De hecho, si hay un factor que ha influído en la creación de «The English Riviera» son los continuos viajes de Mount entre Londres y París (ya que su pareja vive en la segunda de estas ciudades), que le permitieron desvincularse del trasiego (y presión) de la hiperactiva capital británica, además de ayudar a que la inspiración descendiera sobre él llegada de otro punto de la geografía: su ciudad de nacimiento, la costera Totnes, en Devon. Ecos de todos estos lugares pueden escucharse en «The English Riviera«: de Londres se exprime la nocturnidad bailable del electro-pop más urbano, en París se encapsulan los aires de coolism refinadísimo aplicados a líneas melódicos certeras y mínimas, mientras que desde Devon llegan las gaviotas y las olas que abren el disco, pero también todo ese sentir náutico que viene a ser la versión haute couture e inclsuo hi-tech de los raídos ropajes de Tennis.
Como toda ruta de carreteras, este paseo en descapotable por la costa inglesa en miniatura tiene sus subidas y sus bajadas, sus altos en el camino y sus acelerones. Tras una intro que abre el disco de forma paisajística (con las mencionadas olas y gaviotas), «The English Riviera» arranca de forma pletórica con «We Broke Free«: un tema que suena a declaración de intenciones y en el que Mount y compañía ya dejan claro, en forma de mantra que se enrolla sobre sí mismo, que no se olvidan de sus inicios de electrónica escarpada… pero que, desde ya, tienen la intención de romper las cadenas y mostrarse libres. Tan libres como en el siguiente tema: ese «Everything Goes My Way» que suena a unos The Magic Numbers (culpa del juego de voces con Roxanne Clifford de Veronica Falls) a los que el genio de la lámpara costera les haya concedido el deseo de ser tan guapos como para permitirse la languidez en una terraza al atardecer. No seamos hipócritas: eso de estar buenorro se acaba trasluciendo en este tema que hace volar la imaginación hacia la posibilidad de que Fleetwood Mac existieran pletóricos en el 2011 sin atisbo de horterismo estético y dispuestos a flirtear con nuevas texturas melódicas.
A partir de aquí, los temas se van entrelazando en forma de dos (súper)cuerdas algo diferenciadas. Por un lado tenemos la nocturnidad playera en la que se intuye el peligro entre las susurrantes hojas de palmera. Aquí es donde brillan temazos como la tenebrosa «She Wants«, con una utilización del bajo que hace pensar en unos Junior Boys igual de noctívagos pero mucho más opacos o en The Cure tocando en una playa en la que los siniestros tienen prohibida la entrada; «Loving Arm» y sus zumbidos de última hora de la noche, como un suave dolor de cabeza en formato musical que no te va a impedir acercarte a tu presa como buen depredador sexual que eres; o el cierre pluscuamperfecto con esa «Love Underlined» en la que conviven los toques de elegancia frenchie a lo Phoenix y unos sintes gordísimos que consiguen desdibujar por completo los límites de cualquier estructura pop que haya aparecido en «The English Riviera» con anterioridad. Y que conste que, previamente, las estructuras pop han brillado con una fuerza inusitada en la segunda (súper)cuerda, donde militan temas como «Trouble» (un vals en el que se filtran voces de synth afrancesado que remite a ejercicios como los de Visage) o la dulce «Some Written«. Es en esta segunda cuerda pop donde tres temas rompen la baraja de «The English Riviera» y se acercan a la (pluscuam)perfección pop: «The Look» hace gala de un magistral sentido del ritmo y el fraseado, además de unos sintes adictivos que ya han pasado a la historia como el sonido del verano de 2011; «Corinne» imbrica en su interior un estribillo como un cuchillo en el agua que no es más que la cresta de un crescendo synthero capaz de dejarte más loco que el «Me Estoy Volviendo Loco» de Azul y Negro; y, por encima de todas, «The Bay«: un tema que encula a la etiqueta nu-disco con la mala leche de un pepino español y que, sin embargo, no voy a caer en la vanidad de crítico a la hora de intentar describir. Es imposible. Hay que escucharla. Pero entonces no hay vuelta atrás…
De eso trata, al fin y al cabo, «The English Riviera«: de un ludismo erótico-festivo con el que Metronomy se alejan de modernismos y de experimentaciones. Esos son otros caminos conectados a la carretera costera la banda ha decidido abordar en este tercer largo. Y precisamente eso es lo más interesante del álbum: que no aniquila al resto de pistas de un Scalextric privado que Mount seguro que seguirá explorando. Como todo buen ejercicio de hedonismo, «The English Riviera» tiene pinta de paréntesis. Un paréntesis veraniego y soleado dentro del que habitan sirenas electrónicas, lunas reflejadas en mares que se mueven a golpe de bajo gordo, olas sintéticas que bañan la costa con sus ritmos suavecitos pero incesantes, sexo lúbricado con la vaselina de unos ritmos pélvicos y playas de arenas removidas por las hadas buenas del País del Pop Perfecto. Al fin y al cabo, ¿no acaban siendo precisamente los paréntesis lo más memorable de nuestra existencia?