El Vilar de Mouros 2017 fue el festival ideal para los fans de la música de los 80, los 90 y los 2000… Y esta crónica te explica por qué.
El Vilar de Mouros es el decano de los festivales musicales que tienen lugar no sólo en Portugal, sino también en toda la península Ibérica. Pero el gran valor de este mítico evento no se reduce simplemente a su longevidad, materializada a partir de un encuentro folclórico realizado en 1965 que, seis años después, comenzó a crecer hasta convertirse en el acontecimiento que conocemos hoy en día.
Su otro mérito, más importante si cabe, ha sido atraer a lo largo de esa dilatada trayectoria (eso sí, de frecuencia irregular, con extensos paréntesis de silencio) a grupos de diversos estilos de la talla de U2, Sonic Youth, Neil Young, Bob Dylan, The Cure, The Stone Roses, Iron Maiden, PJ Harvey o Beck. De ahí que, por mucho que se revise y se profundice en la historia del Vilar de Mouros, no deje de asombrar que una cita de tales dimensiones artísticas se celebre en la pequeña aldea lusa que le da nombre.
Tal sensación aparece automáticamente en cuanto se atraviesan sus adoquinados caminos para acceder a un lugar -situado a orillas del río Coura (río musical por excelencia) y adornado con el puente medieval que forma parte indisociable de la identidad del pueblo y de la imagen del festival- cuya peculiaridad geográfica es una de sus características más distintivas. El lugar, además, influye decisivamente en la atmósfera que se crea antes y después de que la música en directo arranque: gozosa a la vez que agradable y plácida a la par que animada, ideal para que se produzca una curiosa mezcla de diferentes tipos de público, variopinto y de todas las edades.
De este modo, al igual que sucedió en su edición de 2016, la de su retorno a lo grande tras varios años de ausencia e incertidumbre sobre su continuidad, el Vilar de Mouros 2017 se mostró como un festival abierto, acogedor y sin prejuicios musicales. En este sentido, su cartel artístico se presentó más compacto que el del año pasado, aunque incluyó la misma equilibrada proporción de figuras emblemáticas, sorpresas y nombres a descubrir que se distribuyeron en un primer día rockero, un segundo comercial y accesible y un tercero revivalista, en el que se concentró buena parte de ese sentimiento de nostalgia que envuelve al Vilar de Mouros durante su desarrollo.
Con todo, su edición de 2017 se fijó también en la actualidad, por lo que sus 26.000 asistentes (según cálculo acumulado) tuvieron la oportunidad de realizar varios viajes en el tiempo desde el presente hacia los 80, 90 y mitad de los 2000 en busca de la banda sonora de sus vidas.
Por todo ello, el Vilar de Mouros no se debería calificar como el típico evento musical. De hecho, es tan especial que posee su propio juego de cartas (caso único en el mundo), presentado durante el festival por su autor, Fernando Zamith, y al cual esta casa aportó dos fotografías tomadas en su capítulo de 2016. Para corroborar dicha singularidad, bastaba con comprobar antes de entrar al recinto principal cómo bullía el área gratuita con actividades infantiles, demostraciones de sonidos populares y proyección de documentales musicales.
Más que un festival, el Vilar de Mouros 2017 fue una fiesta definida por su espíritu de concordia y el disfrute musical más auténtico. El rebautizado en su momento como ‘Woodstock portugués’ volvió a hacer honor a su leyenda.
JUEVES 24 DE AGOSTO. La electricidad se palpaba en el ambiente de la jornada inaugural del Vilar de Mouros 2017. No era para menos: se iban a subir al escenario cinco bandas que llevarían las formas del rock por diversas direcciones, del noise al rock alternativo o industrial, pasando por el post-punk.
La primera de esas muestras de energía resultó ser la más sugerente de la mano de The Veils. O, mejor dicho, gracias a la voz y la guitarra de Finn Andrews, cuya interpretación intensa y dramática, afilada cual fecha que atraviesa el corazón, facilitó que su discurso se introdujera de lleno en el rock emocionalmente arrebatado y épico, en la línea de su último disco, “Total Depravity”. Lejos quedan los tiempos en que The Veils transitaban por el pop delicado y melódico siguiendo la estela de Suede y Jeff Buckley, como bien constataron en Vilar de Mouros guiados por un Andrews apasionado que ponía su garganta al límite mientras vaciaba cuerpo y alma con cada sacudida eléctrica. El aperitivo del menú del día fue un directo arrollador rebosante de rock catártico e incandescente.
The Young Gods elevaron la apuesta cruzando poderosos riffs guitarreros con sintetizadores que, en sus fases álgidas, rozaban la psicodelia cósmica. Ese manto galvanizado cubría ritmos pesados que daban forma a un post-punk y a un (post)hard rock granítico y sombrío. Los viejos rockeros del lugar se desfogaron a gusto con los latigazos que soltó el veterano grupo suizo.
De idéntica manera, los muchos y entregados fans de The Mission recibieron como maná caído del cielo sus descargas post-punk de alto octanaje e impregnadas de una oscuridad que remitía al rock gótico tanto de Bauhaus como de, lógicamente, The Sisters Of Mercy, banda de la que The Mission germinaron en los 80 para ganarse con el tiempo una posición destacada dentro de la historia del género siniestro.
Aunque, si hay que hablar de historia musical, un buen ejemplo fue el ofrecido por The Jesus And Mary Chain. Casi dos décadas después de ver la luz “Munki”, su anterior álbum, “Damage And Joy” confirmó hace unos meses que, pese al paso de los años y al hecho de que el 50% de su contenido no era inédito, los hermanos Reid conservaban intacto su característico sonido, tan electrizante como infeccioso melódicamente.
Antes de su aparición en el Vilar de Mouros 2017 se confiaba en que trasladasen con firmeza esas prestaciones al directo. Y los escoceses respondieron enseguida a tal petición despachando con contundencia “Amputation”, tema que inició toda una lección de noise-pop-rock en la que las piezas pertenecientes al citado “Damage And Joy” (“Always Sad” -con apropiado acompañamiento vocal femenino-, “All Things Pass”, “War On Peace”, “Mood Rider”) fueron defendidas con tanto empaque que no desentonaron entre las canciones emblemáticas que los Jesus rescataron de su vasto catálogo.
“April Skies”, “Head On”, “I Hate Rock ‘n’ Roll”… Todos aquellos que esperaban tener ante sí una versión lo más fiel posible de los Jesus And Mary Chain clásicos se quedaron satisfechos con sus feedbacks guitarreros, su consistencia y la voz rejuvenecida de Jim Reid. Aunque el éxtasis llegaría cuando se consumó (anunciada previamente como un rumor muy real) la estelar intervención de Bobby Gillespie de pie tras una improvisada batería aprovechando su posterior actuación con Primal Scream. La estampa era única: los Jesus And Mary Chain primigenios que firmaron el mítico “Psychocandy” reunidos de nuevo para desempolvar la deseada “Just Like Honey”, “The Living End” y “Never Understand”. Así finalizó, en todo lo alto, un directo que ya de por sí había conseguido calar como un acontecimiento inolvidable. Y, con esa guinda, pasó a ser irrepetible.
Después, el propio Gillespie, enfundado en una llamativa camisa plateada, se disponía a prolongar el legado del rock independiente escocés al frente de Primal Scream. Y su plan empezó bien, con la efusiva “Movin’ On Up”… hasta que un amplificador se fundió. Cinco minutos de espera y vuelta a empezar desde el principio. Literalmente. Sobre las tablas, Gillespie se movía en una nube desde la que animaba al personal a montarse en ella. Pero parecía que este, con los pies en la tierra, no estaba muy por la labor… Y eso que los escoceses prácticamente obviaron la existencia de sus discos más recientes y se centraron en dar lustre a una porción de sus grandes éxitos que supo a gloria, excepto la blanda ejecución de lo que debería ser la bombástica “Swastika Eyes”.
Es decir, que el show de Primal Scream fue un greatest hits en toda regla. Aunque el respetable no acababa de despegar; daba igual que le echasen encima el acid-rock de “Slip Inside This House” o la efervescencia stoniana de “Rocks” o “Jailbird”. Ni siquiera “Come Together” logró al 100% que el desenlace fuese una eufórica celebración colectiva. Bobby Gillespie lo intentó de todas las maneras posibles, pero daba la sensación de que la distancia existente entre su empeño y los ¿cansados? ánimos de buena parte de la audiencia era demasiado larga.
[/nextpage][nextpage title=»Viernes 25 de agosto» ]VIERNES 25 DE AGOSTO. De la agitación eléctrica de la víspera se pasó a una calma que se derivaba del dócil perfil sonoro de la jornada. Esa circunstancia se trasladó al propio festival en forma de asistentes llegando con cuentagotas al recinto transformado en una gran pradera salpicada de gente relajada y ociosa mientras aguardaba a que se levantase el telón del escenario.
Por eso encajó de maravilla con ese panorama el folk-pop de las portuguesas Golden Slumbers, suavemente hilvanado por las hermanas Catarina y Margarida Falcão.
Cuando ya caía la noche, se hacía necesario algo más de brío y calor. Y, curiosamente, serían unos nórdicos los que se encargarían de darlos. Peter Bjorn And John lo tenían fácil gracias a sus relucientes canciones, eficaces pruebas de que el pop sueco pocas veces falla a la hora de crear melodías adhesivas y estribillos pegadizos. Con sus voces perfectamente empastadas y un Peter Morén hiperactivo, el trío tiró del hilo de su trabajo más reciente, “Breakin’ Point”, para realizar un concierto correcto, entretenido y repleto de pop tan ágil como pulcro.
Bueno, una mancha sí apareció: el grupo confundió el nombre del festival con el de una conocida marca de cerveza de Portugal (¿fue culpa de los efectos de tan espirituosa bebida?). Pero a Peter Bjorn And John se les perdonó el desliz por haber agitado la explanada sin tener que recurrir exclusivamente a una “Young Folks” que sonó tan lozana como cuando atrapó los oídos de medio mundo.
A continuación se produciría una de las sorpresas positivas del certamen. El fenómeno en torno a Salvador Sobral que surgió tras su victoria en el pasado concurso de Eurovision sirvió para descubrir a un cantante versátil y arriesgado, que picoteaba de géneros opuestos al melancólico que le aupó a la fama. Lo demostró en Vilar de Mouros liderando una formación que incluía un virtuoso contrabajo, percusión y piano (tocado por su colega de andanzas artísticas, Júlio Resende).
Con ella montó una particular y cálida sesión de club de jazz disfrazado de crooner que se divertía con sus compañeros y con el público jugando con su gran voz, que le permitía pasar de la candidez al grito salido del fondo de su alma (inimaginable dada su frágil silueta) y brincar del ímpetu flamenco y el bolero (interpretados en perfecto español) a una sentida adaptación de unos versos del poeta Fernando Pessoa (sacada de Alexander Search, su proyecto compartido con el mentado Resende) o a la música brasileña.
A medida que avanzaba, quedaba claro que el suyo estaba siendo un directo especial, complicado de ver en un festival al uso. De hecho, el mismo Salvador Sobral afirmó con gracia que había sido un error de casting su presencia allí, aunque realmente funcionó como un soplo de aire fresco que conquistó al respetable por su sensibilidad y carisma proyectada desde la humildad. De este modo, el luso pasó de ser un componente exótico del cartel a una revelación, sobre todo cuando unió a todo el público en un canto colectivo mediante “Amar Pelos Dois”, aupada en aquellos instantes a emotivo himno. Cualquier prejuicio saltó por los aires.
No así con respecto a George Ezra, que cumplió con todo lo que se esperaba de él: repartir kilos de tonadas edulcoradas y gestos amorosos. El momento fan juvenil estaba asegurado en las filas delanteras, donde brotaban chillidos por doquier. El inglés aprovechó el tirón de su estreno en los escenarios portugueses para presentar algunos temas de su próximo álbum, inspirado y confeccionado en Barcelona, ciudad a la que aludía constantemente. Sin embargo, más allá del ardor de, especialmente, sus seguidoras, ya fuera en modo balada o dinámico Ezra no logró levantar el vuelo. Vale, sí, cuando se formó el karaoke comunal con su single estrella, “Budapest”. Pero eso ya se intuía con tanta seguridad que no sorprendió lo más mínimo.
Los locales Capitão Fausto, a pesar de recrearse con los acordes de guitarra y los ritmos (a veces parecía que tocaban tres canciones en una) tampoco pudieron estimular al personal lo suficiente con su pop-rock comenzada la recta final de la velada.
Así que tal papeleta recaería sobre los hombros de The Dandy Warhols para cerrar la noche. Quizá ya no sean un grupo que llame la atención como antaño, pero hay que reconocer que, en vivo, no han perdido poder de seducción por su manera de modelar el pop: vitaminándolo, aplicándole una pátina sesentera o sumergiéndolo en líquido psicodélico. Su actuación en Vilar de Mouros se desplegó según ese esquema, entre desarrollos lisérgicos narcotizantes, distorsión eléctrica y pildorazos inmediatos, como “We Used To Be Friends” y, ¡tachán!, “Bohemian Like You”, flor de los primeros 2000 inmarchitable que, inevitablemente, despertó más de un recuerdo juvenil…
[/nextpage][nextpage title=»Sábado 26 de agosto» ]SÁBADO 26 DE AGOSTO. La lluvia caída durante la tarde sabatina amenazaba con deslucir el teórico día grande del Vilar de Mouros 2017 por afluencia de público (la mayor de las tres jornadas) y el efecto arrastre de los grupos históricos que quedaban por subirse al palco.
Pero la meteorología fue benévola y quiso que la onda retromaníaca del festival cuajase en todo su esplendor desde el inicio con los portugueses Zanibar Aliens, hábiles artífices de un rock melenudo y sudoroso y fidelísimos discípulos tanto de Led Zeppelin como de Wolfmother. Con todo, pese a su falta de originalidad, derrocharon energía y un buen puñado de guitarrazos.
Todo lo contrario transmitió la austríaca AVEC, traducción centroeuropea de ese pop aderezado con aromas neo-R&B tan en boga en tierras anglosajonas. Su sonido era tan terso y placentero que, poco a poco, fue mezclándose de modo natural con el cielo rojizo sobre el que la tarde daba paso a la noche y el brillo de la media luna acaparaba el protagonismo. El cuadro era idílico.
Lo peor fue que, unos minutos después, la lluvia volvió a aparecer con fuerza, justo antes de la salida de una de las bandas más ansiadas del día y del Vilar de Mouros 2017: The Boomtown Rats. Pero el destino había escrito que tendría que producirse con Bob Geldof y familia uno de los puntos culminantes del festival. Así que las nubes se disiparon y el agua desapareció para facilitar la fulgurante salida al escenario de un Geldof transmutado en un Mick Jagger cimbreante, provocativo, locuaz y vestido con un llamativo traje de estampado de leopardo. En cuestión de segundos, se convirtió en el principal foco de atracción y tomó el mando de un concierto que demostró que por las venas del grupo corre sangre joven, hecho que le permitió multiplicar la pegada de su rock nuevaolero.
Quien creyera que The Boomtown Rats (aunque vivan del mito creado a su alrededor y lleven más de tres décadas sin entregar un nuevo álbum de estudio) estaban acabados, rápidamente se quedó sin argumentos al tener delante a un Geldof pletórico y a una banda bien engrasada que atacaba con fiereza su repertorio (“She’s So Modern” resultó explosiva). Uno de los escasos tramos en los que echaron el freno coincidió con un momento tan emocionante como jubiloso: el rescate de “I Don’t Like Mondays”, que preparó a los presentes para encarar, vía “Rat Trap”, un desenlace apoteósico en el que “The Boomtown Rats” dejó de ser el tema cazallero que es en versión grabada y se recicló en una especie de “Seven Nation Army” que enardeció a los fans de la banda. Posiblemente, se vio uno de los mejores recitales de la historia del Vilar de Mouros (y eso es decir mucho…).
The Psychedelic Furs también hace lustros que no editan nuevo disco y continúan viviendo de las rentas cosechadas en los 80. Con todo, aunque no alcanzaron el nivel exultante de The Boomtown Rats, al menos mantuvieron con dignidad su condición de emblemas del new wave original. Gracias a ellos, el sonido del saxo volvió a ser sexy en un festín ochentero en el que ejerció de maestro de ceremonias Richard Butler con su voz rugosa pero igual de carismática que en su era dorada. De ella recuperaron un puñado de hits -entre los que asomó “Pretty In Pink” (y, de paso, la película aquí titulada “La Chica de Rosa”)- que señalaron la relevancia de The Psychedelic Furs aunque muchos hoy en día no la recuerden con nitidez.
A esos mismos olvidadizos quizá les ocurre algo similar con Morcheeba, tantos años después de que se diluyese la moda del trip hop (en su vertiente más amable y radio friendly). Aunque en Vilar de Mouros el grupo londinense se alejó de tal etiqueta, pese a que hubo fases en las que predominaron los ritmos sedosos y downtempo (con “The Sea» a la cabeza), combinando cadencias dub, rock sugerente, pop hipnótico y soul. La imponente Skye Edwards estaba dispuesta a que la audiencia no sólo entrara en un plácido estado de trance, sino que también bailara. Y con una lograda versión de “Let’s Dance” de David Bowie y su single más exitoso, “Rome Wasn’t Built In A Day”, lo consiguió. Sin embargo, con la madrugada en marcha y el final del festival próximo, la situación demandaba que la temperatura subiese unos cuantos grados…
2manydjs no se anduvieron con chiquitas y activaron su Radio Soulwax cual batidora en la que mezclaron a Arcade Fire, Blur o MGMT con funky house y electro con su habitual destreza. La juerga no había hecho más que comenzar y a ella no se unían sólo los más jovenzuelos… Alcanzada la mitad del set, había dos opciones: continuar por la misma dirección disfrutable e imprevisible o apretar a fondo el botón de la zapatilla. Y Stephen Dewaele, solo ante los platos mientras su hermano David se ausentaba temporalmente, eligió la segunda para ir al infinito y más allá.
¿Y cuál es el límite del Vilar de Mouros una vez consolidado tras su resurrección en 2016? Por ahora, el año 2021, que se vislumbra como el momento cumbre de los fastos del 50 aniversario del festival. El tercer capítulo de esta nueva etapa con esa fecha simbólica como objetivo ya está confirmado, ya que en 2018 el Vilar de Mouros se celebrará del 23 al 25 de agosto. No hay duda: así como su pasado es brillante, su futuro se presenta espléndido. [Más información en la web de Vilar de Mouros] [Fotos: Iria Muiños] [Más imágenes aquí y aquí en nuestro perfil en Flickr]
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