Podríamos dar mil vueltas, pero lo que queremos decir es sencillo: «Escenas de Caza» de Los Lagos de Hinault es costumbrismo pop (y también disco del año).
“Grave y delicada carga es la de un escritor que se propone atacar en sus discursos los ridículos de la sociedad en que vive. Si no está dotado de un genio observador, de una imaginación viva, de una sutil penetración; si no reúne a estas dotes un gracejo natural, estilo fácil, erudición amena, y sobre todo un estudio continuo del mundo y del país en que vive, en vano se esforzará a interesar a sus lectores; sus cuadros quedarán arrinconados, cual aquellos retratos que, por muy estudiados que estén, no alcanzan la ventaja de parecerse al original.”
Si falseara la cita y le antepusiera un solemne “como bien dijo alguna vez el mayor cronista de nuestros tiempos, Mariano José de Larra…”, con menos palabras quedaría mucho más claro lo que aquí me propongo decir: que hay un evidente encuentro entre el costumbrismo literario español y el pop de Los Lagos de Hinault. Pero, por mucho que admire y venere a Larra, hoy quiero mirar un poco más allá -pero no demasiado- y rendir un pequeño homenaje al hombre con la cara más simpática que nos dejó el costumbrismo, un hombre a quién justamente Larra aborrecía abiertamente: Ramón de Mesonero Romanos, también conocido como El Curioso Parlante. Y quiero mirar un pelín más allá y afirmar con la potestad otorgada por Nadie que Mesonero Romanos tenía unas gafas para ver el futuro, y que cuando escribió esas líneas introductorias a sus “Escenas Matritenses” estaba pensando justa y exactamente en Carlos Ynduráin y sus «Escenas de Caza« (Fikasound, 2017)
Qué de vueltas para no usar la casi frase hecha “el costumbrismo pop de Los Lagos de Hinault”, Jesús. Por favor y gracias, dejad de abusar tanto las palabras que una tenga que ir hasta la última rotonda de Kuala Lumpur a buscar nuevas con tal de no caer en trilladismos y simplificaciones. Pero bueno, hechos todos los preámbulos innecesarios, un último apunte. Además de disco, Los Lagos de Hinault estrenan formación: Matilde Tresca se cae definitivamente de La Vuelta; manteniendo su posición a los teclados, sube Andrea Gasca a capitanear los coros femeninos. No tengo ahora muy claro quién corre con el bajo y quién con la batería; Ynduráin sigue a la cabeza, y Pallejà hace lo suyo tras las bambalinas del estudio. Ojalá no se entere mi madre de las metáforas que hago.
A veces pienso que le doy demasiadas vueltas a todo y que, en realidad, todo es mucho más sencillo. Pero a aquellos a los que Dios nos dio apenas una capacidad analítica, a aquellos que sentimos la creatividad y el impulso e instintos que le son parejos como si se tratara de un miembro apuntado que en realidad nunca llegó siquiera a existir, no nos queda mucho más que darle vueltas y vueltas y vueltas a las cosas. Si somos incapaces de crear significado por nosotros mismos, dejadnos al menos el placer de crear nuevos significados a partir de los que otros han creado.
Así que he decidido interpretar la estructura circular de «Escenas de Caza» de la siguiente manera. Circular, en cuanto se nos canta en la inaugural «De Novios» que «ayer jugamos a las sillas musicales / y a las diez vueltas empecé a marearme / hicimos ruido y llamaron a quejarse«; mientras que en la última canción, «Poco Más», somos colocados en la posición del voyeur por accidente que obtiene el privilegio de ser el espectador de esa escena de reprimenda a la que se alude en el primer corte del disco: «Oiga, perdone usted, llamaba a protestar/ Están haciendo ruido, no son horas de jugar«.
Dejando de lado la intromisión de un personaje externo encargado de desfocalizar la escena y resquebrajar la ficción como elemento recurrente en las canciones de Los Lagos («Quemasangre«, «Betti Jai«, «A Una Ventana Triste«…), esta estructura moebiusca (sic) tiene dos consecuencias: primero, conferir una cierta atemporalidad al tiempo ficcional del disco; segundo, que sea esta atemporalidad en caracterizar las nueve canciones entre medias en algo así como retratos suspendidos en el tiempo, pues en la pintura puede haber carne pero nunca movimiento. Mi pregunta entonces es: ¿serán las diez vueltas a las sillas musicales las diez canciones-retrato a las que la estructura circular hace de marco? Tengo la sensación de que yo también me estoy limitando a rodear una silla sin llegar nunca a sentarme en ella: ¡cuántos párrafos y aún no he empezado a hablar del disco! Diría que es un homenaje a Tristram Shandy, pero es puro haber nacido persiana. Ya va, enseguida va.
La balada de los superhéroes de la glaciación deja paso a un minuto de puro pop acelerado referente a la vanidad femenina de besos y vestiditos, estableciendo una analogía entre la acumulación de capital y la de ego. No son tiempos extraños para Los Lagos de Hinault (“(María del) Mar Rojo” dura incluso menos), aunque uno siga sorprendiéndose de que una canción pueda sintetizar tal genialidad en menos de medio cigarro. Pero así son los cuadros de costumbres: breves y concisos, más atentos a detalles y matices que a grandes historias. Coro a coro y teclado a teclado, Carlos y Andrea pintan estampas suspendidas en una eterna canícula primaveril: parece verano, pero todavía no lo es. Y, lo que es más importante, nunca llegará a serlo.
Puede que ahora parezca obvio, pero a mí me ha costado bastante identificar esta eterna espera de algo inalcanzable -puede que incluso inexistente- como razón de que me pusiera tan sumamente triste al escuchar el disco. «Escenas de Caza» está lleno de referencias al verano, pero siempre están proyectadas hacia adelante («¿cuántos solsticios nos quedan por delante?» en la demoledora «Lágrimas de San Lorenzo»; «Y cuando se pase de moda / el compromiso social / recordarás La Morada como un pecado estival» en el delicioso retrato costumbrista de las mozuelas de Chamberí que dibujan en «Chamberilera«). La única referencia al período estival expresada en pasado corresponde, como no podía ser de otra manera, a una ensoñación: «fuimos tan felices en las selvas tropicales / estabas tan guapa a lomos de aquel elefante» son las medias mentiras cantadas sobre la preciosa línea de teclado que recorre «Agua de Marte«.
Un bello verano -que fue de Cesare Pavese antes que de Family– que nunca llegará a realizarse, pero que precisamente por eso puede seguir siendo soñado, idealizado, pintado como si se tratara de una naturaleza muerta. Pero en Los Lagos siempre hay una vuelta más: escapar a la llegada del verano no significa escabullirse de las desilusiones juveniles y la madurez desengañada. Como se nos dispara en «Clásicas de Primavera«, el futuro ya no es lo que era y, por mucho que la primavera evoque el despertar de la adolescencia, ya estamos un poco mayores para seguirle el juego (dos referencias que si no menciono reviento: 1. ¿Paul Valéry? 2. ¿Los Ronaldos en aquel «no hay manera / no hay manera«?)
Pero no todo es un tobogán directo a LágrimaPark. Aunque en «Escenas de Caza» la tónica sea mayoritariamente introspectiva y nostálgica, con temas más distendidos y sosegados que a los que nos tenían acostumbrados, sigue habiendo sitio para sonrisas (siempre un poco amargas): ahí está «Poca Policía» junto a su inversión reaccionara -¡pop aristocrático!- del clásico lema de las manifestaciones y a su metaforización de los organismos de control en estrellas que protegen nuestro destino como en las canciones infantiles, la maravillosa «En Femenino«, una parodia de las conversaciones femeninas sobre la infidelidad o «Los Límites», que no son los del amor matrimonial sino los del humor. Y «Corcel Colorado» que, al más puro estilo «Quemasangre» en lo del jinete, retrata las ensoñaciones sobre conseguir finalmente el verdadero amor y sentar la cabeza, pero no poder evitar distraerse haciendo con otras chicas («haciendo eses si hay rectas» en la primera estrofa; «pero esas no cuentan» en la última).
Llaman a la puerta, termina el juego de las sillas musicales, entran los títulos de crédito y los Hombres G: el verano no ha llegado a empezar, y ya es el final. Pero siempre nos quedarán la primavera y nuestra propia mediocridad, a la que Los Lagos de Hinault nos obligan a mirar (e incluso bailar). [Más información en el Twitter de Los Lagos de Hinault y en su Bandcamp]