Aquí va una reflexión muy personal sobre por qué nos chifla la música de mierda (y también sobre el libro «Mierda de Música», claro).
La adolescencia es una etapa complicada y amorfa, te salen granos y, entre otras cosas, escuchas música horripilante. Mi (inexistente) criterio musical se basaba casi exclusivamente en lo que sonara en aquel momento en Los 40 Principales, que básicamente se componía de los singles más o menos machacones de Estopa, las Spice Girls, La Oreja de Van Gogh, El Último de la Fila y Camela… Incluso llegué a ver a estos últimos en concierto en La Isla Fantasía, parque acuático a las afueras de Barcelona por el que pasaron artistas como Mecano, Alejandro Sanz o Ricky Martin. Vamos, el súmmum de lo hortera.
Mi llegada a la universidad coincidió con un novio que solo escuchaba ópera y música clásica. Era un snob, y no porque no compartiera mis gustos, sino porque despreciaba todo aquello de lo que no tenía ni idea… Y eso incluía la música que yo escuchaba. Con él se inauguró mi etapa existencialista, y el trip hop se convertía en la manifestación musical más apropiada para expresar mi sentir (y sufrir) con temas de Massive Attack, Portishead, Tricky o Björk sonando en bucle en mi discman.
Fue ahí cuando comenzó la forja de mis gustos, ardua y dolorosa (ya podría haberme ahorrado horas de tedio), y el abandono, al menos temporalmente, de la escucha alegre e inconsciente, el placer más inmediato de la música. Me encantaría afirmar que soy insobornable y decir con aplomo que ya entonces era una tía segura a la que lo que pensaran los demás se la traía floja. Utopías aparte, me hubiera gustado saber defender mi postura, pelear por mi individualidad y no tener miedo al rechazo. Eso era (¿es?) extrapolable a otros aspectos de mi vida, de ahí el tono amargo de esta reflexión.
Nuestros gustos evolucionan a medida que lo hacemos nosotros. Desde luego, ya no me emociona ese exhibicionismo pirotécnico-emocional de Camela como lo hacía cuando tenía 14 años. En mi periplo musical pasé de la música ligera y festiva de mi adolescencia, a la oscuridad de la experimentación. Buscaba autenticidad. ¿Era Camela menos auténtico que Tricky? En mi caso, aquel novio snob tuvo mucho que ver, pero además yo provenía de una familia humilde y del extrarradio barcelonés, con lo que decir en voz alta que te gustaba Camela era colgarte el sanbenito de choni y firmar tu sentencia de muerte (social) forever. Snobismo y clasismo juntos. Y aquí es donde reside lo fascinante de todo esto.
Hoy he venido a hablaros de un libro: «Mierda de Música«. Este ensayo es la respuesta cañí al «Música de Mierda» de Carl Wilson, en el que algunas de las plumas más importantes de nuestro país reflexionan sobre algunos temas en torno al gusto que ya planteaba aquel: ¿qué es y qué significa el buen / mal gusto en nuestra sociedad? ¿Se había convertido realmente la crítica en algo snob y elitista? ¿Tienen que disculparse por ello? ¿Es lo que abraza la mayoría mejor que lo que escucha un grupo más reducido? ¿Podemos servirnos del mal gusto como antídoto? ¿A qué? ¿Para qué? El gusto no es innato, se aprende, ¿es pues un nuevo gusto adquirido menos genuino que otro más espontáneo? ¿Es menos válido?
Estas y muchas otras cuestiones se ponen sobre la mesa, y la pluralidad de opiniones y reflexiones no es más que la muestra de que el debate no está zanjado, ni parece estarlo en breve, porque tanto en la diferencia como en la semejanza del yo con los otros es donde tiene lugar la construcción de nuestra propia identidad, la creación de lo que somos. En la aparente banal elección de nuestros gustos se fragua una batalla más o menos consciente por el estatus, tiene lugar la lucha de clases, nuestra integración en la sociedad o la exclusión, más o menos radical, de la misma. Esa identidad cultural individual y única es, a su vez, una falacia, ya que nuestros gustos más particulares, aquellos que nos definen como seres únicos y nos diferencian del resto, son los mismos que sirven para clasificarnos casi de manera exacta en una franja generacional y salarial, saber nuestro nivel de estudios y, por supuesto, nuestros patrones consumistas.
En «Mierda de Música«, diferentes escritores hacen un festival del horror a ritmo de Rafael, Barón Rojo, Enya, Camela, Julio Iglesias, Los Chunguitos o Marisol, y nos explican qué significan esos artistas para ellos. Los diferentes artículos funcionan como orificio al que asomarse para contemplar las vergüenzas ajenas, pero también para reflexionar sobre las propias. ¿No son (o deberían ser) los libros una herramienta más para ahondar en la reflexión y el autoconocimiento? Este libro lo es y, por lo tanto, funciona a la inversa: como cualquier orificio, es posible que lo que haya dentro, nos salpique. Eso sí, si se hace una exploración exhaustiva y minuciosa, el alivio está asegurado. [Más información en la web de Blackie Books]