Estamos completamente enamorados de Weyes Blood y de su mezcla de folk con la música de Enya… Así que toca preguntar: ¿quién es exactamente esta mujer?
EN BUSCA DE SU DESTINO. Durante su adolescencia, Natalie Mering encontró en la música la vía de escape ideal para huir de la presión que sus padres ejercían sobre ella a través de una estricta educación cristiana. Sin embargo, ese rígido influjo parental y la pesada atmósfera religiosa de su hogar que funcionaban como rejas de una celda invisible se atenuaban con una cultura musical familiar que, aunque todavía no lo supiera, marcaría su camino artístico en el futuro: su madre y su padre vivieron en primera persona el desarrollo de la historia sonora de California durante los 70; y el segundo de ellos incluso había compartido correrías con la mismísima Joni Mitchell.
Así que el folk y el pop clásicos cultivados en la Costa Oeste hace cuatro décadas siempre flotaron alrededor de la cabeza de Mering, aunque su intención no era precisamente continuar esas directrices genéricas de una manera rigurosa cuando a los 15 años decidió inventarse su propio alias artístico, Weyes Bluhd, y escribir unas primeras canciones ancladas en el folk, sí, pero de envoltorio oscurantista y ruidoso aderezado con toques electrónicos.
Más adelante, recién llegada a la mayoría de edad, su emancipación musical discurrió en paralelo a su independencia individual, que tenía como rasgo característico su continua movilidad: de su Santa Monica (California) natal a Doylestone (Pensilvania); y, de ahí, a Filadelfia para después trasladarse a Kentucky, Nuevo México y Baltimore antes de instalarse en Nueva York. A lo largo de ese extenso recorrido, Mering fue experimentando con diversos sonidos para dar con el estilo con el que más se identificaba a la vez que cambiaba su seudónimo de Weyes Bluhd a Wiseblood; y, ya definitivamente evolucionado a Weyes Blood, se rodeó de un variable conjunto de músicos que ella denominaba The Dark Juices.
Junto a ellos firmaría su primera incursión en el negocio discográfico, el EP (o mini-LP) “The Outside Room” (Not Not Fun, 2011), con el que comenzaría a construir su particular cosmos valiéndose de su sinuosa voz y otorgando el protagonismo instrumental, por un lado, al sintetizador para tejer ambientes oníricos y etéreos y relativamente siniestros; y, por otro, a la guitarra (eléctrica o acústica) para elaborar melodías que remitían a sonidos celtas (e incluso medievales) cubiertos de polvo psicodélico.
Curiosamente, la base sonora iniciática de Mering (pese a la biografía artística de sus padres) no procedía de su propio país, sino de las viejas islas británicas e irlandesa, con Anne Briggs y Enya como influencias fundamentales en la estructura de sus composiciones y en la manera de usar sus cuerdas vocales. Así fue modelando su método antes de dar su gran salto, fase a la que se acercó entregando su debut en largo como Weyes Blood, a secas, sin ningún tipo de acompañamiento en su nombre.
“The Innocents” (Mexican Summer, 2014) se puede tomar como el primer punto de inflexión en su trayectoria al presentar una mayor cohesión y concreción de sus procedimientos formales y líricos sin perder su halo evocador, como perteneciente a un lugar y un tiempo remotos. Durante ese proceso, Weyes Blood dio una vuelta de tuerca a sus estándares folk y aumentó su expresividad empujada por la temática del disco: las consecuencias de su primera relación sentimental, que no tuvo un final feliz. Esa materia, el amor, se iba a convertir a partir de ahí en su principal motivo argumental.
Despojada de su velo sombrío y asentada como frágil poetisa de las emociones humanas más profundas, Weyes Blood multiplicó el acento espiritual y sensible de su repertorio en el EP “Cardamom Times” (Mexican Summer, 2015), nueva refinación de su receta sonora que sugería su ilimitada capacidad de progresión. Rebosante de magnéticas armonías vocales, coros celestiales, acordes de guitarra acústica evanescentes y notas de sintetizador subyugantes, su breve contenido era suficiente para constatar que Mering estaba a punto de alcanzar su cumbre creativa.
“FRONT ROW SEAT TO EARTH”: LA CONSAGRACIÓN. Tras dos EPs y un álbum, el torrente de etiquetas utilizadas para describir los movimientos de Weyes Blood parecía inagotable. En cuanto a su filosofía sonora, resultaba lógico fijarse en el folk, que se expandía hacia el dream-pop, la música new age, la psicodelia tradicional y el pop californiano clásico y absorbía los postulados de la escena Laurel Canyon. Sobre sus teóricas influencias, además de las mencionadas Anne Briggs y Enya, se acudía de modo recurrente a Joan Baez, Joni Mitchell o Cocteau Twins (más una pizca de This Mortal Coil). Y los esfuerzos por acercarla a artistas análogas y coetáneas fluctuaban entre nombres dispares, desde Angel Olsen hasta Lana del Rey, pasando por Julia Holter.
Con la salida de “Front Row Seat To Earth” (Mexican Summer, 2016) -coproducido por Chris Cohen– hubo que añadir a esa amalgama de referencias el soft pop de los 70, The Carpenters (en concreto, Karen, la mitad del dúo angelino) y Mazzy Star / Hope Sandoval. Aunque, en realidad, con su segundo LP toda comparación y empeño por acotar su estilo volaron por los aires al emerger como la revelación en todo su esplendor de su personalidad musical y lírica y la materialización de un estado de inspiración inigualable que le permitió hallar la fórmula perfecta de su sonido.
Envuelto por completo de una bruma ensoñadora, el disco dejó atrás el minimalismo para abrazar sin tapujos el pop barroco más dulce y de efecto hipnótico esbozado en el EP “Cardamom Times”. Como venida directamente de un pasado más luminoso, Weyes Blood aunaba clasicismo y experimentación para ofrecer un pop atemporal, inmarchitable y plagado de melodías encantadoras, desarrollos rítmicos ondulantes y arreglos detallistas (con el piano y el sintetizador como instrumentos protagónicos) aplicados con exquisitez.
“Front Row Seat To Earth” es un trabajo que se mueve suspendido en una dimensión paralela pero que no rehúye mostrar anclajes terrenales, como en uno de sus numerosos hitos, “Generation Why”, un canto sutil contra la artificialidad y la egolatría digitales definitorias del mundo moderno. Sin embargo, el mensaje predominante en su interior se centra en el cariz más privado de Natalie Mering, ahondando en sus inseguridades personales y, sobre todo, en su visión del amor y de su némesis, el desamor. Debido a ello, el LP fluye entre una atmósfera intimista bajo la que resulta muy fácil percibir cada palabra transmitida e identificarse con su significado poético. Hasta tal punto, que su romanticismo mágico invade cuerpo y alma y extrae de ambos toda su vulnerabilidad a través de unas letras nostálgicas, melancólicas y embriagadoras.
La joya de “Front Row Seat To Earth” que sublima todas las emociones expuestas es “Do You Need My Love”: la canción de amor definitiva, un cegador haz de luz de pop arrebatador (y arrebatado) que atraviesa el corazón impulsado por la voz de Weyes Blood -tan majestuosa como cercana-, que se muestra cual ángel que desciende del cielo y se abre para exteriorizar su dolor, sus miedos y sentimientos más puros. “Do You Need My Love” es, con diferencia, la pieza más desarmante de “Front Row Seat To Earth”.
MÚSICA PARA SENTIR… Y VER. Las inquietudes artísticas de Natalie Mering han hecho de Weyes Blood un proyecto que traspasa los límites musicales con el objetivo de explorar el territorio visual. En él, Mering siempre se ha movido con naturalidad y cierta audacia hasta construir (a veces bajo su propia dirección) un corpus videográfico que complementa sus composiciones sonoras tirando de imaginación para traducir en imágenes no tanto su significado explícito como las recreaciones que, a partir del mismo, surgen en su cabeza y lleva a la realidad.
Uno de los ejemplos más diáfanos es el clip de “Do You Need My Love”, sustentado en un relato en el que cabe el intercambio de roles de género, la fantasía surrealista o el misticismo telúrico para plasmar una perspectiva muy particular del flechazo amoroso con desenlace sorprendente.
Precisamente ese factor, la sorpresa, es la tónica dominante en sus vídeos más recientes. La frondosidad de “Front Row Seat To Earth” propició que Weyes Blood tuviese muchas opciones donde elegir para prolongar sus indagaciones visuales y extrañas narraciones, como en dos de sus singles más determinantes -además de “Used To Be”, aunque en su caso el videoclip no aporta nada original-, “Generation Why” y “Seven Words”: en el primero de ellos, aborda el carpe diem post-moderno en un decadente decorado urbano; y, en el segundo, juega con el mito de las sirenas (y de los sirenos) en una historia salpicada de ternura y dramatismo.
Anteriormente, Mering había aprovechado “In The Beginning” -del EP “Cardamom Times”– para montar su propia road movie de factura casera: un pequeño viaje a través de la naturaleza, elemento que ya se había convertido en uno de sus símbolos en “Bad Magic” (en una escenificación realizada a vista de dron) y en “Some Winters”, con el fuego muy presente.
Hablando de fuego, el último clip en el que ha aparecido no ha sido a título propio, sino que comparte protagonismo con Ariel Pink, colega de aventuras con el que publicó a principios de este año el EP “Myths 002” (Mexican Summer, 2017), del que extrajeron el single “Tears On Fire”, expresado en imágenes con un delirante cuento artúrico entre psicodélico y ensoñador.
BUENAS COMPAÑÍAS. Pero esa colaboración entre Weyes Blood y Ariel Pink no fue la primera entre ambos, ya que habían empezado a estrechar lazos en el disco del californiano “Mature Themes” (4AD, 2012) aportando coros en la canción “Early Birds Of Babylon”, misma tarea que llevó a cabo (junto al propio Pink) acompañando al angelino Mild High Club en el corte “The Chat” de su LP “Timeline” (Circle Star, 2015).
Estas dos muestras prueban el abierto espíritu artístico de Mering, además de su facilidad para adaptarse a proyectos, en mayor o menor medida, afines. Ella misma se encargó de ratificar ese hecho con su conexión con Drugleader, otro componente de esa especie de comuna musical formada por los nombres mentados en estas últimas líneas al que Weyes Blood ayudó en dos piezas de su álbum “The End Of Comedy” (Weird World, 2016): “Suddenly” y “The End Of Comedy”, cuyo estilo pop setentero le sienta como anillo al dedo.
La progresión meteórica vivida por Weyes Blood en los meses precedentes hace que queden muy lejos los tiempos en que una jovencísima Natalie Mering se embarcó en la aventura ruidista de Jackie-O Motherfucker y cató los arrebatos experimentales de los neoyorquinos Axolotl, las primeras buenas compañías que la ayudaron a introducirse en el mundo de la música para que, después, ella misma hallara su lugar en él y, con el paso de los años, fuera forjando su cada vez más personal y expansivo universo creativo. [Weyes Blood actuará en el festival Primavera Sound 2017 el viernes 2 de junio en el escenario Mango House y el sábado 3 de junio en el escenario Primavera] [Más información en el Facebook y el Bandcamp de Weyes Blood]