El atentado en un concierto de Ariana Grande en Manchester nos fuerza a reflexionar sobre cómo el terror se ha acabado filtrando en el mundo de la música.
Ayer, antes de meterme en la cama, me saltaba una notificación de El País en el móvil informándome de una explosión en un concierto de Ariana Grande en Manchester. Como no podía ser de otra forma, me asaltó el ansia informativa e intenté encontrar cuantas más noticias y cuanto más actuales mejor. No encontré gran cosa: había sucedido hacía relativamente poco y, como es normal, y para que no cundiera el pánico, los medios de comunicación se mostraba reservados y escuetos en sus informaciones de última hora. Entonces, pese a la angustia, pensé: «No pasa nada, ve a dormir y mañana cuando te despiertes será lo único que exista en Internet«.
Pero no. Esta mañana me he despertado y lo primero que he hecho es coger el móvil para chequear la información al respecto… Topándome, sin embargo, con la sorpresa mayúscula de que, aunque en medios de comunicación se estaba haciendo un seguimiento de todo lo acontecido en Manchester, en redes sociales la gente parecía más interesada en hablar de los nuevos capítulos de «Twin Peaks» o de cualquier otra mandanga. Mi primer pensamiento fue un poco ambiguo: por un lado me alegraba que no hubiera una reacción tipo #JeSuisCharlie por lo que este tipo de acciones tienen de banalización del horror; pero, por otro lado, me inquietaba y me sigue inquietando el poco impacto que está causando lo de Manchester.
Será, al fin y al cabo, que estamos en un punto de no retorno. Ya desde los medios de comunicación está habiendo una cierta reculación a la hora de usar el término «terrorismo» para evitar así el pánico y, sobre todo, el sensacionalismo. Hoy hablamos de «terror attack» y de «ataque suicida», pero todo el mundo va con mucho cuidado a la hora de mentar el terrorismo… Lo que, por otra parte, no podía ser más beneficioso para todos: si normalmente se critica que los medios alimenten ciertas hogueras xenófobas a través del poder del lenguaje, hay que reconocer que en esta ocasión se está mostrando una sensatez y una elegancia sin par.
Hasta ahí, bien. El problema es que la sensatez y la elegancia son incapaces de remover conciencias. Estos días, de hecho, me ha dado por pensar que deberíamos empezar a pensar en Michel Houellebecq como uno de los profetas más acertados del Mundo Occidental moderno. A tenor del lanzamiento de su última novela, «Sumisión«, muchos se llevaron las manos a la cabeza debido al atrevimiento del escritor a la hora de plantear un futuro próximo en el que Francia esté gobernada por un partido musulmán… Otros, más que llevarse las manos a la cabeza, entendieron lo sensato del vaticinio (sobre todo porque no había intención sensacionalista alguna en él, sino más bien voluntad normativa y analítica).
Retrocediendo más todavía en el tiempo, Houellebecq publicaba en el año 2001 su libro «Plataforma«, que contenía una impactante escena en la que un complejo turístico tailandés era atacado en un ataque terrorista que dejaba un profuso rastro de muerte -occidental y turística- a su paso. Aquella escena, y sobre todo cómo se trataba en el marco narrativo del propio libro, resultaban preclaras en varios aspectos. Por un lado, «Plataforma» mostraba un ojo clínico a la hora de detectar por dónde transcurrirían los caminos del terrorismo: atacando al ocio, atiborrando los espacios de placer con ominosas sombras de ansiedad y desconfianza. Por otro lado, Houellebecq también anticipaba cómo este tipo de ataques acabarían por dejarnos fríos, por ser asimilados como algo inherente a la vida moderna.
Y, lo siento, pero no es «normal». En los últimos años, hemos visto cómo se atacaba un concierto en una sala de las de toda la vida, un club nocturno y, ahora, una actuación en un macroestadio. No sé vosotros, pero yo tengo miedo. Más todavía si, como persona en contacto con la industria musical, me da por pensar cómo puede acabar afectando esta rueda de ataques contra el ocio musical que estamos viviendo: que a la gente le dé miedo ir a conciertos y a festivales, que a los artistas les dé miedo salir de gira, que los propios promotores vean cómo la venta de entradas se reduce por culpa de este clima de terror…
No nos esperan buenos tiempos como fans de la música. Pero es que, más allá de esta visión en plano general, tengo miedo de forma íntima y personal. La frecuencia con la que asisto a conciertos y a festivales me induce a un miedo que, por otra parte, me parece el sentimiento más sensato a abrazar aquí y ahora. Un miedo con el que básicamente, no sé muy bien qué hacer, cómo manejar
Lo que sí que sé es que no quiero inocularme contra el miedo. No quiero ver las noticias sobre Manchester y, acto seguido, ir a Facebook a hablar de «Twin Peaks«. Tampoco es que quiera regodearme en este mismo miedo, ni mucho menos. Ya lo he dicho más arriba: ese regodeo tiene, a su vez, mucho de banalización. Pero tampoco quiero seguir como si nada. Tampoco quería, como director de Fantastic Mag, que Manchester no apareciera en nuestra web como una especie de punto y seguido. Un parón, una reflexión, antes de seguir hacia adelante. Una especie de admisión del miedo y de que tenemos que vivir con él para, ahora sí, seguir adelante. Así que sigamos adelante.