Ya intuíamos que la gran temática del D’A 2017 sería el sexo… Pero es que lo de «Rester Vertical», «Los Decentes» y «Porto» es pura lubricidad.
Podría decir que la culpa es, básicamente, de Carlos R. Ríos… Pero no. Estaría mintiendo. La cuestión es que, al fin y al cabo, entrevistar al director del D’A 2017 (que se está celebrando en Barcelona desde el pasado 27 de abril y hasta el próximo 7 de mayo) implica caer bajo el influjo de sus seductoras palabras: si él mismo dice que el sexo es una de las grandes temáticas de la edición de este año del Festival de Cine de Autor de Barcelona, ¿cómo no hacerle caso? ¿Cómo no aterrizar en la sala de cine día sí y día también esperando encontrar un mínimo de mandanga sexual?
Tal cual. Como os lo cuento. Pero también ocurre que, al fin y al cabo, echarle la culpa a Carlos de todo esto sería maniqueo: todos tenemos ojos en la cara… y eso es lo único que hace falta para darse cuenta de que, realmente, el sexo campa a sus anchas en la parrilla del festival. Pongamos como ejemplo pluscuamperfecto el de «Rester Vertical«, la esperadísima nueva película de Alain Guiraudie tras la magnánima «El Desconocido del Lago» que, sin embargo, lucha contra la horizontalidad del sexo ya desde ese propio título que nos exhorta precisamente a mantenernos en posición vertical.
Casi parece broma: después de la horizontalidad de su anterior trabajo, ¿a qué viene lo de «Rester Vertical«? El film arranca con una conversación con ese toque costumbrista y surrealista que tanto gusta a Guiraudie. Un hombre (urbanita) y una mujer (pastora) que se acaban de encontrar en medio del campo hablan sobre el incordio de los lobos, sobre si hay que asesinarlos para que los pastores puedan hacer mejor su trabajo (postura que defiende ella) o si hay que dejar que la naturaleza siga su curso y dejar que hagan lo que están programados para hacer: asesinar (postura que defiende él). ¿Contranatura o naturalidad?
Esa es la pregunta que flota sobre todo este film que ostenta el estilo tan característico de su director: una especie de realismo mágico corrompido por el virus de una ironía profunda destinada a sacar al espectador de su zona de confort y plantearse la pertinencia de sus convencionalismos. «Rester Vertical» derriba los muros de la sexualidad estanca (tanto entre géneros como entre edades), de la paternidad (y, sobre todo, de la maternidad), del trabajar para vivir o vivir para disfrutar, de la existencia contranatura o siguiendo el flujo de la naturaleza.
Todo ello para llegar a un punto y final en el que la presencia del lobo, al acecho desde la mencionada primera conversación pero que nunca hemos llegado a ver en primera persona, se convierte en realidad y entonces se impone el sentido común: para sobrevivir ante la amenaza del depredador, la única posibilidad es mantenerse erguido, en vertical, que el cazador no perciba que eres una presa atemorizada. Y tú, ¿cómo prefieres vivir: follando en horizontal o sobreviviendo en vertical?
La misma dialéctica entre contrarios, salvando las distancias, empapa el tejido ediposo de «Los Decentes«. En este caso, la película de Lukas Valenta Rinner enfrenta a dos comunidades colindantes de naturaleza más que antitética. A un lado de la valla electrificada, una comunidad idílica para ricos que viven en un entramado de casitas adosadas, todas iguales, a orillas de un lago precioso bordeado por amplias zona de verdor controlado en el que siempre reina un silencio y una tranquilidad amparados en esa fortificación del espacio que solo pueden asegurar unas medidas de seguridad implacables. Al otro lado de la valla, una comuna de naturistas que viven en plena naturaleza, sin intervenir ni interferir demasiado con las reglas de la tierra que transitan y consagrando su existencia a la vida contemplativa, al descubrimiento y estimulación de los sentidos, al alimento del alma. Al sexo. Siempre al sexo.
El elemento que unirá a ambas comunidades es una criada que vive entre los ricos y que incluso vive un desastroso idilio con un guardia de seguridad con pánico al sexo que en algún momento apunta lo «lindo» de vivir en medio de la naturaleza… Cuando es ella la que, en cuanto se quita la ropa de criada y cruza la valla, vive verdaderamente en medio de la naturaleza. La naturaleza verdadera.
A través de este personaje, «Los Decentes» establece un delicioso y delicado diálogo entre ambas partes, entre el mundo deshumanizado y sordamente desquiciado de los ricos y la armonía de los nudistas. La película se toma su tiempo para despegar y, cuando lo hace, parece que está apostando precisamente por los (fascinantes) tempos del cine vacío de narrativa. Por eso mismo no se explica demasiado que Valenta Rinner permita que todo se le vaya de las manos al dirigir su film hacia un final prescindible y efectista que no borra los logros anteriores, pero sí los enturbia.
Haciendo triplete sexual con las dos películas anteriores, lo de «Porto» sin embargo no hay por dónde cogerlo. Puede que la película venga apadrinada por el mismísimo Jim Jarmush (y, de hecho, en el film pueden rastrearse muchos de los tics del director de «Paterson«), pero eso no impide que su visión del sexo acabe siendo una de las «heteronormativadas» más alarmantes de los últimos años. El personaje femenino de la cinta de Gabe Klinger es una buenorra de librillo a la que incluso se filma en una vergonzosa secuencia de lencería y gorro de copa que parece salida del siglo XX más rancio. Por si eso fuera poco, resulta que es una mujer capaz de correrse en menos de un minuto… ¿No es este el sueño puro y duro (e irreal) de la heteronormatividad?
Por suerte, y pese a que es una pieza importante del rompecabezas final, el sexo no lo es todo en «Porto«. La película de Klinger adquiere su principal significancia precisamente en su estructura de rompecabezas: explicando primero la historia de amor desde el punto de él, luego desde el de ella y, finalmente, completando la historia desde el punto de vista de ambos. Cada tramo del film está rodado con un estilo diferente (incluso en un formato diferente) y, sobre todo, con una intención diferente: en las dos primeras partes de «Porto» se cercenan diálogos y se altera la línea temporal para conseguir que el espectador entienda a cada momento argumentos diferentes. Incluso opuestos.
Y, aunque el juego tiene su gracia, lo que podría haber sido un «Antes del Amanecer» desordenado por un toque de perturbadora locura acaba siendo más bien un autocomplaciente ejercicio de estilo en el que no hay demasiado a decir. Y mucho menos a recordar. [Más información en la web del D’A 2017]