Está clarísimo que «Horizon: Zero Dawn» es excelente en todos sus apartados… Pero lo que lo convierte en un juego icónico es su fascinante alma.
Hemos llegado a un techo tecnológico tan alto que el único debate que parece existir gira en torno al hiperrealismo de los videojuegos de nueva generación. Se suele hablar de este hiperrealismo, sin embargo, como si fuera algo a lo que se llega por una única vía: la mejora de una tecnología que permita generar imágenes cuanto más realistas mejor. Como si replicar la superficie del mundo que habitamos fuera suficiente para que el jugador viviera una experiencia puramente inmersiva y totalmente verosímil. Pero aquí ocurre otra cosa: la superficie no lo es todo.
Resulta curioso pensar todo esto para llegar a una conclusión paralela: es ese repunte tecnológico el que ha hecho posible la experiencia de juego en sandbox, más que probablemente la mayor revolución en la historia de los videojuegos desde la aparición del formato FPS. Hace una década era totalmente impensable que un día podríamos jugar en un mundo abierto sin sufrir continuos parones de carga entre zona y zona, por ejemplo. Y, aun así, de nuevo aparece una insidiosa sombra que nos obliga a reflexionar: ¿es absorbente un mundo abierto por el mero hecho de ser abierto?
Y si estoy forzando ambas reflexiones es porque quiero llegar a un punto concreto: apuntar a que la tecnología sin alma no sirve de nada. La tecnología ayuda, eso sí, a construir fascinantes palacios en los que perdernos… Pero es el alma lo que nos mantiene dentro de esos palacios. Y hay que reconocer que, a medida que la tecnología va mejorando de forma desbordante, más y más son los juegos que caen en la trampa de la superficie y olvidan el alma por completo, creyendo que poniendo a disposición del jugador un mundo hiperrealista y extenso es suficiente para enamorarle.
Uso aquí un verbo tan emocional como «enamorar» de forma totalmente deliberada: al fin y al cabo, ¿los juegos que nos acompañan en el recuerdo durante todas nuestras vidas no son precisamente aquellos que nos han enamorado? Visitamos muchos palacios en nuestra existencia, pero solo recordamos aquellos con los que establecemos un vínculo puramente emocional… Y, creedme, pocos juegos han caído en mis manos en los últimos años que hayan conseguido estrechar un vínculo con mis emociones de una forma tan rápida como lo ha hecho «Horizon: Zero Dawn» (en exclusiva para PS4).
Lo primero que me ha enamorado, y esto supongo que es algo puramente personal, es el argumento del juego. Lo siento mucho: soy un hombre de la vieja escuela y a mi se me conquista con buenas historias contadas de forma apasionante. Y esto, señores, es algo que escasea en el rollito sandbox: explicar una historia en un mundo abierto en el que el jugador va a acceder a ella de forma fragmentada y desordenada es algo muy complejo al alcance de muy pocos maestros. Ahí están las dos últimas entregas de «GTA» y «The Witcher III» como faros guía en un mar de oscuridad (no, no me estoy olvidando a Bethesda, ya que juegos como «Oblivion» y «Fallout 4» presentan mundos apasionantes, eso sí, pero en los que el argumento principal es un mero borrador). Y para de contar.
«Horizon: Zero Dawn» te sumerge en la apasionante historia de Aloy, una chica que ha crecido como paria apartada por una sociedad futurista que, sin embargo, es puramente primitiva tanto en su estética como en su coyuntura y funcionamiento (son cazadores, viven en asentamientos, están totalmente regentados por atávicas reglas religiosas). El mundo es un lugar inhóspito en el que la naturaleza crece salvaje, en el que hay ruinas de las antiguos (que no son más que las ruinas de nuestra civilización actual) y en el que, ¡sorpresa!, campan a sus anchas todo un conjunto de máquinas mecánicas con forma de dinosaurios y otras bestias animales.
Aloy, sin embargo, tendrá la oportunidad de volver a ser miembro de derecho pleno en la sociedad si sale vencedora en una prueba física… El problema es que esa prueba se tuerce y, de repente, Aloy no solo pasa a formar parte de la sociedad, sino que incluso se la abraza (unos más que otros) como posible salvadora. Entonces las preguntas empiezan a acumularse sobre la mesa: ¿quién es realmente Aloy? ¿Quién fue su madre? ¿Por qué la buscan varias sectas? ¿Qué pasó con el mundo para que la humanidad volviera a su estado primigenio? ¿De dónde salen las máquinas bestiales? ¿Por qué cada año que pasa estas máquinas son más peligrosas?
¡Así se construye un argumento que te enganche a un juego! Bastan un par de horitas para sentirte completamente succionado hacia el interior de «Horizon: Zero Dawn«. El argumento está ponderado y calculado para ir siendo revelado a medida que se juega… Y, mucho ojo, porque estamos hablando de una experiencia de juego realmente impactante. Podría decirse que nos encontramos ante una mezcla de juego de acción y RPG. Del primero toma las batallas con las bestias (que se realizan casi siempre desde la distancia y priorizando tácticas de caza que hacen necesaria una preparación del terreno antes de meternos en la refriega) y el plataformeo galopante (resulta francamente espectacular escalar montañas y llegar a atalayas desde las que contemplar el alucinante paisaje).
Del RPG, por su parte, «Horizon: Zero Dawn» toma prestado el sistema de mejora de Aloy (tanto en sus capacidades como en un árbol de habilidades que se va desbloqueando poco a poco), la profundidad del argumento, la capacidad de interactuar con el mundo a través de interesantes conversaciones (en las que incluso podremos ir moldeando la personalidad de nuestra heroína) y la compleja gestión de nuestros recursos (que son limitados y que tendremos que ir combinando para obtener armas, munición, atuendos y demás… teniendo en cuenta que, por ejemplo, si usamos ciertos recursos para mejorar un arma, puede que más tarde nos arrepintamos al ver que necesitamos aquellos mismos recursos para hacer pociones que nos salven el pellejo).
Esta mezcla de acción y RPG, además, es la mejor forma de adentrarnos en el apasionante y complejísimo mundo de «Horizon: Zero Dawn«. En la superficie (esa misma superficie de la que hablaba al principio de este artículo), este mundo no podría ser más apasionante: ya no es solo que los paisajes sean alucinantes, es que a medida que vas contemplando ecos de nuestra propia actualidad surgiendo en ese mismo paisaje en forma de ruinas es inevitable no sentir como se te encoge el estómago. El apartado gráfico de «Horizon: Zero Dawn» es inaudito y, más que probablemente, sea el más espectacular de toda la nueva generación de videoconsolas hasta el momento. Los poblados son fascinantes, las ruinas más todavía, y los cambios del paisaje son puramente impactantes: dando tumbos de un lado a otro de este mundo nos toparemos con verdes valles, zonas desérticas, riscos nevados, cañones de naranjas intensos… Todos ellos bañados por cambios climatológicos y variaciones de luz diurna y nocturna, claro. Una gozada para los sentidos que invita a pasear y deleitarse. Sin más.
Ahora bien, más allá de la superficie, la complejidad de este mundo subyace en muchos otros factores. Sobre todo, resulta imposible no quedar completamente subyugado ante el entramado de misiones y sub-misiones a través de las que va avanzando la trama. Olvídate de esos otros juegos en los que el mundo abierto se acaba convirtiendo en una aburrida búsqueda de misiones randoms que no sirven para nada más que para subir de nivel (y alimentar nuestro ego completista). Lo de «Horizon: Zero Dawn» es lo más similar a plantarse ante una serie como «Juego de Tronos» o «Westworld» e ir viendo cómo los elementos aparentemente inconexos de una trama complejísima que no entendías van haciendo click y van dejando al descubierto nuevas sinapsis de sentido que vives como una pequeña (pero maravillosa) epifanía argumental.
Y aquí llegamos al punto y final en el que podría cerrar afrimando que, tal y como ha quedado explicado en los párrafos hasta el momento de este artículo, la suma de todos los factores excelentes convierten a «Horizon: Zero Dawn» en un juego excelente… Pero no. Bueno, sí, claro: a la vista está que «Horizon: Zero Dawn» es un juego excelente. Pero hay que sumar una última cosa: igual que el alma es ese factor que el ser humano nunca ha llegado a explicar con palabras por mucho que sabe que es la base de su propio ser, resulta completamente imposible describir el alma de un videojuego. Se puede decir si la tiene o no la tiene. Y, si la tiene, se puede decir qué efecto causa en el jugador. Así que aquí va mi punto y final: es el alma de «Horizon: Zero Dawn» lo que enamora. Lo que atrapa. Lo que provoca unas profundas ganas de quedarte a vivir en el mundo de Aloy para siempre. [Más información en la web de «Horizon: Zero Dawn»]