Puede que el hype creado en torno a «Logan» al final haya sido excesivo para un film que es el que los fans necesitaban… pero no el que merecían.
Partamos de la base de que «Logan» no es una obra maestra, ni tan siquiera una gran película. Seguramente la expectativa creada a base de trailers, teasers y demás parafernalia había generado un hype por encima de nuestras posibilidades. Todo ello no es óbice para afirmar que, igualmente, «Logan» es una buena película que cuenta con un lastre importante: el elemento que ha hecho imposible el salto de film apreciable a cine con mayúsculas. Un culpable que tiene nombre y apellidos y que no es otro que su propio director: James Mangold.
No es que Mangold se distinga por ser un mal director, sino que quizás su problema fundamental es que precisamente no se distingue por nada excepcional, ni en lo positivo ni en lo negativo. Mangold formaría parte de esa especie de clase funcionarial de Hollywood (justo un peldaño por encima de Brett Ratner) tan válida para un drama victoriano como para una de superhéroes. Directores que van a lo seguro, que hacen del formalismo un mero trámite y que ejecutan sin miramientos lo que las productoras consideran políticamente correcto. Filmar, montar, empacar y llevarse el cheque: esa podría ser su máxima.
Y esto es precisamente lo que ocurre con «Logan«. A excepción de sus estallidos de violencia sangrienta (quizás los más salvajes de toda la saga), este cinta deviene más rutinaria de lo que su argumento crepuscular aparentemente podía ofrecer. Esencialmente en su primer tramo, «Logan» parece moverse a trompicones, con lagunas argumentales inexplicables y un discurso que opta por algunos sobreentendidos que condicionan su pleno entendimiento al hecho de ser un seguidor acérrimo de la saga o incluso del personaje extramuros de los cinematográfico.
Sin embargo, una vez el film toma cuerpo y pone la quinta marcha, ofrece algo similar a lo esperado: un Lobezno decadente y angustiado formando tándem con un Profesor Charles Xavier que, lejos de ser mentor y guía, se convierte casi en un lastre, una especie de abuelo cebolleta más molesto que otra cosa. Junto a ellos, una niña, heredera sanguínea de Lobezno (y no, no es spoiler) que engrasa perfectamente la relación triangular y consigue aportar la dosis de emoción, que no de sentimentalismo, justa y necesaria.
Y, pese a lo dicho, en «Logan» se echa de menos un mayor arrojo visual, un atrevimiento formal que trascienda la mera convención y que conduzca al film al terreno de Sam Peckinpah, por poner un ejemplo de western de la decadencia. Tampoco ayuda, desde luego, algo que ha sido constante en las aventuras solitarias de Lobezno: la ausencia de un villano de empaque. Al final, «Logan» no deja de tener que enfrentarse a arquetipos de villano, meros humanos con alma robótica que, en el peor de los casos, están ahí para ser destripados y, en el mejor, para recitar convenciones sobre el odio humano-mutante. Solo cuando el protagonista debe afrontarse a sus miedos internos en forma de clon asalvajado es cuando el duelo entre el bien y el mal consigue levantar el vuelo.
A pesar de toda esta irregularidad, es cierto que el film consigue, aunque sea por la vía de la nostalgia, por la interpretación de su actor principal o por su (a ratos) autoconsciencia irónica, dar con la tecla que su envoltorio formal no acaba de tocar. Es por ello que «Logan» acaba por no ser quizás el film que los fans de la saga merecerían, pero sí se acerca bastante al film que necesitan. Un entretenimiento que cierra con un era de identificación entre Hugh Jackman y Lobezno y que nos deja, con cierto sabor agridulce (y alguna lagrimilla que otra), a la espera de saber quién toma el relevo. [Más información en el Facebook de «Logan»]