Claro que en la alfombra roja de los Premios Goya 2017 están las mejor y las peor vestidas… Pero reconozcamos que lo que más abunda es lo normalito.
Sin más dilación: tal y como ya nos ocurrió a la hora de sopesar la alfombra roja de los Golden Globes de este mismo año, las tradicionales divisiones entre «las mejores y las peores vestidas» en la alfombra roja de los Premios Goya 2017 se nos han vuelto a quedar cortas. Al fin y al cabo, la excelencia es algo que alcanzan muy pocas y, por el contrario, y por mucho que nos encante hacer leña del árbol caído y forzar cuantos más chascarrillos mejor, resulta que las peores vestidas tampoco son tantas. Lo que vuelve a triunfar sobre la alfombra roja es, evidentemente, lo normal.
A veces triunfa lo normal porque las actrices deciden no arriesgar (ni hacia la excelencia ni hacia el ostracismo). Otras veces triunfa porque, simple y llanamente, el rollo estético de ciertas actrices y celebrities no da para más… Y aunque lo que más ganas tenemos aquí y ahora es de comentar la caspa sobre el traje negro de Pedro Almodóvar durante toda la gala, a continuación vamos a ceñirnos estrictamente a ellas (total, ellos fueron más o menos todos igual) y a la alfombra roja.
Al fin y al cabo, la gala de los Goya 2017 fue un auténtico coñazo en el que, sorprendentemente, solo se salvaron las intervenciones de Dani Rovira y en la que parecía que había una polaridad absoluta: los presentadores de premios solo estaban interesados en soltar cifras estadísticas que demostraran que el cine español es lo puto más y que el gobierno lo maltrata de forma incomprensible; y los que recibían los premios, por su parte, se aficionaron a dedicar los galardones a «los que ya no están entre nosotros» para arrancar aplauso tras aplauso.
Vamos, lo de siempre. Por eso preferimos centrarnos en la alfombra roja y seleccionar aquí y ahora lo mejor, lo peor… y lo más normalito. Sin más.
LO MEJOR. Digámoslo así, a las bravas, y desde el principio: lo mejor que vio la alfombra roja de estos Goya 2017 fue, sin lugar a dudas, a una Bárbara Lennie en ese Gucci que era pura fantasía. Puede que se le fuera la mano con el brochazo y que al final fuera un poco pintada como una puerta. Pero lo cortés no quita lo valiente, y hay que reconocer que esto es lo que se debería esperar de cualquier alfombra roja: riesgo en la dirección acertada y solvencia a la hora de defender ese mismo riesgo.
La fantasía siguió dando que hablar con otras maravillas como el Armani Privé de Sílvia Abascal o una Leticia Dolera que supo defender las complejas mangas de su Alicia Rueda coronado con unos detalles de flores y pájaros en el pecho. Los detalles naturales también acompañaron a otros aciertos como las flores bajo el escote del Santos Costuras de Alexandra Jiménez, tan etérea en sus gasas ingrávidas, o el delicado bordado que ensalzaba de forma sutil el sugerente rollo lencero del Stella McCartney de Natalia de Molina.
Ahora bien, lo que acabó triunfando, como siempre, fue la apuesta por un único color. Una apuesta sencilla pero que capaz de resultar tan estimulante como en la otra gran triunfadora de la noche: una Antonia San Juan cuyo Juanjo Oliva ha sido injustamente comparado con el de Gwyneth Paltorw (y decimos eso de «injustamente» porque, básicamente, a Antonia le queda mucho mejor). También en blanco hay que destacar el minimalismo sugerente de Belén Cuesta. Y, aunque muchos piensen que ir de rojo a la alfombra roja es un suicidio, dos modelazos probaron lo contrario: el Versace de Cristina Castaño y el sensual Sybilla de Ingrid García Jonsson. El color negro, por su parte, tuvo que ser compartido por dos grandes entre las grandes: Penélope Cruz (Atelier Versace) y Paz Vega (Jorge Acuña).
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LO MÁS NORMALITO. Chicos, de verdad, ¿qué carajo decir de las más normalitas de los Goya 2017? Si es que era todo boring, boring, boring… Y mira que hubo quien, curiosamente, probó el riesgo pero le salió mal. Ahí está Ana Belén, la única persona del mundo capaz de convertir un Delpozo en algo aburrido. O Amaia Salamanca, de la que curiosamente nunca te creías su rollo principesco por mucho que no se cansara de enseñar la cola larga de su Pronovias, puro brilli brilli.
El resto, pues normal. Y que conste que «normal» no es «mal», pero tampoco algo que vaya a pasar a la historia. En esa categoría entra el «ya lo hemos visto mil veces» de Anne Igartiburu (Lorenzo Caprile), la sensualidad sin pasarse de Aura Garrido (Lorenzo Caprile), la pedrería de Cayetana Guillén Cuervo (Santos Costuras), el colorido al final poco brillante de Belén López (Antonio García), los dorados de Clara Lago (Santos Costura), el depurado estilo de Anna Castillo (Georges Hobeika), el ramplonismo de Michelle Jenner (Dior), la elegancia clásica en negro de Carmen Machi (Ulises Mérida), las transparencias de Elena Ballesteros (Monique Lhuillier), los flecos de pelo plateado de María León (Juanjo Oliva), el floripondio de Juana Acosta (The 2nd Skin Co.), los detalles naturales de Macarena Gómez (Alberta Ferretti), el encaje de María Barranco (Rubén Hernández), el amarillo mucho menos arriesgado de lo que podría haber sido de María Botto o el rojo anodino de Paula Echevarría (Jorge Vázquez).
Lo dicho: de aquí a una semana, ya ni nos acordamos de todas estas.
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LAS PEORES. Y vamos con las peores… Para no caer en la trampa de hacer un ranking (puesto que, una vez que se cae por debajo de cierta línea de aceptabilidad, todo es igual de malo), permitidnos que despachemos a las peor vestidas en riguroso orden alfabético. Empezando, claro, por Aitana Sánchez Gijón, que parecía que había traído su vestido puesto directamente desde una representación teatral de barrio. Lo de Anabel Alonso, no sé, en serio, es que semejante despropósito no sabemos por dónde pillarlo.
Candela Peña (Juan Pedro López) sigue opositando para que se la distinga como la peor vestida de nuestro país en las alfombras rojas, mientras que Cristina Rodríguez (Emilio Salinas) nos obligó a preguntarnos cómo carajo este ser ha llegado a ser la única estilista que conoce tu madre. Cuca Escribano fue el perfecto ejemplo gráfico de «venirse arriba» y cagarla. Lo de Emma Suárez (Lorenzo Caprile) cada vez lo entendemos menos: ¿cómo puede aprovecharse tan poco esta mujer? Algo parecido ocurre con Leonor Watling (Alberta Ferretti)… ¡Con lo que tú has sido, nena!
Mención especial para Manuela Vellés (Anna Locking), que no contenta con una raja de la falda excesiva se lanzó a por las transparencias en los lugares menos favorecedores de su cuerpo. Lo de Mar Saura (Yanes), por su parte, fue muerte por oro. Y lo de Marisa Paredes solo se puede describir como lo que llevaría a la cena de Navidad tu tía abuela la solterona que se quedó un poco loca. El escote de Natalia Sánchez se llevó el premio al más desfavorecedor de toda la noche, mientras que lo de Sílvia Alonso solo puede definirse como «enterrada en sus flecos». Y, para acabar, Sílvia Pérez Cruz, que básicamente parecía que llevara un saco con lentejuelas.
Ya está. Pasado este mal trago, ya podemos empezar a pensar en los Oscars. ¡Chau!
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