Rebobinemos la cinta cinematográfica unos cuantos fotogramas y pongámonos en situación: vísperas del San Miguel Primavera Sound 2011, inminente comienzo del festival y momento de señalar con el dedo aquellos grupos y artistas a seguir entre su vasto y lujoso cartel. Complicada tarea, pero en FPM lo tuvimos claro: uno de los destacados debía ser la banda barcelonesa Odio París. La justificación de dicha elección se basaba en la personalidad y el particular sonido del quinteto (Víctor Riba, voz y guitarra; Óscar Ferré, voz y guitarra; Álex Marull, bajo; Marcel Molina, teclados; y Jaume Caner, batería) en contraposición a las similitudes con sus aparentes y teóricas influencias. Pero, tranquilos, no volveremos a sacar a colación ninguno de esos nombres propios que inmediatamente revolotean sobre las cabezas de aquellos que conocen en qué campo juegan estos chicos de la Ciudad Condal. Puede que, hace un par de años, cuando el combo publicó su primera referencia, la maqueta “Maqueta nº1”, fuese lógico revolver el baúl de los recuerdos (de aquí y de fuera) en busca de analogías con las que ubicar las cinco canciones que se encontraban en su interior: cinco joyas aún por pulir que rememoraban los tiempos del pop-rock alternativo ruidosamente dulce de la añorada década de los 90 y se asociaban a las maneras expresivas de otros compañeros de generación también enamorados de esa misma época no tan lejana.
Sin embargo, a la hora de abordar su debut en largo, el homónimo “Odio París” (El Genio Equivocado, 2011), se recomienda abandonar esos ejercicios de recreación histórico-musical y dejarse llevar por sus crujientes guitarras, sus teclados bombásticos, sus melodías certeras y, sobre todo, su mensaje. Tomando como leitmotiv principal el desengaño y el desencanto, las palabras que salen de las bocas de Víctor y Óscar se impregnan de cierta ingenuidad e inocencia (al igual que sucedía con el indie patrio primigenio en los albores de los 90) hasta afianzarse como un tratado integral sobre el resentimiento y la rabia poco vengativa pero vehemente de todos modos.
El arranque del álbum, “Cuando Nadie Pone Un Disco” (con unos acordes de guitarra y unas líneas de bajo que se mueven como un vendaval), aporta algunas pistas acerca del fondo argumental de “Odio París”, aunque su lírica ambigua y sus reflejos de confusión nocturna (rescatados de una de las obras del poeta Pedro Casariego) desorientan en la primera toma de contacto. Pero, tras ella, se desata la verdadera tormenta de este álbum: un tramo formado por cinco cortes cuyas rimas y sentencias se graban a fuego en el corazón y funcionan como versos de uno de esos diarios escritos en necesarios y obligatorios periodos de duelo tras sufrir una debacle sentimental o emocional: del rechazo al amor (y al sexo) ficticio y fugaz, de quita y pon y de satisfacción rápida y automática de la gloriosa “Ahora Sabes” a la belleza taciturna de efectos sanadores de “San Antonio” (y sus impecables coros femeninos), pasando por la monumental metáfora sobre la muerte espiritual (hecho recurrente en varios temas de Odio París) de “1 de Noviembre”, que se funde a negro en medio de cuerdas de violín (cortesía de Angie Lee) para dar entrada a la inclemente “Infierno” (cercana a los postulados del pop que se practicaba en nuestro país durante los 80) y a la cumbre de este sinuoso recorrido a través del reproche directo e implacable, “Ya No Existes”, de título tan trasparente que sobran las palabras.
La inevitable aparición de la etiqueta C86 y el shoegaze chispeante se concreta en la recuperada para la causa “Don de Traci”, dotada de mayor tensión eléctrica que en la versión demo incluida en la maqueta mencionada más arriba. Justo aquí podríamos caer en la tentación de introducir algún nombre de reconocido prestigio para completar los matices de ese apego de los barceloneses por las enérgicas y recargadas guitarras jangle del twee-pop, pero seguiremos ocultando cuál convendría en este caso y en los de “Volver” y “Enséñame”, dupla que relaja el nervio de este LP para adormecerse con la ensoñadora “Nana Blanca” final. Así es cómo se desarrollan todos los buenos discos: comienzan y, sin que uno se dé cuenta, poco a poco avanzan hasta coronar su cúspide y descienden suavemente hacia un desenlace reconfortante. Y no precisan ninguna guía externa simbólica para ser interpretados y explicados. Tanto “Odio París” como sus propios autores encajan perfectamente en esa descripción.
Odio París – Ahora Sabes by Vicente P EDPMC