¿Quieres saber cuáles han sido las 25 películas de este año 2016 que pasarán a la historia del cine? Pues atiende a esta lista, que viene fuertecita.
Cada vez resulta más difícil acotar una lista como la de las mejores películas del año… Al fin y al cabo, ya no es sólo que nos encontremos con la dificultad de las fechas, con tener que responder siempre a lo de «¿cuentan las películas estrenadas en España en el año 2016 o las películas estrenadas globalmente en 2016 y que ya hemos visto en festivales?» (y, aunque cada año lo explicamos, volvemos a hacerlo: cuentan sólo las películas estrenadas en nuestro país en el año corriente, así que las que hemos gozado en festivales quedan para la lista del año que viene… e incluso más allá). No es sólo eso.
Es que, desde este mismo año, a la encrucijada de las fechas tenemos que sumar otra nueva odisea: la de los servicios de VOD. ¿Contamos una peli que no haya pasado por taquilla pero que se haya estrenado directamente en Netflix o en Filmin? ¡Pues claro que sí! Pero, con todo el jaleo que tenemos encima, cuando todavía no nos hemos acostumbrado a Netflix y ya tenemos encima HBO (que, por cierto, ojito con su catálogo de cine), nos va a llevar un tiempo hacernos con todo este tinglado. Nuestra previsión es que esta problemática será especialmente jugosa en la lista de lo mejor del 2017. Tiempo al tiempo.
Pero por ahora quedémonos con lo que tenemos sobre la mesa, que no es otra cosa que nuestra lista de las 25 mejores películas del año 2016… ¡Esto sí que te dan ganas de exclamar «¡hazte con todas!» y no el «Pokémon GO«!
25. HIGH-RISE, de Ben Wheatley. No hay que menoscabar en absoluto el concepto, la idea y el atrevimiento de Ben Wheatley a la hora de concebir y ejecutar “High-Rise“. Una idea, una ucronia, que no destaca tanto por su metáfora como por el arrojo visual del que, al menos en su concepción, quiere hacer gala. En el fondo, la idea que transita en el film es la descripción del poder, lo que comporta, lo que produce y los efectos que genera en la sociedad.Un mundo este, el del poder, reflejado en un microcosmos en forma de edificio donde cuanto más arriba se vive, más prebendas y poder se tiene. Un mundo ensimismado cuya realidad exterior parece no existir y que se dibuja a través de un estética setentera anacrónica y una arquitectura que bebe tanto de Le Corbussier como del estilo Luzhkov soviético. Algo también simbólico en tanto que encarna la mezcla entre la utopía socialista, su degeneración monstruosa totalitaria y su conversión final en isla grotesca, en espejo deformante del idealismo buscado. [leer más]
24. COMANCHERÍA, de David Mackenzie. Dos hermanos, dos policías, el gran escenario tejano haciendo de telón western, una pizca de road movie, otra de comedia, otra de crítica social, una dudosa línea entre el bando de malos y buenos y un argumento en principio un tanto trillado: el ojo por ojo de toda la vida, elevado al cubo y traducido en robar el banco que te quiere birlar tu casa de mala manera por estar en banca rota y no pagar la hipoteca. David Mackenzie a la cabeza de este cóctel explosivo que hubiera podido resultar el tostón del año pero que ha resultado ser uno de los mejores filmes que hemos visto. «Hell or High Water» nos toca, y nos toca muy de cerca. Y es que bajo ese telón rural que parece tan lejano que casi huele a una época pasada no hay más que un espejo directo a la sociedad actual en la que vivimos. La injusticia corta el ambiente, la impotencia te rasga por dentro, y el calor y la presión se palpa en el espacio. Ojalá Nick Cave aderezase también con sus notas nuestra vida, todo sería si no más fácil, sí un poco más bonito. [Beatriz Muyo]
23. DEAD SLOW AHEAD, de Mauro Herce. Mauro Herce era alguien desconocido para muchos cinéfilos hasta que, en el año 2015, «Dead Slow Ahead» aterrizó en festivales como Locarno y Sevilla. A partir de entonces, su nombre nos sonaría más por ser el responsable de una de las películas más estimulantes que ha dado el cine de este país en años. ¿Por qué? Por su uso tan expresivo y a la vez altamente experimental del sonido, por ser capaz de construir una historia de ciencia ficción, de terror y al mismo tiempo quizá también un inquietante documental a partir de su sugerente baile de sombras y movimientos, todos ellos teniendo lugar únicamente dentro de un carguero que navega en la inmensidad del mar sin un rumbo claro. «Dead Slow Ahead» es una película sensorial, en la que la forma hace el contenido, que navega -valga la metáfora fácil- entre títulos tan célebres como «At Sea» (2007) y «Leviathan» (2012). Un viaje a otra dimensión en el que vale la pena someterse. [Isart Armengol]
22. SING STREET, de John Carney. ¿Cómo explicar «Sing Street«? Una de esas películas que hace fácil lo difícil, o cuanto menos hace diferente y hondo lo que podría haber sido obvio y superficial. El director de la celebrada «Once» y la menos celebrada por algunos «Begin Again» vuelve a su tierra natal Dublín, esta vez en los 80, para contar una nueva historia de amor… adolescente y musical. John Carney une sentido del humor, emotividad, ternura y también una pizca de drama en la medida justa para que la mezcla dé como resultado una cinta que, como algunos de sus números musicales, suena con fuerza, convicción y armonía. El concepto happy-sad, que aparece en la película, es precisamente la clave para entender de qué trata realmente. «Sing Street» es una canción de amor loca, rebelde, impulsiva, ingenua y soñadora… Igual que el romance entre sus dos jóvenes protagonistas. [Isart Armengol]
21. LA ACADEMIA DE LAS MUSAS, de José Luis Guerín. La fascinante nueva obra de José Luis Guerín narra casi a modo de documental salvajemente íntimo la relación que se establece entre un profesor de filología y sus alumnas ante la mirada de su mujer. La primera virtud del director catalán a la hora de plantear la construcción del relato es romper de forma absoluta pero con ternura la membrana que podría separarnos emocionalmente de la historia; la cámara de Guerín es un testigo cercano, demasiado cercano, a las tragedias -pero también, indivisiblemente, comedias- que nacen de esta rueca narrativa en la que el profesor actúa como eje intelectual-emocional y las alumnas giran en torno a él para crear la historia mediante el engranaje perfecto de todos los elementos. [leer más]
[/nextpage][nextpage title=»Del 20 al 16″ ]20. AMERICAN HONEY, de Andrea Arnold. No hay mejor road movie que aquella que no parece que se dirija a ningún sitio y que acabe encontrando inesperadamente un cierto sentido de la existencia. O, en este caso, un cierto sentido de la inexistencia. Esto es lo que plantea Andrea Arnold en “American Honey”, un retrato durísimo, sin aparente rumbo y absolutamente fascinante de la marginalidad adolescente en el Midwest norteamericano, filmado de tal manera que la métrica de su poesía viene marcada por los beats de Migos, Rae Sremmurd y Juicy J. En ella, la debutante Sasha Lane construye un personaje inolvidable, una lolita de los márgenes, una caperucita impulsiva pero clarividente sobreviviendo entre lobos no tan feroces y abuelitas no tan compasivas. Y recalco lo de inolvidable porque “American Honey” es una de esas raras virtuosas películas que continúa dando círculos en tu cabeza mucho tiempo después de que hayas abandonado la sala sobrecogido pero también esperanzado. Y es que el nihilismo viaja en furgoneta y la auténtica ciudad de los niños perdidos no es sino allá donde ellos quieran aparcar. [David Martínez de la Haza]
19. EL ABRAZO DE LA SERPIENTE, de Ciro Guerra. Hipnosis, ecología, colonialismo y pausa, mucha pausa. En «El Abrazo de la Serpiente» el mensaje es importante, pero también cómo se transmite. Es la atmósfera, el blanco y negro, el contraste. Se trata de sumir al espectador en un ejercicio de inmersión en la humedad, la desolación y los efectos perniciosos de la colonización. ¿Choque de culturas? Sí, pero también prejuicios y leyendas que se mezclan con verdades como puños. Sin duda una película que a modo de ficción ofrece un relato veraz de barbaridades cometidas por el hombre blanco sin caer en ecolocuentismos podemitas del tres al cuarto ni buenismos edulcorantes. Sólo verdad, sólo pasión y, paradójicamente, desencanto. Una especie de desencuentros en la tercera jungla que debería hacer palidecer (o sonrojar) a cualquiera que contemple su belleza y, por qué no decirlo, crudeza sin límites. [Alex Pérez Lascort]
18. NUESTRA HERMANA PEQUEÑA, de Hirokazu Kore-eda. Kore-eda riza y el rizo y tiende lazos hacia el resto de su filmografía. Los hermanos huérfanos que no comunican al mundo la muerte de sus padres en “Nadie Sabe“, los hermanos que intentan evitar el divorcio de sus padres en “Kiseki (Milagro)“, las dos parejas que descubren que sus hijos fueron intercambiados al nacer y que se cuestionan en qué consiste realmente la paternidad en “De Tal Padre, Tal Hijo“… Kore-eda se ha especializado en películas que dinamitan directamente aquella unidad familiar que protagonizaba los films de Ozupara demostrar que, por mucho que hayamos vivido varias generaciones destinadas a romper la familia para favorecer el ego y la individualidad, la esperanza sigue (sobre)viviendo en las generaciones que vienen detrás. Puede que la familia ya no responda a las mismas fórmulas de hace un siglo, pero la unión de personas que se aman sigue siendo la base de toda sociedad deseable. [leer más]
17. PATERSON, de Jim Jarmush. Allí donde acaba lo meramente cotidiano y comienza lo sutil, sitúa su cámara Jim Jarmusch: en el día a día de casi todos, frente a la belleza del gesto más común, frente al plato menos elaborado, a la profesión menos atractiva y a la vez más brillante, frente a una poesía sin rima, una casa sin apenas movimiento, unas caras sin alma y una pareja aburrida. «Paterson» es un relato acerca de lo simple, donde la delgada línea entre la monotonía y la belleza se entremezclan de una manera casi invisible y donde, aunque la frustración juega un papel importante, la gracia de los pequeños rituales encuentra también su sitio. Siempre he considerado el cine de Jarmusch claro en sus mensajes y quizá no encuentre película en su filmografía que me haya dejado un poso tan ambiguo como el de «Paterson«, una de las razones donde radica para mí la genialidad de su historia: ¿es el protagonista un enamorado de su vida o es su tediosa vida lo que le hace aferrarse al amor? El gesto de contención constante y de profunda desolación de un maravilloso Adam Driver siempre me hacen decantarme por lo segundo. Pero luego me acuerdo de aquel banco del parque y quiero creer que esa profundo amor por una caja de cerillas existe. [Beatriz Muyo]
16. ANIMALES NOCTURNOS, de Tom Ford. Las piezas de una vida que se desmorona son las que componen el puzle que plantea Tom Ford en su segunda película. Brillantemente formulada a partir del relato dentro del relato, un thriller policíaco encerrado en un thriller psicoemocional, “Animales Nocturnos” ahonda en la contradicción entre la imagen social proyectada por una exitosa mujer, interpretada por Amy Adams, y la inasumible verdad que, en este caso, está ahí dentro, y que es la que modela el carácter auténtico de su protagonista, el cual únicamente parece aflorar a la superficie ante el recuerdo que se aviva en ella cuando recibe una novela escrita por su expareja. Esta especie de revisión de la alegoría de la caverna adaptada a la neoburguesía occidental actual nos abre en canal las entrañas de la cultura del éxito para mostrar el cáncer que en ella se esconde. El cáncer se llama culpa y las metástasis son el arrepentimiento; el tratamiento es el perdón. Pero todos sabemos que hay tumores que según su estadiaje ya no tienen tratamiento. Por eso esta es una película tan incómoda pero a la vez tan necesaria. “Animales Nocturnos” nos prepara para la vida porque, como ella, finalmente nos deja temblando. [David Martínez de la Haza]
[/nextpage][nextpage title=»Del 15 al 11″ ]15. TARDE PARA LA IRA, de Raúl Arévalo. Lo que Arévalo nos ofrece en su “Tarde Para La Ira” es la constatación de que no sólo es alguien acostumbrado a lidiar dentro del género, sino que es un amante del mismo. Sin embargo, algo como esto, que podría haber desembocado en un film de multirreferencialidad, de pastiche reproductor de filias cinéfilas, se convierte en un ejemplo de cómo se puede rendir homenaje desde la esencia, desde los cimientos arquitectónicos, sin necesidad aparente de rendir pleitesía explícita a ellos.Estamos ante un film de construcción sólida, de concisión argumental y precisión de planificación que, al mismo tiempo sabe que un metraje limitado no es excusa para la precipitación o la hipérbole. Arévalo muestra que la creación de atmósferas y personajes merece su tiempo y su formato. Por todo ello, puede que “Tarde Para La Ira” nos remita y reverbere en argumento, formato y contexto a gente tan variada como Sam Peckinpaho Eloy de la Iglesia, pero finalmente se ejecuta en su totalidad como un film de personalidad propia, casi autoral. [leer más]
14. CHEVALIER, de Athina Rachel Tsangari. La alegoría que actúa de pulmón del film de Athina Rachel Tsangari es sencilla pero matadoramente efectiva (y tronchantemente divertida). La directora encierra en un barco a un total de cinco machos alfa (y una rémora) que se dedican a competir para conseguir un anillo de caballero: van evaluándose entre ellos absolutamente todos los aspectos de su vida y convivencia (cómo duermen, cómo se mueven, cómo comen… cuánto tardan en montar una estantería de IKEA) con tal de determinar quien es “el mejor en general”. De esta forma “Chevalier” se revela como una alegoría en dos direcciones paralelas. Por un lado, la película es metáfora supurante de la sociedad ultra-competitiva en la que vivimos y en la que lo importante ya no es ser el mejor, sino ser el mejor a ojos del prójimo y, de paso, ser premiado por ello. Por otra parte, no resulta para nada casual que esta ultra-competitividad brote en el seno de una sociedad cerrada de hombres como signo absoluto de una rancia estructura social preeminentemente masculina y patriarcal que acaba alcanzando su clímax absoluto en el momento en el que los protagonistas se enzarpan en una icónica y memorable competición para ver quién tiene la polla más grande. Permitidme el maximalismo, pero es que “Chevalier” contiene más verdad que toda la producción documental de este año. [leer más]
13. THE DUKE OF BURGUNDY, de Peter Strickland. Vamos a poner la directa: una película que se despliega en sus primeros minutos con una banda sonora de Cat’s Eyes e incluye en los créditos los perfumes que usan sus protagonistas merece todos los parabienes posibles. Y es que, «The Duke of Burgundy» es, sobre todo, un producto destinado a despertar los sentidos (más allá de los visuales) del espectador. Un festín absoluto que hace una declaración de intenciones e invita a saborear, a paladear, oler y embriagarse de sus aromas, de su erotismo, de su despliegue visual. No se trata, sin embargo, de un deleite meramente estético: esta distopía femenina encierra juegos retorcidos, dominación, morbo y angustia suficientes para crear un match perfecto con su envoltorio formal. Sí, «The Duke of Burgundy» podría pasar por un softcore de MILFS enamoradas para voyeurs incandescentes, pero quedarse ahí sería injusto… Mejor déjense llevar y disfruten la experiencia. [Alex Pérez Lascort]
12. EL REY TUERTO, de Marc Crehuet. Da igual cómo entiendas “El Rey Tuerto“… ¿Como una revisión politizada de Pinocho en la que un muñeco de madera creado (deshumanizado) por la sociedad de consumo y por el capitalismo emprende un viaje inconsciente a la búsqueda de una lágrima final que le humanice de nuevo? Puedes entenderla así. ¿Como un enfrentamiento de psicologías creadas por el magma sociopolítico actual en el que todas tienen más defectos que virtudes y donde ninguna es mejor que la otra? También puedes entenderla así. ¿Un vibrante juego en el que toca descubrir si “El Rey Tuerto” es el que ha perdido el ojo o más bien alguno de los otros personajes (como esa choni a la que todos creen tuerta, medio tonta, pero que suelta las mayores verdades e incluso el aforismo final del propio film)? También. Entiéndela como te dé la gana. Lo importante es que la veas. Y que la pienses. Y que te formes una opinión. [leer más]
11. EL CUENTO DE LA PRINCESA KAGUYA, de Isao Takahata. Hubo un momento en el que realmente nos creímos eso de que Hayao Miyazaki se había retirado del mundo de la animación. Ahora que ya sabemos que tiene una nueva película en producción, sin embargo, parecen absurdos los esfuerzos generales en buscarle un heredero y, sobre todo, en colgarle a Isao Takahata ese San Benito a tenor de un film tan maravilloso como «El Cuento de la Princesa Kaguya«. Y es que, al fin y al cabo, Isao Takahata ha demostrado ampliamente no necesitar parentescos forzados, y lo ha hecho con una filmografía pluscuamperfecta en la que brillan títulos tronchantes como «Mis Vecinos Los Yamada» o joyitas imprescindibles como la insuperable «La Tumba de las Luciérnagas«. Cierto es que esta princesa Kaguya tiene mucho de Miyazaki: el trenzado de un mundo mágico que late por debajo de nuestra realidad, el mensaje de necesaria armonía con la naturaleza, la fábula aparentemente amable que esconde un subtexto mucho más complejo… Pero Takahata consigue llevar «El Cuento de la Princesa Kaguya» hacia su propio sello artístico gracias a una animación tradicional que huye del 3D y que apuesta por un minimalismo gráfico muy cercano a las representaciones gráficas niponas más clásicas. Y también consigue partirte el corazón con uno de los finales más devastadores vistos en los últimos tiempos. [Raül De Tena]
[/nextpage][nextpage title=»Del 10 al 6″ ]10. EL HIJO DE SAÚL, de László Nemes. Haciendo lo que todavía no había hecho nadie en la historia del medio (es decir: obligarte a vivir y sentir en primera persona la vivencia de un campo de concentración), “El Hijo de Saúl” se convierte en la dupla perfecta a mencionar junto a “Shoah” al hablar de cine sobre el Holocausto: si Lanzmann consigue hacerte entender de forma intelectual todos los entresijos de la tragedia, Nemes consigue que lo sientas en tus propias carnes. ¿No era esto lo que te decían tus padres cuando eras pequeño? Que, para aprender, hay que cometer errores: para saber lo que duele una herida y así evitarla en el futuro, no basta con que comprendas las leyes de la física que rigen un tropiezo, sino que hay que tropezar con una piedra primero. Y pegarse el batacazo. Y, a lo mejor, gritar un poquito de dolor. [leer más]
9. LA JUVENTUD, de Paolo Sorrentino. Las palabras son importantes en “La Juventud“, pero Sorrentino decide que quien calla otorga y por ello igual de importantes son los silencios vacuos entre diálogos y las expresiones faciales que les acompañan. Son dramas y miserias a ritmo de terciopelo, pero no por ello menos duras. Precisamente, la suavidad con la que el dolor aparece es lo que lo hace más duro de soportar. Cáscaras de seres humanos rellenando nada más que pesadumbre. Ironía y sarcasmo que no hacen más que acrecentar la falsa seguridad de la armadura existencial. Lo avanzaba Jep Gambardella en “La Gran Belleza“. La cháchara, el bla bla bla escondiendo la vida, la muerte como momento de inicio. La eterna juventud pretendida a través de un horro vacui de pretensión y fiesta, de cinismo malentendido. Y la cara b de todo ello es “La Juventud“: el retrato del desengaño, el artificio de la falsa sanación, de la necesidad de “morir” para sacar a la luz la verdadera vida. [leer más]
8. ANOMALISA, de Charlie Kauffman y Duke Johnson. “Anomalisa” es el retrato del interior de un hombre maduro que parece haberse pasado la vida tomando decisiones equivocadas y siendo incapaz de establecer una comunicación real y satisfactoria con el mundo y las personas que le rodean, ya sea debido a su personalidad, a sus experiencias pasadas o a todo un recorrido vital. Se palpa un desencanto con la vida, una torpeza emocional y un desafío constante contra un entorno que advierte aburrido y estéril. Kaufman utiliza la voz como instrumento diferencial en un mundo gris en el que todo resulta anodino e insignificante. Y es con la aparición de Lisa y su voz -distinta a todas las demás- cuando la historia se adentra en la temática en la que su director brilla y se mueve con gran habilidad: la de los personajes patéticos pero entrañables, rotos pero únicos a su manera, con un punto excéntrico y, sobre todo, aislados tanto física como emocionalmente. Esa excepcional voz es la que funciona como refugio y último reducto donde el afligido protagonista puede encontrar paz e instantes de luminosidad en su vida. [leer más]
7. MÁS ALLÁ DE LAS MONTAÑAS, de Jia Zhang-ke. «Mountains May Depart» es una película que narra veinticinco años en la vida de tres amigos, una mujer y dos hombres, cuyas rutas tomarán caminos distintos a partir de un hecho a priori moderadamente banal, pero a la postre trascendente. Lo que inicialmente es un triángulo amoroso jovial, despreocupado, que recuerda vagamente al de “Banda Aparte” de Jean-Luc Godard, se torna violento e inmanejable cuando aparecen los celos y el ansia de posesión. A partir de aquí, se construye un drama fluido, precioso, moralmente interesantísimo. Ideas a propósito del determinismo, la libertad (emocional pero también económica), la evolución/involución tecnológica o el anhelo de las raíces son tratados de forma tan sensata como inteligente mediante un trazo sencillo, sin saturar en exceso la trama propuesta. [leer más]
6. LOS ODIOSOS OCHO, de Quentin Tarantino. Tarantino plantea su film como un díptico donde el gran western de tonos épicos copa toda su primera parte. Todo ello, sin embargo, se rompe con la llegada de un segundo bloque que violenta todo lo expuesto y se centra en la claustrofobia, en la opresión de un espacio cerrado, casi en estado de sitio permanente. Evidentemente, las reminiscencias situacionales a “Reservoir Dogs“, tanto por espacio como por tempo y violencia desencadenada, están ahí. “Los Odiosos Ocho“, por el contrario, opta por ir algo más allá: ya no se trata tanto de resolver sus misterios, de crear un whodunnit de Agatha Christie. No. Ya desde el título del film somos conscientes que no hay héroes, sino únicamente seres que se van a enfrentar desde posturas diversas en su ruindad. Como máximo, sólo hay espacio para una cierta honestidad en los motivos, lo que no resta en absoluta mezquindad a los actos y personalidades. [leer más]
[/nextpage][nextpage title=»Del 5 al 1″ ]5. CEMETERY OF SPLENDOUR, de Apichatpong Weerasethakul. Apichatpong Weerasethakul es conocido principalmente por dos cosas: por estructurar sus films como dípticos o palimpsestos en los que una película anida dentro de otra película muy diferente y, sobre todo, por materializar la tensión entre tradición y modernidad permitiendo que ciertos personajes mitológicos y mágicos campen a sus anchas por los laberintos de sus films. «Cemetery of Splendour«, sin embargo, es donde Weerasethakul demuestra su maestría al huir de sí mismo para acabar siendo él mismo más que nunca. Aquí no hay complicaciones de historias dentro de otras historias ni personajes fantasiosos que despisten al espectador (siendo estas dos cosas las que más suelen perturbar a aquellos que no soportan el cine del tailandés). sólo hay una historia que, a la vez, no es ni historia: unos soldados cogen la enfermedad del sueño y unas voluntarias intentan cuidarles lo mejor que pueden. Y, sin embargo, «Cemetery of Splendour» contiene una de las secuencias más magistrales de toda la filmografía de Weerasethakul: aquella en la que la protagonista pasea por diversos lugares con una medium que le explica lo que había en esos lugares en otros tiempos mitológicos y (de nuevo) mágicos. La medium, sin embargo, no le habla a la protagonista. Nos habla a nosotros. Nos fuerza a imaginar ese mundo mágico. Y, de esta forma, extirpando la representación directa de la magia en su película pero convirtiendo al espectador en un agente activo, Weerasethakul consigue que las imágenes de «Cemetery of Splendour» sean furiosamente poderosas… por mucho que sólo las veamos dentro de nuestra cabeza. [Raül De Tena]
4. ELLE, de Paul Verhoeven. La burguesía es para Verhoeven una ficción, un videojuego grupal como en los que trabaja la propia Huppert en la película. Un campo de batalla aparentemente ordenado lleno de normas y restricciones pero que en el fondo no es más que una farsa, una falsificación donde las posturas son más relevantes que el ser íntimo y donde la amoralidad y la estulticia son la única ley de supervivencia. Por ello Verhoeven usa a Huppert como arma: combatir el fuego con más fuego, ser la superviviente de un mundo al que ha reducido a cenizas, con las bragas rotas y la mirada serena. La amoralidad desnuda, la verdad revelada y la burbuja tranquila de los Rohmer y compañía por fin destruida, aniquilada. [leer más]
3. THE NEON DEMON, de Nicolas Winding Refn. La belleza, el caos y orden, la abstracción geométrica y el letargo temporal. Los espejos como símbolos de la anulación de la personalidad, de la canibalización en el ojo (y boca) ajenos. Y como un tótem, como una figura temida y reverenciada, como el eje donde todo gira alrededor está Jesse. Sí, Jesse, la inocencia, la pureza y la armonía, y al mismo tiempo motor de perversión, decadencia, envidia y muerte. Jesse como el símbolo absoluto de nuestra era, como signo de los tiempos. ¿Pero seguro que hablamos de Jesse? ¿O tras esa composición hay algo más? ¿Es el mensaje de “The Neon Demon” tan claro (a pesar de sus artificios visuales)? ¿O estamos ante una metaforización de otra cosa? Pues posiblemente sea así , sobre todo si tenemos en cuenta la personalidad de Nicolas Winding Refn (a partir de ahora NWR, cómo a él le gusta firmar sus obras), tan genial como egocéntrica. ¿Qué tiene que ver todo esto con la película? Sencillo: “The Neon Demon” no es más que una película pseudo-autobiográfica, un film que habla del director y de su cosmovisión de la cinematografía y alrededores. [leer más]
2. CAROL, de Todd Haynes. “Carol” narra la historia de amor entre la Carol del título, una ama de casa pudiente sublimemente interpretada por Cate Blanchett, y Therese, una chica de extracto social medio / bajo que trabaja en unos grandes almacenes pero sueña con dedicarse a la fotografía y que es abordada con delicado pudor por Rooney Mara. El argumento podría ser una versión en negativo de “Lolita” en la que la joven pérfida manipula a la adulta desestabilizada ante sus propios deseos, sentimientos y emociones… Pero, por el contrario, la historia de “Carol” se muestra clásica a la hora de presentar a una joven que se abre a un nuevo mundo en contraposición a una mujer que ya ha asimilado ese mundo, que conoce sus códigos y que sabe jugar con ellos (o cree saber jugar con ellos) para poder disfrutar de sus pasiones sin ser juzgada por ellas. [leer más]
1. TRES RECUERDOS DE MI JUVENTUD, de Arnaud Desplechin. Je me souviens, je me souviens, je me souviens… Así da paso la versión adulta de Paul Dedalus al flashback. Como un mantra, como un disparador de recuerdos. Y, en el fade de su voz, se produce un eco reverberante que aisla del presente, que sumerge en el recuerdo, que nos transporta a su aventura vital. Una aventura que no es tanto suya como nuestra puesto que, al fin y al cabo, hablamos de amor. AMOR en mayúsculas si se permite, porque huyendo del concepto más devaluado del término, Arnaud Desplechin pone en la piel de su protagonista la pasión y el desencuentro, lo naïf de la conquista y la dureza del alejamiento. Rohmer y Truffaut se pueden dar cita aquí, pero lo que queda es el romanticismo de lo que significa ser joven más allá de las referencias cinéfilas. Polvos, fiestas, desengaños, amaneceres y hasta una pseudo aventura a lo James Bond reflejan lo que es la vida, a través de nuestro filtro cerebral mejor que cualquier foto o documento. No hay lugar para la objetivización, sólo la vibración, la pasión ¿Quieres saber cuáles han sido las 25 películas de este año 2016 que pasarán a la historia del cine? Pues atiende a esta lista, que viene fuertecita. [Alex Pérez Lascort]
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