Ya hemos podido jugar a «Final Fantasy XV» y nos preguntamos: ¿cómo puede ser a la vez tan nuevo, tan viejo… y tan rematadamente genial?
No voy a esforzarme aquí y ahora en esconder que fui muy pero que muy fan de la saga «Final Fantasy«. Bueno, como cualquiera que estuviera por aquí en el año 1997, cuando se lanzó el seminal «Final Fantasy VII«, ¿no? La cuestión es que no puedo evitar pensar en la evolución de esta serie de videojuegos en relación a mi propia evolución como jugador: la época dorada de la saga, la que incluye el mencionado «Final Fantasy VII«, el también icónico «Final Fantasy VIII» (que apostó por un mundo menos fantasioso y más real y que, por lo tanto, bien podría considerarse un interesante precedente del «Final Fantasy XV» que nos ocupa) y mi preferido «Final Fantasy IX» (sí, parece absurdo, pero sigue siendo mi preferido), coincidió con la época de mi vida que fue de los 17 a los 20 años, que fue evidentemente aquella en la que jugué con mayor frecuencia y alevosía.
Luego llegó la vida adulta, y también llegaron «Final Fantasy X» y «Final Fantasy XI«, coincidiendo precisamente con la época de mi existencia en la que menos tiempo dediqué a los videojuegos. Supongo que por eso mismo fueron dos títulos que pasaron por mis manos sin pena ni gloria. Si no recuerdo mal, «Final Fantasy XI» fue la primera entrega de la saga que no me supo mal no finiquitar… Así que, un tiempo después, tampoco me traumó el hecho de que «Final Fantasy XIII» no me llegara demasiado al alma. Estaba en otro momento como jugador, quería otros mundos, quería menos dramatismo argumental, quería menos historias lineales, quería menos fantasía de colorinchis, quería menos kawai. Al fin y al cabo, quería más realismo, más mundos abiertos, más crudeza argumental. A ver: ya estaba en mis 30. Comprendedlo.
Y entonces empezaron a llegar las primeras imágenes de «Final Fantasy XV» (es decir: las primeras imágenes de lo que ha llegado a ser «Final Fantasy XV» por mucho que antes fuera «Final Fantasy XIII Versus» y que llevemos casi diez años a vueltas con este proyecto). Voy a ser totalmente sincero: me repelieron a la vez que me fascinaron profundamente. Al fin y al cabo, las pintas de los protagonistas tenían tanto de rollo emo (lo que vendría a ser MAL) como de generación Berghain (lo que va a ser BIEN). Y empezaron a caer las noticias: que si mundo abierto, que si viajar en coche, que si tienes móvil, que si patatín, que si patatán…
La cuestión es que «Final Fantasy XV» ya está entre nosotros y que por fin puedo hacer una confesión: es el primer «Final Fantasy» que consigue engancharme realmente desde la novena entrega. Será, al fin y al cabo, que es el propulsor de una profunda renovación de la saga, de un proceso de chapa y pintura que por fin consigue ubicar a los «Final Fantasy» en el siglo 21 y no bebiendo de las glorias pasadas del siglo XX. Será, también, que el juego consigue trenzar lo nuevo y lo viejo de tal forma que el resultado final es la pura genialidad… Y por eso a continuación paso a hablar de estas tres principales características de «Final Fantasy XV«: lo viejo, lo nuevo y lo genial.
LO VIEJO. Es interesante observar cómo el lanzamiento de «Final Fantasy XV» ha levantado toda una ristra de debates en torno a cuáles son los rasgos intrínsecos de esta saga. Al fin y al cabo, es lo que pasa cuando se apuesta por una renovación: que implica pérdidas y cambios, además de añadidos, que los fans de toda la vida pueden recibir mejor o peor. Cada jugón tiene su opinión al respecto… Y no es de extrañar, entonces, que la discusión esté al rojo vivo.
Hay quien opina que el rasgo que hace que un «Final Fantasy» pertenezca a la saga es el combate táctico por turnos. Oye, cada uno puede pensar lo que le dé la gana. Eso es así. Pero este tipo de personajes son los que 1. Están criticando los cambios del nuevo «Final Fantasy XV» y 2. Viven tristemente en el siglo XX. Al fin y al cabo, el combate por turnos puede molar un ratito rollo retro-gaming nostálgico… Y ya. Nada más. Porque, si te lo paras a pensar, es precisamente el combate por turnos lo primero que nos alejó a muchos de esta serie de videojuegos.
Así las cosas, ¿cómo consigue entonces «Final Fantasy XV» mantener la ilusión de lo viejo? Básicamente, a través de dos características básicas. La primera de ellas es, evidentemente, el argumento. En esta entrega seguimos las aventuras de Noctis, príncipe de Insomnia, después de que su padre Regis (es decir: el Rey) sea asesinado y su nación sea invadida. Noctis es acompañado por sus tres mejores amigos de toda la vida: Ignis (el listo), Gladiolus (el bruto) y Prompto (el divertido). Juntos son algo así como una versión de los Backstreet Boys vestidos de negro: los cuatro guapísimos, con pinta de pasárselo bien todo el rato pero también con ratos de esa introspección que queda fetén en las fotos de promo. Y juntos iniciarán un largo viaje a través del mundo de Eos para recuperar el trono que le ha sido arrebatado a Noctis.
La línea argumental, así de entrada, les parecerá a algunos mucho menos compleja que la de «Final Fantasy XIII«…. Pero ¿no es eso algo positivo teniendo en cuenta que el argumento de «Final Fantasy XIII» era tan complicado y tan «on your face» que al final te dejaba de importar un poquito? Y lo que es más importante: el hecho de que se haya reducido el número de personajes jugables se aleja de la variedad extrema de anteriores entregas y consigue que acabes empatizando más con ellos, creyéndotelos más aunque haga siglos que dejaste de ser un chaval emo de menos de veinte años. Al fin y al cabo, sigues estando más cerca de un chaval emo que de una versión azul de Chewbacca.
Esto conduce directamente al segundo rasgo que convierte a este «Final Fantasy XV» en la mejor entrega de este siglo: la sensación de que estás jugando una fantasía final, una historia que te supera en extensión. En las entregas más recientes esto se intentó por la vía de la épica exacerbada, pero aquella misma épica chocaba con los mapas de dimensiones reducidas y extremadamente lineales. Al final tenías más la impresión de seguir una línea de puntos de una belleza incalculable, pero línea de puntos al fin y al cabo.
«Final Fantasy XV«, sin embargo, consigue meterte en una fantasía final desde el principio: el mapa es gigantesco y has de recorrerlo en un coche. Desde el minuto uno tienes la sensación de que el mundo que vas a explorar será gigantesco y la historia se toma su tiempo para alzar el vuelo. No hay tragedia continua ni rollo drama queen, sino que los personajes, el mapa y la historia son tan abiertos (ojo, que abierto no significa simple) que es mucho más fácil involucrarte en ellos.
LO NUEVO. Una vez tenemos claro qué es lo viejo que mantiene el espíritu de la saga en este «Final Fantasy» (es decir: el argumento como fantasía final y la experiencia de juego como algo bigger than life), es hora de plantearse las novedades. Algunas ya han sido mencionadas en este artículo: ahí está el plantel de jugadores menos extenso de la historia de «Final Fantasy» (sólo cuatro personajes a los que, de vez en cuando, se une un quinto: Cor Leonis) pero, sobre todo, ahí está la sensación de que la saga se ha lanzado a practicar el normcore como forma de aumentar la verosimilitud de su mundo y conectar con cierto público que se había perdido.
Las primeras horas de juego acentúan esta sensación: contra los mundos de fantasía multicolor de otras entregas, en esta ocasión hay personajes secundarios que visten como vestiría tu cuñado de vacaciones en la playa. Vamos, sin complicaciones. Todo muy real. Los paisajes también apuestan por esta nueva verosimilitud, y el primero en el que caemos es un desierto que no es difícil identificar como puramente yanki… Pero, ojo, porque este rollito normcore se supera en cuanto abandonas el primer tramo del mapa y empiezas a investigar otros territorios mucho más fantásticos.
Una cosa está clara: «Final Fantasy XV» es una pura gozada visual. Y, lejos del gameplay como línea de puntos mencionada más arriba, el juego te pide tiempo. Aquí no se trata de ir corriendo de un lado para otro: se trata de dejar que Ignis conduzca tu coche y disfrutar del paisaje como muchos hemos disfrutado durante años del paisaje de «Skyrim» a lomos de nuestros caballos. Es esta una experiencia lenta, tranquila, sosegada. Y el gameplay incentiva este ritmo, te anima a disfrutar de la pesca, de hacer fotos, de vagabundear de un lado hacia otro buscando misiones, sí, pero sobre todo gozando del mundo que se articula a tu alrededor y que, en última instancia, es el que realmente te proporciona la sensación de estar hasta las trancas en una fantasía final.
Las misiones, además, es uno de los grandes aciertos del juego. Puede que no tengan la complejidad de otros mundos abiertos ni la capacidad para establecer cadenas de misiones con su propio mini-argumento a la manera de, por poner otro ejemplo, «Grand Thef Auto«. Pero, ojo, porque aquí es necesario volver a preguntar cuál uno de los rasgos intrínsecos de la saga: ¿no es precisamente vagabundear por mapas extensos para encontrar batallas y subir de nivel? Pues eso está integrado en «Final Fantasy XV» de la forma más orgánica vista hasta el momento: las misiones te proporcionan la capacidad de subir de nivel sin tener la sensación de estar perdiendo el tiempo. Y eso se agradece.
Más todavía con las misiones: el nuevo sistema de combate sacrifica los turnos… ¿Y qué? Al sacrificar este estilo de juego, gana en dinamismo. El transitar por el mapa es pausado, así que si a ello sumáramos combates igual de pausados por culpa de los turnos y los menús interminables, obtendríamos un verdadero coñazo de juego. Por el contrario, los combates suelen ser espídicos y te ofrecen suficientes opciones (diferentes armas -algunas más efectivas con determinados enemigos-, conjuros e invocaciones… Aunque las invocaciones tienen menos protagonismo que en tiempos pasados y eso habrá quien lo eche de menos) como para asegurarte que no te dedicas simple y llanamente a machacar un botón.
En resumidas cuentas: en tiempos desesperados, decisiones desesperadas. Y por mucho que habrá quien le critique a «Final Fantasy XV» el cambio en el sistema de combate, no es necesario darle demasiadas vueltas para acabar conviniendo que todos salimos ganando con este sacrificio.
LO GENIAL. Ya lo he dejado caer un poco más arriba: por extraño que parezca después de todos los cambios mencionados hasta el momento, «Final Fantasy XV» me parece la entrega más fiel a ese espíritu de la saga que hace tiempo que echaba de menos. Lo que yo quiero cuando me pongo delante de un «Final Fantasy» no son combates por turnos, sino pasarme horas deambulando por el mapa extenso, buscando nuevas mazmorras (que aquí incluso incorporan una ambientación tétrica muy interesante, rozando el rollo «survival horror» -aunque sin pasarse-), corriendo a lomos de un chocobo, subiendo de nivel, desbloqueando habilidades, haciendo gilipolleces como buscar recetas de cocina para que luego las cocine Ignis o paisajes bellísimos para que los fotografíe Prompto.
Puede que todo fuera cuestión de tiempo: hubo un momento en el que los mundos extensos (las fantasías finales) de la saga tuvieron que reducirse porque parecían «cutres». Se optó por paisajes reducidos donde la linealidad acababa por aburrir. La nueva generación de videoconsolas ha aportado una potencia técnica con la que «Final Fantasy XV» por fin puede volver a ser una fantasía final más grande que la vida… Y cada uno pensará lo que le dé la gana, pero a mi me ha hecho sentir como si volviera a tener 20 años y los videojuegos volvieran a ser una parte importante de mi existencia. Eso no tiene precio. [Más información en la web de Final Fantasy XV]