No hay lugar a dudas de que «The Neon Demon» de Nicolas Winding Refn… Pero te podemos asegurar que la que viene a continuación te va a sorprender.
La belleza, el caos y orden, la abstracción geométrica y el letargo temporal. Los espejos como símbolos de la anulación de la personalidad, de la canibalización en el ojo (y boca) ajenos. Y como un tótem, como una figura temida y reverenciada, como el eje donde todo gira alrededor está Jesse. Sí, Jesse, la inocencia, la pureza y la armonía, y al mismo tiempo motor de perversión, decadencia, envidia y muerte. Jesse como el símbolo absoluto de nuestra era, como signo de los tiempos.
¿Pero seguro que hablamos de Jesse? ¿O tras esa composición hay algo más? ¿Es el mensaje de «The Neon Demon» tan claro (a pesar de sus artificios visuales)? ¿O estamos ante una metaforización de otra cosa? Pues posiblemente sea así , sobre todo si tenemos en cuenta la personalidad de Nicolas Winding Refn (a partir de ahora NWR, cómo a él le gusta firmar sus obras), tan genial como egocéntrica. ¿Qué tiene que ver todo esto con la película? Sencillo: «The Neon Demon» no es más que una película pseudo-autobiográfica, un film que habla del director y de su cosmovisión de la cinematografía y alrededores.
Así, el personaje de Jesse no deja de simbolizar a un NWR llegando a un mundo de glamour, a un Hollywood superficial, con un aura de pureza, de inocencia si se quiere, que será testado por diversos elementos, tanto personales como contextuales. Tomemos por ejemplo a los personajes interpretados por Keanu Reeves (Hank) y Alessandro Nivola (Sarno), ambos reactivos a la imagen que proyecta Jesse / NWR. Los dos personajes podrían ser asimilables a la crítica cinematográfica. Por un lado, Hank podría ser fácilmente un miembro destacado de la crítica española, reaccionando siempre con odio ante la figura del director, con ganas de desacralizarlo y humillarlo, siempre atentos al momento en que despotricar salvajemente contra él (inolvidables los “pajilleros” y “tontos del bote” proferidos en Cannes). Por otro lado, Sarno representaría esa admiración sacramental, casi religiosa por la figura del director. Una mirada que traspasa lo meramente superficial (que es la acusación más común contra NWR) para captar la genialidad, la profunda belleza de lo que hay detrás de ello.
En este mundo de apariencias, Jesse / NWR navegan, luchan y se enfrentan a este conglomerado de (pre)juicios contradictorios, encarnados fundamentalmente por las modelos Gigi y Sarah. Si antes hablábamos de crítica, estas dos modelos podrían ser perfectamente símbolos de la visión del público. Una audiencia que odia lo que no entiende más allá del blockbuster, pero que secretamente ansía devorar el material ofrecido por NWR, sea para entenderlo, sea para hacerlo desaparecer. Es en este sentido que actúa el canibalismo contra él, y así mismo no es casualidad que lo indigerible por Gigi sea el ojo de Jesse / NWR: la vulgaridad no puede apreciar, asimilar, la pureza ni la visión cinematográfica del director.
Pero NWR guarda otro as en la manga: no sólo dota de oropel, de transgresión geométrica a todo el film, sino que se reserva una ultima broma, una última revelación que adopta la forma del personaje de Ruby (Jena Malone). Bajo la estela de una aparente admiración, Ruby no atraviesa nunca la superficie de lo que ve. Es solo mera contemplación de lo que considera artificio, belleza perfecta per se. Lógicamente, el deseo de Ruby no es devorar la esencia de Jesse / NWR, sino poseerla, adueñarse de ella sexualmente, estar con ella como forma de SER ella. ¿Y quién ha actuado de esta manera en el universo Refniano? Sí, hablamos de Ryan Gosling, actor fetiche que mantiene relaciones tensas con el director danés, pero que sin embargo no dudó a la hora de imitar el estilo NWR en su film de debut, «Lost River«. Sí, Refn nos desvela la homosexualidad de Gosling, el deseo que este sentía hacia su figura, y cómo finalmente el director se lo tuvo que quitar de encima por no querer satisfacer los impulsos del actor wannabe.
«The Neon Demon» es un film apreciable por sus construcciones formales, sus juegos de espejos, su forma de vehicular miradas y sacar a la luz contradicciones entre la apariencia de superficialidad y la hondura temática de su propuesta. Pero, fundamentalmente, es este un producto pergeñado, estudiado y milimetrado por NWR para que no veamos la verdad: que estamos ante una vendetta catedralicia, una jugada maestra que pone a los pies de los caballos lo que vendría ser el mundillo hollywoodiense. Una genialidad, en definitiva.
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