Para estas Navidades, el Hotel Majestic ofrecerá comidas y cenas muy especiales… y repletas de ideas que vas a querer copiar de arriba a abajo.
Sumergida en una luz cálida y acogedora -en la que cada surco decorativo en los platos, cada pliegue del mantel, cada pétalo se embalsamaban marmóreos y regios- no podía dejar de pensar en Clément Cadou, uno de los bartlebys de Vila-Matas. Las cosas no necesitan haber existido para ser pensadas, claro. Cadou, aspirante a escritor y gran admirador de la obra del ilustre Gombrowicz, tuvo la peculiar mala suerte de que una noche sus padres invitasen a cenar a éste último. El joven Cadou quedó tan impresionado por las cualidades de su ídolo que apenas pronunció palabra en toda la cena, sintiéndose literalmente parte del mobiliario. A partir de allí, perdió todo su deseo de convertirse en escritor y dedicó el resto de su corta vida a ser, justamente, un mueble. Su obra, finalmente pictórica, son centenares de versiones de la misma pieza de mobiliario, todas ellas con el mismo escueto y repetitivo título: “Autorretrato”. Como mueble que fue, al morir fue enterrado cerca de un mercado de pulgas parisino.
El pasado lunes 28 de noviembre, en la exquisita y delicada cena que el Hotel Majestic de Barcelona nos ofreció para enseñarnos a preparar la cena Navideña ideal, no podía dejar de pensar en el triste y cómico destino del joven Cadou, hacia el que sentí gran simpatía: ante la perspectiva de una mesa, adornada de la cubertería más reluciente y refinada que he visto en mi vida, deseé con todas mis fuerzas ser un tenedor. Poco importaban mi vestido aterciopelado, mis zapatos relucientes y el anillo que había escogido cuidadosamente para la ocasión: el resplandor de aquellas cuatro puntas, ligeramente curvadas hacia arriba, eclipsaban por completo todos mis esfuerzos de ser elegante.
De haber sido un tenedor -había muchísimos, cualquiera de ellos me hubiese valido-, habría tenido la oportunidad de compartir mesa con los tres ejemplos de decoraciones florales que el encantador Fabricio Giordano, de la boutique Florestudio, escogió y preparó cuidadosamente para mostrarnos diferentes ideas con las que adornar tu Navidad. Para una «Nochebuena en pareja» (opción bastante familiar y útil para aquellos que no vivimos en la misma ciudad que nuestros allegados), orquídeas, claveles y rosas de tonalidades asalmonadas coronaban unos jarrones de sugerentes curvas y color negro. Sutil y elegante, pero con presencia: supongo que esa es la definición de sensualidad. Diversas flores rojas -el color navideño por excelencia-, ya fuese en ramos o en pétalos sueltos cuidadosamente colocados en el mantel para no rozar ninguno de los tenedores, eran en cambio las protagonistas para la propuesta de mesa «25 de diciembre en familia«. Vasos y jarrones plateados y, sobre todo, una idea lúdica de la decoración: mientras todos los invitados terminan de llegar, los niños pueden entretenerse esparciendo los pétalos por la mesa. Última pero no menos importante, la mesa que hace del amarillo el mejor aliado para una multitudinaria cena de Fin de Año. No lo avala ningún estudio de la universidad de Massachussets, pero el amarillo predispone a la tranquilidad y el sosiego. Que viene muy bien cuando el vino y el champán corren de vaso en vaso.
Nos sentamos a continuación a la cuarta y definitiva mesa, recorrida en su centenar de kilómetros por una sencilla y efectiva hilera de rosas rojas que iban adquiriendo nuevas e impensables formas al reflejarse en la concavidad del abrumador despliegue de cubertería. Sin embargo, en cuanto llegó el primer entremés -un gnocchi de patata en crema de ibérico- me olvidé de todo el tema Cadou y los cubiertos deslumbrantes: un tenedor podrá tener el honor de enfilar el canelón transparente de centolla que nos sirvieron a continuación, pero jamás podrá probarlo.
De hecho, se podría decir que, si volví a la vida humana, fue justamente gracias al desfile gastronómico que orquestaron Nandu Jubany, poseedor de una estrella Michelin y asesor gastronómico de Majestic Hotel, y Ramon Panés, chef del Passatge del Murmuri. Así, se nos presentaron diversos platos que pueden encontrarse esta temporada en los menús navideños ofrecidos por el restaurante del Hotel y en los que recomiendo inspirarse si aspira uno a ser El Anfitrión De Esta Navidad: un sorprendente tuétano de ternera con caviar, un rodaballo grillé con bullabesa crujiente de mejillones de roca o, si se tiene más preferencia por los sabores cárnicos, un cordero a la papillot con patatas trufadas y champiñones que aún se me hace la boca océano al recordarlo.
La divertida velada fue llegando poco a poco a su fin y, con el estómago lleno y las papilas gustativas en pleno jolgorio, dirigí un último pensamiento hacia el triste Clément Cadou mientras me alejaba Paseo de Gracia abajo: es posible que su destino hubiese sido bien distinto si, en la fatídica cena en la que decidió que lo dejaba todo para ser un mueble, alguien hubiese tenido la atención al detalle y a la gastronomía de la que pudimos disfrutar nosotros en el Hotel Majestic. Una buena cena es mucho más importante de lo que imaginamos. [Más información en la web del Hotel Majestic]