No hay duda de que «San Junipero» es el capítulo de «Black Mirror» que tiene a todo el mundo hablando… Y por eso enfrentamos dos opiniones al respecto.
Ahora que es tan y tan fácil toparse con reminiscencias, guiños o directamente copias de los 80 o los 90, ahora que ser moderno casi es sinónimo de copiar lo antiguo, ahora que vivimos en una era absolutamente digital en la que es más fácil seguir la trayectoria de tu pareja mediante el localizador de un iPhone en lugar de hacer una llamada y preguntar por dónde va.
Es ahora, justamente ahora, cuando Charlie Brooker nos presenta un aparentemente maravilloso limbo en jornada de puertas abiertas permanentes para todo aquel que se aburra en la Tierra o directamente quiera pasar un tiempo -o toda la eternidad- danzando de década en década, de garito en garito, de temazo en temazo, pudiera ser bailando al son del «All Night Long» de Lionel Ritchie o de ese tan bien escogido «Living in a Box«. Una peculiar caja repleta de falsa felicidad, un limbo que representa a toda una generación que hoy, desgraciadamente, vive pensando que todo pasado fue mejor.
San Junipero, un lugar al que se entra y se sale con la facilidad de pulsar un botón, nos presenta la chispa entre dos chicas (Mackenzie Davis y Gugu Mbatha-Raw): a una, le quedan escasos días de una vida que ni siquiera ha podido vivir; a la otra, poco más de tres meses de una vida que ha sido plena. Entre ellas surge algo más que una amistad, pero la situación personal de ambas hace distar mucho la opinión que les merece a cada una este limbo.
Algo que, en un análisis simple, parecería el típico y necesario conflicto dramático para el avance de la historia pero que, sin embargo, es una metáfora directa de la diversidad de opiniones del espectador y que considero uno de los puntos donde radica la genialidad de este episodio; uno de los que posiblemente estén más alejados de la mitología original de «Black Mirror«. No sólo porque sea el único episodio que tiene un final “feliz”, sino por ser esta una felicidad que es tan absurdamente frágil como ridículamente aparente.
Hace días que pienso que si «San Junipero» no te mueve algo dentro, quizás es porque ya estés muerto. Lo creo realmente ya que, dejando de lado el planteamiento -que está presente en el capítulo- de la posibilidad de poder pasártelo bien infinitamente, la pregunta más mayúscula que plantea el episodio se me antoja tan simple como infinitas las respuestas ante las que podría vaciarme aquí. ¿Cómo sería la vida sabiendo que, tras ella, habrá otra que podremos vivir junto a esa gente que ya no está con nosotros?
Es por esto que, personalmente, sitúo a «San Junipero» como uno de los capítulos de más difícil posicionamiento de todo «Black Mirror«. Muchas son las personas con las que he podido conversar sobre el episodio, pocas son las que tengan del todo claro que se quedarían sin pensarlo en ese eterno limbo post mortem.
Si partimos de la base de que no todos nosotros tenemos el mismo bagaje sentimental, la misma situación personal o un pasado parecido, entenderemos que todo eso, como es lógico, influye a la hora de declararse dentro de un bando u otro. O atascado entre el sí y el no, entre esa toma de decisiones que nos supone elegir la vida eterna para la que no hemos sido aleccionados, una vida de corta y pega situada en un tiempo que quizá fuese mejor, pero al fin y al cabo una vida vacía de reglas, temores y tantas otras cosas que al final acaban haciendo a la vida definitivamente lo que es.
«San Junipero» no me parece un capítulo totalmente sobresaliente. Hay cosas que podrían mejorarse, como en todo: quizá ese doble o triple final que tiene el episodio esté de más. Y, aún así, no es eso lo que más me importa, pues considero férreamente que el episodio no sentencia, sino que simplemente expone. Toda opinión acabará inevitablemente siendo juzgada bajo el prisma personal de cada cual. Y lo cierto es que «San Junipero» no intenta vender una falsa idea de lo que pasaría si existiese de verdad tal limbo.
Podríamos hablar de que «San Junipero» es un capítulo acerca de la incapacidad del ser humano para aceptar cosas como la muerte, de la necesidad de la eterna juventud, del miedo a envejecer, y a envejecer solo. Al final, todo eso es tan claro como que el episodio es una historia de un amor tan pura como necesario. Una historia de amor contextualizada en un tiempo que nos resulta conocido pero que, a la vez, aún no hemos llegado a vivir. Un relato que nos deja en las puertas de un abismo inabarcable y a la vez tan cristalino como que quien diga que no tendría miedo de vivir en ese San Junipero, miente. A pesar de que el conflicto dramático sería mucho mayor si salir de San Junipero no fuera tan fácil como entrar.
Quizá esa idea romántica del amor sea el único sentimiento capaz de hacernos pulsar el botón hacia San Junipero. Ese amor -del tipo que sea- que es el sentimiento que lo mueve todo, que lo cambia todo, y por el que mantenemos la esperanza. Por lo que vivimos al fin y al cabo. Quizá solo por ese amor, una posible vida en San Junipero sí que merece un doble pensamiento antes de desechar la idea. Por el amor, por poder cantar a pleno pulmón que “Heaven is a place on Earth” y pensar que las estrellas en el cielo son en realidad pequeños puntos de luz manipulados por un enorme robot. Puntos de luz a los que poder visitar de vez en cuando. ¿Por qué no?
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«San Junipero» es sin duda uno de los capítulos más populares y con mayor aceptación de la última temporada de «Black Mirror«. ¿Los motivos? Apela a la nostalgia de forma eficiente, construye una historia de amor homosexual sin caer en los tópicos manidos, dotándola de un aura de normalidad (incluso “normalidad” heteronormativa, no sea que se nos enfade alguien), tiene interpretaciones solventes, una banda sonora que no se limita a ser jukebox de los 80 (en su mayor parte) sino que, la mayoría de veces de forma irónica, modela y refuerza el argumento del capítulo.
Sí, sin duda «San Junipero» es un episodio bello, romántico, bien escrito, de coherencia implacable (aunque algún que otro desliz hay, sobre todo en lo que se refiere al tema Quagmire) y, oigan, por qué no decirlo, con una carga sentimental bien entendida que hizo que el que suscribe estas palabras llorase cual abuelo cebolleta al explicar sus batallitas de juventud.
Pero, un momento… ¿No es esto un versus dónde me posiciono en contra del capítulo? Pues sí, lo es. Y, sí, mi posición no puede ser más desfavorable. Porque, a pesar de todo lo dicho anteriormente, «San Junipero» tiene un grave, que digo gravísimo, problema de fondo: su tono. Estamos ante un episodio de algo llamado «Black Mirror«, una serie que tiene como misión alertar sobre los peligros no tanto de las nuevas tecnologías, sino de su impacto social, de mostrar sociedades de por sí imperfectas, entrando en abismos dramáticos ante cada nueva irrupción del ente tecnológico.
Una serie en definitiva ácida donde las haya, impactante la mayoría de veces al describir futuros inmediatos pero ya reconocibles. Una serie cuyo valor principal es poner al descubierto nuestras vergüenzas como animales sociales… ¿Y «San Junipero«? Pues canta como una almeja, qué quieren que les diga. No se trata de valorarlo por su calidad intrínseca, que la tiene, se trata de reflejar que su mensaje rosa flúor desentona como una niña de comunión vestida de Lady Gaga.
Puede que esto sea un asunto menor a la hora de juzgar el capítulo, y que deberíamos ceñirnos estrictamente al formato, al logro formal/argumental del capítulo. Pero ¿qué pensaríamos ante un capítulo de la saga «Elm Street» (por poner un ejemplo) con desarrollo y tono a lo «High School Musical«? ¿Se imaginan a Freddy bailando y diciendo te quiero la Peggy Sue de turno en lugar de atravesarla con sus garras mientras suena «Nights in White Satin«? ¿Verdad que no? Y eso es por la coherencia temática de la saga.
«San Junipero» sería, pues, el mejor capítulo posible (probablemente) de cualquier serie enfocada hacia las bondades del avance tecnológico. Pero no nos hagamos trampas al solitario: incluir en «Black Mirror» un episodio que hace que soñemos en ese «Heaven is a Place on Earth» que ofrece lo convierte en un rara avis, en un desenfoque tonal que más parece pensado como lavado de conciencia, como producto de éxito y aplauso inmediato que cómo mensaje de advertencia, como producto de reflexión. [Mas información en el Facebook de «Black Mirror»]
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