¿Fan de las ficciones sobre la burguesía francesa? Pues en «Elle» la dupla formada por Paul Verhoeven e Isabell Huppert arroja ácido sobre la fórmula.
Permítanme que vuelva una vez más a mi querido Éric Rohmer. Y es que el bueno de Monsieur Rohmer, durante 40 años de carrera, dibujó con más precisión que nadie los entresijos, las vanidades y las veleidades erótico-festivas de la burguesía francesa, tanto rural como parisina. Unos comportamientos y actitudes que, a pesar del paso del tiempo, seguían unas ciertas constantes inmutables, como si vivieran en una burbuja extemporánea ajena a cualquier evolución social. Sí, cambian los vestidos, las modas y la música, pero lo esencial sigue ahí, con esos pequeños dramitas elevados a ejemplificaciones sociales de carácter global. Y todo ello lo retrató Rohmer, con un deje de ironía claro, pero también con ese poso de amargura del que se sabe insider del meollo ya que, al fin y al cabo Éric era uno de los suyos.
Una burbuja francesa que ha tenido, en diversas vertientes, una continuidad en el desarrollo cinematográfico. Ozon, Desplechin, Assayas, Resnais, Hansen-Løve y hasta (de forma sui generis) Haneke, se han adentrado en este submundo para detallar con precisión quirúrgica su funcionamiento. Hemos visto aproximaciones dramáticas, sarcásticas, en tono de comedia amable, incluso, a este estrato social, pero en el fondo se detectan aires de despotismo ilustrado, de cierta conmiseración, lamento y piedad por un mundo al que se critica pero al mismo tiempo se admira. No hay nada tan terrible como ponerse delante de un espejo y fotografiarse las vergüenzas propias haciéndolas pasar por ajenas.
Lo que uno podría preguntarse lógicamente es qué hace Verhoeven en esta historia. Pues, sencillamente, cumplir su papel habitual de azote de herejes. Entiéndase que el cineasta holandés no es el rey de la sutileza precisamente, pero dista mucho de esa imagen metafórica de elefante entrando en tromba en una cacharrería. No, si hubiera que describir una imagen al respecto del papel que juega Paul Verhoeven en todo este entramado sería el de encargado de echar ácido sulfúrico en la burbuja burguesa comentada anteriormente… Y es que «Elle» no es una visión crítica más, sino un artefacto de demolición completo, puro vitriolo hecho película.
Todo podría quedar resumido en la primera escena del film: Isabelle Huppert violada simbolizando a la burguesía, y el hombre de negro, el satisfecho violador, sería el propio Verhoeven tomando el mando del asunto. Sí, destrozo tu mundillo ideal, pero, ojo: no conforme con ello, te voy a acosar, amenazar y agredir tantas veces como haga falta hasta que te destroce tanto que reacciones, tomes control de tu vida y te conviertas en el motor de la destrucción de tu clase. Una transformación que va mucho más allá del simple comportamiento pasivo-agresivo de la Huppert y que trasciende el debate encendido sobre si estamos ante un film misógino o un alegato de feminismo radical.
Verhoeven no entra en todo ello y se limita a dinamitar toda convención social, toda relación familiar y todo conglomerado políticamente correcto que se le ponga delante. Aquí de lo que se trata es de mostrar un juego de retroalimentación entre personajes, violencias, pasados, presentes y futuros; ambigüedades y secretos que permiten que los personajes actúen paradójicamente condicionados y a la vez libres de sus actos. Es aquello tan mafioso de que la mano derecha no sepa lo que hace la izquierda… si no fuera porque Huppert se erige como centro gravitacional, causal y casual; ese elemento que, cual Atila, destruye todo a su paso.
La burguesía es para Verhoeven una ficción, un videojuego grupal como en los que trabaja la propia Huppert en la película. Un campo de batalla aparentemente ordenado lleno de normas y restricciones pero que en el fondo no es más que una farsa, una falsificación donde las posturas son más relevantes que el ser íntimo y donde la amoralidad y la estulticia son la única ley de supervivencia. Por ello Verhoeven usa a Huppert como arma: combatir el fuego con más fuego, ser la superviviente de un mundo al que ha reducido a cenizas, con las bragas rotas y la mirada serena. La amoralidad desnuda, la verdad revelada y la burbuja tranquila de los Rohmer y compañía por fin destruida, aniquilada.
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