Está claro que «BoJack Horseman» no va a ser la serie más deprimente que veas en toda tu vida… Pero a lo mejor te sorprende con sus múltiples caras.
Empecemos respondiendo a la pregunta del titular de este artículo: ¿Es «BoJack Horseman» la serie más deprimente que verás en toda tu vida? No, evidentemente no va a ser la serie más deprimente que verás en toda tu vida. Pero tienes que admitir que es un titular que llama la atención. Y que se ciñe bastante bien al mood general de esta serie de animación creada por Raphael Bob-Waksberg para Netflix. Al fin y al cabo, oye, en un panorama televisivo como el actual, todos sabemos que la serie más deprimente que veremos nunca es cualquier cosa que salga de la pluma de Louis C.K. Así que dejemos el titular respondido y avancemos en el artículo.
De partida, sin embargo, ahí que reconocer que «BoJack Horseman» algo tiene que ver con «Louie«, por ejemplo: ambas comparten el estigma de ser consideradas una comedia cuando realmente lo que persiguen es un propósito puramente existencialista. La lección final de «El Lobo Estepario» fue que la superioridad del ser humano sólo puede conseguirse con humor, riéndose de uno mismo; pero parece ser que casi un siglo después de que se publicara la novela de Herman Hesse nos las hemos arreglado para desoír aquella enseñanza. Para simplificarlo todo. Para depurar los contornos, separar los binomios y dejarlo todo en conceptos simples, no vaya a ser que no sepamos a qué atenernos. La comedia es comedia. El drama existencialista es drama existencialista. Cualquier cosa que intente mezclar conceptos está destinada a la incomprensión y, si me apuras, al ostracismo.
Esa es la losa que pesa sobre «BoJack Horseman» desde que se estrenara la primera temporada en el año 2014 y los medios tradicionales, esos que están habituados a pontificar habiendo visto tres capítulos (en un momento en el que todavía no parecían haber contemplado la revolución de Netflix de poner a disposición del usuario todos los episodios de una misma temporada a la vez), declararan que la serie de Raphael Bob-Waksberg no acababa de funcionar como comedia. Aquellas críticas obviaban, evidentemente, que «BoJack Horseman» no es una comedia. Para nada.
De hecho, es curioso observar cómo las tres temporadas de la serie que están disponibles en Netflix (ya hay una cuarta confirmada para el verano del próximo año 2017) mantienen una misma estructura: los primeros capítulos parten de la comedia a medio tiempo para, a mitad de temporada, mostrar una resolución esperanzadora que, sin embargo, acaba por desembocar en puro desastre, en opacidad emocional y en existencialismo pesimista. No es de extrañar que, confiando en los primeros capítulos de la primera temporada, la percepción de esta ficción sea sesgada y errada.
La serie tiene como protagonista a BoJack Horseman, un caballo antropomorfo que vive de los réditos de haber triunfado lo más grande en los 90 con una sitcom familiar titulada «Horsin’ Around» (título intraducible que, si sabes algo de inglés, verás que tiene su chispilla). No ha vuelto a tener ningún otro éxito desde entonces, y vive rodeado de personajes estrafalarios como Todd Chavez (un entrañable parásito que comparte casa -sin pagar un duro- con BoJack), Diane («una Daria oriental«, tal y como la describe alguien en la tercera temporada), Princess Caroline (una gata rosa que es a la vez ex-pareja del protagonista y su agente) o Mr. Peanutbutter (un perro labrador que triunfó en los 90s con una serie similar a la de BoJack y que es su negativo fotográfico perfecto: optimista, humilde, con una confianza infinita en la bondad humana, irreflexivo… Vamos, que sería el protagonista perfecto de una comedia, pero precisamente por eso es un secundario en esta serie).
De esta forma, todas las temporadas arrancan con la esperanza: la biografía de BoJack que está escribiendo Diane y que debe devolverle a la fama en la primera, la película «Secretariat» que restaurará el prestigio a Horseman en la segunda, el Oscar que parece destinado a ganar en la tercera… Y, sin embargo, después de mucho desparrame, terrorismo emocional y autosabotaje, cualquier atisbo de felicidad desaparece y queda la nada absoluta. Los tramos de «BoJack Horseman» en los que el protagonista se enfrenta a la depresión pura y dura mientras los personajes que le circundan hacen tres pares de lo mismo son una destilación pluscuamperfecta de esa «programación» que todos llevamos de serie y que nos obliga ponernos trabas a nosotros mismos en el camino hacia la felicidad.
La serie de Bob-Waksberg puede entenderse como un ataque frontal a las gilipolleces habituales de Hollywood. Pero no. Puede verse como una oportunidad perdida de aprovechar un universo en el que conviven humanos y animales antropomorofos (esto podría ser «Zootropolis» de la Disney, aunque «BoJack Horseman» explora las posibilidades de este universo en contadísimas pero maravillosas ocasiones como cuando el protagonista va a una ciudad acuática en la que viven todos los peces y donde, cerrado en su burbuja, no puede hablar durante todo un capítulo estimulantemente mudo). Pero no. Puede verse como una comedia que no acaba de arrancar (por mucho que tenga pildorazos de comedia tremendos como la ‘explicación’ del final de «Los Soprano«, la presencia estelar de J.D. Salinger, las surrealistas apariciones de la actriz secundaria Margo Martindale o los cojones de estructurar todo un capítulo en base a los «blancazos» habituales que se llevan por delante la consciencia de toda persona cuando va drogada). Pero no. E incluso puede verse como una comedia que busca la incomodidad del espectador (como en esa paja pasivoagresiva que la manager le hace a BoJack al final de un capítulo). Pero tampoco.
«BoJack Horseman» podría ser muchas cosas que estamos habituados a ver en televisión… Pero, sin embargo, opta por dar un volantazo y salirse de la carretera preestablecida aunque eso signifique salir volando en la primera curva. ¿Existe algo más libre que volar? Seguro que no. Y por eso mismo esta es una de las primeras series en incluir un personaje asexual, por ejemplo. También es una serie única a la hora de plasmar las inseguridades de un ser humano programado para el fracaso e incapaz de asimilar el éxito.
En uno de los capítulos más memorables de la tercera temporada, BoJack acaba drogado y borracho en un planetario viendo las estrellas en compañía de una de sus compañeras de reparto de «Horsin’ Around«, que ha crecido hasta convertirse en una estrella del pop autodestructiva (una Lindsay Lohan de turno, vamos). Es ahí donde Horseman por fin da con la verdad absoluta que cualquier ser humano drogado y borracho ha encontrado alguna vez que otra: no somos más que un punto insignificante en el universo, no somos nada más que un fenómeno insignificante y transitorio que nadie recordará de aquí a cien años… Y por eso mismo sólo nos queda disfrutar del momento. Cuando BoJack se gira y mira a su compañera, esta se ha quedado dormida. Y ahí está el retruécano de «BoJack Horseman«: que cuando dice verdades como puños seguro que ya ha perdido a los espectadores para los que el existencialismo es sólo algo con lo que les dieron la chapa en el instituto y de lo que han huido desde entonces. [Más información en el Facebook de «BoJack Horseman»]