Dos españoladas y muchas (y muy buenas) coreanadas se convierten en las protagonistas de las primeras jornadas del Festival de Sitges 2016.
El primer fin de semana del Festival de Sitges 2016 ha dado para muchas películas y poco descanso. El pistoletazo de salida lo hemos dado por todo lo alto, siempre con lo mejor y lo peor del cine de cada casa. España, Polonia, Finlandia, Corea y USA han marcado los pasos de mis sesiones garrafistas estos días. De todo ha habido, como ya era de esperar. Y es que, del plantel de 200 películas a escoger, las posibilidades de caer en película olvidable, película espantosa o mayúsculo disparate están a la orden del día. Pero aquí se viene a jugar de lo lindo, y en esta ruleta de la fortuna que es el Festival de Sitges todavía queda hueco para la esperanza, que solo llevamos tres días y la cosa no es tan dramática por el momento…
En lo autóctono he tenido la oportunidad de ver un par de obras tan dispares en historia como en recursos narrativos. Donde «Colossal» (en la foto de portada de este artículo) de Nacho Vigalondo me ha sorprendido para bien, «Proyecto Lázaro» de Mateo Gil lo ha hecho para todo lo contrario. Y es que, pese a su indiscutible calidad en la parte técnica y a nivel visual, este segundo film juega en su mayor parte de metraje a la constante y machacona manipulación del espectador… Bien es cierto que su historia me interesa, pero los medios a través de los que llega al público no: la lágrima fácil, los recursos musicales y/o narrativos apuntan directamente a los corazones más débiles. Gil sabe qué teclas tocar para ablandar a su audiencia, pero lo hace tan sin piedad y tan descaradamente que cabrea. Mucho. No tengo ninguna duda de que «Proyecto Lázaro» podría haber sido una gran historia, pero desgraciadamente ha pasado por este corazón sin pena ni gloria.
En el polo opuesto encontramos a Vigalondo, que en «Colossal» se marca una especie de «Batman v Superman» / historia kaiju a su manera, y la verdad es que la broma no le sale tan mal. A su favor cuentan una base narrativa muy potente en su vertiente cómica (con gags inolvidables como el de «thug life«). La película comienza con una originalidad muy pasada de vueltas y muy Vigalondo y, aunque esa originalidad se desmorona un poco en su parte central que envuelve una historia un tanto repetitiva, yo compro. Moderadamente, pero compro. Lástima que el gancho de la historia se quede anclado en los pocos metros cuadrados de un parque infantil. Daba para mucho más.
Aunque para lo que realmente vengo hoy aquí es para romper una lanza a favor del cine asiático en general (y coreano en particular), que se está llevando de calle al resto del festival -cuando sólo llevamos tres días y nos falta ver lo nuevo de Park Chan-wook-. Tres han sido las películas que me han robado el corazón, cada una a su manera. Tres obras sobresalientes con temáticas tremendamente opuestas pero igualmente recomendables.
La primera de ellas es «Train to Busan«, de Yeon Sang-ho. El -hasta la fecha- director de proyectos exclusivamente de animación (en Corea te sirven para un roto y para un descosido) se lanza al mundo de la acción real con este film histérico, divertido e inteligente a partes iguales. Siendo sincera, «Train to Busan» me causaba mucha desconfianza y no es para menos: típica película donde un virus zombi inunda cierta parte del planeta, ausencia de valores y reglas morales y sociales, unos cuantos elegidos obligados a convivir buscando una solución al problema vírico… No son pocas las películas que hemos visto con esta premisa y, seamos sinceros, era muy fácil que «Train to Busan» se convirtiese en otra película de terror y zombis del montón… Pero de zombis de esos 1 €, de los de mercadillo, de los que ni corren ni atacan, sino que más bien son atacados y tumbados con el meñique del tío bueno de la peli de turno. Zombis que más que al terror te invitan a las risas con los amigos.
Pero, la verdad, qué gustazo equivocarse de esta manera tan contundente. No es que «Train to Busan» sea especial por no tener situaciones cómicas o que invitan a los aplausos -que las tiene-, sino que es especial por algo que engrandece su metraje exponencialmente cada minuto: su autoconsciencia. Teniendo de cara a un público que ha visto y ha lidiado ya con casi todo, es esencial (sobre todo en películas de género) tener clara la manufactura y la identidad, ser capaz de utilizar las situaciones manidas y reubicarlas, recontextualizarlas, llevarlas al extremo y convertirlas en algo que consiga realmente martillearte el cerebro. Al final, esas son las que no metemos en el saco de “películas olvidables”.
Siguiendo la estela del género, encontramos también otra de esas joyas que uno no se espera. «The Wailing«: casi tres horas de metraje que arrancan al estilo del más típico thriller acerca de la investigación de una serie de horribles asesinatos para terminar convirtiéndose en una espectacular película de fantasmas, exorcismos y mucho WTF? De nuevo: reinventarse o morir. Cómo saben estos coreanos.
«The Wailing» destaca por su peculiar forma de abordar el género. Un torpe y miedoso policía (interpretado por Do Won Kwak) se ve empantanado en medio de un caso para resolver una serie de asesinatos acontecidos en la ciudad. Con no pocas trabas y exactamente la misma poca resolución que aborda los asesinatos, aborda una vida familiar que comparte con su suegra, mujer e hija, hasta que la pequeña se convierte en el blanco de los misterios que les están ocurriendo a algunos habitantes de la ciudad. Su pausada y cuidadísima realización y una atmósfera lluviosa y opresiva le sirven a Na Hong-jin en «The Wailing» como pilar de este thriller místico que aborda sin tapujos temas tan diversos como el arraigo de las más ancestrales supersticiones en los ambientes rurales de Corea, los prejuicios de la sociedad ante la inmigración, la diversidad de religiones y, sobre todo, la vulnerabilidad del ser humano.
Más lejos de la mística y el terror, aquí convertidos en relato histórico, encontramos «The Age of Shadows«, película de la que me atrevo a afirmar que será una de las más elegantemente rodadas de lo que veamos en el festival (confiamos en Park Chan-wook, pero «The Age of Shadows» da para el sobresaliente). Ubicada en la Corea de los años 20 y con la ocupación colonial japonesa como telón de fondo, Kim Jee-woon dirige esta cinta a caballo entre el thriller, el drama político y hasta, a ratos, el gore. No convencerá a los que esperen una película tranquila y contemplativa, pues para el director no hay límites en cuanto a planos bellos, secuencias deliciosas, rodadas entre cabezas calientes, planos aéreos, protagonistas saltando edificios, secuencias complicadísimas como la del tren, secuencias rodadas como los ángeles.
«The Age of Shadows» es «El Puente de los Espías» coreano. Un blockbuster con un presupuestazo, sí, pero increíblemente bien gastado. No es una cinta para todos los públicos, pero es tremendamente recomendable para aquellos que sepan apreciar el cariño de la simetría, del color y del cuidado con el que los asiáticos filman sus películas. La peor secuencia de esta cinta es mejor que todas las películas que vi el primer día del festival juntas… Y ojalá lo estuviese diciendo en broma, pero no puede haber más verdad en mis palabras.